LA VIDA DE UN HOMBRE DE FE
Por Jehieli Blanco Loyo
Ciudad de México, (Aunam). Antes de abrir la puerta de una oficina no tan espaciosa, y a unos cuantos metros de distancia, se pueden escuchar las teclas de una máquina de escribir imprimiendo caracteres sobre una hoja de papel. Al entrar se ven varios libreros que contienen aproximadamente 300 libros, fotografías, mapas geográficos y juguetes. En el centro del lugar, y detrás de un escritorio, se encuentra sentado en una silla de piel con su mirada fija en la mecanografía, el señor Efraín Loyo Fernández.
El tiempo es oro. Don Efraín (que así prefiere ser llamado) tiene el tiempo medido para volver a estudiar el sermón del domingo por la mañana. Va directo a su biografía: nació en Orizaba, Veracruz en 1939. Hijo de padres separados, por problemas en casa, a una corta edad de 10 años se muda con otro de sus familiares a un rancho en Orizaba, donde comenzó a trabajar y a descubrir su pasión por varias actividades como la charrería, la construcción y los deportes.
Su adolescencia cambió radicalmente cuando a los 15 años decide irse a vivir a la Ciudad de México. Tuvo oportunidades en cuanto al tema del fútbol al participar como portero de segunda división, al grado de conseguir entrenar con las reservas del América.
Su vida en la ciudad transcurrió principalmente en un barrio cercano al mercado de Jamaica en donde comenzó a aprender cómo defenderse por sí solo; esto lo orilló a incursionar en el mundo del boxeo.
“Cuando me vengo para acá (a la Ciudad de México), me encuentro con puro muchachito que buscaba la brava con otros. Entonces me metí a entrenar y aprender del box; no fui profesional, pero sí gané varias peleas. La competencia que más recuerdo fue por ‘Los Guantes de Oro’, pues semanas antes de la pelea, me lastimé en el trabajo y perdí por default contra un contrincante al que ya había derrotado”.
Pero la tristeza de la derrota no duró mucho pues años después conoció a su esposa, Yolanda Pérez Martínez, con quien lleva casado 58 años. Originaria también de Orizaba, Yolanda empezó a tratar a su esposo hasta que ambos empezaron a residir en la Ciudad de México.
Don Efraín baja la mirada y observa, en su escritorio de cristal, las más de 50 fotografías de sus familiares, de todos los tamaños y de distintas épocas.
“Fue bonito el comenzar a formar una familia porque, aunque no teníamos mucho dinero, tuvimos a nuestros siete muchachos y yo creo que nunca les falto lo necesario. Luego tuvimos la oportunidad de comprar un terrenito en abonos y empezamos a fincar con la esperanza de que algún día nuestros hijos tuvieran algo. Este lugar no es muy grande o lujoso, pero es una casa donde fueron felices cuando vivieron aquí antes de casarse”.
Efraín Loyo puede percibir los cambios entre aquellos años y la situación actual del país, pues considera que en las décadas anteriores existía un México con más seguridad, uno donde rendía más el dinero.
“Yo veo una diferencia muy grande. Hoy te para un policía para sacarte lo que pueda a como dé lugar y antes los pocos robos que se oían se trataban de chiquillos que no tenían centavos para comer y solo te sacaban el dinero, pero ni te dabas cuenta; ahora, hasta con cuchillo y pistola”.
La pailería para las nuevas generaciones
Sobre su vida en la pailería, el oficio al que se dedicó, menciona que tuvo estudios en dibujo técnico, pero Don Efraín, por su cuenta, tomaba la iniciativa de conseguir libros, inclusive de Estados Unidos, que le ayudaran a aprender o realizar mejor el trabajo que ejercía.
“Parte de mi vida la pase en el oficio de la pailería, que es la construcción de grandes torres para electricidad que utilizaba la disuelta Compañía de Luz y Fuerza (LyFC), hoy la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Trabajé en la elaboración de calderas para almacenar el líquido que queman las maquinas en las termoeléctricas. Soldé, armé y realicé trazos durante más de 25 años”.
Efraín relata que, al comenzar a trabajar, su puesto era el de peón, por el que cobraba por jornada y desarrollaba tareas simples, pero en el transcurso de los años, alcanzó el cargo de sobrestante general, quien es el encargado de verificar que se ejecuten los trabajos de acuerdo a las directivas del arquitecto y también controla que los materiales utilizados sean los adecuados.
En sus últimos años en la Compañía de Luz y Fuerza Don Efraín creó, junto con otros compañeros, una escuela para enseñar la pailería a las personas interesadas en este oficio. En particular él se encargaba de impartir la enseñanza de colocación de grandes estructuras en el campo, dejando atrás el escritorio y logrando que los ingenieros salieran a construir grandes estructuras en cerros y montañas.
“Para aprender se tenía y se tiene que estar fuera de la oficina, y más en la práctica del oficio, en el campo”.
Con gran orgullo Don Efraín menciona que le otorgaron cinco años de trabajo para que pudiera jubilarse antes de tiempo.
“Me regalaron cinco años de los 30 que, por ley, se tienen que cumplir para ser jubilado, gracias a que tuve un buen comportamiento y una asistencia completa”.
Forjando su fe
Don Efraín recuerda que, cuatro años antes de jubilarse, su vida cambio gracias a que conoció a Dios, lo cual le ha dejado grandes lecciones.
“Cuando a mí me hablaron de Dios, yo no creía ni me interesaba el tema, mi esposa en cambio comenzaba a leer la Biblia, la que yo llamaba ‘El Libro Negro’. Ella quería persuadirme de hacer lo mismo y eso en parte me molestaba, a tal grado de querer abandonar a mi familia e irme a trabajar fuera del país”.
Una vez que había preparado todo para marcharse, quiso acudir antes a la Iglesia para comprobar todas las mentiras que decían y de esta forma tener las armas para defenderse frente a sus hijos ante cualquier reproche que le hicieran después de su partida.
“Asistí una vez a aquel lugar antes de irme y yo traía un dolor muy fuerte en el cerebro que había sido provocado, con el paso de los años, por los golpes del box. De repente comencé a prestar atención a lo que decían sobre el amor de Dios. Pasó un largo rato y escuché varias canciones que estaban entonando y, cuando me di cuenta, ya estaba llorando”.
Por alguna razón, las ofertas de trabajo que tenía en otros lugares de la República Mexicana no se pudieron concretar. La única alternativa era una propuesta en la ciudad, situación que lo orilló a quedarse.
“Después que me quedé, me entró la curiosidad de ir a la iglesia y conocer más. Comencé a experimentar la sanidad y el poder de Dios, pues recuerdo que un día me invadió un dolor en el cerebro que no me cesaba con nada y varios de los congregantes fueron a orar por mí. ‘Señor si tu existes, sáname o ya llévame’, yo le dije”.
Varios son los testimonios que comparte Don Efraín en los cuales su voz, aunque entrecortada, toma más fuerza y volumen. Cada experiencia, cuenta, lo ha ayudado a formar una fe en Dios cada vez más sólida y a experimentar una vida en la que, a pesar de los problemas que enfrente, aprende a tener gozo, paz y alegría.
Un nuevo inicio como pastor
“Nace en mi un anhelo por servir a Dios y entonces comienzo a estudiar, mientras sigo trabajando, en un instituto bíblico”, platica Don Efraín. Una vez concluido ese estudio levanta, en 1990, junto con otros compañeros su primera iglesia en Amecameca, un municipio localizado en las faldas de la Sierra Nevada, lugar de entrada para visitar los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl.
El oriundo de Veracruz se acomoda en su asiento y con gran ánimo comienza a narrar la historia de su iglesia.
“Un día que visitaba a un amigo, entré a una casa muy chiquita, donde había como seis personas cantando; ese día el pastor estaba dando la noticia de que tenía que dejar la iglesia, pero esperaba que alguien pudiera continuar con la misión en ese lugar. Al estar yo ahí, me preguntó si quería colaborar ahí y pues decidí aceptar. Con el paso del tiempo conseguimos un terrenito y la iglesia fue creciendo poco a poco, con poco dinerito y pocas personas, pero logramos diseñar y construir una nueva iglesia”.
Con 26 años como pastor, Don Efraín menciona que ha contado con el apoyo y reconocimiento por parte de las autoridades del municipio de Amecameca, en parte porque la gente se siente bendecida y restaurada en lugares como estos.
“Hay muchas experiencias en este lugar. Hay mucha necesidad en las personas, tanto físicas como espirituales, pero se busca que aquí se encuentren con Dios y sus promesas; que sepan que no somos nosotros como humanos quienes podemos ayudarlos pues solo somos instrumentos. Solo Dios puede”.
El pastor menciona que, aunque ahora todas sus energías se centran en esta responsabilidad, también le gusta hacer reparaciones en el hogar o construir artefactos de metal para el uso doméstico.
Su vida la concentra en la palabra fe, definiendo ésta como la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve. “La fe no hace sencillas las cosas, las hace posibles”, declara.
Son las cinco de la mañana y la luz de esa oficina se vuelve a prender. No basta con tener 78 años, la fortaleza sigue estando en su semblante. Don Efraín espera seguir siendo ejemplo y dejar un buen testimonio para los que lo conocen, para que aprendan a valorar las cosas, ser obedientes y, sobre, todo nunca desistir de seguir a Dios.
Ciudad de México, (Aunam). Antes de abrir la puerta de una oficina no tan espaciosa, y a unos cuantos metros de distancia, se pueden escuchar las teclas de una máquina de escribir imprimiendo caracteres sobre una hoja de papel. Al entrar se ven varios libreros que contienen aproximadamente 300 libros, fotografías, mapas geográficos y juguetes. En el centro del lugar, y detrás de un escritorio, se encuentra sentado en una silla de piel con su mirada fija en la mecanografía, el señor Efraín Loyo Fernández.
El tiempo es oro. Don Efraín (que así prefiere ser llamado) tiene el tiempo medido para volver a estudiar el sermón del domingo por la mañana. Va directo a su biografía: nació en Orizaba, Veracruz en 1939. Hijo de padres separados, por problemas en casa, a una corta edad de 10 años se muda con otro de sus familiares a un rancho en Orizaba, donde comenzó a trabajar y a descubrir su pasión por varias actividades como la charrería, la construcción y los deportes.
Su adolescencia cambió radicalmente cuando a los 15 años decide irse a vivir a la Ciudad de México. Tuvo oportunidades en cuanto al tema del fútbol al participar como portero de segunda división, al grado de conseguir entrenar con las reservas del América.
Su vida en la ciudad transcurrió principalmente en un barrio cercano al mercado de Jamaica en donde comenzó a aprender cómo defenderse por sí solo; esto lo orilló a incursionar en el mundo del boxeo.
“Cuando me vengo para acá (a la Ciudad de México), me encuentro con puro muchachito que buscaba la brava con otros. Entonces me metí a entrenar y aprender del box; no fui profesional, pero sí gané varias peleas. La competencia que más recuerdo fue por ‘Los Guantes de Oro’, pues semanas antes de la pelea, me lastimé en el trabajo y perdí por default contra un contrincante al que ya había derrotado”.
Pero la tristeza de la derrota no duró mucho pues años después conoció a su esposa, Yolanda Pérez Martínez, con quien lleva casado 58 años. Originaria también de Orizaba, Yolanda empezó a tratar a su esposo hasta que ambos empezaron a residir en la Ciudad de México.
Don Efraín baja la mirada y observa, en su escritorio de cristal, las más de 50 fotografías de sus familiares, de todos los tamaños y de distintas épocas.
“Fue bonito el comenzar a formar una familia porque, aunque no teníamos mucho dinero, tuvimos a nuestros siete muchachos y yo creo que nunca les falto lo necesario. Luego tuvimos la oportunidad de comprar un terrenito en abonos y empezamos a fincar con la esperanza de que algún día nuestros hijos tuvieran algo. Este lugar no es muy grande o lujoso, pero es una casa donde fueron felices cuando vivieron aquí antes de casarse”.
Efraín Loyo puede percibir los cambios entre aquellos años y la situación actual del país, pues considera que en las décadas anteriores existía un México con más seguridad, uno donde rendía más el dinero.
“Yo veo una diferencia muy grande. Hoy te para un policía para sacarte lo que pueda a como dé lugar y antes los pocos robos que se oían se trataban de chiquillos que no tenían centavos para comer y solo te sacaban el dinero, pero ni te dabas cuenta; ahora, hasta con cuchillo y pistola”.
La pailería para las nuevas generaciones
Sobre su vida en la pailería, el oficio al que se dedicó, menciona que tuvo estudios en dibujo técnico, pero Don Efraín, por su cuenta, tomaba la iniciativa de conseguir libros, inclusive de Estados Unidos, que le ayudaran a aprender o realizar mejor el trabajo que ejercía.
“Parte de mi vida la pase en el oficio de la pailería, que es la construcción de grandes torres para electricidad que utilizaba la disuelta Compañía de Luz y Fuerza (LyFC), hoy la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Trabajé en la elaboración de calderas para almacenar el líquido que queman las maquinas en las termoeléctricas. Soldé, armé y realicé trazos durante más de 25 años”.
Efraín relata que, al comenzar a trabajar, su puesto era el de peón, por el que cobraba por jornada y desarrollaba tareas simples, pero en el transcurso de los años, alcanzó el cargo de sobrestante general, quien es el encargado de verificar que se ejecuten los trabajos de acuerdo a las directivas del arquitecto y también controla que los materiales utilizados sean los adecuados.
En sus últimos años en la Compañía de Luz y Fuerza Don Efraín creó, junto con otros compañeros, una escuela para enseñar la pailería a las personas interesadas en este oficio. En particular él se encargaba de impartir la enseñanza de colocación de grandes estructuras en el campo, dejando atrás el escritorio y logrando que los ingenieros salieran a construir grandes estructuras en cerros y montañas.
“Para aprender se tenía y se tiene que estar fuera de la oficina, y más en la práctica del oficio, en el campo”.
Con gran orgullo Don Efraín menciona que le otorgaron cinco años de trabajo para que pudiera jubilarse antes de tiempo.
“Me regalaron cinco años de los 30 que, por ley, se tienen que cumplir para ser jubilado, gracias a que tuve un buen comportamiento y una asistencia completa”.
Forjando su fe
Don Efraín recuerda que, cuatro años antes de jubilarse, su vida cambio gracias a que conoció a Dios, lo cual le ha dejado grandes lecciones.
“Cuando a mí me hablaron de Dios, yo no creía ni me interesaba el tema, mi esposa en cambio comenzaba a leer la Biblia, la que yo llamaba ‘El Libro Negro’. Ella quería persuadirme de hacer lo mismo y eso en parte me molestaba, a tal grado de querer abandonar a mi familia e irme a trabajar fuera del país”.
Una vez que había preparado todo para marcharse, quiso acudir antes a la Iglesia para comprobar todas las mentiras que decían y de esta forma tener las armas para defenderse frente a sus hijos ante cualquier reproche que le hicieran después de su partida.
“Asistí una vez a aquel lugar antes de irme y yo traía un dolor muy fuerte en el cerebro que había sido provocado, con el paso de los años, por los golpes del box. De repente comencé a prestar atención a lo que decían sobre el amor de Dios. Pasó un largo rato y escuché varias canciones que estaban entonando y, cuando me di cuenta, ya estaba llorando”.
Por alguna razón, las ofertas de trabajo que tenía en otros lugares de la República Mexicana no se pudieron concretar. La única alternativa era una propuesta en la ciudad, situación que lo orilló a quedarse.
“Después que me quedé, me entró la curiosidad de ir a la iglesia y conocer más. Comencé a experimentar la sanidad y el poder de Dios, pues recuerdo que un día me invadió un dolor en el cerebro que no me cesaba con nada y varios de los congregantes fueron a orar por mí. ‘Señor si tu existes, sáname o ya llévame’, yo le dije”.
Varios son los testimonios que comparte Don Efraín en los cuales su voz, aunque entrecortada, toma más fuerza y volumen. Cada experiencia, cuenta, lo ha ayudado a formar una fe en Dios cada vez más sólida y a experimentar una vida en la que, a pesar de los problemas que enfrente, aprende a tener gozo, paz y alegría.
Un nuevo inicio como pastor
“Nace en mi un anhelo por servir a Dios y entonces comienzo a estudiar, mientras sigo trabajando, en un instituto bíblico”, platica Don Efraín. Una vez concluido ese estudio levanta, en 1990, junto con otros compañeros su primera iglesia en Amecameca, un municipio localizado en las faldas de la Sierra Nevada, lugar de entrada para visitar los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl.
El oriundo de Veracruz se acomoda en su asiento y con gran ánimo comienza a narrar la historia de su iglesia.
“Un día que visitaba a un amigo, entré a una casa muy chiquita, donde había como seis personas cantando; ese día el pastor estaba dando la noticia de que tenía que dejar la iglesia, pero esperaba que alguien pudiera continuar con la misión en ese lugar. Al estar yo ahí, me preguntó si quería colaborar ahí y pues decidí aceptar. Con el paso del tiempo conseguimos un terrenito y la iglesia fue creciendo poco a poco, con poco dinerito y pocas personas, pero logramos diseñar y construir una nueva iglesia”.
Con 26 años como pastor, Don Efraín menciona que ha contado con el apoyo y reconocimiento por parte de las autoridades del municipio de Amecameca, en parte porque la gente se siente bendecida y restaurada en lugares como estos.
“Hay muchas experiencias en este lugar. Hay mucha necesidad en las personas, tanto físicas como espirituales, pero se busca que aquí se encuentren con Dios y sus promesas; que sepan que no somos nosotros como humanos quienes podemos ayudarlos pues solo somos instrumentos. Solo Dios puede”.
El pastor menciona que, aunque ahora todas sus energías se centran en esta responsabilidad, también le gusta hacer reparaciones en el hogar o construir artefactos de metal para el uso doméstico.
Su vida la concentra en la palabra fe, definiendo ésta como la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve. “La fe no hace sencillas las cosas, las hace posibles”, declara.
Son las cinco de la mañana y la luz de esa oficina se vuelve a prender. No basta con tener 78 años, la fortaleza sigue estando en su semblante. Don Efraín espera seguir siendo ejemplo y dejar un buen testimonio para los que lo conocen, para que aprendan a valorar las cosas, ser obedientes y, sobre, todo nunca desistir de seguir a Dios.
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