ALVARO OBREGÓN: EN BÚSQUEDA DE LA JUSTICIA
Ciudad de México (Aunam). Un rescatista toma el micrófono y se le quiebra la voz cuando revela que tuvo que mentirles a los familiares de los atrapados, en Álvaro Obregón 286, cuando preguntaban si aún había esperanza: “Sabía que ya no había, pero no podía decirles la verdad y les pido una disculpa por eso”.
A un año de los sismos, familiares, amigos, rescatistas y voluntarios se reunieron frente a lo que era un edificio de oficinas en Álvaro Obregón 286 para recordar a quienes y para exigir justicia debido a que el inmueble derrumbado tenía una serie de irregularidades notificadas desde 1997.
Hay flores blancas, veladoras, una bandera de México con mensajes de solidaridad y fuerza, trajes de rescate, cascos, objetos pertenecientes a quien ya no está. Recuerdos.
Un hombre se acerca a la pared de madera que delimita la zona y sobre la que hay decenas de fotografías, fija su mirada sobre la imagen de una joven, se pone en cuclillas para verla mejor, toca la foto con su mano y rompe en llanto.
A las 13:40:40 comenzó el minuto de silencio para recordar a las víctimas de la tragedia, para después dar paso a la alerta sísmica, cuyo sonido lo hizo girar todo en la memoria otra vez, la angustia, los escombros, la insistencia, la búsqueda, la intemperie que se volvió hogar gracias a los voluntarios.
Uno a uno, los familiares iban recorriendo la ruta de evacuación con flores en las manos o algún retrato, pero sobre todo con la imagen de sus seres queridos viva en la memoria. Sus pasos eran acompañados por los signos del dolor, un dolor que se hizo de todo ese día, en el que no ha de abandonarse en busca de justicia.
Fue la organización de los familiares y su persistencia ante las autoridades la que logró que las labores de rescate se prolongaran por más tiempo en Álvaro Obregón 286, la búsqueda duró 15 días y dio como resultado 28 personas rescatadas y la recuperación de 49 cuerpos.
Fueron ellos quienes, al no tener informes de sus seres queridos y al ver que las obras se iban deteniendo con el paso de los días, se acercaban a los medios de comunicación, con autoridades de protección civil y con quien pudiera ayudarles para exigir que se continuara con el rescate.
La zona se convirtió entonces en un campamento permanente donde rescatistas, voluntarios y afectados, convivían de manera constante.
Ante la inacción en las labores de rescate, los familiares trataban de conseguir equipo para ser ellos los que subieran. A unas cuantas personas de ingresar a la zona cero regresaron a un señor por no traer botas con casquillo, desesperado pidió cambiarlas con alguien más de los que estaban formados. Ahí fue cuando se dieron cuenta, él era familiar de alguno de los atrapados y quería subir. Ante la imposibilidad de negarle el acceso, a siete días del sismo, lo acompañaron al puesto de herramientas y alguien le cambio sus botas. Subió.
Mientras que, frente a un puesto improvisado de suministros para higiene, a una semana del sismo, una pareja, al parecer en busca de su hijo, se acercó a uno de lo rescatista que acababa de bajar de los escombros para preguntar si aún había esperanzas de encontrarlo con vida. El hombre vestido de rojo redujo la distancia entre ellos y comenzó la respuesta con un “voy a ser sincero con ustedes…”, lo que siguió fue el llanto sin sonido de la madre al que sólo pudo responder quien la acompañaba con un abrazo, mientras el rescatista se despedía con un gesto.
Episodios como estos se volvieron recurrentes en los días que siguieron, los rescatistas no querían mentir, ellos mismos guardaban la esperanza de encontrar a alguien con vida, recordaban el caso de un bebé rescatado días después en el otro 19 de septiembre, pero el tiempo pasaba y el ambiente que se respiraba en el lugar les decía lo contrario.
Las relaciones que han formado los familiares, primero en busca de sus seres queridos y ahora en busca de justicia son más sólidas que nunca y han llevado a 39 de ellos a interponer una demanda contra quien resulte responsable por las irregularidades en el edificio donde operaba la empresa Aguilera Contadores.
A un año de los sismos, familiares, amigos, rescatistas y voluntarios se reunieron frente a lo que era un edificio de oficinas en Álvaro Obregón 286 para recordar a quienes y para exigir justicia debido a que el inmueble derrumbado tenía una serie de irregularidades notificadas desde 1997.
Hay flores blancas, veladoras, una bandera de México con mensajes de solidaridad y fuerza, trajes de rescate, cascos, objetos pertenecientes a quien ya no está. Recuerdos.
Un hombre se acerca a la pared de madera que delimita la zona y sobre la que hay decenas de fotografías, fija su mirada sobre la imagen de una joven, se pone en cuclillas para verla mejor, toca la foto con su mano y rompe en llanto.
A las 13:40:40 comenzó el minuto de silencio para recordar a las víctimas de la tragedia, para después dar paso a la alerta sísmica, cuyo sonido lo hizo girar todo en la memoria otra vez, la angustia, los escombros, la insistencia, la búsqueda, la intemperie que se volvió hogar gracias a los voluntarios.
ALERTA: En en video se escucha la ALERTA SÍSMICA
ALERTA: En en video se escucha la ALERTA SÍSMICA
Uno a uno, los familiares iban recorriendo la ruta de evacuación con flores en las manos o algún retrato, pero sobre todo con la imagen de sus seres queridos viva en la memoria. Sus pasos eran acompañados por los signos del dolor, un dolor que se hizo de todo ese día, en el que no ha de abandonarse en busca de justicia.
Fue la organización de los familiares y su persistencia ante las autoridades la que logró que las labores de rescate se prolongaran por más tiempo en Álvaro Obregón 286, la búsqueda duró 15 días y dio como resultado 28 personas rescatadas y la recuperación de 49 cuerpos.
Fueron ellos quienes, al no tener informes de sus seres queridos y al ver que las obras se iban deteniendo con el paso de los días, se acercaban a los medios de comunicación, con autoridades de protección civil y con quien pudiera ayudarles para exigir que se continuara con el rescate.
La zona se convirtió entonces en un campamento permanente donde rescatistas, voluntarios y afectados, convivían de manera constante.
Ante la inacción en las labores de rescate, los familiares trataban de conseguir equipo para ser ellos los que subieran. A unas cuantas personas de ingresar a la zona cero regresaron a un señor por no traer botas con casquillo, desesperado pidió cambiarlas con alguien más de los que estaban formados. Ahí fue cuando se dieron cuenta, él era familiar de alguno de los atrapados y quería subir. Ante la imposibilidad de negarle el acceso, a siete días del sismo, lo acompañaron al puesto de herramientas y alguien le cambio sus botas. Subió.
Mientras que, frente a un puesto improvisado de suministros para higiene, a una semana del sismo, una pareja, al parecer en busca de su hijo, se acercó a uno de lo rescatista que acababa de bajar de los escombros para preguntar si aún había esperanzas de encontrarlo con vida. El hombre vestido de rojo redujo la distancia entre ellos y comenzó la respuesta con un “voy a ser sincero con ustedes…”, lo que siguió fue el llanto sin sonido de la madre al que sólo pudo responder quien la acompañaba con un abrazo, mientras el rescatista se despedía con un gesto.
Episodios como estos se volvieron recurrentes en los días que siguieron, los rescatistas no querían mentir, ellos mismos guardaban la esperanza de encontrar a alguien con vida, recordaban el caso de un bebé rescatado días después en el otro 19 de septiembre, pero el tiempo pasaba y el ambiente que se respiraba en el lugar les decía lo contrario.
Las relaciones que han formado los familiares, primero en busca de sus seres queridos y ahora en busca de justicia son más sólidas que nunca y han llevado a 39 de ellos a interponer una demanda contra quien resulte responsable por las irregularidades en el edificio donde operaba la empresa Aguilera Contadores.
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