DE JAPÓN A MÉXICO SIN ARREPENTIMIENTOS: SABURO IIDA
Fotos y texto: María José Rivero Cervantes
Ciudad de México (Aunam). En los festivales japoneses celebrados en la ciudad de México, un hombre camina con firmeza al escenario para hacerlo suyo. Le acompañan su guitarra eléctrica roja y un teclado electrónico. Usa un traje de inspiración japonesa que lo hace lucir como un ninja de programa de televisión.
Si alguien más lo usara, se vería como un disfraz, pero en él luce muy real. Cuando todo está dispuesto, la música nace de sus manos con energía y amplia variedad de sonidos. A los tonos fríos del sintetizador lo acompañan sonidos de instrumentos tradicionales de Japón. El shamisen y el Koto conviven como vecinos con los tonos modernos. El hombre banda, de casi 2 metros de altura, invoca a sus aficionados en los primeros tonos y atrae la atención de los primerizos.
Si alguien más lo usara, se vería como un disfraz, pero en él luce muy real. Cuando todo está dispuesto, la música nace de sus manos con energía y amplia variedad de sonidos. A los tonos fríos del sintetizador lo acompañan sonidos de instrumentos tradicionales de Japón. El shamisen y el Koto conviven como vecinos con los tonos modernos. El hombre banda, de casi 2 metros de altura, invoca a sus aficionados en los primeros tonos y atrae la atención de los primerizos.
El gigante se acerca al micrófono con una sonrisa. La concentración de la música que lo haría parecer frío desaparece con su amable y enérgica presentación. Sonríe y se acerca al micrófono. Quienes no lo conocen notan con sorpresa que su español es impecable. Su nombre es Saburo Iida.
Esta es una escena que pudo haber ocurrido en los festivales de primavera y otoño de la Asociación México Japonesa. Si no, en Guanajuato, en el festival Cervantino de 2014, o en otro país como Costa Rica, donde tocó en una convención. Tal vez en eventos como el JFest y el Wonderland Japan Bazar. También es posible que haya ocurrido en cualquiera de las 10 Ferias de las Culturas Amigas que se han celebrado en la CDMX y en las cuales Saburo se ha presentado representando a su país natal.
En realidad, Saburo ha vivido en México mucho más tiempo que en Japón. La relación entre México y Japón en él surgió aun antes de su nacimiento, ya que incluso sus padres se conocieron en este lado del mundo. Su madre nació en Tepic Nayarit, de padre japonés y madre mexicana. Con la Segunda Guerra Mundial de por medio, ella y su familia tuvieron que mudarse a Guadalajara como parte de la medida de concentrar japoneses en las ciudades principales. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, ya que la pareja se conoció en esta ciudad y se casaron de inmediato.
Poco tiempo después la familia, ya con dos hijos se fue a vivir a Okayama en Japón. En la primavera del 68 nació Saburo.
“Siempre quisiera darle un significado poético a mi nombre, ya sea por los trazos de su escritura en japonés o algo así, pero la verdad es que mi padre vivía muy agitado en ese entonces por el trabajo y me puso lo primero que le vino a la mente. Saburo significa tercer hijo”.
En aquella época hubo una fuerte nevada en Tokio, algo extraño para esa zona. Saburo recuerda correr por la casa jugando con sus hermanos mayores para quitarse el frío. La casa era tradicional, de madera y piso de tatami. Los hermanos mayores tenían literas y Saburo tenía un futón. Este es uno de los pocos recuerdos que el músico conserva de su temprana infancia en Japón, ya que al cumplir los 5 años, él y su familia regresaron a la ciudad de México para quedarse.
“Chino chino japonés, a que no me ves” y otras bromas de la época recibieron a Saburo en su primaria mexicana. Los lentes que usaba en ese entonces tampoco le favorecían ya que con ellos llamaba aún más la atención. Saburo nunca tomó el bullying con rencor. Tampoco fue algo nuevo para él, ya que desde el kínder en Japón lo llamaban “shirobuta” (cerdo blanco) por su color de piel.
A pesar de ello y su timidez, Saburo no tuvo dificultades para encontrar amigos en su primaria y en su escuela de finales de primaria, secundaria y preparatoria, el Liceo Méxicano Japonés.
Durante su infancia, Saburo se interesó por la música con un instrumento inesperado. El órgano. Un día acudió al Centro Cultural Ollin Yoliztli con su madre para ver una presentación de Yamaha de niños japoneses hábiles en el instrumento de aspecto anacrónico. Ese día el escenario permaneció oscuro hasta que se iluminó con el brillo multicolor de los curiosos aparatos. Para Saburo fue como amor a primera vista y al poco tiempo llegó a estudiar órgano a la escuela de Yamaha, su primer acercamiento formal hacia la música.
Por otro lado, como suele pasar, el acercamiento a la guitarra fue gracias a un amigo llamado Naoki. Ambos iban juntos en el Liceo y sus familias eran amigas desde antes. Naoki era fanático del rock pesado y de lo que empezaba a configurarse como heavy metal.
“Al descubrir que a Naoki le gustaba ese tipo de música, lo primero que pensé fue “este tipo está loco” Él me decía que quería ser guitarrista. A ello yo le decía “no, estás loco, como vas a ser guitarrista, no vas a vivir de nada, eso es de drogadictos”, etcétera. Al final Naoki se dedicó a los negocios y el guitarrista soy yo”.
Saburo vive en una casa tradicional mexicana en la colonia del Valle. Para tocar el timbre hay que jalar una cuerda que cuelga de la barda de entrada y mueve una campana. Ingenio mexicano. En frente de la barda roja del timbre la gran casa de fachada blanca tiene un fuurin, una decoración de verano de diseño japonés. En su estudio de piso de madera habitan sus diferentes instrumentos musicales. La mayoría están guardados en sus estuches de forma prolija. En un escritorio hecho por él mismo se encuentra su teclado con luces multicolores similares a los órganos que lo impresionaron de chico. El aparato está conectado a una computadora, elemental para ayudarlo con sus composiciones. Al lado del teclado lo espera en un soporte, su guitarra eléctrica roja. Al componer Saburo se inserta frente a la consola como pieza maestra de un engranaje. Me enseña entonces su material más reciente para su próximo álbum.
La música comienza con un ritmo que se repite y acelera Los ritmos electrónicos se combinan con los analógicos de arpas. Entra un shakuhachi. Saburo comenta “ahí entran las guitarras” y me indica los sonidos faltantes que todavía están en el reino de su mente.
El demo termina antes de lo esperado
Todavía es un enigma como quedará el resto de la canción.
A pesar de sus circunstancias actuales y del apoyo de sus padres en las clases de órgano, la decisión de ser músico no fue algo sencillo. Saburo estudió ingeniería en electrónica, algo de lo que no se arrepiente ya que le dio bases para entender su música actual y los aditamentos que necesita. Sin embargo, después de trabajar en Motorola un tiempo, supo que el trabajo de oficina no era lo suyo y que la música era la vocación que lo llamaba
“Mi padre, siendo un hombre de pueblo antiguo, era chapado a la antigua y no pensaba que el arte era un modo de vida de gente decente. Mi hermano mayor Daisaku decidió desde joven que quería ser actor y mi padre discutió mucho con él. Incluso le envió cartas a la familia diciendo que ya no lo reconocía como hijo
“Después de ello es lógico entender por qué me tardé en decirle a mi padre mi decisión de vida, pero un día decidí que era momento de decirle la verdad. En ese entonces mis padres tenían una casa en Chapala y ahí me lo agarré. Después de la cena tomamos unos tragos de whisky. Yo, para agarrar valor y le serví a él para que asimilara mejor la noticia. Le dije mi decisión respaldado por el hecho de que tenía unos proyectos ya listos en puerta produciendo jingles y tocando en distintos lugares. Para mi sorpresa mi padre lo tomó muy bien. Él me dijo que yo ya sabía lo que costaba ganar dinero y que podía decidir con base en ello”.
Aparte de órgano, Saburo estudió guitarra como parte de las actividades del Liceo Mexicano Japonés, pero fuera de esos dos cursos, su principal maestro fue él mismo. Saburo cree que todas las personas son capaces de aprender de la observación y la atención, forma con la que él aprendió a extraer acordes. Escuchaba todo con gran atención para aprender, desde música de Bach hasta los acordes en pistas de videojuegos de Nintendo. A los catorce o quince años en un día de enfermedad, compuso su primera pieza, “Andrómeda”.
En un inicio Saburo tuvo una banda llamada Faxx, con la cual adquirieron cierta fama al tocar con Fobia y los amantes de Lola. Después de ello el trabajo musical de Saburo ha variado desde la composición de jingles y producción de bandas sonoras hasta las presentaciones en vivo en distintos foros. Sus primeras composiciones tenían inspiración de origen celta. Otras influencias tempranas incluyen bandas occidentales como Off Course y japonesas como la Yellow Magic Orchestra y Ansen Chitai.
A pesar de las apariencias, Saburo menciona que su acercamiento con el proyecto “japonés en México” es algo realmente reciente en lo que lo animó su actual esposa. En los últimos diez años, Saburo ha redescubierto un lado japonés que antes no expresaba de forma tan explícita. Incluso cuando lo invitaron a participar en la primera Feria de las Culturas Amigas, el armó su versión de la popular canción Sakura, casi como un palomazo.
Saburo aprendió de la música tradicional de Japón de la mano de otras artistas radicadas en México, como Yukari Hirasawa y la música de tambores japoneses Nahoko Kobayashi. Pronto su estilo llamó la atención de los fanáticos japoneses y acorde a ello comenzó a vestirse y componer de una forma que explora los sonidos de Japón, pero en arreglos modernos que atraigan al público que quiere conocer este tipo de música. Afortunadamente, este nuevo estilo de trabajo no ha hecho falta.
Tania Hernández Díaz, gestora intercultural de la UNAM, ha apoyado en la organización de eventos culturales japoneses en México, como el Nihon Matsuri que se llevó a cabo en el CENART a finales de 2016 y el Wonderland Japan Bazar a finales de 2017. En ambos eventos contrató a Saburo Iida:
“Ví a Saburo por primera vez hace unos tres años en el festival del día del niño en la Asociación México Japonesa. No negaré que lo primero que me atrajo de su propuesta fue su condición de descendiente de japonés, algo que ha sabido aprovechar muy bien para darse a conocer y construir una imagen fresca de “lo japonés en México” Su uso de sonidos musicales tradicionales de Japón y su vestuario sirven para dar todo un performance que me pareció exótico”.
Tania menciona que el trato con el músico siempre ha sido muy cordial y que incluso prestó materiales que ellos no tenían para que los eventos fueran un éxito. Jun Yoshikai también contactó a Saburo para presentarse en el foro abierto de Plaza Loreto durante las jornadas de Japón en México de 2018. En estas presentaciones su popurrís de videojuegos y de anime suelen tener gran aceptación entre el público, tanto que Saburo piensa componer otro.
Toda la música de Saburo tiene un punto en común. Lo positivo. Nadie va a sus conciertos a sentirse triste o desanimado, es todo lo contrario. Los acordes son alegres y tienen siempre un mensaje de fondo positivo. Incluso en canciones como “Kamikaze” en la que la guerra está de por medio, Saburo resalta los aspectos positivos de estos guerreros polémicos.
“Yo de hecho solía ser muy negativo en la preparatoria. Mis primeras composiciones hablaban de depresión y cosas así. Me transformé con la enfermedad de mi primera esposa. Ella murió de cáncer. Todo su tratamiento fuimos muy positivos y a pesar de que no resultó y si se me fue, sigo creyendo en eso, que tu actitud puede dar mucho. Parte de la promesa que le hice cuando ella murió fue que yo sería como un embajador de lo bueno, que mi música sería positiva y encaminada al bien, no el mal”.
Al ver a los niños y a los porristas japoneses Wotta animando por igual en sus conciertos, es fácil notar que Saburo ha cumplido con este propósito. Hoy en día le preocupa estarse repitiendo en lo japonés, por lo que en su nuevo álbum espera mostrar una propuesta que se mantenga genuina. No obstante, no tiene ninguna prisa de sacar su próximo álbum, por lo que tendremos que esperarle, mientras le tararea a su celular algún ritmo nuevo que le viene a la mente con un nuevo mensaje positivo para compartir con el mundo.
Ciudad de México (Aunam). En los festivales japoneses celebrados en la ciudad de México, un hombre camina con firmeza al escenario para hacerlo suyo. Le acompañan su guitarra eléctrica roja y un teclado electrónico. Usa un traje de inspiración japonesa que lo hace lucir como un ninja de programa de televisión.
Si alguien más lo usara, se vería como un disfraz, pero en él luce muy real. Cuando todo está dispuesto, la música nace de sus manos con energía y amplia variedad de sonidos. A los tonos fríos del sintetizador lo acompañan sonidos de instrumentos tradicionales de Japón. El shamisen y el Koto conviven como vecinos con los tonos modernos. El hombre banda, de casi 2 metros de altura, invoca a sus aficionados en los primeros tonos y atrae la atención de los primerizos.
Si alguien más lo usara, se vería como un disfraz, pero en él luce muy real. Cuando todo está dispuesto, la música nace de sus manos con energía y amplia variedad de sonidos. A los tonos fríos del sintetizador lo acompañan sonidos de instrumentos tradicionales de Japón. El shamisen y el Koto conviven como vecinos con los tonos modernos. El hombre banda, de casi 2 metros de altura, invoca a sus aficionados en los primeros tonos y atrae la atención de los primerizos.
El gigante se acerca al micrófono con una sonrisa. La concentración de la música que lo haría parecer frío desaparece con su amable y enérgica presentación. Sonríe y se acerca al micrófono. Quienes no lo conocen notan con sorpresa que su español es impecable. Su nombre es Saburo Iida.
Esta es una escena que pudo haber ocurrido en los festivales de primavera y otoño de la Asociación México Japonesa. Si no, en Guanajuato, en el festival Cervantino de 2014, o en otro país como Costa Rica, donde tocó en una convención. Tal vez en eventos como el JFest y el Wonderland Japan Bazar. También es posible que haya ocurrido en cualquiera de las 10 Ferias de las Culturas Amigas que se han celebrado en la CDMX y en las cuales Saburo se ha presentado representando a su país natal.
En realidad, Saburo ha vivido en México mucho más tiempo que en Japón. La relación entre México y Japón en él surgió aun antes de su nacimiento, ya que incluso sus padres se conocieron en este lado del mundo. Su madre nació en Tepic Nayarit, de padre japonés y madre mexicana. Con la Segunda Guerra Mundial de por medio, ella y su familia tuvieron que mudarse a Guadalajara como parte de la medida de concentrar japoneses en las ciudades principales. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, ya que la pareja se conoció en esta ciudad y se casaron de inmediato.
Poco tiempo después la familia, ya con dos hijos se fue a vivir a Okayama en Japón. En la primavera del 68 nació Saburo.
“Siempre quisiera darle un significado poético a mi nombre, ya sea por los trazos de su escritura en japonés o algo así, pero la verdad es que mi padre vivía muy agitado en ese entonces por el trabajo y me puso lo primero que le vino a la mente. Saburo significa tercer hijo”.
En aquella época hubo una fuerte nevada en Tokio, algo extraño para esa zona. Saburo recuerda correr por la casa jugando con sus hermanos mayores para quitarse el frío. La casa era tradicional, de madera y piso de tatami. Los hermanos mayores tenían literas y Saburo tenía un futón. Este es uno de los pocos recuerdos que el músico conserva de su temprana infancia en Japón, ya que al cumplir los 5 años, él y su familia regresaron a la ciudad de México para quedarse.
“Chino chino japonés, a que no me ves” y otras bromas de la época recibieron a Saburo en su primaria mexicana. Los lentes que usaba en ese entonces tampoco le favorecían ya que con ellos llamaba aún más la atención. Saburo nunca tomó el bullying con rencor. Tampoco fue algo nuevo para él, ya que desde el kínder en Japón lo llamaban “shirobuta” (cerdo blanco) por su color de piel.
A pesar de ello y su timidez, Saburo no tuvo dificultades para encontrar amigos en su primaria y en su escuela de finales de primaria, secundaria y preparatoria, el Liceo Méxicano Japonés.
Durante su infancia, Saburo se interesó por la música con un instrumento inesperado. El órgano. Un día acudió al Centro Cultural Ollin Yoliztli con su madre para ver una presentación de Yamaha de niños japoneses hábiles en el instrumento de aspecto anacrónico. Ese día el escenario permaneció oscuro hasta que se iluminó con el brillo multicolor de los curiosos aparatos. Para Saburo fue como amor a primera vista y al poco tiempo llegó a estudiar órgano a la escuela de Yamaha, su primer acercamiento formal hacia la música.
Por otro lado, como suele pasar, el acercamiento a la guitarra fue gracias a un amigo llamado Naoki. Ambos iban juntos en el Liceo y sus familias eran amigas desde antes. Naoki era fanático del rock pesado y de lo que empezaba a configurarse como heavy metal.
“Al descubrir que a Naoki le gustaba ese tipo de música, lo primero que pensé fue “este tipo está loco” Él me decía que quería ser guitarrista. A ello yo le decía “no, estás loco, como vas a ser guitarrista, no vas a vivir de nada, eso es de drogadictos”, etcétera. Al final Naoki se dedicó a los negocios y el guitarrista soy yo”.
Saburo vive en una casa tradicional mexicana en la colonia del Valle. Para tocar el timbre hay que jalar una cuerda que cuelga de la barda de entrada y mueve una campana. Ingenio mexicano. En frente de la barda roja del timbre la gran casa de fachada blanca tiene un fuurin, una decoración de verano de diseño japonés. En su estudio de piso de madera habitan sus diferentes instrumentos musicales. La mayoría están guardados en sus estuches de forma prolija. En un escritorio hecho por él mismo se encuentra su teclado con luces multicolores similares a los órganos que lo impresionaron de chico. El aparato está conectado a una computadora, elemental para ayudarlo con sus composiciones. Al lado del teclado lo espera en un soporte, su guitarra eléctrica roja. Al componer Saburo se inserta frente a la consola como pieza maestra de un engranaje. Me enseña entonces su material más reciente para su próximo álbum.
La música comienza con un ritmo que se repite y acelera Los ritmos electrónicos se combinan con los analógicos de arpas. Entra un shakuhachi. Saburo comenta “ahí entran las guitarras” y me indica los sonidos faltantes que todavía están en el reino de su mente.
El demo termina antes de lo esperado
Todavía es un enigma como quedará el resto de la canción.
A pesar de sus circunstancias actuales y del apoyo de sus padres en las clases de órgano, la decisión de ser músico no fue algo sencillo. Saburo estudió ingeniería en electrónica, algo de lo que no se arrepiente ya que le dio bases para entender su música actual y los aditamentos que necesita. Sin embargo, después de trabajar en Motorola un tiempo, supo que el trabajo de oficina no era lo suyo y que la música era la vocación que lo llamaba
“Mi padre, siendo un hombre de pueblo antiguo, era chapado a la antigua y no pensaba que el arte era un modo de vida de gente decente. Mi hermano mayor Daisaku decidió desde joven que quería ser actor y mi padre discutió mucho con él. Incluso le envió cartas a la familia diciendo que ya no lo reconocía como hijo
“Después de ello es lógico entender por qué me tardé en decirle a mi padre mi decisión de vida, pero un día decidí que era momento de decirle la verdad. En ese entonces mis padres tenían una casa en Chapala y ahí me lo agarré. Después de la cena tomamos unos tragos de whisky. Yo, para agarrar valor y le serví a él para que asimilara mejor la noticia. Le dije mi decisión respaldado por el hecho de que tenía unos proyectos ya listos en puerta produciendo jingles y tocando en distintos lugares. Para mi sorpresa mi padre lo tomó muy bien. Él me dijo que yo ya sabía lo que costaba ganar dinero y que podía decidir con base en ello”.
Aparte de órgano, Saburo estudió guitarra como parte de las actividades del Liceo Mexicano Japonés, pero fuera de esos dos cursos, su principal maestro fue él mismo. Saburo cree que todas las personas son capaces de aprender de la observación y la atención, forma con la que él aprendió a extraer acordes. Escuchaba todo con gran atención para aprender, desde música de Bach hasta los acordes en pistas de videojuegos de Nintendo. A los catorce o quince años en un día de enfermedad, compuso su primera pieza, “Andrómeda”.
En un inicio Saburo tuvo una banda llamada Faxx, con la cual adquirieron cierta fama al tocar con Fobia y los amantes de Lola. Después de ello el trabajo musical de Saburo ha variado desde la composición de jingles y producción de bandas sonoras hasta las presentaciones en vivo en distintos foros. Sus primeras composiciones tenían inspiración de origen celta. Otras influencias tempranas incluyen bandas occidentales como Off Course y japonesas como la Yellow Magic Orchestra y Ansen Chitai.
A pesar de las apariencias, Saburo menciona que su acercamiento con el proyecto “japonés en México” es algo realmente reciente en lo que lo animó su actual esposa. En los últimos diez años, Saburo ha redescubierto un lado japonés que antes no expresaba de forma tan explícita. Incluso cuando lo invitaron a participar en la primera Feria de las Culturas Amigas, el armó su versión de la popular canción Sakura, casi como un palomazo.
Saburo aprendió de la música tradicional de Japón de la mano de otras artistas radicadas en México, como Yukari Hirasawa y la música de tambores japoneses Nahoko Kobayashi. Pronto su estilo llamó la atención de los fanáticos japoneses y acorde a ello comenzó a vestirse y componer de una forma que explora los sonidos de Japón, pero en arreglos modernos que atraigan al público que quiere conocer este tipo de música. Afortunadamente, este nuevo estilo de trabajo no ha hecho falta.
Tania Hernández Díaz, gestora intercultural de la UNAM, ha apoyado en la organización de eventos culturales japoneses en México, como el Nihon Matsuri que se llevó a cabo en el CENART a finales de 2016 y el Wonderland Japan Bazar a finales de 2017. En ambos eventos contrató a Saburo Iida:
“Ví a Saburo por primera vez hace unos tres años en el festival del día del niño en la Asociación México Japonesa. No negaré que lo primero que me atrajo de su propuesta fue su condición de descendiente de japonés, algo que ha sabido aprovechar muy bien para darse a conocer y construir una imagen fresca de “lo japonés en México” Su uso de sonidos musicales tradicionales de Japón y su vestuario sirven para dar todo un performance que me pareció exótico”.
Tania menciona que el trato con el músico siempre ha sido muy cordial y que incluso prestó materiales que ellos no tenían para que los eventos fueran un éxito. Jun Yoshikai también contactó a Saburo para presentarse en el foro abierto de Plaza Loreto durante las jornadas de Japón en México de 2018. En estas presentaciones su popurrís de videojuegos y de anime suelen tener gran aceptación entre el público, tanto que Saburo piensa componer otro.
Toda la música de Saburo tiene un punto en común. Lo positivo. Nadie va a sus conciertos a sentirse triste o desanimado, es todo lo contrario. Los acordes son alegres y tienen siempre un mensaje de fondo positivo. Incluso en canciones como “Kamikaze” en la que la guerra está de por medio, Saburo resalta los aspectos positivos de estos guerreros polémicos.
“Yo de hecho solía ser muy negativo en la preparatoria. Mis primeras composiciones hablaban de depresión y cosas así. Me transformé con la enfermedad de mi primera esposa. Ella murió de cáncer. Todo su tratamiento fuimos muy positivos y a pesar de que no resultó y si se me fue, sigo creyendo en eso, que tu actitud puede dar mucho. Parte de la promesa que le hice cuando ella murió fue que yo sería como un embajador de lo bueno, que mi música sería positiva y encaminada al bien, no el mal”.
Al ver a los niños y a los porristas japoneses Wotta animando por igual en sus conciertos, es fácil notar que Saburo ha cumplido con este propósito. Hoy en día le preocupa estarse repitiendo en lo japonés, por lo que en su nuevo álbum espera mostrar una propuesta que se mantenga genuina. No obstante, no tiene ninguna prisa de sacar su próximo álbum, por lo que tendremos que esperarle, mientras le tararea a su celular algún ritmo nuevo que le viene a la mente con un nuevo mensaje positivo para compartir con el mundo.
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