La paz eterna que todos tendremos


Por: Carlos Eduardo Lechuga Castillo
CDMX. La vida es tan caótica que contrasta con lo tranquila de la muerte y el lugar donde los muertos descansan. Al llegar al panteón me percaté de lo silenciosos que son, de la calma y el dolor que guardan entre la causa de muerte o por la ultima despedida que los vivos le dan a esa persona.

Al empezar a recorrer el panteón me di cuenta de la enormidad y como este se ha ido ampliando a lo largo de los años, pero esta extensión también viene acompañada de una sobrepoblación que, al parecer, también existe en la muerte. 

Pude notar tumbas con mas de dos cruces, pudiendo llegar hasta las cinco o seis por tumba, todas en la memoria de un linaje familiar que incluso en el más allá siguen conviviendo, inmortalizando su amor o su odio, dependiendo de las personas y sus historias.

Otras de las cosas que me consternó en mi visita fue que había una gran cantidad de tumbas marcando el año de 1979 dejándome con la duda: si algo llegó a pasar en ese año el cual provocó el deceso de tanta gente especialmente joven.   

Con eso y en mi camino también reflexioné que la muerte nos discrimina a nadie y muchas veces puede ser cruel, especialmente al llevarse la vida de gente tan joven; 30, 27, 20, 15, 9, 4, 1 años son algunas de las edades en las que varias personas ahí dejaron este mundo y que resulto en un gran contraste porque también había gente que estuvo en la tierra por casi 100 años.



Esto vino acompañado de otro pensamiento de lo que esas personas vivieron, lo diferente que el mundo era y funcionaban cuando esas personas estaban vivas, incluso si sus últimos días fueron hace dos semanas o el día anterior a mi visita.

Durante mi caminata, también me percaté sobre las tumbas olvidadas, borradas de la historia con un pequeño recordatorio de que alguien yace ahí en forma de una cruz de metal o pinta en el muro que el tiempo se encargo de borrar el nombre de esa persona, haciendo un contraste con las tumbas que las familias siguen cuidando, donde incluso vi a un señor limpiando la tumba de uno de sus parientes.

Otro elemento, aunque un físico podría refutarlo fueron los reguiletes en las tumbas, cuando caminaba hacia la salida, algunos se movían mientras que otros no, dejándome pensando que tal vez los difuntos me estaban saludando y al mismo tiempo despidiéndose de mí, incluso agradeciendo por la compañía o maldiciendo por la perturbación a su paz.

Mi visita concluyó cuando en la salida fui consiente del ruido que había en la calle y pasado casi dos horas dentro del lugar sin darme cuenta, pareciendo que me aparté de la realidad de lo que es la vida o el mundo de lo vivo por unos instantes.





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