UNA CITA EN EL ZÓCALO CON LAS CULTURAS DEL MUNDO

Por Bacilio Antonio Hernández
Ciudad de México (Aunam). Las cintas de colores que salían desde el centro de aquella gran columna de metal simulaban la misma forma de los listones atados a un palo que se utiliza para la danza de los matachines y me hacían recordar ese baile tradicional del estado de Hidalgo. Tiras de colores vistosos y brillantes eran las que revoloteaban en el aire con el golpeteo del viento.


Aquella tarde la ciudad parecía derretirse por el calor que oscilaba cerca de los 29 grados. En tan sólo una semana, la temperatura había aumentado tanto que los citadinos, al mismo tiempo, se quejaban e ironizaban sobre ello.

El Sistema de Transporte Colectivo Metro vivía la más terrible de sus temporadas. Dentro de sus vagones el calor era insoportable y causaba que toda persona que viajara en ellos sudara a los pocos minutos de haber ingresado. Enjugarse el sudor de la cara era imprescindible.

En este escenario, la novena presentación de la Feria Internacional de las Culturas Amigas (FICA) comenzó su primera semana de actividades y aunque para este año se implementó una dinámica diferente, seguía viviéndose en los alrededores un ambiente de mucho jolgorio.

En el Zócalo, la bandera ondeaba imponente; al fondo, la Catedral Metropolitana y, a un costado, el Palacio eran testigos de aquella gran fiesta internacional en la que se reunían, como ya desde hace nueve años consecutivos, 94 países de los cinco continentes.

Para este año, el lejano continente africano se hizo presente a través de Costa de Marfil. Este país, que se encuentra en la zona occidental del continente africano, logró su independencia el 7 de agosto de 1960. Poseedora de cultura similar a sus países hermanas como Ghana, Liberia y Guinea, en Costa de Marfil destacan los festivales de música y arte.

Entre tanta algarabía se alcanzaba a escuchar a la representante marfileña decir que su nación tenía mucho de especial porque poseía grandes muestras culturales para presentar como sus artesanías, sus muestras gastronómicas, entre otras.

La feria se me hacía diferente, a diferencia de lo que viví especialmente en este espacio en los últimos dos años. En 2015, cuando acudí a la FICA por primera vez, la gente saturaba el espacio; pisotones, empujones y caras enojadas eran las que se podían esperar al caminar a través de los estrechos pasillos donde se encontraban los cubículos que le correspondía a cada país.


Cada uno de los países invitados mostraba parte de sus atractivos culturales con folletos y muestras únicas de artesanías, Egipto, por ejemplo, contaba con una barca en la cual se encontraba encima una mujer que representaba a una reina egipcia, probablemente Cleopatra, vestida de traje color oro, con incrustaciones de piedras brillantes, brazalete y pectoral en todo dorado.

Así transcurría aquella tarde calurosa y despejada. A lo lejos no podía dejar de escucharse el sonido de los organilleros, inconfundibles de la Ciudad de México, entonando el “Cielito lindo”, canción por sobre todas las cosas ícono de la identidad y folclore mexicano.

Rodeado de fastuosos edificios, el Zócalo capitalino recibía sobre su superficie gente de diferentes países, personas que quizá llevaban tiempo de radicar en la ciudad, pero que ése día se dieron el espacio para representar a su país en tan significativo evento cultural.

Seguido el recorrido, por la parte del continente americano podía visualizar un sinfín de colores brillantes, alegres y armónicos, penachos de plumas, collares de cuentas, bordados de flores y colibríes.


Los tejidos de trama elaborados con telar de cintura eran inconfundibles, quesquémiles bordados a mano con hilo de algodón suave se podían apreciar. Su textura parecía encerrar la esencia de las manos artesanas que los habían elaborado. Las muñecas de trapo no faltaban con sus vistosos vestidos y listones de colores.

La parte de Centroamérica destacaba por su singular parecido entre sus artesanías. La cultura mesoamericana, sin lugar a dudas, había dejado un legado cultural muy amplio; que había perdurado a través de los siglos.

“Como México no hay dos”, era la frase que mencionaba uno de los expositores colombianos de nombre Christian quien mencionaba que, al igual que nuestro país, Colombia estaba repleto de literatura gracias a grandes escritores como García Márquez, aquel experto de la pluma que nos dejó como herencia su Cien años de soledad; cómo no recordar al pueblecito de Macondo y al coronel Aureliano Buendía o a José Arcadio. También mencionaba que Colombia era cuna de reinas de belleza como Paulina vega y Luz María Zuluaga, así como hogar de bellos paisajes imprescindibles de visitar.


El trayecto continuaba y al llegar a la parte de Haití me percaté de que, a diferencia de los dos años anteriores que había asistido a la feria, faltaba la presencia de Asu, una mujer haitiana, que se mudó al entonces Distrito Federal en el 2009. Asu participó en la FICA durante tres años, en 2014, 2015 y 2016. Solía ofrecer crema de coco por tan sólo 20 pesos el vaso, carne frita de pollo y cerdo, una ensalada llamada piklis y unas tortitas hechas a base plátano macho.

Asu era una conocida de la familia. Este año no estuvo presente en la feria porque se mudó junto con sus hijos a los Estados Unidos. El año pasado, en la octava presentación de la feria, mencionaba que su amor por México era infinito, que en cuanto tuviera la oportunidad de regresar lo haría sin pensarlo y se quedaría aquí para siempre. La penúltima vez que había visitado su país fue para vivir el duelo por la pérdida de su madre, quien había perdido la vida durante el terremoto ocurrido en Haití el 12 de enero de 2010.

Asu era tan sólo una de las tantas personas que conformaban la gran feria. Todos los países tenían algo singular que mostrar: la India, por ejemplo, llevaba música e inciensos; Italia, fotografías del coliseo romano; Francia, la icónica Torre Eiffel; los Países Bajos, diferentes artículos con sus característicos colores naranja y azul. Gente de diferentes etnias, diferentes tonos de piel, desde el más oscuro hasta el más blanco, ojos de colores claros, oscuros, azules, cafés y verdes, se concentraban en aquella importante reunión cultural que iniciaba en la enigmática plancha del zócalo capitalino.

La calle de República de Brasil servía como corredor para llegar a la Plaza de Santo Domingo, lugar donde se concentraban los sabores y olores de los diferentes platillos. Los olores dulces y ácidos de alimentos como la longaniza eran los que más predominaban, los sonidos de los alimentos a la plancha se escuchaban al mismo tiempo de que el humo salía y se disipaba por los espacios de aquel techo espacio que albergaba la muestra gastronómica.

El espacio muy colorido y al mismo tiempo reducido impedía que las personas transitaran bien. Sin embargo, valía la pena pues la diversidad de alimentos y bebidas que podían encontrarse era muy vasta.

Entre el antojo y el hambre, la sed por el calor me obligó a pedir un choripán argentino y una bebida venezolana que llamaban coktail. El choripán es un platillo, similar a una torta, que lleva una capa de mayonesa artesanal, un chorizo asado parecido a una salchicha y condimentado con una salsa de chimichurri hecha a base de perejil, orégano, vinagre, y aceite. Por otro lado, el coktail es una bebida hecha a base de canela, piña y agua de Jamaica. Tenía un sabor muy fresco y agradable, la vendedora hasta bromeó en que era afrodisiaco.


Fui a una de las mesas que se habían instalado en la plaza de Santo Domingo, donde los visitantes podían descansar y consumir los alimentos. Ahí entre tiras de colores y bajo los rayos del sol, rodeado de plantas y persona, me dispuse a degustar mis alimentos.

Eran aproximadamente las cinco de la tarde y poco a poco el cielo comenzaba a nublarse, haciendo que el calor disminuyera. Las personas que transitaban por aquel lugar comenzaron a dispersarse aún más.

Entre los comensales, sentados por ahí, se escuchaban las pláticas de que este año la feria había roto el esquema tradicional de tener todo junto. No obstante, era rescatable el hecho de que se podía transitar un poco más rápido y había más tranquilidad.

Más tarde la visita a la feria acabaría y sería hora de regresar a casa, por la misma calle de República de Brasil, adornado con motivos de papeles festivos y estampillas sobre el piso. Las nubes se habían vuelto más densas y la brisa se tornaba cada vez más fresca. Así regresaba a casa después de aquella Feria Internacional de las Culturas Amigas en su emisión del 2017.

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