UN HOMBRE SUMAMENTE APASIONADO: DANIEL GONZÁLEZ MARÍN

Por Omar Alejandro Lozano Mendoza
México (México). Amable, siempre sonriente, dispuesto a escuchar, inteligencia que parece infinita, enmarcada en una brillante cabeza –literal- y una elocuencia que difícilmente se encuentra en una sola persona, son las características que fácilmente describirían al maestro, pero sobre todo al hombre: Daniel González Marín.

Dedicado casi de tiempo completo a la docencia, es profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en donde imparte las clases de Taller de Investigación Documental e Introducción al estudio de la ciencia, en los dos primeros semestres de la carrera en Ciencias de la Comunicación, de dicha entidad universitaria, en los dos primeros semestres respectivos.

Además de ocuparse en esta institución pública, también labora en la oferta privada, tanto en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), en donde además es investigador, como en la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ).

El menor y único varón de un matrimonio de más de 49 años; de origen ruso-español y criado en un ambiente totalmente intelectual, rodeado de libros, cine y de respeto para con la vida y los integrantes de la familia, el profesor Daniel se cataloga como “una persona totalmente apasionada”.

Con imponentes títulos bajo el brazo, como lo son el poseer una licenciatura en Ciencias de la Comunicación, maestría en Sociología del Arte y un doctorado en Ciencias Políticas y Sociales, las tres por la UNAM; cuenta también con una especialización en Estudios Cinematográficos. Sin embargo, el mayor título que posee, en sus propias palabras, es ejercer la docencia, “la academia llena mi vida, me nutre”.

Pocas cosas le provocan tanto placer como “el comer rico y disfrutar del arte de la conversación” bajo el pretexto de tomar un exquisito café, aunado a esto, el ambiente artístico y cultural lo alimentan, por lo que el lugar no pudo haber sido mejor: la cafetería Azul y Oro del Centro Cultural Universitario (CCU) en el campus central de la UNAM, la Ciudad Universitaria.

Un hombre de tez blanca, de altura considerable y un aura tan positiva que se siente a metros de distancia, vestido con un suéter de rombos de tonos oscuros y un pantalón cercano al color de la corteza de los árboles. Sentado y cruzado de piernas, explica que la influencia de sus padres “es enorme en su crecimiento y desarrollo humanístico”, sobre todo la de su progenitor. Todo esto derivado desde sus orígenes.

Descendiente de un hombre judío de origen ruso, que llegó al norte del país durante la política de exclusión zarista y en plena revolución, cuya máxima rebelión fue haberse cambiado el nombre a uno “muy español” y dejar el judaísmo en clara oposición a su familia y, también, para poder seguir dentro de la División del Norte liderada por Francisco Villa. Este sublevado hombre, su abuelo, tuvo un único descendiente, que más tarde se convertiría en su padre.

Bajo estos márgenes, Daniel creció en “un ambiente cultural de cambios y de tránsitos”. Cobijado también por su madre, de padres españoles, el investigador del Tec de Monterrey, simplemente vivió una infancia paradisíaca.

“Mis padres se preocuparon por darnos, a mis tres hermanas y a mí, una educación cultural enorme. La política de mi padre era que sí teníamos una duda, nunca nos la resolvía. La lógica era ir a la biblioteca y ver que decía el libro”. Etapa marcada además de los libros por el cine y la ciencia.

Hijo de un ingeniero civil, formado en las corrientes vasconcelistas, y de una mujer que, pese a sólo estudiar hasta el nivel medio superior, siempre se encuentra interesada en leer la prensa y seguirse cultivando íntegra e intelectualmente, además de formarse en un ambiente en donde jamás hubo muestra alguna de violencia, el profesor se siente dichoso de tan formidable contexto.
Enorme curiosidad científica

Iniciando sus estudios universitarios en la carrera de Ingeniería en Computación en la UNAM, a los dos años se percató de que le hacían falta las humanidades. Es por ello que, tras una fuerte y definitiva decisión, hizo examen para estudiar lo que marcaría su futuro: Ciencias de la Comunicación.

“Ese cambio fue definitivo en mi vida, me permitió seguir mi trayectoria en el área de las humanidades aunque con una gran preocupación por la ciencia. El ser hijo de un ingeniero civil y haber estudiado dentro de la rama de las matemáticas, despertaron en mí una enorme curiosidad científica”.

Nada me alimenta, como dar clases en la UNAM

Entre los múltiples quehaceres en los que se ha visto involucrado, el profesor ha trabajado en todos los medios disponibles, “en televisión, en un programa de crítica cinematográfica que se llamó Entre butacas; también en radio, que es un medio que me apasiona mucho, durante poco más de cinco años en Radio Educación; igualmente laboré en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF), que me permitió comprender y conocer a mayores escalas la política, es decir, combine la docencia con otro tipo de actividades”.

Algo que aún realiza, aunque lo considera un trabajo intermitente, es estar ligado al mundo editorial. Ha colaborado Planeta y con Random House Mondadori en donde se ha desempeñado como supervisor de proyectos y corrector de estilo.

En cuanto a su labor en la academia, Daniel González Marín revela que lleva más de 16 años como profesor, estrenándose en la UCSJ, iniciando en el aún no tan lejano 1996, es decir, cuatro años después de haber concluido la licenciatura.

Posteriormente se presentó la oportunidad de dar clases en la UNAM, justo después de terminada la tan famosa huelga de 99-2000, lo cual representó un enorme desafío para él: “Me tocó la etapa de reconstrucción interna y externa de la UNAM. La Universidad perdió muchos alumnos durante el conflicto y yo llegué a tener alumnos que habían estado en la cárcel, además de chicos muy radicales, fue una época muy difícil”, dice con lamento pero con un fervor difícil de explicar.

Diez años después de comenzada su labor docente, se abre la brecha para dar clases en el ITESM el cual, en la actualidad, ocupa la mayor parte de su tiempo.

¿Qué diferencias encuentra entre el ITESM y la UNAM?

“En el Tec los alumnos son chicos con mucha seguridad en sí mismos, que tienen posibilidad de compra, tienen vida social y están orientadas más al mundo de los negocios, lo cual celebro, el país necesita buenos empresarios. En cuanto a la UNAM, no hay punto de comparación, es ahí donde he tenido todo tipo de alumnos, una vez tuve a un transexual en mi clase y ¿cómo no aprender de ello? Aunque, lamento decirlo, es en la UNAM donde he encontrado baja autoestima en los alumnos, alentada principalmente por este problema aspiracional de querer ser más de lo que se es, y es que, en una sociedad tan clasista de México todo cuesta y tiene su valor: la ropa, el auto, los viajes, la escuela”.

Elocuente, claro y sincero como siempre Daniel poco a poco se aproxima a unas palabras que provocaron una fuerte conmoción en mi interior: “Eso sí, en el Tec no hay genios, y con genios me refiero a gente que en un futuro sea capaz de producir nuevo conocimiento, de esos sólo los he visto en la UNAM. Es decir, nada me alimenta como dar clases en la UNAM. Los buenos alumnos de la Universidad son muy buenos, son los mejores”.

¿Qué sería del hombre sin las pasiones?

Abandonando el lado académico y la plática aproximándose, cada vez más, a una interacción entre dos grandes amigos, se abandona el lado académico para descubrir las grandes pasiones y de lo que gusta hacer una persona como González Marín.

“Soy un gran apasionado al cine, de hecho hice un doctorado en estudios cinematográficos, que inicie aquí y termine en la Universidad de Berkeley”. Uno de los grandes cineastas que merece el honor de la admiración de nuestro personaje es el ruso Andréi Tarkovski, lo que en sus palabras dice “me descubrió otras posibilidades de contar historias. Al ver Nostalgia, me pregunté: ‘¿cómo alguien puede contar una historia de manera tan distinta a lo que había visto?’....”.

Tal fue su admiración por este director, que basó su tesis de licenciatura en su obra, lo que a su vez le permitió “mezclar y combinar muchas preocupaciones mías, como la semiótica, el cine, la literatura, es decir, anclar y conjugar muchos de mis intereses”.

Mientras el tránsito constante de meseros que vienen y van, atendiendo a los clientes que llegan, pues la hora de la comida está a medio andar, el doctor González prosigue: “También amo la música y con estos nuevos dispositivos, iPod o iPhone, la experiencia es aún más maravillosa. Tan sólo ayer que estaba en medio del tráfico, sobre Insurgentes con dirección a mi casa en Tlalpan, la música que salía de ahí me ponía feliz. E iba escuchando la canción más pop, Moves Like Jagger de Maroon 5, la música puede ser eso, un alivio, es increíble”.

Mientras cuenta su experiencia musical dentro de su auto, muestra su celular para dar más precisión y corroborar el título de la canción que le permitió no estallar en cólera por el nada atípico tránsito a vuelta de rueda de la Ciudad de México; a la vez que, toma uno de los últimos tragos de su ya entibiecida agua de sabor.

“También amo leer, busco cosas bien escritas, para mi es primordial el compromiso que tiene el escritor con el lenguaje. Me encanta la poesía, las novelas, ensayos literarios”, todo esto lo cuenta, mientras en la mesa se encuentra reposado el libro Historia cultural del dolor de Javier Moscoso, Es decir, me encontraba frente a una persona sumamente apasionada, y él mismo lo reconocía “no me da pena decirlo, soy una persona sin ningún pudor, pero ¿qué serían los hombres sin las pasiones?”.

La ética como una columna vertebral

Al cuestionarlo sobre las personas a las que admira, Daniel lo primero que hace es decir “es una excelente pregunta, lo que te diga hoy puede cambiar mañana”.

Con una convicción poco conocida entre las personas, el académico lanza una serie de nombres entre los que destacan el presidente estadounidense Barack Obama, el director Orson Welles y los españoles Luis Cernuda y María Zambrano.

Sin embargo, hace un importante hincapié en aquellas personas que sin ningún reconocimiento, se esfuerzan por una mejoría en la sociedad: “Aquellas personas que las caracteriza el compromiso y la convicción en lo que creen. Esto, basado en los valores civilizatorios, en los principios humanos conducidos a formar una mejor interacción con respeto. El logro de una civilización se traduce en darle satisfacción jurídica a principios que permitan no matarnos los unos a los otros”, menciona a la vez que con sus manos hace volar la pajilla con la que bebe de su ya casi extinta agua de jamaica, debido al rigor con que responde.

Finalmente la conversación llega a un punto de acuerdo común y confianza en donde conmoverse se convierte en un acto natural. Principalmente al enunciar las últimas palabras de la pregunta que cierra la entrevista:

¿Cómo se ve en 10 años?

“Me veo en un salón de clases, aprendiendo de los alumnos porque, realmente, quien termina aprendiendo es uno. Me veo asombrado de lo que los alumnos me pueden mostrar y con la generosidad que, sin pretenderlo, me pueden ilustrar sobre cosas que cada vez se me van a pasar más. Deseo, de igual manera, ver a México menos desigual y seguro”.

También, no descartó el ser padre, el acompañar y ayudar a otro en su proceso de desarrollo. Cree que no sería un mal padre –aunque al mencionar esto, la pena generada por su declaración hace que quiera escaparse-.

Sin más que un intercambio de información y una plática que se extendió unos cuantos minutos más, entrevistador y entrevistado toman sus cosas y parten hacia el servicio de transporte Metrobus: al llegar a la estación Centro Cultural Universitario, el primero toma la ruta norte, el otro la ruta sur.







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2 comentarios:

  1. Los que hemos vivido día a día su trabajo como alumnos, sabemos que realmente es una persona no sólo apasionada, sino también un ejemplo para muchos. Es un gusto y un honor la retroalimentación de sus clases.

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  2. Es un honor ser alumna de ese hombre.

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