¿POR QUÉ A MÍ?

Por Anaid Díaz Amezcua
México (Aunam). La música no tiene suficiente volumen para lograr evitar el nerviosismo, ni sus canciones favoritas lo hacen olvidar; la blancura y los murmullos de una sala de hospital huelen a tristeza, al menos en este piso no hay sonrisas y el brillo en los ojos es resultado de las lágrimas. Me llamo Rojo es el libro que le mantiene las manos y mirada ocupadas a un joven que se parece a cualquier otro: ojos profundos y tranquilidad rota, traicionada por los desesperantes movimientos de su pierna izquierda que, sin querer, tambalean las sillas al mismo ritmo.

Un silencio incómodo se ha paseado por minutos junto conmigo y aunque él no puede vernos, en medio de la soledad, lo acompañamos. De la voz de la enfermera sale el aliento más helado: "Alejandro, pasa, por favor." Al unísono de sus pasos, suenan los latidos de su corazón deseando salir corriendo y escapar de su propio cuerpo.

Su seguridad se está quebrando y parece que ya no puede más con la angustia que le pesa en el cuello. Silencio, va a comenzar lo peor: “Tengo listos los resultados de los estudios; no quiero alarmarte pero no son buenos. Antes que nada debo hacerte unas preguntas…”, mencionó el médico mientras el color de la cara de Alex se iba pareciendo más al blanco, él sabía que las cosas no estaban del todo bien y luego de esas preguntas referentes a su vida sexual se escucharon las palabras que le derrumbaron el alma: “tienes Virus de Papiloma Humano, uno de los tipos más agresivos, no puedo darte un tratamiento efectivo en este hospital, pues solo los hay para mujeres, te proporcionaré los datos de una clínica en la que te atenderán, es peligroso pues a la larga puedes desarrollar cáncer…”

Cáncer, ¡qué palabra tan insoportable! Sin querer, sus ojos se llenaron de lágrimas y a pesar de las barreras comenzaron a salir; las preguntas que le hizo al médico parecían no tener final, mientras que los reproches hacia él mismo le dolían como puñaladas y más que tristeza, el coraje le recorrió el cuerpo con un calor concentrado en la cabeza.

Acompañada del mismo silencio yo lo miraba de lejos, y secándose las lágrimas recibió una llamada que no pudo contestar. El teléfono seguía sonando y al final decidió apagarlo, no quería saber nada de nadie, menos de ella, ¿con qué cara la iba a ver, cómo iba a decirle que acababa de destrozarle la vida?

De nuevo con la música a todo lo que da, emprendió el camino de regreso, sus pasos más rápidos de lo normal parecían querer volar y no podía más que pensar en ella. Camila es su novia, pareja de vida por más de un año, compañera de recuerdos (los mejores), cómplice de risas con tintes sexuales y guardadora de secretos pero no conocedora de todos, pues un engaño no puede confesarse fácilmente.

Ese ha sido su mayor error, una aventura con la persona equivocada, en el lugar equivocado, en un día ni siquiera memorable, al contrario, los recuerdos se han borrado por múltiples razones: una fiesta no tan buena, en un lugar lejos de casa, donde en solo un minuto una persona cambió su vida por completo teniendo como consecuencia una cruda no tan pesada como la cruda moral, la cabeza le dolía de arrepentimiento y de dudas.

Pero con los resultados médicos entre sus manos, fue inevitable dejar de recordar la escena: los tragos de vodka con jugo de arándano iban en aumento en una fiesta donde lo electro predominaba, Alex algo aburrido bailaba con una persona que llamaba su atención, ambos envueltos en alcohol comenzaron a besarse, cada vez más, cada beso más intenso, cada vez más lejos de los labios; la parte más oscura de la casa los invitaba a alejarse, las manos no paraban de moverse y de un momento a otro tenían más cuerpo desnudo que con ropa para dar pie a un orgasmo repentino que se fue como llegó, sin decir nada y con una mirada de desconocidos que quizá no volverán a verse.

Las noches que siguieron para Alejandro fueron las más largas, llenas de reproches y dudas. Una de las preguntas que taladraban su cabeza era ¿por qué a mí?, ¿por qué con una mala noche destrozó su vida y acabó con la de Camila?, ¿qué pasará con ella, cómo decirle?... hubo muchas lágrimas, los libros no cumplían su cometido de distraer, de dar solución y la buena curiosidad de investigar sobre el virus le hacía más daño, pues a pesar de no encontrar mucho de lo que le esperaba, para Camila no había más que tempestad.

Yo sigo viéndolo a través de su ventana, el cielo es nublado y parece que Alejandro ha tomado una decisión. Parar las lágrimas es lo primero que hace, recoge sus cosas, menos el libro que lo ha acompañado en las horas más duras de su vida, se mira al espejo y con un gesto de total desprecio hacia el reflejo se dice: “eres un ser despreciable, le has hecho daño a la persona que más amas por un momento de estupidez, el sexo está prohibido, no hay ser más maldito que tú, ¿quieres vivir? No lo mereces”.

El teléfono suena de pronto y con una fuerza descomunal lo arroja contra el espejo como queriendo acabar con esa pesadilla destruyéndose a sí mismo, sale, corre deseando volar, y no bastando con la voz de su conciencia, el cielo lo castiga empapándolo con una lluvia como pocas, ¿a dónde va? Solo sus pasos lo saben…




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2 comentarios:

  1. Buen ritmo, buena redacción. Un bune ejercicio periodístico. Felicidades.

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  2. Bien Any, interesante en todo momento... Felicidades :D

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