UN COLOSO EN SANTA ÚRSULA

Por: Eduardo Montero Legaspi
Ciudad de México (Aunam). Un día típico en el Estadio Azteca, donde no hay mucha gente, ni partidos de fútbol o algún evento ajeno al deporte en este recinto, todos los turistas buscan un recorrido guiado por todo el estadio, mientras la porra Monumental del América que alienta y ensaya los cánticos que deben entonar cada día que juega el club más odiado del país.


¡Cuánta historia existe en el Coloso de Santa Úrsula! Tanto en el interior como en el exterior, en sus estacionamientos y calles aledañas se han vivido abucheos, celebraciones monumentales y conciertos que han extasiado a millones de personas, como el de Michael Jackson, Elton John y Paul McCartney. Ahí se juegan arrancones y eventos conmemorativos, o bien, se recuerda aún la visita de Juan Pablo II.

El Azteca fue inaugurado el 29 de mayo de 1966 con un juego entre el club América y el Torino de Italia. El equipo italiano siempre ha portado el color guinda, y para conmemorar ese primer partido, las águilas utilizaron en su centenario, el mismo tono. Arlindo Dos Santos fue el anotador del primer gol en la historia del estadio, al minuto diez de aquel partido.

La obra de Pedro Ramírez Vázquez fue construida a base de la roca Volcánica Xitle, señalan que se tuvieron que retirar 180 mil metros cúbicos. El recinto tiene capacidad para 115 mil espectadores; hoy por cuestiones de seguridad, el máximo es de 87 mil, por lo que es reconocido como el estadio más grande de América Latina y el cuarto más grande del mundo. Al interior del lugar se puede observar la división entre marcas de los dos equipos locales: el América con Nike, la Selección Mexicana con Adidas y su más reciente inquilino Cruz Azul con Joma.

El vestidor del seleccionado, el cual también es el vestidor del equipo visitante de la liga local y del Cruz Azul cuando juega de local, tiene un techo más liviano para que el equipo contrario sienta la presión de la barra Monumental.

Los días de partido se debe llegar con una hora o dos de anticipación, tres si es día de clásico, para poder comer a gusto los taquitos, las garnachas, las tortas e incluso las chelas y el refresco, a pesar de que todo tiene un precio verdaderamente inverosímil.

Por esta razón, muchas veces las familias llevan su parrilla, su balón para rifarse una cascarita antes del encuentro, o su propio sonido donde el reggaetón es la música que predomina en toda la zona, pues no está mal jugar un partido al ritmo de Despacito.

Los revendedores hacen la chamba de siempre: “¿Quiere boletos o le sobran mi jefe?”, también regatean el precio de las entradas, ya que normalmente las ofrecen al doble del precio original de cada zona y muchos aficionados no cuentan con el dinero suficiente para obtenerlo.

Comienza el encuentro y se escucha a la mayoría de los aficionados mentando madres y saludando cordialmente al portero del equipo visitante en cada saque de meta. Principalmente el ¡Vamos América! y el ¡Azul, Azul! retumban en el Coloso cuando cada uno juega de local. En los pasillos abundan los que venden chelas a 100 pesos cada una, buscando pasar entre los admiradores, claro, uno que otro recuerda lo bonita que es la madre del otro, tanto al jugador, como al personal del estadio y entre los mismos aficionados.

Una vez terminado el encuentro, los olores humanos predominan en las salidas y baños del recinto, los pasajeros aumentan en el tren ligero y el metro, puesto que muchos aficionados no cuentan con automóvil a altas horas de la noche y se utiliza el transporte público donde se arrima hasta lo que no se tiene.

La porra del América es la última en salir del estadio por cuestiones de seguridad y esta se despide de una manera bastante peculiar: “Cámara pivote y llanta, Michelin cara blanca, cualquier pedo me marca”.

El Coloso de Santa Úrsula ha albergado momentos inolvidables como la semifinal del mundial del 70 entre Italia y Alemania con un marcador final de 4-3 a favor de la “Azzurra”.

Presenció a los dos monstruos más grandes del fútbol coronarse campeones: Pelé en 1970 y Maradona, que marcó el gol del siglo en 1986. El azteca vio la única final que ha existido entre América y Guadalajara y, a su vez, el partido más cardiaco del fútbol mexicano entre las Águilas y Cementeros en el Clausura 2013, coronándose los azulcremas en ambos cotejos.

El recinto ha sabido defender su esencia como uno de los lugares más representativos del país, mientras conserva sus orígenes, sin dejar atrás la modernidad y la constante remodelación.





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