UNA MUDANZA IMPROVISADA
Por: David García Rosales
Ciudad de México (Aunam). En la conmemoración número 32 del sismo que sacudió al país en 1985 y tras la serie de simulacros que acompañaron al tan común ritual, se registró un nuevo movimiento telúrico que conmociono a quienes, inesperadamente, se convirtieron en victimas del mismo. Con esta parafernalia se enmarcó el pasado 19 de septiembre en todo el país.
El ruido, caos, gritos y rostros desencajados inundaron a la colonia cananea, ubicada en el límite de las delegaciones Iztapalapa y Tláhuac en la Ciudad de México y tras la confirmación de daños materiales causados por la fuerza de la naturaleza muchos de sus habitantes enfrentaron la cruda realidad de la pérdida casi total de sus viviendas.
Las líneas telefónicas colapsaron junto con la energía eléctrica casi al mismo instante que el concreto de las calles cambio de su forma original y separaba físicamente a la colonia ya dividida con anterioridad por pandillas locales, narcomenudistas e intereses partidarios.
WhatsApp se convirtió en el aliado que proporcionó la comunicación básica en el momento de crisis y propició a la búsqueda de los seres queridos para verificar que los daños sólo fueron materiales y las familias continuaban unidas.
Las horas fueron largas y la angustia dibujó un ambiente gris que enmarcaba las caras de sorpresa ante lo sucedido y que ideaban una serie de gestiones mecánicas ante la alarmante búsqueda por obtener lo poco que quedaba dentro de las casas sacudidas por el sismo y que ahora parecían objetos de papel que se inclinaban al capricho del viento, pero que se mantenían en pie, como la esperanza de sus dueños.
La noche del 19 de septiembre se tornó oscura, inundado por el ruido intermitente de los helicópteros que sobrevolaban la zona, el número de personas que no pudieron regresar a sus hogares y las improvisadas camas creadas por cobijas, cobertores, algunas colchonetas y una serie de objetos que volvieran cómodo el frío concreto que recorre la avenía Damiana.
La ola delictiva que no hizo tregua con la crisis de la zona y que comenzó a dar señales de los primeros atracos nocturnos, la intromisión a las viviendas y el desprendimiento de celulares que significaba para sus víctimas, la última señal de vida con los otros.
Algunos habitantes, originarios de colonias aledañas, llegaron al lugar de los hechos y comenzaron un recorrido para dar apoyo a los más necesitados. Este fue el origen de las patrullas nocturnas que se ocuparon de regular el orden y mantener la paz un par de días posteriores.
El despunte de los primeros rayos del sol de la mañana del 20 de septiembre fueron los faros que dieron pie a la localización de las pérdidas, las familias que no concebían la magnitud del desastre natural que arrasó con algo más objetos materiales. Pero les dio la fortaleza para sacar a pie esta colonia que ha visto crecer a tantas generaciones y que no se extinguirá tan fácil.
El levantamiento de los campamentos improvisados y la llegada de curiosos a la zona fue la insignia que marcó el banderazo de arranque para el inicio a una búsqueda de los pocos recursos que aún se podían distinguir entre las fracturas de las casas.
Como una tienda en oferta, cada uno de los habitantes ingresó rápidamente a sus quebradizas viviendas y tomo con sus manos los muebles, documentos, fotografías y un sinfín de recuerdos que la adrenalina le permitió arrancar a los muros, techos y paredes que alguna vez cubrieron el entorno familiar.
Para las once de la mañana, la Avenida Damiana era como un tianguis ambulante: un río interminable de trastes viejos, muebles rasgados y un número incalculable de cajas que resguardaban las pocas pertenencias de sus dueños, evidenciando una realidad que jamás se espero para quienes lo observaban.
Después de horas de sudor, cansancio, llantos y condolencias entraron a la avenida los primeros camiones en horas de silencio vial. Estos, fueron llamados por vecinos del predio para poder levantar sus objetos, creando así, una mudanza improvisada a un lugar incierto y con pocas posibilidades de retornar.
Otros desafortunados, comenzaron a ordenar su nuevo hogar en la calle; los altos roperos las paredes de la fría habitación y los sillones, la nueva forma de dormir a la intemperie. Dejando atrás las leyes del pudor, trasformaron su realidad en un reality show visible para cualquier y sin un ganador definido.
Esa noche, la luz eléctrica se notó ausente y con ella dio el paso a los destellos que emite la luna ante las miradas de sus observadores, combinando la negra noche en un espectáculo colorido que invitaba a las familias a reflexionar sobre la búsqueda de una nueva vida.
Mujeres y hombres de colonias aledañas llegaron con velas, celulares y linternas a acompañar a sus vecinos en su situación. Pero también, a ofrecerles café, tamales y pan de dulce que habían podido recolectar entre los suyos para demostrarles que la esperanza aún estaba vigente.
Esa noche, el sismo que les había sacudo a poco mas de 24 horas, fue el causante de la unificación de personas, que en otro momento no habrían tenido nada en común para compartir. Pero ahora, se mostraban agradecidos de su existencia.
La fogata que un grupo de vecinos inició, dio pie a una serie de anécdotas, remembranzas, cuentos para niños y chistes que revitalizaron las sonrisas en los integrantes y despejaron las ideas que en el pasar de las horas no habían cambiado para ninguno.
Todos sabían que la tragedia seria visible en cuanto el sol saliera de nuevo a cubrir con su luz los espacios ahora vacíos, pero en ese momento la alegría no podía ni debía ser extinguida como las llamas de la fogata que tanto calor y afecto les estaban regalando.
Ciudad de México (Aunam). En la conmemoración número 32 del sismo que sacudió al país en 1985 y tras la serie de simulacros que acompañaron al tan común ritual, se registró un nuevo movimiento telúrico que conmociono a quienes, inesperadamente, se convirtieron en victimas del mismo. Con esta parafernalia se enmarcó el pasado 19 de septiembre en todo el país.
El ruido, caos, gritos y rostros desencajados inundaron a la colonia cananea, ubicada en el límite de las delegaciones Iztapalapa y Tláhuac en la Ciudad de México y tras la confirmación de daños materiales causados por la fuerza de la naturaleza muchos de sus habitantes enfrentaron la cruda realidad de la pérdida casi total de sus viviendas.
Las líneas telefónicas colapsaron junto con la energía eléctrica casi al mismo instante que el concreto de las calles cambio de su forma original y separaba físicamente a la colonia ya dividida con anterioridad por pandillas locales, narcomenudistas e intereses partidarios.
WhatsApp se convirtió en el aliado que proporcionó la comunicación básica en el momento de crisis y propició a la búsqueda de los seres queridos para verificar que los daños sólo fueron materiales y las familias continuaban unidas.
Las horas fueron largas y la angustia dibujó un ambiente gris que enmarcaba las caras de sorpresa ante lo sucedido y que ideaban una serie de gestiones mecánicas ante la alarmante búsqueda por obtener lo poco que quedaba dentro de las casas sacudidas por el sismo y que ahora parecían objetos de papel que se inclinaban al capricho del viento, pero que se mantenían en pie, como la esperanza de sus dueños.
La noche del 19 de septiembre se tornó oscura, inundado por el ruido intermitente de los helicópteros que sobrevolaban la zona, el número de personas que no pudieron regresar a sus hogares y las improvisadas camas creadas por cobijas, cobertores, algunas colchonetas y una serie de objetos que volvieran cómodo el frío concreto que recorre la avenía Damiana.
La ola delictiva que no hizo tregua con la crisis de la zona y que comenzó a dar señales de los primeros atracos nocturnos, la intromisión a las viviendas y el desprendimiento de celulares que significaba para sus víctimas, la última señal de vida con los otros.
Algunos habitantes, originarios de colonias aledañas, llegaron al lugar de los hechos y comenzaron un recorrido para dar apoyo a los más necesitados. Este fue el origen de las patrullas nocturnas que se ocuparon de regular el orden y mantener la paz un par de días posteriores.
El despunte de los primeros rayos del sol de la mañana del 20 de septiembre fueron los faros que dieron pie a la localización de las pérdidas, las familias que no concebían la magnitud del desastre natural que arrasó con algo más objetos materiales. Pero les dio la fortaleza para sacar a pie esta colonia que ha visto crecer a tantas generaciones y que no se extinguirá tan fácil.
El levantamiento de los campamentos improvisados y la llegada de curiosos a la zona fue la insignia que marcó el banderazo de arranque para el inicio a una búsqueda de los pocos recursos que aún se podían distinguir entre las fracturas de las casas.
Como una tienda en oferta, cada uno de los habitantes ingresó rápidamente a sus quebradizas viviendas y tomo con sus manos los muebles, documentos, fotografías y un sinfín de recuerdos que la adrenalina le permitió arrancar a los muros, techos y paredes que alguna vez cubrieron el entorno familiar.
Para las once de la mañana, la Avenida Damiana era como un tianguis ambulante: un río interminable de trastes viejos, muebles rasgados y un número incalculable de cajas que resguardaban las pocas pertenencias de sus dueños, evidenciando una realidad que jamás se espero para quienes lo observaban.
Después de horas de sudor, cansancio, llantos y condolencias entraron a la avenida los primeros camiones en horas de silencio vial. Estos, fueron llamados por vecinos del predio para poder levantar sus objetos, creando así, una mudanza improvisada a un lugar incierto y con pocas posibilidades de retornar.
Otros desafortunados, comenzaron a ordenar su nuevo hogar en la calle; los altos roperos las paredes de la fría habitación y los sillones, la nueva forma de dormir a la intemperie. Dejando atrás las leyes del pudor, trasformaron su realidad en un reality show visible para cualquier y sin un ganador definido.
Esa noche, la luz eléctrica se notó ausente y con ella dio el paso a los destellos que emite la luna ante las miradas de sus observadores, combinando la negra noche en un espectáculo colorido que invitaba a las familias a reflexionar sobre la búsqueda de una nueva vida.
Mujeres y hombres de colonias aledañas llegaron con velas, celulares y linternas a acompañar a sus vecinos en su situación. Pero también, a ofrecerles café, tamales y pan de dulce que habían podido recolectar entre los suyos para demostrarles que la esperanza aún estaba vigente.
Esa noche, el sismo que les había sacudo a poco mas de 24 horas, fue el causante de la unificación de personas, que en otro momento no habrían tenido nada en común para compartir. Pero ahora, se mostraban agradecidos de su existencia.
La fogata que un grupo de vecinos inició, dio pie a una serie de anécdotas, remembranzas, cuentos para niños y chistes que revitalizaron las sonrisas en los integrantes y despejaron las ideas que en el pasar de las horas no habían cambiado para ninguno.
Todos sabían que la tragedia seria visible en cuanto el sol saliera de nuevo a cubrir con su luz los espacios ahora vacíos, pero en ese momento la alegría no podía ni debía ser extinguida como las llamas de la fogata que tanto calor y afecto les estaban regalando.
Muy interesante artículo.
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