ENTRE RISAS Y CASAMIENTOS
Por Eduardo Patiño
Ciudad de México. (Aunam). En un soleado día de San Valentín, la Alameda, como siempre, se pintaba de rostros y de sonrisas. Los enamorados deambulaban casi sin rumbo entre los árboles y alrededor de la fuente. Al este, majestuosa, se observaba Bellas Artes, y un poco más adelante la estoica Torre Latinoamericana.
Mientras los transeúntes la rodeaban o se introducían en ella, era posible notar una pequeña congregación a su lado. En la calle Madero, las carcajadas llamaban la atención de todo aquél que pasase por ahí.
Se trataba de un improvisado registro civil, con un juez igualmente inusual. Las parejas se casaban, una tras otra, y parecían quedarse con ganas de volverlo a hacer. “Esperamos que no hayas venido contra tu voluntad”, le preguntó el juez al novio, y prosiguió con la ceremonia.
“Con el permiso de las santas autoridades divinas y militares, entre ellas el Peje…”, continuó, para después hacerle prometer al novio darle a su acompañante todas las contraseñas de sus redes sociales, sin chistar, así como cuidarle a sus bendiciones para que ella pueda salir de shopping.
A palabras de Alejandra, una de las organizadoras de tan peculiar evento, tanto ella como el juez forman parte de la Asociación de Artistas Urbanos, y se dedican a preparar distracciones en cada fecha especial, siendo este ya su segundo año. Agregó que todos los fines de semana suelen pasearse por Madero disfrazados, y así tomarse fotos con quien lo desee.
Era imposible no tomarle atención a los emocionados alaridos del público, debido a la feliz pareja que se acababa de casar. Como un último toque, la novia arrojaba el ramo a la siguiente en la fila, y así dar inicio a otro espectáculo más.
Si bien cada pareja reaccionaba distinto a las elocuencias del juez, ya sea apenándose o seguirle la corriente, todas y cada una de ellas concluían la feliz celebración como era debido: con un tierno beso de amor verdadero. Todos ellos deseosos, seguramente, de renovar sus votos el próximo año.
Ciudad de México. (Aunam). En un soleado día de San Valentín, la Alameda, como siempre, se pintaba de rostros y de sonrisas. Los enamorados deambulaban casi sin rumbo entre los árboles y alrededor de la fuente. Al este, majestuosa, se observaba Bellas Artes, y un poco más adelante la estoica Torre Latinoamericana.
Mientras los transeúntes la rodeaban o se introducían en ella, era posible notar una pequeña congregación a su lado. En la calle Madero, las carcajadas llamaban la atención de todo aquél que pasase por ahí.
Se trataba de un improvisado registro civil, con un juez igualmente inusual. Las parejas se casaban, una tras otra, y parecían quedarse con ganas de volverlo a hacer. “Esperamos que no hayas venido contra tu voluntad”, le preguntó el juez al novio, y prosiguió con la ceremonia.
“Con el permiso de las santas autoridades divinas y militares, entre ellas el Peje…”, continuó, para después hacerle prometer al novio darle a su acompañante todas las contraseñas de sus redes sociales, sin chistar, así como cuidarle a sus bendiciones para que ella pueda salir de shopping.
A palabras de Alejandra, una de las organizadoras de tan peculiar evento, tanto ella como el juez forman parte de la Asociación de Artistas Urbanos, y se dedican a preparar distracciones en cada fecha especial, siendo este ya su segundo año. Agregó que todos los fines de semana suelen pasearse por Madero disfrazados, y así tomarse fotos con quien lo desee.
Era imposible no tomarle atención a los emocionados alaridos del público, debido a la feliz pareja que se acababa de casar. Como un último toque, la novia arrojaba el ramo a la siguiente en la fila, y así dar inicio a otro espectáculo más.
Si bien cada pareja reaccionaba distinto a las elocuencias del juez, ya sea apenándose o seguirle la corriente, todas y cada una de ellas concluían la feliz celebración como era debido: con un tierno beso de amor verdadero. Todos ellos deseosos, seguramente, de renovar sus votos el próximo año.
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