LA REVOLUCIÓN INTERRUMPIDA EN EL MERCADO DE LA MERCED

Por Raúl Parra Rosales
México (Aunam). El Mercado de la Merced tiene una oferta de lo más vasta; en él pueden encontrarse yerbas, especias, frutas, verduras, legumbres, adobos, embutidos, granos y hasta revolucionarios, como don Raúl, un sobreviviente del movimiento estudiantil del 68 con un amplio bagaje como activista político.


El mercado

El principal mercado minorista de la capital está emplazado en el barrio homónimo, La Merced, al oriente del Centro Histórico de la Ciudad de México. Durante más de un siglo, de 1863 a 1982, fue el mayor proveedor de productos alimenticios a gran escala para los capitalinos.

Las calles aledañas están repletas de puestos donde se venden frutas y verduras a precios muy bajos, en una zona conocida como el tianguis. Los visitantes caminan con dificultad por los estrechos pasillos que se forman entre los puestos y el tránsito de los carros, mientras los marchantes tratan de seducirlos con sus ofertas.

Al interior, una nave de medio kilómetro de longitud está abarrotada de toda clase de alimentos. Su extensión parece ser tan infinita como la del océano en el horizonte. La mercancía salta a la vista: hay enormes canastas desbordadas de legumbres y costales colmados de cereales que se elevan casi dos metros por encima del suelo.

Hay personas con carretillas moviéndose en todas las direcciones. Los marchantes vociferan los nombres y precios de sus productos y tratan de pescar a los posibles clientes. La Merced es un mercado incluyente; en él convergen hombres y mujeres de todas las edades, estratos, géneros, ideologías y nacionalidades.

Pero en el mercado no sólo se oferta comida; también hay una zona destinada a la venta de artículos para el hogar: el paso a desnivel. Éste se ubica junto a los cárnicos y alberga prendas de ropa, canastas y una gran variedad de telas.

La gente

Tal como su nombre lo indica, el paso a desnivel no se encuentra a la misma altura que el resto del mercado, sino que está en una depresión y se accede a él descendiendo por unas escaleras. Muy cerca de hay un local donde se venden capazos para recién nacidos, que en México se conocen como ‘moisés’.

El tendero, un hombre senil y espigado de pelo cano y lentes, fuma un cigarrillo mientras espera a su próximo cliente. Es don Raúl, un octogenario con 57 años de antigüedad en el mercado. Su negocio se llama “El Moisesito” y llegó a tener tres sucursales, pero ahora sólo queda la matriz.

El paso a desnivel está relegado a la marginación y se encuentra en pésimas condiciones. Las escaleras se inundan constantemente debido a que abundan las goteras. Esto ha mermado la prosperidad de las ventas. Don Raúl explica que tuvo que cerrar los otros tres locales porque los ingresos descendieron en un 99 por ciento.

De acuerdo con el propietario de “El Moisesito”, otro problema es ocasionado por los vendedores ambulantes, quienes proliferan en esa zona y bloquean el acceso. Los comerciantes les han comunicado la necesidad de una restauración a las autoridades, pero no han obtenido respuesta.

La revolución interrumpida


Don Raúl hace un paréntesis a la conversación y sube a una escalera para cambiar la cubeta situada debajo de una gotera; el agua en su interior está a punto de desbordarse. A partir de ese momento prefiere hablar de temas más relevantes.

El hombre blanco y delgado, de piel arrugada por los estragos el tiempo, retrocede cinco décadas y rememora cómo sobrevivió a la matanza de Tlatelolco:

“Yo estuve ese día, íbamos en un carro y cuando llegamos [a la Plaza de las Tres Culturas] vimos que unos soldados estaban quemando los camiones y le echaron la culpa a los estudiantes […] Como usábamos melena, y el ejército disparaba a todos los que tuvieran el pelo largo, una camioneta se me emparejó. Afortunadamente pude dar la vuelta y eludirlos”.

Don Raúl estudió en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), pero en las manifestaciones se juntaba con los de la UNAM. Durante sus años de lozanía fue muy aguerrido y participó activamente en los movimientos sociales. Recorrió todo México participando en las campañas políticas y llegó a pertenecer a la porra de la Universidad Nacional, cuando era comandada por Luis Martínez “Palillo”.

El hombre se resiste a que su testimonio sea desestimado, y para probar la autenticidad de sus palabras ingresa a un pequeño almacén ubicado en la zona posterior de su local. Vuelve con una pequeña bolsa y revela su contenido: una serie de fotografías con figuras destacadas de la política nacional e internacional.

Los presidentes José López Portillo y Carlos Salinas de Gortari; Fidel Velázquez, líder perenne de la Confederación de Trabajadores de México (CTM); Rigoberta Menchú, defensora de los derechos humanos y Premio Nobel de la Paz en 1992; y Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial asesinado en 1994, son algunas de las personas con las que aparece retratado. Sin embargo, la más destacada es en la que está con Fidel Castro Ruz, líder de la Revolución cubana y mandatario de ese país de 1959 a 2008, a quien conoció en la isla en 1982.

Tras más de un cuarto de siglo de activismo, don Raúl se cuestionó un día «¿Qué es lo que estoy pidiendo?» y puso en una balanza lo que podría ganar frente a lo que podría perder. A partir de entonces dejó la lucha y se decantó por una vida más tranquila.

Don Raúl atiende a dos clientes que se acercan; la tranquilidad de su semblante reafirma su decisión. Hoy ya no tiene que huir ni esconderse, permanece protegido por el anonimato que le brinda la multitud de vendedores en su lugar de trabajo. Ahora sólo se dedica al cuidado de su familia y su negocio en el Mercado de la Merced.





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