CULTURA SORDA Y PERFORMANCE, PARA ACABAR CON LAS BARRERAS COMUNICATIVAS


Óyeme con los ojos,
Ya que están tan distantes los oídos,
Y de ausentes enojos
En ecos de mi pluma mis gemidos;
Y ya que a ti no llega mi voz ruda,
Óyeme sordo, pues me quejo muda.
-Sor Juana Inés de la Cruz

Por: Laura Sánchez Díaz y Isaac Hernández González
Ciudad de México (Aunam). La urbe es bañada por un sol potente, la gente al caminar tapa su rostro con las manos, el cielo despejado anuncia que el clima continuará inamovible hasta caer la noche. Dentro de la biblioteca el ambiente se vuelve fresco, Diego Goyenechea se dispone a ir a la Sala de Lengua de Señas, donde un profesor ya lo espera. Solicita libros para continuar con la tesis que ha comenzado hace dos años: Cultura sorda y performance. Él estudia en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).


Desde su niñez, Diego se ha adentrado más en la vida de las personas sordas de su familia, la de su tía materna, Isabel, y su esposo, Luis. De pequeño se cuestionaba por qué no podía comunicarse con su tía, quien lo cuidó de los 5 a los 12 años, mientras veía que su tío y ella sí podían hacerlo entre sí; la cuestión quedó latente en él. La barrera comunicativa entre Diego y sus tíos, le hizo decidir aprender Lengua de Señas Mexicana (LSM) durante la licenciatura y enfocar su tema de tesis a la investigación de la comunidad sorda con una mirada cultural y artística.

“Mi hipótesis es que el performance, en tanto que se realizan narrativas con el cuerpo, es un factor cultural de las comunidades sordas y es un elemento estético, dramático y teatral”, menciona mientras el sol se refleja en sus lentes oscuros y cafés, cafés como sus ojos y como su cabellera ligeramente larga. Se sienta al filo de la silla verde, que ha perdido el respaldo, explica su tema sin tomar en cuenta lo anterior, y mientras habla mueve las manos como si estuviera platicando con señas; se da cuenta de la descompostura de la silla y la cambia para continuar.

Para Diego no basta con aprender la lengua de señas, se puede aprender todo el vocabulario pero si no se tiene un registro corporal y verbal adecuado los interlocutores no van a entender. “Nosotros no estamos acostumbrados a hablar con el cuerpo porque no lo necesitamos culturalmente, pues tenemos la oralidad. Si yo les digo “estoy feliz”, deben tener un registro corporal, necesita un performance, me tengo que ver feliz”. Luis piensa “las personas que hablan y escuchan deben entrar al mundo de los sordos y no al revés”, por eso aprende LSM y desarrolla su gesticulación.

El diplomado y la Lengua de Señas Mexicana

En un mar de información llegó al diplomado: “Colaboradores de Lengua de Señas Mexicana” donde ha vivido varias experiencias, algunas de ellas lo han dejado con un nudo en la garganta y la piel erizada.

Cómo requisito del diplomado, Diego asistió a un congreso donde varios profesionistas sordos expusieron sus temas de investigación. Él solo iba a apoyar en logística, nunca se imaginó lo que le esperaba. A mitad del evento, interrumpe una voz: “disculpa, no estamos entendiendo nada, ¿no abría la posibilidad de un intérprete?”. Diego se sorprendió pues si era un evento de sordos por qué estaban esas personas. En su mente pensó: “¡¿no leyeron que era un evento de sordos?! ¿Tú como oyente por qué vienes a imponer en un evento de sordos?” Pese a sus pensamientos quiso ser cortés y preguntó a su profesor si podría asignarles un traductor.

La respuesta fue negativa, al plantearles la situación a las chicas, ellas argumentaron: “Es que nuestra amiga es sorda oralizada pero no entiende lengua de señas mexicana. Diego explica, ellos (los sordos oralizados) son otra minoría dentro de la comunidad sorda. La chica tenía implante, su voz era más gruesa a la que comúnmente tienen las mujeres, sabía leer los labios, porque así le enseñaron, externa el estudiante de Antropología.

Otro profesor que observaba la situación asignó a Diego como su intérprete. Aunque él no sabía mucho lo intentó con tal de ayudar. Rato después la chica sorda le hizo un cuestionamiento dejando a Diego impactado hasta las lágrimas: “Es que yo ¿a dónde pertenezco, quién soy, qué soy?”. "Se me quebró el corazón", recuerda Diego.

Otra experiencia en el mismo congreso fue cuando un sordo de clase social alta, capaz de emplear el lenguaje oral, puso en su exposición la foto de un implante argumentando: "nosotros como sordos necesitamos implantes para que la sociedad nos acepte, nos entienda, nos incluya”. Todos los sordos lo miraron con extrañeza. Hasta que un profesor sordo se paró diciendo: "yo no estoy de acuerdo contigo porque yo tengo una lengua y si los demás no me entienden pues que se chinguen! Yo voy a pasar sobre ellos para lograr mis sueños”.

Entre los asistentes había una mamá joven con su niña sorda quien utilizaba aparato auditivo. Se paró y dijo: “Quiero conocer su opinión, a mi hija la obligo a usar el aparato, quiero que aprenda tanto español como lenguaje de señas. Yo quiero que mi hija tenga todas las oportunidades del mundo, quiero conocer su opinión". Una persona sorda le dijo: “Pero no es tu decisión, es decisión de tu hija”.

Entonces, le preguntaron a la niña si le gustaba el aparato o si se lo quería quitar y pisar. Volteó a ver a su mamá y a los asistentes, parecía que por primera vez se sentía en confianza para externar su disgusto y dijo: "me duele la cabeza cuando lo uso". Todas las personas aplaudieron y su mamá comenzó a llorar. Fueron lágrimas de amor y de decepción. La madre entre sollozos decía: "yo quiero a mi niña con toda el alma y la acepto como tal, lo único que quiero es que la sociedad la acepte". Diego relata: “fue una situación difícil, mis compañeros y yo no sabíamos qué hacer. Se me puso la piel chinita y empecé a llorar, la neta".

Discriminación, audismo y el etnocidio en la comunidad sorda

Diego comenta que varios expertos opinan que contra la cultura sorda se ha cometido discriminación, al no recibir un trato equitativo; incluso existen términos para calificar esas conductas, audismo, cuando se considera a la persona oyente como superior a la sorda; etnocidio, cuando al sordo se le quiere quitar su sordera, lo cual es imposible. Se le tiene que preguntar al niño o niña sorda si quiere usar el implante. Muchos dicen: “ni escucho y me duele la cabeza, me molesta, me hace sangrar”, expresa el estudiante de Antropología, arrugando la frente y cerrando los ojos, como muestra de desagrado.

Diego menciona el nombre del investigador Boris Fridman, lingüista ideólogo de la ENAH y activista en pro de la comunidad sorda en México. Fridman explica que se deben buscar sordos funcionales sin el implante, pues con el implante van a ser oyentes defectuosos (no recuperan la audición y les lastima el aparato), señalados como discapacitados, que políticamente quieren mantener y catalogar como inferiores.

Goyonechea coindice con Fridman en que se debe preguntar a las personas sordas si quieren usar implante o no, cómo quieren ser llamados y si son discapacitadas o no. Diego considera el uso adecuado del lenguaje como una premisa importante, y explica: “sordo con minúsculas se refiere a un adjetivo y Sordo con mayúsculas que pertenecen a la comunidad sorda”

Seña y Verbo: Teatro para Sordos

Actualmente Goyenechea realiza su servicio social en Seña y Verbo: Teatro para sordos, una compañía que abrió sus puertas el 25 de febrero de 1993, es decir, hace 26 años. Diego desempeña el trabajo de gestor cultural y es el asistente de Jesús Jiménez, director ejecutivo del proyecto.

Al estudiante de la ENAH no le agrada el término “discapacidad”, constantemente se pregunta si los sordos son discapacitados o tienen una discapacidad, “¿por qué pueden hacer teatro con todo lo que conlleva?”. En una ocasión lo acompañó al teatro su prima Eli, hija de sus tíos con sordera, y le preguntó asombrada si en verdad los actores eran sordos, entonces contestó con entusiasmo y reproche: “¡Claro! ¿Qué esperabas, que no lo hicieran bien?”

En Seña y Verbo participan actores sordos, brindan su trabajo al público en general y promueven la cultura y el arte para sordos. La también asociación artística y educativa vive una crisis por el advenimiento de la “Cuarta transformación”, ya que le recortaron el presupuesto.

Diego cursa el octavo semestre de Antropología en la ENAH, sigue trabajando en su tesis, cubre su servicio social, aún con tal carga de trabajo sonríe, se muestra entusiasta y dispuesto a la charla. Externa su alegría a través de su amplia sonrisa, de dientes disciplinados y blancos. El sol aún no cae, menos el entusiasmo de Diego, en la cafetería de la Biblioteca Vasconcelos danza el aire y refresca a los asistentes. Se marcha, camina con su mochila a la espalda, desciende hacia el metro Buenavista para dirigirse a la estación del metro Eugenia, cerca de donde vive con sus padres.







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