FRONTERA INVISIBLE: EL TREN SUBURBANO

Por Fernanda Palacios
Ciudad de México, (Aunam). Inaugurado en 2008 durante la presidencia de Felipe Calderón, el Tren Suburbano fue en su momento uno de los mayores avances para el Estado de México porque disminuiría las emisiones contaminantes de la zona, además de reducir el tiempo de traslado de muchos pasajeros de 2 horas y media a 25 minutos.


Este tren cumple una función fronteriza para los que van del Edomex a la Ciudad de México y viceversa y desde allí se puede observar a las personas que buscan alcanzar la frontera norte, con la intención de llegar a Estados Unidos.

“Con todo respeto, ¿no tendrá una moneda de su país? Soy hondureño y no me dan trabajo”, dicen los individuos de piel morena, en un acento distinto al mexicano, que se pasean por los alrededor de la estación Lechería del tren suburbano. Cierran su puño y lo dirigen a su boca, repetidamente, mientras buscan algo de dinero. Muchas personas se pasan de largo, volviéndolos invisibles; otros pocos les ayudan y ofrecen una cálida sonrisa.

La colonia Lechería, en el municipio de Tultitlán, se ha hecho famosa por las decenas de migrantes que pasan por allí a diario, buscando comida o agua en las casas que ahí se encuentran.

Hace seis años, el 9 de julio de 2012, el albergue para migrantes que estaba en la calle Cerrada de la Cruz fue cerrado para ser reubicado en el barrio de Bartolo, en Huehuetoca. Desde entonces, algunos migrantes deambulan por las calles de la colonia que solía albergar este centro.

Al entrar a la estación Lechería se encuentran filas con más de 20 migrantes que esperan su turno para recargar la tarjeta o a que les aprueben su pasaporte. Muchos de ellos no saben usar la máquina, por lo que se tardan de un minuto a tres en descubrir qué hacer. Sólo aprietan los botones y leen cada indicación presentada por el aparato. Detrás de ellos se observan a muchos bailando de un lado a otro, moviendo las manos y revisando su reloj o celular para checar la hora.

Al pasar por el torniquete, se desliza la tarjeta y suena el “bip”, la señal de que puedes entrar y bajar las escaleras para dirigirte al andén. Los pasajeros caminan rápido y a grandes zancadas y al llegar a la parte de abajo se van posicionando, como hormigas, al lado de la línea amarrilla para después subir el tren.

Al lado de las vías del suburbano se encuentran los rieles del tren apodado “La Bestia”, que viene de Tierra Blanca, Veracruz. Muchas veces los dos trenes avanzan a la par, pero uno de los dos se va más lejos que el otro. Todas las personas que esperan allí miran cómo la máquina se aproxima, con una intensa luz al frente, que por un segundo cega la vista y después asusta con su pitido a unos cuantos despistados que revisaban notificaciones en el teléfono.

“La Bestia” hace vibrar el piso con sus pesados vagones, incluso hay personas que se paran más atrás de la línea amarilla. Los cajones del tren, que son tantos que tardan minutos en irse por completo, son de color negro y rojo oxidado y tienen grabado el nombre de Ferromex al costado.

Pero lo que más resalta sobre todo lo demás es la persona que va allí parada, en un pedazo de suelo entre un cajón y otro. Lleva una gorra y una sudadera azul descolorido, sus pantalones están sucios y da la espalda a los pasajeros del tren suburbano. “La Bestia”, mientras avanza, lo lleva en su regazo.

Al perderse en el paisaje, llega un segundo pitido, esto indica que el suburbano se acerca, pasa por toda la hilera de personas y se detiene. Abre sus puertas y se libera el calor que emanan los humanos que están adentro. Salen unas cuantas personas, entran otras más. El “tin, tin, tin” de las puertas se escucha y las puertas se cierran.
Del otro lado de la ventana muchas casas –o edificios que intentan serlo, con techos de lámina y paredes de madera–, son de un solo piso y en sus cristales no hay cortinas, sino bolsas negras de hule. Las vías de “La Bestia” se extienden a las puertas de estos hogares, junto al polvo y los nopales crecientes.

Este es el ambiente que miles de migrantes, llamados por el sueño americano, viven en el suelo de un tren, en el que soportan hambre, frío, violencia y abuso y lidian con el riesgo de muerte que los persigue con cada paso que dan.

Organismos como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) destacan los robos, asesinatos y extorsiones que sufren los migrantes y sugieren que existan más políticas públicas que apoyen la causa de estas personas.


El tren avanza un poco más y en el camino aparecen pequeñas construcciones de cemento y ladrillo que aún no están terminadas. El pasto de esos lugares se encuentra amarillento y lleno de basura. Siguiendo los rieles se ve un establecimiento al que llegan los cajones de “La Bestia”, estos tienen encima muchas veces que vuelan y se posan allí.

En ellos se distinguen distintas marcas de proveedores a través de sus colores como el gris, rojo, amarillo, azul y verde: se lee GATX, China Shipping, Maersk, Cosco, Ferromex, entre otros. A eso hay que agregar las pinturas callejeras que ya tienen encima y que cubren, con letras e iniciales, gran parte de los cajones.

Se aproxima el túnel por el que tiene que pasar el tren para llegar a la siguiente estación (San Rafael) y todo se oscurece. Atrás quedan las casas, cajones y migrantes durante cinco segundos. Ese breve momento es suficiente para percatarse de la indiferencia de los demás sujetos a la vista.

La mayoría de los pasajeros se encuentra absorto en sus celulares, usan aplicaciones como WhatsApp y Facebook, revisan notificaciones, responden mensajería, escuchan música y no se preocupan por otra cosa que no sea dejar de estar conectado. Los que lograron sentarse duermen, otros se levantan porque han llegado a la estación en donde deben bajarse.

Siguiente estación, Tlalnepantla, “Tin, tin, tin”, se cierra la puerta y gobierna el silencio, solamente se escuchan los televisores instalados en las esquinas de los vagones, se proyecta un anuncio para los fumadores en contra del narcótico y después aparece una propaganda sobre el Salario Rosa, iniciativa del gobernador Alfredo del Mazo.

Al llegar a Fortuna baja aproximadamente la mitad de usuarios, por el trasbordo a la línea roja del metro. Ellos son los que no terminan el recorrido, pero han cruzado a la Ciudad de México.

Los que quedan llegan a Buenavista, la última de las siete estaciones. La robótica voz anuncia que han cruzado la frontera para llegar a la ciudad. 20 minutos es el tiempo que invirtieron, pero aún hay muchos que no logran cruzar otras fronteras. Comienza de nuevo la revisión de tarjetas, oficialmente estas en la ciudad.

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