TODOS HERMANOS EN LA CLAUSURA DEL FESTIVAL DEL CENTRO HISTÓRICO
Por Nilsa Hernández
Ciudad de México (Aunam). Eran las 5:20 de la tarde del 25 de marzo, un “Domingo de Ramos” festividad que da inicio a la Semana Santa para la sociedad católica de México. Aún cuando en la Catedral se escuchaba un gran fervor por los presentes, la multitud que se reunió en el zócalo capitalino era casi diez veces más grande.
El rayo del sol se encontraba a su punto, la piel se quemaba, dos o tres niños rompieron en llanto por el fastidio que representaba la espera, pues a las 6:30 iniciaría el concierto de clausura del Festival del Centro Histórico.
Desde 1985, el Festival emociona a la sociedad con sus expresiones artísticas, y para el cierre de este 2018 contó con la presencia de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, dirigida por el músico japonés Scott Yoo, así como el Coro Filarmónico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Coro de la Secretaría de Marina Armada de México (Semar).
Juntos interpretarían la novena sinfonía de Beethoven, obra que en 1824 estrenó en Viena., Esta composición significa la adaptación del poema Oda a la Alegría, del poeta Friedrich Von Schiller.
A las seis de la tarde en punto, salieron algunos músicos y cantantes de ópera a un ensayo de la parte de Oda a la Alegría. Mientras tanto, algunos presentes reclamaban a las personas que al llegar se colocaban enfrente del escenario y tapaban la vista de las demás personas.
“No sé qué tanto están chingando si ni pagaron…”, expresó una dama de cabellos rojos tras oír los reclamos de las personas sentadas en primera fila. “¡Ni tú tampoco!”, le contestó una señora enojada, este hecho causó chiflidos y gritos, un policía se acercó para intentar calmar la furia y descontento que combinados con el calor opacaban la bella interpretación.
“Todos los Hombres son hermanos donde tus suaves alas posan”, interpretaban los artistas, mientras el policía que ya había conseguido lugar para la señora de los cabellos rojos, ahora enfrentaba una discusión con una joven de cabello corto y múltiples tatuajes que también intentaba plantarse en la parte de enfrente con la excusa de buscar a un amigo.
“Estas personas están esperando desde la una de la tarde”, afirmó el agente; la chica que tenía un color rojo en la piel causa del calor o tal vez por el coraje que representó no conseguir su cometido, tuvo que marcharse.
“Pues si no me dejas pasar por este lado, me iré por el otro”, alegó la chica con un tono español en sus labios, mientras se retiraba. La joven esperó a que el policía bajará la guardia y emprendió una carrera para encontrar un lugar enfrente del escenario.
Algunas personas tras no encontrar para sentarse y al notar que ya se acercaba la hora señalada para el inicio del evento, optaron por sentarse en el piso. Una señora, de las afortunadas en obtener un lugar, le aseguró a una chica que no disfrutaría de la interpretación en el piso; pero ella con una mirada afirmó que la música no tienes que verla, con solo oírla se puede sentir todo lo que el intérprete quiere expresar.
Alas 6:35, una familia integrada por una pareja y su pequeña hija se emocionaba más que los demás. “¡Mira quién está ahí!”, señalaba la señora al escenario para llamar la atención de su pequeña hija, pues “con ese señor” habían hablado de música “casi un año entero”.
La música empezaba, cualquiera pensaría que las pláticas de los presentes terminaría; pero entre varias familia se aseguraba conocer a alguien en el escenario, o no dejaban de criticar a los presentes en el público: “Mira cuánta gente, pero seguramente se irán a mitad de concierto, solo vinieron porque es gratis, en cualquier momento se aburren, no saben apreciar la música clásica…”, expreso un señor, mientras su pareja afirmaba con la cabeza.
En el escenario, el amor y pasión con los que cada músico y cantante interpretaba la novena sinfonía de Beethoven daba la impresión como si solo existieran ellos y la música, mientras la bandera nacional ondeaba al unísono de la música.
Una pareja que se encontraba enfrente, se veía que se enamoraba un poco más con cada tono interpretado en el escenario, pues juntaban sus cabezas y se besaban cada vez que oían el retumbar de los instrumentos.
Había quien además de escuchar, grababa la interpretación, como un hombre mayor, quien movía la cabeza al tono de la música, mientras su pareja, recargada en su pecho, meneaba un dedo emulando el ritmo del director.
Comenzó el himno de Oda a la Alegría, el llanto surgió en algunas caras y fue en ese punto cuando se sintió una acción de paz completa por todos los presentes, la música marcaba que se acercaba el fin de la interpretación.
La mujer que desde un inicio aseguró ser conocedora de la música clásica y criticó al resto de la audiencia, no pudo evitar emitir un chillido como de ardilla por causa de la emoción.
El concierto dio fin y antes de hacer reverencia los involucrados del evento, el público volvió a pararse de sus asientos y emitieron un enorme aplauso que resonaba en todo el zócalo de la ciudad.
La euforia duró sin parar unos de diez minutos, en una plaza donde todos los asistentes encontraron alegría en esta Tierra y más allá de las estrellas, soñando en “el nuevo sol, en que los hombres volverán a ser hermanos…”.
Ciudad de México (Aunam). Eran las 5:20 de la tarde del 25 de marzo, un “Domingo de Ramos” festividad que da inicio a la Semana Santa para la sociedad católica de México. Aún cuando en la Catedral se escuchaba un gran fervor por los presentes, la multitud que se reunió en el zócalo capitalino era casi diez veces más grande.
El rayo del sol se encontraba a su punto, la piel se quemaba, dos o tres niños rompieron en llanto por el fastidio que representaba la espera, pues a las 6:30 iniciaría el concierto de clausura del Festival del Centro Histórico.
Desde 1985, el Festival emociona a la sociedad con sus expresiones artísticas, y para el cierre de este 2018 contó con la presencia de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, dirigida por el músico japonés Scott Yoo, así como el Coro Filarmónico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Coro de la Secretaría de Marina Armada de México (Semar).
Juntos interpretarían la novena sinfonía de Beethoven, obra que en 1824 estrenó en Viena., Esta composición significa la adaptación del poema Oda a la Alegría, del poeta Friedrich Von Schiller.
A las seis de la tarde en punto, salieron algunos músicos y cantantes de ópera a un ensayo de la parte de Oda a la Alegría. Mientras tanto, algunos presentes reclamaban a las personas que al llegar se colocaban enfrente del escenario y tapaban la vista de las demás personas.
“No sé qué tanto están chingando si ni pagaron…”, expresó una dama de cabellos rojos tras oír los reclamos de las personas sentadas en primera fila. “¡Ni tú tampoco!”, le contestó una señora enojada, este hecho causó chiflidos y gritos, un policía se acercó para intentar calmar la furia y descontento que combinados con el calor opacaban la bella interpretación.
“Todos los Hombres son hermanos donde tus suaves alas posan”, interpretaban los artistas, mientras el policía que ya había conseguido lugar para la señora de los cabellos rojos, ahora enfrentaba una discusión con una joven de cabello corto y múltiples tatuajes que también intentaba plantarse en la parte de enfrente con la excusa de buscar a un amigo.
“Estas personas están esperando desde la una de la tarde”, afirmó el agente; la chica que tenía un color rojo en la piel causa del calor o tal vez por el coraje que representó no conseguir su cometido, tuvo que marcharse.
“Pues si no me dejas pasar por este lado, me iré por el otro”, alegó la chica con un tono español en sus labios, mientras se retiraba. La joven esperó a que el policía bajará la guardia y emprendió una carrera para encontrar un lugar enfrente del escenario.
Algunas personas tras no encontrar para sentarse y al notar que ya se acercaba la hora señalada para el inicio del evento, optaron por sentarse en el piso. Una señora, de las afortunadas en obtener un lugar, le aseguró a una chica que no disfrutaría de la interpretación en el piso; pero ella con una mirada afirmó que la música no tienes que verla, con solo oírla se puede sentir todo lo que el intérprete quiere expresar.
Alas 6:35, una familia integrada por una pareja y su pequeña hija se emocionaba más que los demás. “¡Mira quién está ahí!”, señalaba la señora al escenario para llamar la atención de su pequeña hija, pues “con ese señor” habían hablado de música “casi un año entero”.
La música empezaba, cualquiera pensaría que las pláticas de los presentes terminaría; pero entre varias familia se aseguraba conocer a alguien en el escenario, o no dejaban de criticar a los presentes en el público: “Mira cuánta gente, pero seguramente se irán a mitad de concierto, solo vinieron porque es gratis, en cualquier momento se aburren, no saben apreciar la música clásica…”, expreso un señor, mientras su pareja afirmaba con la cabeza.
En el escenario, el amor y pasión con los que cada músico y cantante interpretaba la novena sinfonía de Beethoven daba la impresión como si solo existieran ellos y la música, mientras la bandera nacional ondeaba al unísono de la música.
Una pareja que se encontraba enfrente, se veía que se enamoraba un poco más con cada tono interpretado en el escenario, pues juntaban sus cabezas y se besaban cada vez que oían el retumbar de los instrumentos.
Había quien además de escuchar, grababa la interpretación, como un hombre mayor, quien movía la cabeza al tono de la música, mientras su pareja, recargada en su pecho, meneaba un dedo emulando el ritmo del director.
Comenzó el himno de Oda a la Alegría, el llanto surgió en algunas caras y fue en ese punto cuando se sintió una acción de paz completa por todos los presentes, la música marcaba que se acercaba el fin de la interpretación.
La mujer que desde un inicio aseguró ser conocedora de la música clásica y criticó al resto de la audiencia, no pudo evitar emitir un chillido como de ardilla por causa de la emoción.
El concierto dio fin y antes de hacer reverencia los involucrados del evento, el público volvió a pararse de sus asientos y emitieron un enorme aplauso que resonaba en todo el zócalo de la ciudad.
La euforia duró sin parar unos de diez minutos, en una plaza donde todos los asistentes encontraron alegría en esta Tierra y más allá de las estrellas, soñando en “el nuevo sol, en que los hombres volverán a ser hermanos…”.
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