SUEÑOS EN LA LÍNEA B
Por Alberto Valencia
Ciudad de México (Aunam). La gente lo usa primordialmente como transporte; para algunos es su lugar de trabajo a pesar de la represión de las autoridades; otros lo consideran su hogar. Todo tipo de cosas suceden ahí. Tantas escenas pintorescas se pueden observar: desde peleas que terminan en videos virales en la red, hasta gente que busca el amor entre andenes, vagones y transbordes. El metro es un gran anecdotario desde su inauguración en 1969.
Es hasta 1999 cuando se funda la primera parte de la Línea B y la segunda en el 2000. Es la línea con la más grande estructura, y de las pocas que tiene vista al exterior al salir de lo subterráneo.
El andén para esperar aquella ruta que va de Ciudad Azteca a Buenavista es pequeño; pocas veces se llena de gente (a excepción de horarios de labor como en la mañana y en la tarde) ya que son Tepito, San Lázaro y Oceanía las estaciones con más afluencia, y esto permite una circulación más rápida.
La línea B es especial, se destaca por lo multifacética que es al pasar por barrios populares como lo son Tepito y La Lagunilla, donde la gente puede ir a surtirse de todo tipo de mercancía; también con su terminal, Buenavista, da la primera entrada un pequeño mundo cultural: la Biblioteca Vasconcelos.
Pero hay algo que hace única a esta línea y es su capacidad de atraer soñadores, enamorados y bohemios que buscan perderse en extremos de la ciudad, en lugares alejados y con momentos esporádicos y efímeros.
Una muchacha espera en lo que parece ser la plataforma de transborde de la estación San Lázaro, aunque parece más una explanada por su magnitud. Ella anota en una libreta algunas cosas que la hacen sonreír de manera nerviosa; se nota impaciente; suspira y alza las manos para hacerle señas a un hombre mayor y así éste la identifique.
El hombre va vestido de manera casual: una camisa que no está fajada, pantalones de mezclilla y tenis. Es un ligero contraste a comparación de su compañera, pues ella lleva puesto un vestido floreado y zapatos de piso: es notorio que tomó un tiempo considerable para acicalarse, pues su pulcro peinado recogido y su maquillaje lo denotan.
La magnitud del recinto produce un sentimiento extraño de tristeza: como si lo imponente del tamaño de aquellos muros y el escenario de la ciudad que muestran fuesen agente catalizador para un remolino de sentimientos; un coctel de pensamientos sobre la pequeñez del ser humano, las ganas de querer comerse todo el mundo en la juventud, y el recuerdo de las ilusiones perdidas y las palabras fútiles que rememora algún viejo por ahí.
Es viernes por la tarde y está casi vacía la plataforma. El hombre toma la mano de la muchacha y con amabilidad la posa sobre su brazo y la conduce a la salida. Mientras caminan, ella besa su mejilla y ambos sonríen. “¿A dónde quieres ir?”, le pregunta él y ella responde “no sé, sólo quiero pasear contigo. Me gustaría leerte unas cosas que escribí para ti”.
La línea B ofrece placeres baratos. Con su ayuda, es posible conocer lugares mágicos con unos pocos pesos en la bolsa. Si uno es asiduo a la lectura, puede pasar una tarde entre todos los mundos posibles en la ya mencionada biblioteca que tiene toda variedad de libros en su vasto acervo; es posible también disfrutar una tarde en el Deportivo Oceanía.
De igual manera, para aquellos pocos que disfrutan de la soledad. Es relajante el hecho de sentarse en un lugar apartado y con los audífonos puestos con una música tranquila para ver el paisaje por la ventana. Muchas reflexiones sobre el amor, la vida y otras bagatelas se podrán realizar así, aunque tenga el costo de pasarse de la estación deseada al quedarse uno enfrascado.
Así pasa la vida en aquella línea: gente que regresa del trabajo, gente que apenas va. Un grupo de amigos se despide en la estación Oceanía, ya es noche. La adrenalina que produce salir de fiesta y disfrutar de la libertad se ve amainada al momento de pasar los torniquetes. Todos se separan y algunos salen, otros van a la línea verde y uno se queda mirándolos y se dirige hacia Ciudad Azteca.
El joven mira la ventana y observa las luces que ya encienden por la oscuridad que trae consigo la fase posterior al crepúsculo y recarga su cabeza en la ventana. Parece ser más sensible que los demás muchachos de su edad, y esta inferencia queda confirmada con una tierna, pero cruel escena.
Un niño descalzo le pide dinero al joven; es su última esperanza luego de ser ignorado por los demás pasajeros del vagón. Al recibir una moneda de parte del muchacho, él le da una estampa desgastada que tiene un corazón. Esto provoca el llanto inmediato del muchacho que decide cubrir su cara y esperar a que el metro se detenga en su destino.
Ya en unas horas finalizará la jornada y el metro cerrará sus puertas. Pasó un días más de sueños en la Línea B, pero ¿qué tipo de sueños? Algunos arrancados salvajemente de las pequeñas mentes que los elucubran, otros volátiles que se quedan atrapadas en las escaleras eléctricas y pocos, muy pocos que se ven cumplidos entre sus paredes; tan sólo para comenzar todo de nuevo al amanecer.
Ciudad de México (Aunam). La gente lo usa primordialmente como transporte; para algunos es su lugar de trabajo a pesar de la represión de las autoridades; otros lo consideran su hogar. Todo tipo de cosas suceden ahí. Tantas escenas pintorescas se pueden observar: desde peleas que terminan en videos virales en la red, hasta gente que busca el amor entre andenes, vagones y transbordes. El metro es un gran anecdotario desde su inauguración en 1969.
Es hasta 1999 cuando se funda la primera parte de la Línea B y la segunda en el 2000. Es la línea con la más grande estructura, y de las pocas que tiene vista al exterior al salir de lo subterráneo.
El andén para esperar aquella ruta que va de Ciudad Azteca a Buenavista es pequeño; pocas veces se llena de gente (a excepción de horarios de labor como en la mañana y en la tarde) ya que son Tepito, San Lázaro y Oceanía las estaciones con más afluencia, y esto permite una circulación más rápida.
La línea B es especial, se destaca por lo multifacética que es al pasar por barrios populares como lo son Tepito y La Lagunilla, donde la gente puede ir a surtirse de todo tipo de mercancía; también con su terminal, Buenavista, da la primera entrada un pequeño mundo cultural: la Biblioteca Vasconcelos.
Pero hay algo que hace única a esta línea y es su capacidad de atraer soñadores, enamorados y bohemios que buscan perderse en extremos de la ciudad, en lugares alejados y con momentos esporádicos y efímeros.
Una muchacha espera en lo que parece ser la plataforma de transborde de la estación San Lázaro, aunque parece más una explanada por su magnitud. Ella anota en una libreta algunas cosas que la hacen sonreír de manera nerviosa; se nota impaciente; suspira y alza las manos para hacerle señas a un hombre mayor y así éste la identifique.
El hombre va vestido de manera casual: una camisa que no está fajada, pantalones de mezclilla y tenis. Es un ligero contraste a comparación de su compañera, pues ella lleva puesto un vestido floreado y zapatos de piso: es notorio que tomó un tiempo considerable para acicalarse, pues su pulcro peinado recogido y su maquillaje lo denotan.
La magnitud del recinto produce un sentimiento extraño de tristeza: como si lo imponente del tamaño de aquellos muros y el escenario de la ciudad que muestran fuesen agente catalizador para un remolino de sentimientos; un coctel de pensamientos sobre la pequeñez del ser humano, las ganas de querer comerse todo el mundo en la juventud, y el recuerdo de las ilusiones perdidas y las palabras fútiles que rememora algún viejo por ahí.
Es viernes por la tarde y está casi vacía la plataforma. El hombre toma la mano de la muchacha y con amabilidad la posa sobre su brazo y la conduce a la salida. Mientras caminan, ella besa su mejilla y ambos sonríen. “¿A dónde quieres ir?”, le pregunta él y ella responde “no sé, sólo quiero pasear contigo. Me gustaría leerte unas cosas que escribí para ti”.
La línea B ofrece placeres baratos. Con su ayuda, es posible conocer lugares mágicos con unos pocos pesos en la bolsa. Si uno es asiduo a la lectura, puede pasar una tarde entre todos los mundos posibles en la ya mencionada biblioteca que tiene toda variedad de libros en su vasto acervo; es posible también disfrutar una tarde en el Deportivo Oceanía.
De igual manera, para aquellos pocos que disfrutan de la soledad. Es relajante el hecho de sentarse en un lugar apartado y con los audífonos puestos con una música tranquila para ver el paisaje por la ventana. Muchas reflexiones sobre el amor, la vida y otras bagatelas se podrán realizar así, aunque tenga el costo de pasarse de la estación deseada al quedarse uno enfrascado.
Así pasa la vida en aquella línea: gente que regresa del trabajo, gente que apenas va. Un grupo de amigos se despide en la estación Oceanía, ya es noche. La adrenalina que produce salir de fiesta y disfrutar de la libertad se ve amainada al momento de pasar los torniquetes. Todos se separan y algunos salen, otros van a la línea verde y uno se queda mirándolos y se dirige hacia Ciudad Azteca.
El joven mira la ventana y observa las luces que ya encienden por la oscuridad que trae consigo la fase posterior al crepúsculo y recarga su cabeza en la ventana. Parece ser más sensible que los demás muchachos de su edad, y esta inferencia queda confirmada con una tierna, pero cruel escena.
Un niño descalzo le pide dinero al joven; es su última esperanza luego de ser ignorado por los demás pasajeros del vagón. Al recibir una moneda de parte del muchacho, él le da una estampa desgastada que tiene un corazón. Esto provoca el llanto inmediato del muchacho que decide cubrir su cara y esperar a que el metro se detenga en su destino.
Ya en unas horas finalizará la jornada y el metro cerrará sus puertas. Pasó un días más de sueños en la Línea B, pero ¿qué tipo de sueños? Algunos arrancados salvajemente de las pequeñas mentes que los elucubran, otros volátiles que se quedan atrapadas en las escaleras eléctricas y pocos, muy pocos que se ven cumplidos entre sus paredes; tan sólo para comenzar todo de nuevo al amanecer.
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