DE BAÑOS PÚBLICOS… Y HOMBRES

Por Alberto Valencia y Diego Valadez
Ciudad de México (Aunam). Dos hombres están frente al mingitorio. Uno voltea de manera disimulada hacia la derecha y dirige sus ojos hacia abajo para poner atención al equipamiento del moreno de al lado; el otro, con una sonrisa, le mira la cara a su espía y con un asentimiento de cabeza lo invita a seguir con lo que seguramente estaba pensando: abre totalmente su bragueta, voltea y se recarga en la pared tan sólo para que el otro adopte una posición en cuclillas y comience a servirlo.


Los baños públicos fueron diseñados para satisfacer ciertas necesidades fisiológicas del humano, pero nunca especificaron cuáles; quizá por ello exista una confusión y la gente, en especial los hombres, le ha dado un uso parecido a un motel de paso.

Cruising MX es un sitio virtual dedicado a la difusión de anécdotas, discusiones y fomento de la actividad sexual entre desconocidos en lugares públicos. Durante 2016, esa red hizo famoso el baño del metro Ermita: “es un lugar tranquilo, va poca gente. Aprovechen ahorita que es nuevo y va harto mayate”, dice la primera calificación del lugar, que se enfoca hacia un público gay.

Al salir del metro mencionado y dirigirse a los torniquetes de salida, hay un baño público grande. El costo de acceso para el uso convencional es de cinco pesos, pero si alguien deposita 30 más en la mano del vigilante, éste ofrece acceso a la caja de condones que tiene guardada y abre el paso con una mirada cordial hacia un paraíso para los hombres más calientes y ávidos de adrenalina.

A las nueve de la mañana hay tres clientes: dos son los que disfrutan de su diversión oral mientras uno está recargado en el lavabo mirando la escena al mismo tiempo que se acaricia el bulto que poco a poco aumenta de tamaño entre sus piernas. Cuando su miembro está completamente dispuesto, se acerca a la pareja y ahora el muchacho hincado debe satisfacer a ambos: una boca para dos.

Ahí no hay espacio para la pena o el recato; no hay necesidad de pedir nombres, números telefónicos, o alguna cita para conocerse bien. Todo eso no importa porque muchos hombres ya hasta casados están y lo último que necesitan es un problema marital: allá sólo van por un rato de placer o para descargar frustración, furia, y siempre hay alguien complaciente en el baño del metro Ermita.

Un señor llega al lugar y los otros tres se detienen y simulan orinar para después marcharse; él pasa de largo e ingresa al váter. El respeto es una regla importante dentro del baño: si alguien quiere actividad, debe pedirla y jamás insinuarse directamente a otro hombre porque puede ofenderlo, así como si alguien llega, debe ser tolerante y no escandalizarse. Éstas son reglas no estipuladas, pero que con el uso se han quedado y, según el guardia, siempre ha servido así.

El primer inodoro se encuentra al lado de los mingitorios y los canceles laterales tienen hoyos: el del lado derecho sirve para los voyeuristas que gustan de observar lo que los otros hacen; el del lado izquierdo funge como glory hole si es que alguien quiere una actividad rápida y con total anonimato. Alrededor de los agujeros y en todas las paredes hay números de teléfono con leyendas como “mamo rico”, “pas busca act, yo entrón” o “joven con lugar quiere maduro discreto”.


Ahora entran dos alrededor de las 12 de la tarde. El mayor, de más o menos 40 años, avienta la mochila de su acompañante, de 20, al piso. El muchacho es delgado, rubio y tiene estatura media; el otro hombre es corpulento y bastante alto, moreno y su cabello tiene algunas canas; su pasión es notoria porque comienzan a besarse con una efusividad que no escatiman.

Luego, el cuarentañero apoya al otro en el lavabo y baja su short, no se preocupa en usar un condón y sólo con un escupitajo como lubricación en la entrada del joven y otro en su miembro, lo embiste; quizá disfruta con los rápidos gemidos combinados con la respiración entrecortada de su pasivo, mientras él mira su reflejo frunciendo los labios y el entrecejo: se siente triunfante.

Al terminar su encuentro, mismo que duró unos 5 minutos, el maduro besa la boca del menor. “Yo voy para Tláhuac, si quieres te acompaño al andén y me regreso”, le ofrece al mismo tiempo que le pone la mochila sobre los hombros. “Está bien, ¿te voy a ver el viernes?”, pregunta el rubio y recibe como respuesta un “no lo sé, ya sabes que veo a Laura y no puedo salir, pero si puedo antes te recojo en la escuela”. Ambos se dirigen a la salida del baño.

Posteriormente ingresan otros dos, ambos veinteañeros, que optan por un inodoro como cuarto de juegos. Uno se sienta con las piernas abiertas y el otro se posa sobre él y emite un grito fuerte ante la fuerza que el sentón produce en la penetración. Su encuentro es incómodo y sólo el activo alcanza el clímax en unos pocos minutos para después abandonar el lugar.

A pesar de la actividad de ese sábado por la mañana, el guardia menciona: “Pues hoy estuvo flojo. Siempre vienen más. Las horas más concurridas son de 10 a 12, luego como a las dos y ya al final de seis a 10 de la noche, ahí es cuando más cabrón se pone”.

Así el recinto queda vacío y es posible ver algunos restos de lo que sucede. En un baño común, lo normal sería encontrarse con manchas de algún sucio que no atina bien o papel usado regado en el piso. En este lugar también lo hay, pero es más frecuente ver un preservativo con signos de ardua lucha y disfrute como manchas café y hasta rojas que quedan impregnadas, alguna prenda olvidada y muchas gotas de semen acostadas en el suelo, otras tantas posadas en la pared, ya secas.

El baño público del metro Ermita se entrega por sí solo y en bandeja de plata, o aluminio: es testigo y guarda de encuentros clandestinos entre hombres, y siempre va a estar a la espera para acoger a todo tipo de joven, maduro y hasta viejo que necesite calmar y apaciguar sus necesidades, sean las que sean.



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