LA ÚLTIMA VISITA...
Por Beatriz Guadalupe Hernández Rodríguez
México (Aunam). Es fin de semana y el cansancio hace presencia. La escuela da un pequeño “respiro”, pero sólo para retomar fuerzas, energía y continuar con la labor de educación y conocimiento dos días después.
Te levantas “temprano”, aunque la alarma suena tres horas después de lo habitual, no es lo mismo las cuatro de la mañana que las 7:20; pero aún así la pesadez del cuerpo se hace presente, la fatiga llega y se asienta en tus brazos, piernas y más… con los ojos aún cerrados, casi por inercia te sientas en la cama y tu pie izquierdo toca el piso para motivar a su compañero.
El camino hacia el baño no se siente, tus pies se dirigen sin preguntar a la razón; las frescura en el ambiente y el agua tibia recorriendo tu cuerpo aclaran tus ideas, ordenando prioridades, y recuerdas que es el último día para asistir a uno de los acontecimientos en donde el conocimiento se reune: la XXXI Feria Internacional del Libro (FIL) del Palacio de Minería.
El camino es previsible, llegas a la esquina y das cuenta de una gran multitud, de una fila ruidosa que pareciera una hilera en donde la charla es lo primero, enterándote de lo que cierta gente a hecho o hará en el día. Caminas buscando la taquilla y antes de poder llegar a ésta escuchas por altavoz a uno de los anfitriones pidiendo orden para poder comprar los boletos: “sólo fórmese quien compre los boletos”, “una fila por favor, en orden para agilizar el trámite...”.
Te asombras, acabas de pasar la fila y, al voltear, la observas aún más lejana y larga. Regresas al final, hasta la esquina del edificio de Correos de México; ocupas un lugar en la fila, el tiempo avanza y tú no. El sol quiere hacer acto de presencia pero las nubes opacan su resplandor.
Al fin la taquilla, “¡Al fin voy a entrar!”, piensas, pero al avanzar observas un pequeño tapón a la entrada del lugar, está saturado, avanzas poco a poco, el calor llega y así el “bochorno”; pero al entrar y observar de manera tangible al conocimiento, tu espera se hace nada, el bochorno ni lo sientes y el asombro, ansia y alegría llenan el momento.
El Palacio está lleno, con tus pasos apenas de niño miras a tu alrededor para comprobar lo cierto del lugar; un murmullo invade el sitio, un sonido que se hace débil al familiarizarte con el recinto.
Observas uno de los estantes que más te agrada “literatura”, y enseguida recorres los angostos pasillos que ven modificada su estructura por varios cerros, cúmulos de libros implantados y resplandecientes que surgen en distintos puntos del piso del Palacio de Minería.
Recorres los pasillos, observando que entre más avanzas, más gente encuentras y más dices: “con permiso”, “perdón”, “permiso, por favor”, “gracias”. Sigues caminando y entre empujones te detienes frente a cada anuncio en donde te indican el camino para seguir disfrutando del conocimiento escrito. Editoriales conocidas, reconocidas, de estados de la República y más toman su lugar para esperar la visita de interesados.
Te acercas a algunos estantes y te das cuenta a primera vista de la multitud reunida, del atractivo visual de los materiales expuestos, un punto importante para llamar la atención, crear el interés y, porque no, incitarte a comprar.
Buscas los libros apropiados para “hacer gasto”, buscas y buscas y sigues buscando, pero en vez de no encontrar… no te decides, hay demasiados pero poco dinero en el bolsillo. Uno de los que te atrapan es el del señor Julio Sherer García, Los presidentes, preguntas el precio y rebuscas en tus bolsas derechas del pantalón de mezclilla, detienes tu mano y te das cuenta que si lo compras ya no regresas a casa y más aún ya no tienes crédito en el celular para pedir auxilio. Pasa por tu cabeza “mejor no hubiese comprado…”
Pero das otro recorrido con la vista y en el siguiente estante vez la revista Proceso, llama tu atención y regresas el dinero al bolsillo, tomas la revista y te interesas en uno de los artículos relacionados con el Bicentenario, decides que será la mejor opción pero que el libro de Julio Sherer no escapará tan fácilmente, puedes reunir dinero en poco tiempo.
Con tus materiales en los brazos bajas al primer piso del Palacio de Minería, entreteniéndote un poco en el descanso de las escaleras para leer sobre la poeta Concha Urquiza. Bajas con una sonrisa en el rostro y te detienes antes de llegar a la puerta de salida, escuchas la música y el murmullo de fondo y sin más te das la vuelta para salir y seguir con el día, pero ahora en otro lugar de la ciudad...
México (Aunam). Es fin de semana y el cansancio hace presencia. La escuela da un pequeño “respiro”, pero sólo para retomar fuerzas, energía y continuar con la labor de educación y conocimiento dos días después.
Te levantas “temprano”, aunque la alarma suena tres horas después de lo habitual, no es lo mismo las cuatro de la mañana que las 7:20; pero aún así la pesadez del cuerpo se hace presente, la fatiga llega y se asienta en tus brazos, piernas y más… con los ojos aún cerrados, casi por inercia te sientas en la cama y tu pie izquierdo toca el piso para motivar a su compañero.
El camino hacia el baño no se siente, tus pies se dirigen sin preguntar a la razón; las frescura en el ambiente y el agua tibia recorriendo tu cuerpo aclaran tus ideas, ordenando prioridades, y recuerdas que es el último día para asistir a uno de los acontecimientos en donde el conocimiento se reune: la XXXI Feria Internacional del Libro (FIL) del Palacio de Minería.
El camino es previsible, llegas a la esquina y das cuenta de una gran multitud, de una fila ruidosa que pareciera una hilera en donde la charla es lo primero, enterándote de lo que cierta gente a hecho o hará en el día. Caminas buscando la taquilla y antes de poder llegar a ésta escuchas por altavoz a uno de los anfitriones pidiendo orden para poder comprar los boletos: “sólo fórmese quien compre los boletos”, “una fila por favor, en orden para agilizar el trámite...”.
Te asombras, acabas de pasar la fila y, al voltear, la observas aún más lejana y larga. Regresas al final, hasta la esquina del edificio de Correos de México; ocupas un lugar en la fila, el tiempo avanza y tú no. El sol quiere hacer acto de presencia pero las nubes opacan su resplandor.
Al fin la taquilla, “¡Al fin voy a entrar!”, piensas, pero al avanzar observas un pequeño tapón a la entrada del lugar, está saturado, avanzas poco a poco, el calor llega y así el “bochorno”; pero al entrar y observar de manera tangible al conocimiento, tu espera se hace nada, el bochorno ni lo sientes y el asombro, ansia y alegría llenan el momento.
El Palacio está lleno, con tus pasos apenas de niño miras a tu alrededor para comprobar lo cierto del lugar; un murmullo invade el sitio, un sonido que se hace débil al familiarizarte con el recinto.
Observas uno de los estantes que más te agrada “literatura”, y enseguida recorres los angostos pasillos que ven modificada su estructura por varios cerros, cúmulos de libros implantados y resplandecientes que surgen en distintos puntos del piso del Palacio de Minería.
Recorres los pasillos, observando que entre más avanzas, más gente encuentras y más dices: “con permiso”, “perdón”, “permiso, por favor”, “gracias”. Sigues caminando y entre empujones te detienes frente a cada anuncio en donde te indican el camino para seguir disfrutando del conocimiento escrito. Editoriales conocidas, reconocidas, de estados de la República y más toman su lugar para esperar la visita de interesados.
Te acercas a algunos estantes y te das cuenta a primera vista de la multitud reunida, del atractivo visual de los materiales expuestos, un punto importante para llamar la atención, crear el interés y, porque no, incitarte a comprar.
Buscas los libros apropiados para “hacer gasto”, buscas y buscas y sigues buscando, pero en vez de no encontrar… no te decides, hay demasiados pero poco dinero en el bolsillo. Uno de los que te atrapan es el del señor Julio Sherer García, Los presidentes, preguntas el precio y rebuscas en tus bolsas derechas del pantalón de mezclilla, detienes tu mano y te das cuenta que si lo compras ya no regresas a casa y más aún ya no tienes crédito en el celular para pedir auxilio. Pasa por tu cabeza “mejor no hubiese comprado…”
Pero das otro recorrido con la vista y en el siguiente estante vez la revista Proceso, llama tu atención y regresas el dinero al bolsillo, tomas la revista y te interesas en uno de los artículos relacionados con el Bicentenario, decides que será la mejor opción pero que el libro de Julio Sherer no escapará tan fácilmente, puedes reunir dinero en poco tiempo.
Con tus materiales en los brazos bajas al primer piso del Palacio de Minería, entreteniéndote un poco en el descanso de las escaleras para leer sobre la poeta Concha Urquiza. Bajas con una sonrisa en el rostro y te detienes antes de llegar a la puerta de salida, escuchas la música y el murmullo de fondo y sin más te das la vuelta para salir y seguir con el día, pero ahora en otro lugar de la ciudad...
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