LA DANZA DE LA LUZ
Por Juan Esteban Cuevas Delgado
Nanacamilpa, Tlaxcala (Aunam). “El clima aquí es muy traicionero, ahorita está soleado pero cuando te das cuenta ya inició un tormentón” dijo Mariana Ruiz mientras se agarraba de las partes superiores de unos asientos del autobús que estaba en movimiento. El cielo de Nanacamilpa, Tlaxcala sólo tenía algunas nubes, pero media hora después respondió a la enunciación de Mariana y comenzó a saturarse de nubes negras.
Pero el fenómeno natural más impresionante del lugar no era el clima impredecible, los 32 pasajeros del autobús viajaban para ver el santuario de las luciérnagas. No eran los únicos, según Milenio hay una afluencia de 13 mil visitas mensuales y 900 sólo los sábados, para ver esta atracción ecoturística.
Las calles anunciaban la importancia de este insecto para el poblado, dibujos en lonas, grafities y letreros con indicaciones para los santuarios, tenían como personaje principal al pequeño animal alado y fosforescente. Calles estrechas con puestos de comida, algunos locales y venta de recuerdos esperaban la llegada de los turistas en la parte urbanizada del pueblo.
Pero las luciérnagas estaban justo después en la zona forestal que abarca 4 mil 60 hectáreas y desde 2001 hay acceso de visitantes a 200 de esas. El bosque anuncia su presencia con la vegetación coníferas, cada vez hay menos casas y los árboles de hojas duras y con gran altura dominan el paisaje. Los pinos son los que predominan más y su delgadez permite que bailen al ritmo del viento, el aroma de la humedad se cuela hasta en el interior del autobús.
El vehículo es estacionado por su operador en un terreno con tierra y las primeras gotas anuncian que el cielo está a punto de tocar el suelo. Las personas colocan sus impermeables en su torso antes de descender, y algunos desprevenidos compran uno hecho de plástico delgado a las personas que están vendiendo fuera del autobús.
Al salir, los turistas sintieron la frescura en la piel y en la nariz, el olor a humedad ya no es el único del ambiente, el bosque impone su olor a madera con tonos de pino. Una subida indicaba el ingreso al centro Ecoturístico el Madroño, en las 200 hectáreas hay 15 de estos centros para que los visitantes ingresen al bosque.
La subida tiene una extensión de tres kilómetros, algunas casas pequeñas están a la ladera de la colina, los pinos aumentan en tamaño y en número a más altura. La lluvia arrecia y el lodo aumenta, las personas comienzan a dejar huellas y su subida adquiere dificultad, más para lo que traen botas para la ocasión.
Una escena inmóvil e impresionante está en horizonte, mientras todos suben pensando en llegar a la punta de la colina, y después ver a los aclamados insectos, dos árboles se abrazan, dos altos pinos con los troncos separados encuentran al otro en la parte superior. Un fenómeno de la naturaleza menos visible, y sin brillo pero no por eso menos hermoso.
Finalmente unas cabañas con vapores emergentes, donde está refugiada la mayoría de los visitantes comprando cosas y unos baños al fondo con largas filas, anuncian la llegada al Madroño. Unos columpios y subibajas se mojan en el centro del espacio, produciendo cierta melancolía.
Pero ya eran las ocho de la noche y la lluvia comenzó a descender, “ que bueno que bajó la lluvia, las luciérnagas casi no salen mientras llueve” dijo Mariana, y después hizo señas al grupo para que la acompañaran hacia dentro del bosque. Ello organizó a todos para que se formaran e indicó que guardaran absoluto silencio durante el avistamiento.
Después de un corto pero complicado camino entre estrechos senderos, ramas, hongos pequeños a las laderas y bajadas resbalosas, las personas llegaron a una pequeña planicie debajo de la colina. La luz del día comenzaba a huir del horizonte, y la guía explicaba el ritual de apareamiento entre los insectos brillantes, que estábamos a punto de presenciar.
Las hembras son las que brillan para atraer a los machos y estos muestran aceptación sincronizando su propia luz, y crean patrones intermitentes en su iluminación, al encontrar al macho caen en espiral hacia la tierra y ahí depositan sus huevecillos.
Estos insectos tienen una corta vida, por ello su reproducción es muy importante, pero es complicada al solo darse en verano. Además esta requiere silencio y unas condiciones climáticas, algunas interrupciones las ocasionan los visitantes, por ello hay un protocolo muy estricto. Como marcaban las reglas todo el grupo tuvo que guardar silencio mientras esperaba que el fenómeno natural comenzara y cuando ocurriera.
Apenas pasaron dos minutos y la penumbra marcó una alta presencia en el espacio, de manera automática surgieron pequeños destellos al lado de los espectadores y se multiplicaban con el paso del tiempo como espíritus que mostraban su apariencia en cielo nocturno.
Las luces amarillas eran cientos y, después de unos minutos, miles. Se aglomeraban y se sincronizaban como series de decoración navideña, sólo que éstas adquirían más formas e inundaban la colina y algunos árboles del frente con su brillo. Como criaturas fantásticas las luciérnagas atravesaban el bosque posaban entre los arbustos y los hongos, y después de su danza luminosa caían al suelo de forma elegante, dibujando una última estela de luz.
Un espectáculo en miniatura alcazaba dimensiones colosales cuando tantos insectos lo hacían a la vez. Si los visitantes ponían atención podían ver las particularices de la coreografía y los pasos de la danza. El fenómeno se mantuvo por al menos cuarenta minutos y aún tenía más tiempo de duración, pero la guía indicó a los espectadores que subieran a la colina para retirarse al área común del centro ecoturístico.
La misma salida permitió que el grupo cruzara entre todo el ritual de la naturaleza, la colina está llena de los seres fantásticos y de algunos hoyos en la tierra donde apenas se percibía la luz. La temperatura descendió, y los visitantes llegaron a la parte alta de la colina, donde estaban los columpios y cabañas, ahora resguardados por la obscuridad, pero con cinco fogatas a su alrededor.
Con una sonrisa y algunos malvaviscos los turistas comentaban atónitos su experiencia, pocos pudieron formularlo en palabras, nadie pudo traducir el lenguaje de brillo.
Nanacamilpa, Tlaxcala (Aunam). “El clima aquí es muy traicionero, ahorita está soleado pero cuando te das cuenta ya inició un tormentón” dijo Mariana Ruiz mientras se agarraba de las partes superiores de unos asientos del autobús que estaba en movimiento. El cielo de Nanacamilpa, Tlaxcala sólo tenía algunas nubes, pero media hora después respondió a la enunciación de Mariana y comenzó a saturarse de nubes negras.
Pero el fenómeno natural más impresionante del lugar no era el clima impredecible, los 32 pasajeros del autobús viajaban para ver el santuario de las luciérnagas. No eran los únicos, según Milenio hay una afluencia de 13 mil visitas mensuales y 900 sólo los sábados, para ver esta atracción ecoturística.
Las calles anunciaban la importancia de este insecto para el poblado, dibujos en lonas, grafities y letreros con indicaciones para los santuarios, tenían como personaje principal al pequeño animal alado y fosforescente. Calles estrechas con puestos de comida, algunos locales y venta de recuerdos esperaban la llegada de los turistas en la parte urbanizada del pueblo.
Pero las luciérnagas estaban justo después en la zona forestal que abarca 4 mil 60 hectáreas y desde 2001 hay acceso de visitantes a 200 de esas. El bosque anuncia su presencia con la vegetación coníferas, cada vez hay menos casas y los árboles de hojas duras y con gran altura dominan el paisaje. Los pinos son los que predominan más y su delgadez permite que bailen al ritmo del viento, el aroma de la humedad se cuela hasta en el interior del autobús.
El vehículo es estacionado por su operador en un terreno con tierra y las primeras gotas anuncian que el cielo está a punto de tocar el suelo. Las personas colocan sus impermeables en su torso antes de descender, y algunos desprevenidos compran uno hecho de plástico delgado a las personas que están vendiendo fuera del autobús.
Al salir, los turistas sintieron la frescura en la piel y en la nariz, el olor a humedad ya no es el único del ambiente, el bosque impone su olor a madera con tonos de pino. Una subida indicaba el ingreso al centro Ecoturístico el Madroño, en las 200 hectáreas hay 15 de estos centros para que los visitantes ingresen al bosque.
La subida tiene una extensión de tres kilómetros, algunas casas pequeñas están a la ladera de la colina, los pinos aumentan en tamaño y en número a más altura. La lluvia arrecia y el lodo aumenta, las personas comienzan a dejar huellas y su subida adquiere dificultad, más para lo que traen botas para la ocasión.
Una escena inmóvil e impresionante está en horizonte, mientras todos suben pensando en llegar a la punta de la colina, y después ver a los aclamados insectos, dos árboles se abrazan, dos altos pinos con los troncos separados encuentran al otro en la parte superior. Un fenómeno de la naturaleza menos visible, y sin brillo pero no por eso menos hermoso.
Finalmente unas cabañas con vapores emergentes, donde está refugiada la mayoría de los visitantes comprando cosas y unos baños al fondo con largas filas, anuncian la llegada al Madroño. Unos columpios y subibajas se mojan en el centro del espacio, produciendo cierta melancolía.
Pero ya eran las ocho de la noche y la lluvia comenzó a descender, “ que bueno que bajó la lluvia, las luciérnagas casi no salen mientras llueve” dijo Mariana, y después hizo señas al grupo para que la acompañaran hacia dentro del bosque. Ello organizó a todos para que se formaran e indicó que guardaran absoluto silencio durante el avistamiento.
Después de un corto pero complicado camino entre estrechos senderos, ramas, hongos pequeños a las laderas y bajadas resbalosas, las personas llegaron a una pequeña planicie debajo de la colina. La luz del día comenzaba a huir del horizonte, y la guía explicaba el ritual de apareamiento entre los insectos brillantes, que estábamos a punto de presenciar.
Las hembras son las que brillan para atraer a los machos y estos muestran aceptación sincronizando su propia luz, y crean patrones intermitentes en su iluminación, al encontrar al macho caen en espiral hacia la tierra y ahí depositan sus huevecillos.
Estos insectos tienen una corta vida, por ello su reproducción es muy importante, pero es complicada al solo darse en verano. Además esta requiere silencio y unas condiciones climáticas, algunas interrupciones las ocasionan los visitantes, por ello hay un protocolo muy estricto. Como marcaban las reglas todo el grupo tuvo que guardar silencio mientras esperaba que el fenómeno natural comenzara y cuando ocurriera.
Apenas pasaron dos minutos y la penumbra marcó una alta presencia en el espacio, de manera automática surgieron pequeños destellos al lado de los espectadores y se multiplicaban con el paso del tiempo como espíritus que mostraban su apariencia en cielo nocturno.
Las luces amarillas eran cientos y, después de unos minutos, miles. Se aglomeraban y se sincronizaban como series de decoración navideña, sólo que éstas adquirían más formas e inundaban la colina y algunos árboles del frente con su brillo. Como criaturas fantásticas las luciérnagas atravesaban el bosque posaban entre los arbustos y los hongos, y después de su danza luminosa caían al suelo de forma elegante, dibujando una última estela de luz.
Un espectáculo en miniatura alcazaba dimensiones colosales cuando tantos insectos lo hacían a la vez. Si los visitantes ponían atención podían ver las particularices de la coreografía y los pasos de la danza. El fenómeno se mantuvo por al menos cuarenta minutos y aún tenía más tiempo de duración, pero la guía indicó a los espectadores que subieran a la colina para retirarse al área común del centro ecoturístico.
La misma salida permitió que el grupo cruzara entre todo el ritual de la naturaleza, la colina está llena de los seres fantásticos y de algunos hoyos en la tierra donde apenas se percibía la luz. La temperatura descendió, y los visitantes llegaron a la parte alta de la colina, donde estaban los columpios y cabañas, ahora resguardados por la obscuridad, pero con cinco fogatas a su alrededor.
Con una sonrisa y algunos malvaviscos los turistas comentaban atónitos su experiencia, pocos pudieron formularlo en palabras, nadie pudo traducir el lenguaje de brillo.
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