NO SE NECESITA PRISIÓN PARA ESTAR ENCARCELADO

Por Michelle Hidalgo Salvador
Ciudad de México (Aunam). La realidad a la que se enfrentan las personas encarceladas es difícil. Diferentes medios de comunicación se han encargado de esclarecer la realidad con la que lidian los presos en estos centros de reinserción y las fallas dentro de su organización. Se ha hablado del maltrato y la violación a su integridad, quejas que han sido constatadas por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).


Si bien, a primera vista, los más afectados son aquellos privados de su libertad, existen personas de las cuales se habla poco y que también: la familia. Ellos se enfrentan al mismo crudo escenario, incluso cargan una responsabilidad más compleja pues deben mostrar fortaleza para apoyar a quien está preso y mantener a su familia. Atraviesan dos espacios engorrosos, dentro y fuera del penal.

La familia, fundadora y base de estructuras

La familia está conformada por individuos que intercambian, aprenden e interactúan entre sí. Dicho grupo es considerado como la estructura básica de la sociedad, ya que cumple el papel de una institución al cubrir las necesidades biológicas primordiales y esenciales de sus miembros. Suele estar organizada por normas morales, sociales, económicas, culturales, religiosas y reglamentarias, dependiendo de los hábitos de los jefes de familia, de quienes el resto del grupo va aprendiendo.

En la Declaración Universal de los Derechos Humanos se certifica que la familia es el elemento natural universal y fundamental de la sociedad (1948), por lo que se le puede considerar una microrepresentación de la misma.

Sin embargo, cuando los individuos entablan relaciones con otros, interactúan y se retroalimentan de un grupo externo. Por ello, los nuevos actores pueden tener un papel relevante en la vida de cada persona.

Esperanza Secundino siempre fue muy dedicada a sus hijos, incluso un tanto severa. Pensó que con sus enseñanzas, más las reglas y obligaciones que cada uno de ellos tenía, era suficiente. Estaba segura que había hecho bien su trabajo, que los tenía bajo control. El día en que la policía entró a su casa buscando a su hijo por tráfico de drogas, sintió un balde de agua fría sobre ella y se cuestionó en qué había fallado.

El caso de Esperanza no es un hecho aislado. Se presenta con frecuencia, pues en determinado momento los hijos se alejan y los padres poco pueden hacer para protegerlos de las relaciones que entablan con otros, como “los malandros de la colonia”. Las amistades son consideradas como una nueva confraternización, ya que al haber simpatía las personas adquieren nuevos hábitos y valores y crean otra familia. Sin embargo, al entrar a la cárcel ellos desaparecen, sólo queda la original.

Turbulencias en el proceso

Durante su paso por prisión, la familia es una pieza importante para los reos, ya que ésta representa su principal apoyo para aclarar hechos, fallas y todo aquello que pueda amparar al presunto culpable.

Antes del dictamen de la sentencia, la familia procura buscar soluciones o alternativas con el fin de que su familiar no llegue a la “casa grande” y evitar un sufrimiento mayor a los demás miembros. Sin embargo, los oficiales, abogados e incluso la parte acusadora pueden obstaculizar esos intentos, con la intención de buscar un dinero extra o a un chivo expiatorio para cerrar el caso con “éxito”.

Francisco García llegó al Reclusorio Oriente acusado de haber herido a un joven con una botella de vidrio. Aquel día se había acercado a una riña con el fin de tranquilizar las cosas. A pesar de que el peritaje estaba a su favor, dado que las declaraciones no concordaban con las heridas, cumplió una condena de seis meses como “pagador” en aquel penal, pues se le dio la razón a la parte acusadora. Su familia asegura que se impusieron algunas leyes que lo declararon culpable.

En el tiempo de encarcelación Bertha González, esposa de Francisco, confío en su primer abogado, pues siempre le tenía un gran número de propuestas y promesas que ayudarían a que su marido saliera libre. Con el tiempo, el señor no mostraba avances y dejaba cada vez más delgado el monedero de aquella familia. Tras la sentencia condenatoria contra su esposo, la señora tuvo que buscar otro abogado.

En este caso, la familia se enteró tiempo después de que la madre del afectado en la riña tenía una relación con uno de los policías que había detenido al señor “Paco”. Cuando la defensa mostraba un avance en el caso, la parte acusadora ya contaba con exculpaciones y amparos, lo que ocasionó que Francisco pasara 6 meses en la cárcel. La poca experiencia de la familia García González fue uno de sus grandes enemigos.

En el juicio contra Francisco García no hubo un mediador efectivo que pudiera dar transparencia al proceso, hasta que llegó el segundo defensor. Si Bertha se hubiera quedado con los brazos cruzados, el resultado podría haber sido diferente. Pero no fue así.

El apoyo de la familia durante el encierro

Al ingresar a la cárcel, los internos deben tomar en cuenta que ahí todo tiene un precio: pase de lista, librarse de la dura faena o recibir protección de enemigos que estén en el mismo lugar. Empero, al estar encerrados los reos no pueden valerse por sí mismos y se ven tentados a buscar el dinero para los cobros en actividades que podrían añadir más años a sus condenas, como la venta de drogas. Por ello la familia es, en la mayoría de los casos, la encargada de costear al preso.

Ambas partes sufren cambios y afrontan nuevos escenarios. Sin embargo, si la familia decide seguir apoyando a quien está dentro de la cárcel, carga con mayor responsabilidad pues tiene que buscar un dinero extra para la estancia del reo. A partir de ese momento, la estabilidad emocional y económica de los demás miembros de la familia se torna vulnerable.

Esperanza Secundino se enfrentó a su esposo Bernardino Salvador, debido a que él le pidió no apoyar más a su hijo pues había cometido un error y ya no había nada que hacer. Ella no quería dejarlo a la deriva y, a escondidas, le pedía dinero a sus otros hijos para irlo guardando y llevárselo al Reclusorio Oriente.

Parte de ese dinero también se destinaba para comprar material y que su hijo realizara algún oficio. Debido a su edad y estado de salud, para Esperanza era bastante complicado trasladarse hasta el penal. Por ello, sus hijas mayores se turnaban los fines de semana para ir, muy temprano, a casa de su madre y acompañarla.

El efectuar algún trabajo dentro del penal le da a los reos la posibilidad de reducir su sentencia. Un oficio ahí representa una segunda oportunidad. Sin embargo, aquellos que han sido abandonados por sus familiares tienen que buscar alternativas para cubrir sus gastos. Hay diferentes opciones: algunos reos venden droga, otros son extorsionadores vía telefónica y están aquellos que atienden puestos y rentan ropa a las familias que acuden a las visitas.

Enigmas ante la sociedad


Una vez que un familiar es encarcelado, se crean problemas con otros miembros de la familia, como los demás hijos. Ellos pueden ser señalados o violentados en el hogar o la escuela, provocándoles conductas violentas o el deseo de aislarse. De no ser atendidos, estos factores llevan a la deserción escolar y/o cambios de comportamiento.

Al tener que solventar gastos extra, la familia del preso tiene que limitarse en el consumo de algunas cosas para ahorrar dinero, situación que puede traducirse en cambios alimentarios o inestabilidad en vivienda, empleo y seguridad social. Es decir, las necesidades del familiar en el penal se sienten como si fueran más importantes que las de aquellos en casa.

María Luisa y Carmen son las hijas mayores de la familia Salvador Secundino. Tras la detención de su hermano Leonel, sus esposos les pidieron que se alejaran por un tiempo de su familia, pues tenían que ver por el bienestar de sus propios hijos. Sin embargo, para ellas eso fue imposible y procuraban ajustar el uso de servicios y gastos en la comida para ahorrar algo y dárselo a su hermano.

La realidad carcelaria coloca en apuros a las familias, incluso es como si vivieran una especie de extensión de la sentencia impuesta a uno de los suyos. En estos hogares, se labora en términos de economía y emociones para sobrellevar la ausencia del pariente encarcelado, además de que se busca algún empleo extra para obtener más recursos en aras de respaldar al recluido en la cárcel.

Visitando la prisión

Para poder ingresar a los penales es necesario pasar por varios filtros. En cada uno de ellos los custodios tratan de mantener el orden. Este grupo de oficiales son responsables de revisar a las personas que llegan para ver a sus familiares. Sin embargo, en ocasiones llegan a presentarse actitudes o comportamientos no apropiados.

Irma Salvador fue pocas veces a visitar a su hermano, pues en una de las inspecciones de rutina una custodia se le acercó y le dijo “está bien chula”. Con una patada burda le separó los pies y comenzó a tocarla, pero a la chica le pareció inapropiado ya que tardó más de lo usual y daba apretones innecesarios en algunas partes de su cuerpo, alegando que era para corroborar que no ingresara algo prohibido.

En aquella ocasión Irma tenía solo 22 años y no supo qué hacer. Se alejó llorando y tuvo que tranquilizarse rápidamente para que su hermano no se diera cuenta que algo le había pasado.

Otro detalle a tener en cuenta cuando se visita la prisión es la ropa que se lleva. Debido a que los reclusos visten ropa blanca o beige, los visitantes no deben portar estos colores. Si alguno de ellos llega vestido así deben rentar la ropa adecuada en alguno de los puestos ubicados en la entrada o afuera del penal.

Tras pasar los filtros de seguridad, los custodios colocan en el visitante un sello traslúcido que únicamente se ve con una lámpara. Es importante que el familiar cuide que dicha marca no se moje para que sea reconocido a la salida. De lo contrario, la persona deberá esperar a que todas las visitas hayan despejado el lugar para corroborar su nombre en la lista.

Con tal de hacer que sus presos olviden su realidad por un rato, hay familias que llevan al penal cosas del exterior, como comida. Si bien es posible ingresar alimentos, los parientes deben solicitar un permiso al director del área, un proceso que puede llevar un par de semanas. La otra opción es sobornar a los custodios para acelerar la aprobación. Cuando se lleva comida la entrada puede demorarse más, dado que los custodios deben revisarla con cuidado, para evitar que a través de ella se metan objetos peligrosos.

Las afianzadoras, un “apoyo” peligroso

Muchos creen que cuando una persona sale de la cárcel, el proceso cesa. Sin embargo, el exconvicto sólo pasa a un nuevo escenario. Algunos reos son puestos en libertad por buena conducta, falta de pruebas o el pago de una fianza. Lamentablemente, un individuo que lleva un tiempo considerable en prisión no cuenta con los recursos económicos para pagar dicho aval. Nuevamente es la familia la que debe solucionar el asunto.

Algunas madres de familia tienen el “apoyo” de afianzadoras, quienes les prestan el dinero a aquellos reos que salieron con libertad condicional. Estas personas deben ir al penal, en días específicos, a firmar el libro de control de procesados. Esa es la garantía de devolución de dinero para la afianzadora. Sin embargo, para estar más seguros estas empresas exigen otras cosas como hipotecas de propiedades. Si los reos no cumplen con su firma, las afianzadoras pueden disponer de los immuebles.

Cuando el liberado fue acusado por un comportamiento extraño o trastorno, el exconvicto es enviado con un psícologo con quien debe firmar su asistencia. Este control es enviado al penal del que salió y si no cuenta con las firmas de asistencia, se le llama la atención. Si la persona continúa cometiendo faltas pone en riesgo a su familia, pues existe la amenaza de que la afianzadora reclame la vivienda hipotecada o que siga pendiente el pago de una cantidad en efectivo.

El tener a un ser querido en la cárcel involucra gastos y responsabilidades que la familia debe cubrir sin recibir ayuda de ninguna institución gubernamental. Si los penales cumplieran correctamente su función, estos contratiempos podrían evitarse. Pero mientras el sistema carcelario en México siga así, los familiares de los presos tendrán que seguir el largo camino de la resistencia.

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