PERIODISMO SOBRE LAS OLAS

Por Ollin Velasco
México (Aunam). Las pláticas desviadas del tema original son bellísimas, cuando el rumbo de la conversación se pierde en mares insondables. Marco Aurelio Carballo logró que la charla sostenida con una treintena de alumnos de la UNAM llegara sin contratiempos hasta las aguas del periodismo, o un poco más lejos…

La idea original era hablar del uso de los nuevos y revolucionarios medios tecnológicos y su aplicación en el ámbito de la información. Sin embargo, bastaron unas cuantas manos alzadas, empuñando preguntas sobre la vida y experiencia del periodista, para que la ruta inicial fuera modificada.

En la biografía de este hombre, irremediablemente enamorado de las letras y oriundo de Tapachula (Chiapas), hay un antes y un después a partir de la lectura y la pluma bien asida. “Me adentré en el mundo literario desde chico, porque en Chiapas llueve seis meses y hace un calor endiablado los otros seis. Algo tenía que hacer con mi tiempo.”

Aquellas primeras experiencias abonaron una carrera en la que se contabiliza una buena ración de cuentos, crónicas, una autobiografía mínima, novelas y textos periodísticos, que a Carballo le han valido la condecoración (en más de una ocasión) con el Premio Nacional de Periodismo.

Tocado este último tópico, se encendieron de nuevo los ánimos: brotaron más interrogantes. La atmósfera, mucho más relajada, incluso alentó una que otra confesión.

Carballo guió el barco sobre olas ya no tan apacibles. Contó que salió de Chiapas, brincó a Torreón y terminó en el DF; que inició en el Diario de México, pasó por El Sol, El Heraldo, el legendario Excélsior y el mítico Unomásuno. Respecto del último, comentó: “estuve allí por tres años, pero salí porque me peleé con el director. Becerra Acosta era más paranoico que yo. Pensó que me quería quedar con el diario.” El recuerdo de días en sepia, iluminó su mirada.

Más allá de las anécdotas, el periodista reflejó que la pasión y entrega con que aún vive su oficio, es cercana a la que se profesa por una religión. La diferencia radica en que, en vez de rezar, él redacta: “Escribo tres o cuatro veces al día. Por lo general, antes de cada comida.” Resultaba imposible ver sus manos sin imaginar su debilidad ante cuanto teclado o página en blanco se le pusiera enfrente.

Pasada la hora y media, la conversación encalló en un lugar en el que, después de saberlo corresponsal en la guerrilla de Nicaragua de los setentas, partícipe de convivencias inigualables en redacciones de antaño y creador de mundos en que morir de periodismo vale la pena, la ocasión sería un desperdicio si se hubiera ido sin lanzar algún consejo al aire.

Pronto, decenas de bolígrafos se pusieron en la línea de salida: “Para el periodista está prohibida la timidez, el no puedo, el no sé. Tienen que estar convencidos de querer hacer esto, porque no es nada fácil.” Reparó en que hoy es más sencillo poner a prueba la vocación. “Reportear en tiempo de los zetas es un desafío que se libra día a día.”

En fin… Todo comenzó porque, supuestamente, Carballo hablaría de nuevas tecnologías, medios electrónicos y perspectivas del periodismo. Quizá fue sólo el pretexto. Como sea: que suerte perderse así.





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