SER CHAFIRETE ES UNA CHAMBA BIEN CHONCHA
Por Yessica Gómez
Ciudad de México (Aunam). “Es una chamba bien pesada, hay que estar todo el día en el volante para sacar unos 600 pesos de ganancia, pero, si te va mal, hay días en los que sacas 100 o de plano nada” comenta Carlos Armando, chofer de microbús por 6 años, quien, para sacar su ganancia tiene que hacer entre cuatro y cinco vueltas de tres horas cada una.
Detrás de los estereotipos del chofer naco, mal hablado, que escucha cumbias sonideras, tunea su camión, avienta piropos a las mujeres y frena bruscamente existen determinadas condiciones laborales que hacen de este oficio uno de los más estresantes y mal pagados en la Ciudad de México.
De acuerdo con datos de la Secretaría de Movilidad de la Ciudad de México (Semovi) el parque vehicular de autobuses es de 47,780 y se trata de uno de los medios de transporte más utilizados en la capital, pues representa el 83% de los vehículos de transporte de pasajeros. Además de ser uno de los de mayor tradición.
Los choferes que operan los autobuses en las más de 2000 rutas registradas en la Semovi deben de gozar de los derechos que establece la Ley Federal del Trabajo: jornadas laborales de máximo ocho horas, salario superior al mínimo, periodo vacacional con goce de sueldo, seguro médico, derecho a tener un contrato, derecho a contar con un descanso de, por lo menos, media hora, un día de descanso por cada seis laborados, entre otras disposiciones generales.
Además, el capítulo VI de la Ley Federal del trabajo reglamenta la actividad laboral de los trabajadores de autotransportes, entre ellos, los choferes de autobuses. Se establece que el salario debe fijarse por viaje, boletos vendidos, kilómetros recorridos o por circuito, sin que este sea inferior al salario mínimo. Además, si es por viaje, se debe de pagar un excedente en caso de prolongación o retardo del tiempo estimado del recorrido. También, deben de tener un día de descanso con goce de sueldo, periodo vacacional y, en caso de que se suspenda el servicio por causas externas, el trabajador deberá de cobrar de manera normal su salario.
Sin embargo, la realidad es muy diferente a lo que plantea la ley. Carlos Armando trabaja un promedio de 13 horas diarias. Su jornada empieza a las cinco de la mañana, cuando ya está formado en la base para salir a ruletear lo más pronto posible y termina alrededor de las seis de la tarde, aunque los sábados su jornada se extiende hasta las siete y ocho porque “el pasaje está más flojo”.
La unidad huele a limpiador para pisos al comenzar su servicio y al terminarlo hay basura entre los asientos y en el suelo. El olor se ha evaporado, en su lugar se respiran los metales de los tubos y de las monedas.
“Para ganar dinero tienes que trabajar y pelear el pasaje porque el día que descansas o pides libre no se te paga.” Carlos menciona que “antes tenía un jefe que me hacía pagar la cuenta del día que no trabajaba, aunque no pudiera manejar porque había ido al médico, entonces lo que hacía era prestarle la máquina a un compa (amigo) para que sacara la cuenta y pues la ganancia ya era de él”.
Carlos se viste semiformal para operar la unidad. Zapatos de vestir, pantalón negro de vestir, camisa blanca sin corbata y gel por todo el cabello. Un rosario cuelga de su cuello a manera de protección.
Los choferes de microbús no cuentan con seguro médico ni ningún tipo de prestaciones además de que su contratación es por palabra sin ningún contrato. “El dueño del camión te lo da a trabajar, te dice de cuanto es la cuenta que entregas por día, te pones de acuerdo con él para ver dónde y en que horario vas a trabajar. Yo he trabajado con tres patrones diferentes y con ninguno he firmado nada” comenta Carlos de 34 años.
Israel ha sido chofer por más de 15 años en la ruta 5. Tiene dos hijos y el bachillerato trunco. Su jornada laboral es de 8 a 10 horas diarias. “Además de entregar la cuenta hay que cargar el combustible; ese corre por tu cuenta”, asegura.
La jornada de Israel es más corta que el resto y dice ganar “entre 400 y 500 pesos al día, pago una cuota de $1000 pesos y $100 pesos a la semana en la base”. Él comenzó a trabajar porque su papá, quien también era chofer, le consiguió un camión para trabajar cuando comenzó a vivir con su novia. “Siempre ha sido muy matado y se gana poco”, explica.
Israel es un hombre de mediana edad, pero sus facciones se han endurecido, tal vez por el estrés del día, por las preocupaciones, por la contaminación. Aparenta ser más grande. Maneja con una sola mano, la otra puesta en la palanca de velocidades, inclinado hacia el lado derecho. La postura de Israel ha sido la misma por años, así lo demuestra la inclinación artificial del respaldo de su asiento.
En su mayoría, los choferes de autobús son contratados por los dueños de los vehículos sin que exista ningún tipo de contrato de por medio en el que se establezcan el salario, las horas de trabajo, la cuota a pagar, etc. Sin embargo, el artículo 26 de la Ley Federal del Trabajo establece que, aunque no haya un contrato entre el empleado y su empleador, las disposiciones generales de la ley deben respetarse.
Existen casos en los que los chafiretes laboran un solo horario o en dos, por ejemplo, Omar Carachure, de 41 años, labora el horario matutino de las cinco de la mañana a las cuatro de la tarde, hora en la que entrega la unidad. “Así sale menos, pero hasta ahora no he encontrado un dueño que me deje el camión todo el día”.
Después de terminar su turno, Omar trabaja como checador en una parada de otra ruta hasta que pasa el último camión, alrededor de las nueve de la noche. Ahí, los choferes le dan cinco o diez pesos, aunque si andan “flojos de pasaje, me dan unos pesos”. La función de los checadores es anotar el tiempo en el que pasan los camiones para que los choferes sepan hace cuánto tiempo pasó “el de adelante” y con base en esa información administren la velocidad para ganar más pasaje.
Omar espera pacientemente en la parada que pasen los camiones, cuando uno se detiene, anota minuciosamente la hora y la ruta en una pequeña libreta de bolsillo con tinta azul, sube un par de escalones a la unidad y le comunica la distancia, en minutos, que tiene con el camión que pasó antes. Recibe su propina y después de comentar un chiste rápido se baja sonriente de la unidad a esperar al siguiente camión.
“Yo veo que a los choferes les ayuda mucho el que yo les diga el tiempo del de adelante. En la ruta cinco, donde estoy de chofer, no hay checadores y si es una bronca porque todo el rato te estás echando carreritas con el de enfrente para ganarle el pasaje, pues significa más ganancia o completar la cuenta del patrón” comenta sin dejar de prestar atención a su reloj de muñeca.
En cuanto a los dueños de los vehículos, deben hacer las reparaciones pertinentes a la unidad para que esta esté en óptimas condiciones, también se deben de proveer las herramientas necesarias para que el trabajador pueda hacer reparaciones de emergencia durante el trayecto.
Sin embargo, Carlos Armando, Israel y Omar Carachure coinciden en que, al manejar la unidad, los dueños de esta, los hacen responsables. Así, ellos ponen desde los utensilios de limpieza hasta las herramientas para hacer reparaciones rápidas como el cambio de una llanta.
Además, "si la unidad se descompone o tiene algún fallo como que se chingue el clutch, nosotros lo tenemos que pagar porque según el dueño somos nosotros los que estamos usando la unidad y tenemos que cuidarla" comenta Omar.
Asimismo, los chóferes tienen que pagar las multas que generan o, en todo caso, las mordidas. "Al igual que las afectaciones a la unidad, las multas son nuestra culpa y por eso las pagamos" comenta Omar, quién ha dado varias “mordidas” para evitarse multas, aunque eso signifique perder su ganancia.
"El dueño de la unidad sólo se encarga de realizar el papeleo necesario de la unidad como la verificación, o sea, la paga y todo, nosotros sólo nos encargamos de llevarla al centro, aunque depende del dueño, cada quien se administra diferente" explica Carlos.
Las obligaciones del chofer consisten en tratar con cortesía a los pasajeros, no conducir en estado de ebriedad o bajo la influencia de narcóticos; respetar las paradas establecidas por la Semovi.
"Cuando alguien me hace la parada fuera de los parabuses oficiales siempre me detengo porque es un pasaje más, así ande vacío o lleno yo cargo a todos", comenta Carlos Armando. "Aunque si se trata de que me piden el alto para que descienda una persona fuera de las paradas oficiales, si se puede me detengo”.
El pasaje rara vez piensa en solicitar la parada en los lugares establecidos, así lo demuestran las múltiples personas que a lo largo del camino extienden su mano de manera horizontal en una esquina, a mitad de la calle, en la acera o debajo de ella.
Por su parte, Omar considera que debido a que “las unidades que operamos no están tan reglamentadas como las del RTP o el Trolebús, podemos hacer parada en cualquier momento sin que haya algún tipo de sanción”, pues de acuerdo a su experiencia, los policías de tránsito no les han puesto la multa correspondiente.
Omar Carachure comenta que "sí nos hace falta mucha unión entre los que trabajamos como chóferes para exigir un cambio, ahora muchos optan por irse a trabajar de Ubers pues deja más". Además, esta necesidad se ha incrementado a partir del robo que se ha hecho popular en la ruta cinco.
“En esta chamba todos nos conocemos, tenemos los números de varios compañeros y a menudo nos hacemos muy amigos, salimos y nos ayudamos en lo que podemos, pero hacer que esta fraternidad incursione en lo político está difícil porque no tenemos tiempo, cada quien tiene sus broncas”, comenta Israel.
"Es que está difícil, hay que pagar 1800 de cuenta, manejar 12 horas seguidas, comer lo primero que encuentres o no comer, pagar a los checadores, al chalán, limpiar la unidad; es mucho trabajo". Comenta Carlos Armando padre de dos niños de 9 y 5 años.
Carlos Armando entró al oficio porque se había quedado sin empleo y necesitaba mantener a su familia, así que decidió ser chófer. “Cuando los chavos se empezaron a subir en la base de Tacubaya a pedir cinco o diez pesos a todo el pasaje, pensamos que sería cosa de unos días, pero ya llevamos dos meses con esa situación y el pasaje ha bajado mucho, pues prefieren tomar otra ruta y así evitarse el asalto psicológico”.
Los “chavos” a los que se refiere Carlos son dos hombres de mediana edad que se suben a los camiones de la ruta 5 a pedir monedas de cinco o diez pesos a todos los pasajeros. En caso de que alguien se rehúse a darles la “cooperación” sacan las armas y despojan al pasaje de teléfonos celulares, carteras y bolsas.
Por su parte, Omar Carachure es padre de cuatro adolescentes de 20, 18, 15 y 12 años. Comenzó el oficio porque acababa de juntarse con su esposa y un amigo le comentó sobre el trabajo. “Si te administras con los tiempos te va bien, sacas tu cuenta sin problemas, pagas la cuota de la base que es de 100 pesos semanales, te compras algo de comer y llegas con 600 pesos a casa, pero desde que estos morros se suben a pedir dinero el pasaje ha estado flojo y he llegado hasta con 50 pesos”.
Estos hombres están cansados todo el día. "Llego a casa a querer acostarme y estar en silencio. La gente y el ruido me aturden y siempre llego de malas y estresado a casa", comenta Omar. La situación de Carlos no es muy diferente pues comenta que incluso lo operaron de la vesícula “por tomar cocas para el calor y comer cualquier cosa en la calle”.
Incluso los parpados de Omar demuestran el cansancio, la falta de sueño; sin embargo, sus ojos están siempre presentes en los espejos retrovisores. Su espalda busca relajación mientras sus piernas no paran de moverse entre el acelerador, el freno y el clutch.
El estrés por conseguir la cuenta, llevar dinero a casa y pagar la cuota de la base se ha vuelto más complicado desde que la delincuencia ha comenzado a operar y ha ocasionado la disminución del pasaje. Además, está el estrés del tráfico, los insultos del pasaje, las peleas con los demás conductores.
“Lo que me calma es poner mi música, con las salsas me pongo de buenas. Yo sé que al pasaje le molesta que uno traiga su escándalo, pero a mí me funciona para lidiar con todo el estrés” comenta Carlos. Cada chofer sobrevive como puede, algunos les ayuda tener chalán, aunque “dispararle el chesco es un gasto extra, pero al ir platicando se te hace más ameno el viaje”.
A pesar de estas condiciones Carlos, Israel y Omar disfrutan su trabajo, se nota en la sonrisa que tienen cuando hablan de su “chamba”. Habituados a meter clutch, frenar, cambiar de velocidad, espejear, cobrar, dar cambio y, a veces comer, los choferes hacen estos movimientos en repetidas ocasiones de manera natural.
Después de 15 años en la unidad, Israel está más que acostumbrado al ruido, al pasaje, al cambio, a la administración del dinero y del tiempo para sacar la cuenta y la ganancia. “No me veo haciendo otra cosa, ya son muchos años”.
Este es su ambiente, su segundo hogar, pues pasan alrededor de 10 horas en la unidad con decenas de desconocidos con los que adquieren una responsabilidad de llevarlos con bien a su destino. “Yo sólo cambiaría el suelo, fuera de eso, amo mi trabajo” comenta Israel.
Fotos: Mario Felipe Espinoza González y Yolanda Arango
Ciudad de México (Aunam). “Es una chamba bien pesada, hay que estar todo el día en el volante para sacar unos 600 pesos de ganancia, pero, si te va mal, hay días en los que sacas 100 o de plano nada” comenta Carlos Armando, chofer de microbús por 6 años, quien, para sacar su ganancia tiene que hacer entre cuatro y cinco vueltas de tres horas cada una.
Detrás de los estereotipos del chofer naco, mal hablado, que escucha cumbias sonideras, tunea su camión, avienta piropos a las mujeres y frena bruscamente existen determinadas condiciones laborales que hacen de este oficio uno de los más estresantes y mal pagados en la Ciudad de México.
De acuerdo con datos de la Secretaría de Movilidad de la Ciudad de México (Semovi) el parque vehicular de autobuses es de 47,780 y se trata de uno de los medios de transporte más utilizados en la capital, pues representa el 83% de los vehículos de transporte de pasajeros. Además de ser uno de los de mayor tradición.
Los choferes que operan los autobuses en las más de 2000 rutas registradas en la Semovi deben de gozar de los derechos que establece la Ley Federal del Trabajo: jornadas laborales de máximo ocho horas, salario superior al mínimo, periodo vacacional con goce de sueldo, seguro médico, derecho a tener un contrato, derecho a contar con un descanso de, por lo menos, media hora, un día de descanso por cada seis laborados, entre otras disposiciones generales.
Además, el capítulo VI de la Ley Federal del trabajo reglamenta la actividad laboral de los trabajadores de autotransportes, entre ellos, los choferes de autobuses. Se establece que el salario debe fijarse por viaje, boletos vendidos, kilómetros recorridos o por circuito, sin que este sea inferior al salario mínimo. Además, si es por viaje, se debe de pagar un excedente en caso de prolongación o retardo del tiempo estimado del recorrido. También, deben de tener un día de descanso con goce de sueldo, periodo vacacional y, en caso de que se suspenda el servicio por causas externas, el trabajador deberá de cobrar de manera normal su salario.
Sin embargo, la realidad es muy diferente a lo que plantea la ley. Carlos Armando trabaja un promedio de 13 horas diarias. Su jornada empieza a las cinco de la mañana, cuando ya está formado en la base para salir a ruletear lo más pronto posible y termina alrededor de las seis de la tarde, aunque los sábados su jornada se extiende hasta las siete y ocho porque “el pasaje está más flojo”.
La unidad huele a limpiador para pisos al comenzar su servicio y al terminarlo hay basura entre los asientos y en el suelo. El olor se ha evaporado, en su lugar se respiran los metales de los tubos y de las monedas.
“Para ganar dinero tienes que trabajar y pelear el pasaje porque el día que descansas o pides libre no se te paga.” Carlos menciona que “antes tenía un jefe que me hacía pagar la cuenta del día que no trabajaba, aunque no pudiera manejar porque había ido al médico, entonces lo que hacía era prestarle la máquina a un compa (amigo) para que sacara la cuenta y pues la ganancia ya era de él”.
Carlos se viste semiformal para operar la unidad. Zapatos de vestir, pantalón negro de vestir, camisa blanca sin corbata y gel por todo el cabello. Un rosario cuelga de su cuello a manera de protección.
Los choferes de microbús no cuentan con seguro médico ni ningún tipo de prestaciones además de que su contratación es por palabra sin ningún contrato. “El dueño del camión te lo da a trabajar, te dice de cuanto es la cuenta que entregas por día, te pones de acuerdo con él para ver dónde y en que horario vas a trabajar. Yo he trabajado con tres patrones diferentes y con ninguno he firmado nada” comenta Carlos de 34 años.
Israel ha sido chofer por más de 15 años en la ruta 5. Tiene dos hijos y el bachillerato trunco. Su jornada laboral es de 8 a 10 horas diarias. “Además de entregar la cuenta hay que cargar el combustible; ese corre por tu cuenta”, asegura.
La jornada de Israel es más corta que el resto y dice ganar “entre 400 y 500 pesos al día, pago una cuota de $1000 pesos y $100 pesos a la semana en la base”. Él comenzó a trabajar porque su papá, quien también era chofer, le consiguió un camión para trabajar cuando comenzó a vivir con su novia. “Siempre ha sido muy matado y se gana poco”, explica.
Israel es un hombre de mediana edad, pero sus facciones se han endurecido, tal vez por el estrés del día, por las preocupaciones, por la contaminación. Aparenta ser más grande. Maneja con una sola mano, la otra puesta en la palanca de velocidades, inclinado hacia el lado derecho. La postura de Israel ha sido la misma por años, así lo demuestra la inclinación artificial del respaldo de su asiento.
En su mayoría, los choferes de autobús son contratados por los dueños de los vehículos sin que exista ningún tipo de contrato de por medio en el que se establezcan el salario, las horas de trabajo, la cuota a pagar, etc. Sin embargo, el artículo 26 de la Ley Federal del Trabajo establece que, aunque no haya un contrato entre el empleado y su empleador, las disposiciones generales de la ley deben respetarse.
Existen casos en los que los chafiretes laboran un solo horario o en dos, por ejemplo, Omar Carachure, de 41 años, labora el horario matutino de las cinco de la mañana a las cuatro de la tarde, hora en la que entrega la unidad. “Así sale menos, pero hasta ahora no he encontrado un dueño que me deje el camión todo el día”.
Después de terminar su turno, Omar trabaja como checador en una parada de otra ruta hasta que pasa el último camión, alrededor de las nueve de la noche. Ahí, los choferes le dan cinco o diez pesos, aunque si andan “flojos de pasaje, me dan unos pesos”. La función de los checadores es anotar el tiempo en el que pasan los camiones para que los choferes sepan hace cuánto tiempo pasó “el de adelante” y con base en esa información administren la velocidad para ganar más pasaje.
Omar espera pacientemente en la parada que pasen los camiones, cuando uno se detiene, anota minuciosamente la hora y la ruta en una pequeña libreta de bolsillo con tinta azul, sube un par de escalones a la unidad y le comunica la distancia, en minutos, que tiene con el camión que pasó antes. Recibe su propina y después de comentar un chiste rápido se baja sonriente de la unidad a esperar al siguiente camión.
“Yo veo que a los choferes les ayuda mucho el que yo les diga el tiempo del de adelante. En la ruta cinco, donde estoy de chofer, no hay checadores y si es una bronca porque todo el rato te estás echando carreritas con el de enfrente para ganarle el pasaje, pues significa más ganancia o completar la cuenta del patrón” comenta sin dejar de prestar atención a su reloj de muñeca.
En cuanto a los dueños de los vehículos, deben hacer las reparaciones pertinentes a la unidad para que esta esté en óptimas condiciones, también se deben de proveer las herramientas necesarias para que el trabajador pueda hacer reparaciones de emergencia durante el trayecto.
Sin embargo, Carlos Armando, Israel y Omar Carachure coinciden en que, al manejar la unidad, los dueños de esta, los hacen responsables. Así, ellos ponen desde los utensilios de limpieza hasta las herramientas para hacer reparaciones rápidas como el cambio de una llanta.
Además, "si la unidad se descompone o tiene algún fallo como que se chingue el clutch, nosotros lo tenemos que pagar porque según el dueño somos nosotros los que estamos usando la unidad y tenemos que cuidarla" comenta Omar.
Asimismo, los chóferes tienen que pagar las multas que generan o, en todo caso, las mordidas. "Al igual que las afectaciones a la unidad, las multas son nuestra culpa y por eso las pagamos" comenta Omar, quién ha dado varias “mordidas” para evitarse multas, aunque eso signifique perder su ganancia.
"El dueño de la unidad sólo se encarga de realizar el papeleo necesario de la unidad como la verificación, o sea, la paga y todo, nosotros sólo nos encargamos de llevarla al centro, aunque depende del dueño, cada quien se administra diferente" explica Carlos.
Las obligaciones del chofer consisten en tratar con cortesía a los pasajeros, no conducir en estado de ebriedad o bajo la influencia de narcóticos; respetar las paradas establecidas por la Semovi.
"Cuando alguien me hace la parada fuera de los parabuses oficiales siempre me detengo porque es un pasaje más, así ande vacío o lleno yo cargo a todos", comenta Carlos Armando. "Aunque si se trata de que me piden el alto para que descienda una persona fuera de las paradas oficiales, si se puede me detengo”.
El pasaje rara vez piensa en solicitar la parada en los lugares establecidos, así lo demuestran las múltiples personas que a lo largo del camino extienden su mano de manera horizontal en una esquina, a mitad de la calle, en la acera o debajo de ella.
Por su parte, Omar considera que debido a que “las unidades que operamos no están tan reglamentadas como las del RTP o el Trolebús, podemos hacer parada en cualquier momento sin que haya algún tipo de sanción”, pues de acuerdo a su experiencia, los policías de tránsito no les han puesto la multa correspondiente.
Omar Carachure comenta que "sí nos hace falta mucha unión entre los que trabajamos como chóferes para exigir un cambio, ahora muchos optan por irse a trabajar de Ubers pues deja más". Además, esta necesidad se ha incrementado a partir del robo que se ha hecho popular en la ruta cinco.
“En esta chamba todos nos conocemos, tenemos los números de varios compañeros y a menudo nos hacemos muy amigos, salimos y nos ayudamos en lo que podemos, pero hacer que esta fraternidad incursione en lo político está difícil porque no tenemos tiempo, cada quien tiene sus broncas”, comenta Israel.
"Es que está difícil, hay que pagar 1800 de cuenta, manejar 12 horas seguidas, comer lo primero que encuentres o no comer, pagar a los checadores, al chalán, limpiar la unidad; es mucho trabajo". Comenta Carlos Armando padre de dos niños de 9 y 5 años.
Carlos Armando entró al oficio porque se había quedado sin empleo y necesitaba mantener a su familia, así que decidió ser chófer. “Cuando los chavos se empezaron a subir en la base de Tacubaya a pedir cinco o diez pesos a todo el pasaje, pensamos que sería cosa de unos días, pero ya llevamos dos meses con esa situación y el pasaje ha bajado mucho, pues prefieren tomar otra ruta y así evitarse el asalto psicológico”.
Los “chavos” a los que se refiere Carlos son dos hombres de mediana edad que se suben a los camiones de la ruta 5 a pedir monedas de cinco o diez pesos a todos los pasajeros. En caso de que alguien se rehúse a darles la “cooperación” sacan las armas y despojan al pasaje de teléfonos celulares, carteras y bolsas.
Por su parte, Omar Carachure es padre de cuatro adolescentes de 20, 18, 15 y 12 años. Comenzó el oficio porque acababa de juntarse con su esposa y un amigo le comentó sobre el trabajo. “Si te administras con los tiempos te va bien, sacas tu cuenta sin problemas, pagas la cuota de la base que es de 100 pesos semanales, te compras algo de comer y llegas con 600 pesos a casa, pero desde que estos morros se suben a pedir dinero el pasaje ha estado flojo y he llegado hasta con 50 pesos”.
Estos hombres están cansados todo el día. "Llego a casa a querer acostarme y estar en silencio. La gente y el ruido me aturden y siempre llego de malas y estresado a casa", comenta Omar. La situación de Carlos no es muy diferente pues comenta que incluso lo operaron de la vesícula “por tomar cocas para el calor y comer cualquier cosa en la calle”.
Incluso los parpados de Omar demuestran el cansancio, la falta de sueño; sin embargo, sus ojos están siempre presentes en los espejos retrovisores. Su espalda busca relajación mientras sus piernas no paran de moverse entre el acelerador, el freno y el clutch.
El estrés por conseguir la cuenta, llevar dinero a casa y pagar la cuota de la base se ha vuelto más complicado desde que la delincuencia ha comenzado a operar y ha ocasionado la disminución del pasaje. Además, está el estrés del tráfico, los insultos del pasaje, las peleas con los demás conductores.
“Lo que me calma es poner mi música, con las salsas me pongo de buenas. Yo sé que al pasaje le molesta que uno traiga su escándalo, pero a mí me funciona para lidiar con todo el estrés” comenta Carlos. Cada chofer sobrevive como puede, algunos les ayuda tener chalán, aunque “dispararle el chesco es un gasto extra, pero al ir platicando se te hace más ameno el viaje”.
A pesar de estas condiciones Carlos, Israel y Omar disfrutan su trabajo, se nota en la sonrisa que tienen cuando hablan de su “chamba”. Habituados a meter clutch, frenar, cambiar de velocidad, espejear, cobrar, dar cambio y, a veces comer, los choferes hacen estos movimientos en repetidas ocasiones de manera natural.
Después de 15 años en la unidad, Israel está más que acostumbrado al ruido, al pasaje, al cambio, a la administración del dinero y del tiempo para sacar la cuenta y la ganancia. “No me veo haciendo otra cosa, ya son muchos años”.
Este es su ambiente, su segundo hogar, pues pasan alrededor de 10 horas en la unidad con decenas de desconocidos con los que adquieren una responsabilidad de llevarlos con bien a su destino. “Yo sólo cambiaría el suelo, fuera de eso, amo mi trabajo” comenta Israel.
Fotos: Mario Felipe Espinoza González y Yolanda Arango
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