COMO SI ESTUVIERA FUERA…
Por Aimeé Renata Estrada Mendoza
Ciudad de México (Aunam). “Dios hizo el campo y el hombre la ciudad”, dijo el poeta inglés William Cowper en el siglo XVIII, cuando las zonas urbanas comenzaban a expandirse por occidente. Para aquel entonces, en todo México había 3 millones de habitantes y la población de la capital era un diez por ciento de esta cifra.
Actualmente, la Ciudad de México cuenta con 20 millones de habitantes y es la cuarta más poblada del mundo, de acuerdo con el informe de la ONU del 2017. Por lo que el paisaje rural ha desaparecido en el centro del país.
Grandes edificios de más de diez pisos, suelo de concreto grisáceo y múltiples camiones, motocicletas y automóviles son los elementos más comunes de ver durante un paseo por la CdMx.
Aunque, todavía existen lugares donde la ciudad no ha invadido los espacios verdes ni ha entubado los riachuelos que recorren el suelo rocoso. Uno de estos sitios es el Parque Nacional Fuentes Brotantes, ubicado en la delegación Tlalpan en dirección hacia la salida a Cuernavaca.
Después de pasar el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía "Manuel Velasco Suárez” de Insurgentes Sur y enfrente de la estación del metrobús Fuentes Brotantes, está la calle para ingresar a este espacio que contrasta con el panorama citadino.
Una calle estrecha dirige a los visitantes del Parque Nacional en un ambiente lleno de árboles como pinos, abedules y helechos. De lado derecho, el agua recorre las piedras lisas mientras que dos niños, con ropa interior, toman un baño y juegan acompañados de su perro.
Unos cuantos metros delante de los infantes están tres familias sentadas sobre manteles de colores, para evitar ensuciar su ropa con el polvo y la tierra, mientras sacan de sus bolsas del mandado los tuppers con comida, los vasos, platos y cubiertos desechables para comenzar a disfrutar su día de campo sin alejarse tanto de la ciudad.
De igual forma, los turistas tienen la opción de consumir alimentos en diversos locales establecidos pero austeros, donde cocinan con anafres, tienen mesas y sillas de madera o de plástico.
El menú, en el cual todos los negocios coinciden, son los antojitos y garnachas mexicanas como sopes, tacos, quesadillas, chilaquiles, enchiladas, pancita y pozole.
Mientras que las personas comen estos típicos platillos, la música invade el ambiente con los tríos y solistas que recorren cada uno de los locales en busca de propinas por sus interpretaciones y melodías que los oyentes solicitan.
Con camisa cuadrada, un sombrero blanco de palma, unos pantalones vaqueros y una guitarra acústica, detenida por sus manos arrugadas, un señor de avanzada edad y piel morena comienza a interpretar Amorcito Corazón de Manuel Esperón.
Al finalizar les desea a los comensales un buen provecho e indica que cualquier propina es bien recibida. El músico, mientras limpia el sudor de su rostro con un paliacate rojo, le llama una pareja sentada en una mesa para que toque la canción de Piel Canela.
Con la interpretación de dos melodías, el señor de más de sesenta años logró ganar aproximadamente cuarenta pesos, gracias a la petición de la pareja de jóvenes y la propina de una familia de padres y dos hijos. Después de esto, continuó con su recorrido a los demás locales.
En este espacio, que utilizan los citadinos para salir del tumulto y ruido, que caracteriza su rutina en la metrópoli, son atendidos por personas catalogadas como trabajadores informales. Las señoras que cocinan, llevan los alimentos a las mesas, el señor de las nieves, el franelero y los músicos no cuentan con ningún seguro social ni prestación alguna. Sus ingresos son inciertos porque dependen de las personas que desayunan o comen ahí.
La ciudad es símbolo de modernidad, pero de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) la capital de México cuenta con 14.2 millones de mexicanos que son empleados informales, situación que caracteriza a las clases sociales bajas y una de las principales causas de esto es la migración de lo rural a lo urbano.
Los mexicanos se mudan por la falta de empleo en el campo, sin embargo, la ciudad no tiene muchos puestos productivos que ofrecerles. Por lo que es una ironía que los citadinos acudan a un lugar para poder sentirse alejado del caos, presión y estrés de la Ciudad de México, como si estuvieran fuera de ésta, mientras que los habitantes rurales migran a esta área del país para tener una oportunidad laboral y mejorar su calidad vida.
Ciudad de México (Aunam). “Dios hizo el campo y el hombre la ciudad”, dijo el poeta inglés William Cowper en el siglo XVIII, cuando las zonas urbanas comenzaban a expandirse por occidente. Para aquel entonces, en todo México había 3 millones de habitantes y la población de la capital era un diez por ciento de esta cifra.
Actualmente, la Ciudad de México cuenta con 20 millones de habitantes y es la cuarta más poblada del mundo, de acuerdo con el informe de la ONU del 2017. Por lo que el paisaje rural ha desaparecido en el centro del país.
Grandes edificios de más de diez pisos, suelo de concreto grisáceo y múltiples camiones, motocicletas y automóviles son los elementos más comunes de ver durante un paseo por la CdMx.
Aunque, todavía existen lugares donde la ciudad no ha invadido los espacios verdes ni ha entubado los riachuelos que recorren el suelo rocoso. Uno de estos sitios es el Parque Nacional Fuentes Brotantes, ubicado en la delegación Tlalpan en dirección hacia la salida a Cuernavaca.
Después de pasar el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía "Manuel Velasco Suárez” de Insurgentes Sur y enfrente de la estación del metrobús Fuentes Brotantes, está la calle para ingresar a este espacio que contrasta con el panorama citadino.
Una calle estrecha dirige a los visitantes del Parque Nacional en un ambiente lleno de árboles como pinos, abedules y helechos. De lado derecho, el agua recorre las piedras lisas mientras que dos niños, con ropa interior, toman un baño y juegan acompañados de su perro.
Unos cuantos metros delante de los infantes están tres familias sentadas sobre manteles de colores, para evitar ensuciar su ropa con el polvo y la tierra, mientras sacan de sus bolsas del mandado los tuppers con comida, los vasos, platos y cubiertos desechables para comenzar a disfrutar su día de campo sin alejarse tanto de la ciudad.
De igual forma, los turistas tienen la opción de consumir alimentos en diversos locales establecidos pero austeros, donde cocinan con anafres, tienen mesas y sillas de madera o de plástico.
El menú, en el cual todos los negocios coinciden, son los antojitos y garnachas mexicanas como sopes, tacos, quesadillas, chilaquiles, enchiladas, pancita y pozole.
Mientras que las personas comen estos típicos platillos, la música invade el ambiente con los tríos y solistas que recorren cada uno de los locales en busca de propinas por sus interpretaciones y melodías que los oyentes solicitan.
Con camisa cuadrada, un sombrero blanco de palma, unos pantalones vaqueros y una guitarra acústica, detenida por sus manos arrugadas, un señor de avanzada edad y piel morena comienza a interpretar Amorcito Corazón de Manuel Esperón.
Al finalizar les desea a los comensales un buen provecho e indica que cualquier propina es bien recibida. El músico, mientras limpia el sudor de su rostro con un paliacate rojo, le llama una pareja sentada en una mesa para que toque la canción de Piel Canela.
Con la interpretación de dos melodías, el señor de más de sesenta años logró ganar aproximadamente cuarenta pesos, gracias a la petición de la pareja de jóvenes y la propina de una familia de padres y dos hijos. Después de esto, continuó con su recorrido a los demás locales.
En este espacio, que utilizan los citadinos para salir del tumulto y ruido, que caracteriza su rutina en la metrópoli, son atendidos por personas catalogadas como trabajadores informales. Las señoras que cocinan, llevan los alimentos a las mesas, el señor de las nieves, el franelero y los músicos no cuentan con ningún seguro social ni prestación alguna. Sus ingresos son inciertos porque dependen de las personas que desayunan o comen ahí.
La ciudad es símbolo de modernidad, pero de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) la capital de México cuenta con 14.2 millones de mexicanos que son empleados informales, situación que caracteriza a las clases sociales bajas y una de las principales causas de esto es la migración de lo rural a lo urbano.
Los mexicanos se mudan por la falta de empleo en el campo, sin embargo, la ciudad no tiene muchos puestos productivos que ofrecerles. Por lo que es una ironía que los citadinos acudan a un lugar para poder sentirse alejado del caos, presión y estrés de la Ciudad de México, como si estuvieran fuera de ésta, mientras que los habitantes rurales migran a esta área del país para tener una oportunidad laboral y mejorar su calidad vida.
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