TESORO PERDIDO, TAMBIEN DE ESPEJOS: ARTESANÍAS DEL ZÓCALO METROPOLITANO


Por Epifanía Martínez Rosete
México (Aunam). Las artesanías, más que objetos utilitarios, son símbolos que representan gran parte de nuestra sociedad, en ellas se remarca nuestra identidad. Desde hace más de siete décadas éstas han cobrado gran importancia dentro de las políticas de desarrollo social y económico establecidas en los distintos gobiernos federales, según la revista México desconocido; sin embargo el testimonio de algunos artesanos demuestra que las artesanías no son el sustento de muchas familias que las elaboran.

La reventa, una actividad con muchos lujos



Existía desde hace siglos una figura que se ha vuelto prototípica del indigenismo en México: el artesano vendedor de loza, ese hombre que visita los mercados y lleva en su espalda el peso de unas decenas de objetos de barro, tan pesados como las horas diarias dedicadas a su elaboración.

Esta imagen ha sobrevivido a los tiempos de la Colonia y, desde entonces, ha sido asechado por los revendedores, según el libro Artesanos, artesanías y arte popular en México, de la antropóloga Victoria Novelo.

El artesano alfarero que provenía de las zonas limítrofes de la Ciudad de México era esperado en los parajes de Barrientos o de San Agustín de las Cuevas, en la zona sur de la ciudad. Ahí era convencido para vender su mercancía y en tiempos difíciles éste accedía a sabiendas de que se revendería la mercancía al triple de lo que se las habían pagado.

Este negocio siguió hasta ahora con sus mismas irregularidades. Ya no es necesario esperar al artesano a las orillas de la ciudad, ellos llegan hasta el centro de la ciudad y además estos intercambios, muchas veces injustos, son acordados por ambas partes.

Carla Martínez Vargas es una de las comerciantes en las afueras de la Catedral de la Ciudad de México. Ella vende piezas de joyería de cobre. Afirma que no es mucho lo que gana. Sólo puede vender los fines de semana; entre lunes y jueves sólo venden los amigos del “Pirinola”, líder de los comerciantes del costado izquierdo de Catedral, en colindancia con la calle Monte de Piedad.

Ella paga 80 pesos por día al “Pirinola”, dice que por eso tiene que regatearle al señor que le vende las artesanías de cobre. Compra entre 200 y 500 piezas pues nunca se sabe cuando volverán los artesanos. Carla adquiere piezas de 5, 10, 20 o 30 pesos según el tamaño y las vende al doble.

De ese mismo lado también vende un muchacho alto, su piel morena es uniforme, parece más joven de lo que en realidad es. Tiene 27 años, su nombre es David Valencia Reyes.

Llegó a la capital hace 8 años, desde entonces viaja cada dos meses de Ocampo, cerca de Zitácuaro, Michoacán, hasta aquí. “Es mejor el D.F., hay más gente y puedo vender más caro”, dice David, mientras sostiene una canastilla tejida con hojas de pino.

Vende casi todos los días; cuando no, se dedica a elaborar sus canastillas. Trae tres costales de hojas secas y en su casa o mientras está en su puesto se pone a tejer. Le pregunté cómo es que aprendió a hacerlas y él respondió “pus cuando estaba chamaco unas monjitas iban para el bosque y nos enseñaron a todos a tejer”.

David considera que sus productos son artesanías porque las hace él mismo, a mano. Las vende entre 300 y 500 pesos o más, de acuerdo con el tamaño y la dificultad del tejido.

Una señora se acercó al puesto y preguntó el precio de una, David la ofreció en 350 pesos, entonces la señora hizo una mueca de desagrado.

La señora exclamó -¡Porqué tan caro joven! -
David simplemente alzó los hombros y sonrió
-Dámela a $300.00-, dijo la señora.
-No señora, $350.00 es lo menos-, respondió David.
La señora se fue.

Pregunté porque no la vendió más barato, él explicó que mucha gente, turistas o personas que tienen sus locales y aparadores le pagan ese precio o más, por tanto no iba a malbaratar su trabajo. Al día gana entre 1000 y 1500 pesos, por eso vende ahí pues no necesita más que 80 pesos para poner su puesto.

David prefiere hacer sus productos porque así puede venderlas directamente a las tiendas legales y obtener mejores ganancias, en cambio los artesanos que venden a los ambulantes no ganan tanto.

Antes se intercambiaba loza, ahora se compran infinidad de objetos según la oferta, la demanda, la temporada y la moda.

En busca del tesoro

No fue hasta después de los años 20 del siglo pasado que el gobierno fue un impulsor determinante para el fomento de las artesanías. Las múltiples revueltas llevaron a la búsqueda de una identidad que mantuviera la cohesión y fortaleciera el poder del gobierno, señala Victoria Novelo en su libro Artesanías y capitalismo en México.

Los colores contrastantes de múltiples tonalidades, la simbología indígena, los elementos naturales, las costumbres y tradiciones, la exaltación de los valores culturales propios de las culturas originarias del país se reflejaron en las artes.

Luego de la estabilidad lograda en los años 40, México se convirtió en un lugar de interés para nacionales y extranjeros. La industria turística creció. Esta situación fue aprovechada por quienes se dedicaban a la promoción de productos nacionales, entre ellas la rama artesanal.

Actualmente se lograron acuerdos entre distintos sectores (antropólogos, economistas, historiadores y gobierno) para solventar este conflicto entre el rescate cultural y la productividad económica.

Existen instituciones en gran parte de la República que ofrecen apoyo al sector artesanal como el Fondo Nacional para el Fomento de las artesanías (Fonart) a nivel Federal; el Instituto de Artesanías e Industrias Populares del Estado de Puebla; en Chiapas las distintas secretarías ofrecen apoyo para diversas ramas artesanales, o en Yucatán la Secretaría de Desarrollo Económico. Sin embargo, a pesar de los logros existe otra parte a la que poco se ha prestado atención; el comercio informal de artesanías.

México hace cosas y las hace bien

Las prendas estaban colocadas sobre la mesa, resaltaban en ella los colores fuertes y brillantes de su fino bordado, las observaba minuciosamente un hombre, finalmente éste apretó los labios, arrugó la frente y dijo con un tono suave a la artesana:

-Es un trabajo bien hecho y de un acabado bello pero no te lo puedo recibir, es de materiales sintéticos y lo que busca Fonart es ofrecer una verdadera garantía de calidad-.
La mujer lo miró extrañada, entonces el hombre añadió:
-No se preocupe, quiero apoyarle-.

Este hombre es Jorge Castañeda Miranda, estudió Comercio y trabaja para FONART desde hace 19 años. Todo lo que aprendió sobre artesanías fue dentro de la Institución. Ahora se encarga del área de consignación, apoya en la compra de materia prima, revisa la calidad de los productos y hace compras de campo, entre otras cosas.

Explica que Fonart es una institución de asistencia pública que busca impulsar la producción de artesanías nacionales con la certeza de que éstas sean de alta calidad, tanto en materia como en hechura, para así lograr una mejor valoración dentro y fuera del País.

A partir de 2009 se ha visto un importante avance en la institución, actualmente Fonart reporta un crecimiento pues se había fijado la meta de 16 mil 100 artesanos beneficiados al finalizar el 2012, y para lo que va del año se han logrado 17 232 apoyos.

Sin embargo existen sólo cinco centros de acopio regionales de artesanías en el país; ubicados en el Distrito Federal, San Luis Potosí, Morelia, Oaxaca y Jalisco. Los puntos de venta, o tiendas, se encuentran distribuidos dentro de la Ciudad de México y uno en San Luis Potosí.

También se busca brindar un apoyo integral en lo económico, social y cultural con distintas vertientes, como financiamiento de producción, capacitación y asistencia técnica, concursos regionales, adquisición de artesanías, y comercialización de productos en las ferias más importantes del país.

A pesar de la variedad de apoyos, éste son limitados y sólo pocos sectores pueden acceder a sus beneficios; además, quienes reciben los subsidios, deben conocer y acatarse a las normas de calidad,

“Es necesario mantener el apoyo a los artesanos porque necesitan capacitación. Se hace énfasis en la calidad de la materia prima y la elaboración de la artesanía, el artesano no debe producir sólo por producir”, enfatiza Jorge Castañeda.

No se apoya a todos los artesanos porque Fonart debe ser selectivo con el producto que comercializará, las políticas establecen qué se puede o no recibir. La finalidad, además del subsidio al artesano, es ser referencia de la calidad de las artesanías mexicanas a nivel mundial.

Explica Jorge Castañeda: “Un problema grave en México es la entrada de mercancía barata de baja calidad y aunque son problemas que no nos competen nos afectan. El artesano ve en estás mercancías una fácil salida porque le ahorra trabajo y dinero, por tanto puede vender su producto más barato sin tomar en cuenta que está desvalorando su trabajo”

La Institución ha brindado capacitaciones en distintas comunidades de la República con respecto a ciertas costumbres de elaboración, selección y ahorro de materiales, además del cuidado de la manufactura. Se ha progresado en este aspecto pero algunos artesanos todavía se resisten al cambio.

“Es necesario lograr que ellos entiendan los cambios que les abrirán las puertas a sus productos sin que esto implique la perdida de costumbres, tradiciones y cultura, cada pieza debe de plasmar la identidad de quien lo elabora”, afirma Castañeda.

Jorge Castañeda insiste en que la valoración de las artesanías empieza por uno mismo, en casa, en la escuela y en nuestros grupos cercanos pero depende mucho de la educación. Afirma que FONART ha pedido apoyo a la Secretaría de Educación Pública (SEP), sin embargo ésta no ha dado la atención suficiente para dar a conocer la producción artesanal nacional.

“Todos debemos de conocer que México tiene mucha riqueza natural y cultural, que hay un sinnúmero de cosas que valen la pena, que México hace cosas y las hace bien”, afirma.

Oro por cuentas de vidrio




Los vivos naranjas, amarillos, verdes y morados de la blusa bordada de Juana Vázquez Vázquez se perdían entre tantos colores de su puesto se huipiles.

Ella es risueña y confiada pero muy atenta. Aun cuando bordaba una pequeña servilleta, no perdía de vista a su niña que corría juguetona entre los puestos aledaños a la Catedral Metropolitana. Su marido las cuidaba a ambas, mientras tallaba un bastón de madera a un lado.

Esta familia es originaria de Zinacantán, Chiapas. Se dedican al comercio y elaboración de textiles artesanales como huipiles y tapetes. Viajan cada mes, a veces transcurre más y otras menos tiempo, todo depende de la venta. Cada que terminan sus productos van a Chiapas por más.

Se presentó hace unos meses la oportunidad de venir a la Ciudad de México, un pariente de ella les ofreció posada, juntaron dinero y se trajeron su mercancía. “Aquí uno vende más rápido”, dice Juana con una sonrisa.

Tiene 36 años y lo que más le importa ahora es su hija, ya casi cumple tres años. Por eso viaja más de 12 horas en camión para vender, poder ahorrar y mandarla a la escuela.

Aquí no conoce nada ni a nadie, sólo a su tío, no tiene idea de donde vive. Para volver a casa entra al metro Zócalo por las escaleras más cercanas a Catedral, dice que son muchas las escaleras que sube y baja, sube al tren y sale de él cuando llega a la terminal de Cuatro Caminos.

Entiende bien el español y lo habla pero no mucho, prefiere su lengua, así se comunica con su esposo y su niña, aunque también conversan en español.

Juana porta orgullosa la indumentaria de su pueblo: Un huipil floreado, de colores muy llamativos y brillantes, su falda también tiene detalles bordados y está sujeta con una faja también florida y chillante. Al preguntarle porqué su niña no viste como ella, suspira.

Cuenta una situación que le parece graciosa. Cuando su chiquilla anda en el pueblo, ella misma escoge sus huipiles y los luce como pavo real, pero cuando llega a la ciudad inmediatamente pide su vestido de holanes, no le gusta aquí la ropa de su madre, dice Juana que esto se debe a que las niñas de aquí no visten como ellos.

Aunque le parece curioso, también le preocupa que su pequeña se comporte así, por eso no deja de hablarle en tzotzil. Acto seguido, la chiquilla toma un pequeño huipil y lo muestra, sonríe coquetamente, su madre intenta ponérselo pero ella repela en su lengua, sale corriendo.

La pequeña familia de Juana viene hasta aquí porque en su pueblo no hay mucho movimiento, el dinero que ganan no es suficiente. Cargan artesanías ya terminadas, así como material para hacerlas. Viven aislados de algún modo en esta ciudad, la única que aprende nuevos modos es su hija. Esperan ganar bien y por ahora no les ha ido tan mal.

Como Juana, existen un gran número de personas que vienen a vender artesanías. No pagan impuestos pero existen líderes, uno en cada costado del edificio, a los quienes de les pagan cuotas.

Del lado izquierdo está el “Pirinola” quien posa casi siempre en las jardineras del Zócalo. Es un hombre robusto y moreno, viste de gorra, pantalones de mezclilla y playeras sport. No le gusta que lo molesten porque todo el tiempo habla por su Nextel, a él le informan cuando hay operativos y coordina que los puestos se levanten y se vuelvan a poner.

Del lado derecho “La Doña” tiene un puesto al mismo tiempo que avisa cuando llegarán los policías, a ella se le da el dinero. “Ella es sonriente y vivaracha pero los tiene bien vigilados a todos”, dice un señor que vende quenas. Casi no se distingue de los demás a no ser porque también porta un Nextel.

Los comerciantes no quisieron revelar el nombre real de los líderes, afirman que sólo los conocen por su apodo. Con ellos hacen arreglos y en ambos lados la tarifa es de 80 pesos por día.

Algunos indígenas se han establecido ya en la ciudad y aquí en Catedral ofrecen distintos productos utilitarios de adorno provenientes de China, India, Indonesia, Bolivia y Perú; a la par de “artesanías” que modificaron o aprendieron a fabricar dentro de este ambiente urbano.

La gran mayoría de quienes compran en el lugar se quedan con la idea de que allí encuentran artesanías, y no se equivocan, pero también sucede a menudo que lo adquirido no es propiamente una artesanía sino un híbrido, o en el peor de los casos una manualidad, no porque sea despectivo sino por la confusión generada al respecto.



Una identidad forzada

José Hernández Reyes, Director Comercial del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart), explica la importancia de conocer la clasificación entre los distintos productos realizados con base en el trabajo manual. Él es filósofo graduado en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y antropólogo por la Universidad Iberoamericana.

Destaca sobre todo la importancia de reconocer las artesanías porque afirma que ellas guardan conocimientos artísticos y científicos, pero sobre todo la cosmovisión de nuestra cultura, es decir, nuestra forma de ver el mundo como sociedad.

“El problema sobre lo que se comercializa en el Zócalo es porque se hace sobre una identidad forzada”, explica que las artesanías son mejor apreciadas; sin embargo los fenómenos capitalistas y la moda también han cambiado su concepción, no sólo por quien las consume sino también por el mismo artesano.

“Las artesanías necesariamente tienen una raíz indígena que nos permite imaginar la naturaleza, la tierra, las tradiciones, e incluso refieren la lengua o la indumentaria propia de quienes las realizan”, dice el antropólogo José Hernández “Son la suma de elementos culturales que tienen un uso específico dentro de la comunidad de origen”.

El especialista explica que el uso de las artesanías puede ser dentro de las actividades cotidianas o con una intensión religiosa. Es precisamente su función lo que determina gran parte de su valor, además del esfuerzo que implica su producción.

Afirma que es necesaria una educación temprana para distinguir las distintas clases de artesanías. Tomando en cuenta el uso y la producción es posible clasificar los artículos que se comercian en zócalo, siempre con sumo cuidado pues cada objeto merece atención según sus características.

De acuerdo con el Manual de diferenciación entre artesanía y manualidad, de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) existe una distinción entre los productos hechos a mano, se clasifican en artesanías, híbridos y manualidades.

Las artesanías son realizadas manualmente o con el apoyo de instrumentos y maquinaria rudimentaria. Los materiales provienen de la región del artesano. En ella se imprimen valores simbólicos e ideológicos de la cultura que los fabrica.

Los híbridos conservan ciertos rasgos culturales pero son una mezcla entre materiales, técnicas y valores simbólicos. Es un producto ubicado entre el dinamismo cultural y la globalización.

Por último, las manualidades son objetos que resultan de un proceso manual o semiindustrializado. La materia prima, por lo general, ya ha sido procesada. La técnica no está basada en una tradición cultural y está marcada por la moda.

La calidad de cada producto es variable, tanto en el material como en su técnica, no depende de la clasificación en la que se ubique. Si una artesanía necesariamente se compone de valores simbólicos, materiales y técnicas de fabricación ¿Cómo pueden ser artesanías lo que venden en Zócalo?

José Hernández responde: “Lamentablemente en Zócalo no se hace ni se vende artesanía, con esto no quiero decir que los productos estén mal hechos o que sean de baja calidad”.

Aun cuando las personas provengan de la comunidad donde se hacen las artesanías y hayan aprendido la técnica, difícilmente pueden hacer verdaderas artesanías. Es difícil reproducir una cultura cuando se está fuera del entorno, entonces se empieza a perder la raíz. En una lucha por integrarse al nuevo ambiente, el migrante cambia gran parte de sus tradiciones y costumbres, explica el antropólogo.

Añade que otro aspecto importante que impide la realización de artesanías es el aspecto material pues resulta difícil conseguir materiales originarios ya que se está lejos de la zona geográfica; un ejemplo específico son los inmigrantes de Oaxaca y de Chiapas.

“La cultura se diluye y se pierde”

En los distintos medios de difusión y en los centros culturales, constantemente se repite el valor de nuestra multiculturalidad debido a la diversidad en México, sin embargo no se toma de manera seria y no es suficiente. José Hernández dice también que no basta la difusión, se trata de educación.

Él enfatiza en la importancia de una legislación adecuada “el que no exista una regulación para el comercio de artesanías no rescata la cultura, cada vez más se tiende a lo cosmopolita del mundo globalizado, entonces aquellos conocimientos ancestrales se diluyen; perdemos nuestras raíces y por tanto nuestra identidad”.

“El comercio a las afueras de la Catedral Metropolitana no enseña a las personas el talento de la mano de obra mexicana, pero primordialmente no se aprecia el importante patrimonio cultural que significan las artesanías”, puntualiza.



Ya basta de espejos


En contraste con el pedazo de realidad donde las artesanías son consideradas tesoros culturales, se encuentra todavía un gran número de artesanos, generalmente provenientes de zonas rurales de provincia, que son ajenos a este mundo donde cabe la multiculturalidad.

Estas personas muchas veces no reciben la información sobre los programas económicos a favor de las artesanías y a menudo no son conscientes del valor histórico y cultural que representa su trabajo. La mala paga que reciben no compensa sus necesidades materiales por lo que se ven obligados a buscar otras actividades o emigran en busca de empleo.

Las artesanías, si bien son productos en serie, su valor se encuentra en los criterios tradicionales utilizados para su creación.

Las dependencias de gobierno, específicamente Fonart afirma que Durante las últimas décadas las artesanías han logrado un auge impresionante. Sin embargo, la publicidad, la cantidad y la variedad de tiendas en las que se expenden, sumado a las controversias suscitadas en torno a su naturaleza y funciones, hace difícil definirlas y valorarlas.

Se habla de ellas como resultado de un proceso de trabajo manual pero muchas veces se ignora el valor tradicional y cultural que cada una implica, pero sobre todo en relación con las políticas comerciales del país y como su falta de regulación afecta principalmente a quienes las elaboran.

Tanto instituciones privadas, como Fundación Banamex, y públicas se han interesado en el mercado de las artesanías, Incluso se han abierto espacios en las plataformas virtuales de internet, pero poco o pocas se ocupan del artesano, de la cultura y de su preservación.

A pesar de los programas gubernamentales, las ferias organizadas en las distintas comunidades, las exposiciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), eventos de iniciativa privada, y demás oportunidades que ofrecen una mejor comercialización de las artesanías, las prácticas informales no cesan.

Pero quizá lo más grave no es la desinformación y desvalorización de las artesanías por parte de la población sino por el mismo artesano, lo que los mantiene sumidos en estados de miseria, desigualdad e injusticia.









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