Gordofobia: Una prisión social
Por Ma. Fernanda Flores López, Ma. Fernanda González Hernández y Cinthya Estephany Rojas Morales
CDMX. "Todo empezó con mi familia, y es difícil hablar sobre ello porque uno creería que es el único lugar donde puedes ser tú mismo sin preocuparte por lo que la gente pueda decir o pensar, pero no, mi mamá y mi papá fueron quienes empezaron con las críticas y prejuicios hacia mi cuerpo, y todavía lo hacen aunque les cueste admitirlo".
Actualmente, Jonathan es egresado de la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM, donde tuvo la oportunidad de estudiar Administración de Empresas y, finalmente, ejercer en el equipo administrativo de Ammpper, una empresa dedicada a las energías renovables; sin embargo, y pese a lo que pudiera aparentar su vida, Brian no recuerda un sólo día en el que se haya sentido bien consigo mismo, pues las críticas y comentarios hacia su cuerpo lo han perseguido desde la infancia, causándole una infinidad de inseguridades y problemas de salud.
"Mi mamá me dijo que cuando nací pesé 3.800 kg, mucho más de lo que se esperaría de un recién nacido, pero con el tiempo entendí que la complexión robusta era parte de mi genética, porque sin importar la dieta o el ejercicio mi cuerpo nunca se ajustó a mis ideales o a los de las personas que me criticaban. Incluso, mi nutriologa actual me regañó la primera vez que fui con ella, porque comía mucho menos de lo que debía y, encima, me mataba haciendo ejercicio".
Jonathan recuerda que las críticas y los malos comentarios se fueron intensificando con el tiempo, pues al principio tenían un tono pasivo-agresivo, pero después se convirtieron en sugerencias insanas, regaños y comentarios maliciosos. Así, él llegó a pensar que todo sería diferente con el simple hecho de ajustar su cuerpo a los estándares sociales, e incluso se convenció a sí mismo de que la felicidad se encontraba en ese ideal.
"La primera vez que mi mamá me dijo algo sobre mi apariencia fue cuando cumplí 8 años, estábamos celebrando en mi casa y de repente ella me dijo: 'Hijo ¿no quieres que te meta a algún deporte?, porque estás muy gordito y eso no me gusta'.
Además, mi papá se la pasaba diciendo que 'si seguía subiendo de peso me iban a mandar a correr' y, lo quieran o no, esas palabras son dolorosas y peligrosas en la mente de un niño. Llegué a sentirme prisionero cuando lloraba por las noches después de no haber comido lo suficiente durante el día, cuando hacía ejercicio hasta que el dolor era insoportable, cuando solo pensaba en agradarle al resto y, aún así –suspira–, los veía echarme la culpa de mi complexión e infelicidad".
Así como el cielo, la mirada de Jonathan se fue apagando conforme respondía a las preguntas, la gente que estaba alrededor comenzó a observarlo con atención cuando empezó a llorar y, como si fuese un niño, paró después de disculparse por ser tan sentimental con algo que "no tiene importancia". Una de las enfermedades que afectó a Jonathan fue la anorexia, consecuencia de las críticas constantes y el bullying por parte de uno de "sus amigos" en la primaria, misma que dio paso a otra enfermedad con la que sigue batallando.
"Después de que toda mi familia, incluyendo tíos y primos, empezaran a recalcar que estaba muy subido de peso comencé a pensar que, quizás, sí tenía que bajar de peso y mejorar mi imagen, pero la decisión final la tomé cuando uno de 'mis mejores amigos' empezó a llamarme 'cerdo', y a decir que 'no porque fuera uno tenía que comportarme y lucir como tal', todo mientras se reía de mi. Cuando cumplí 18 dejé de comer y bajé muchísimo de peso, al punto de que todos me felicitaban y me preguntaban cómo le había hecho, pero todo el tiempo tenía frío, sueño, me veía demacrado, me aterraba comer porque sólo pensaba en las calorías y me desmayaba seguido".
La inminente anemia y mala relación con la comida lo obligaron a Jonathan a abandonar el estilo de vida que llevaba y a pedir ayuda para mejorarse; sin embargo, algo se atravesó en su camino, una enfermedad que él no esperaba y hasta el día de hoy lo sigue atormentando: el trastorno por atracón.
"Sabes que llegaste al límite cuando sólo quieres parar y pedir ayuda pero no sabes cómo, y eso fue lo que me pasó. Mi hermana me ayudó a buscar a una psicóloga y a una nutrióloga para empezar mi recuperación, pero ninguno de nosotros se esperaba que después de tres años malcomiendo mi hambre se desbordara incontrolablemente. Empecé a comer de forma compulsiva todos los días, el único momento en que no comía era mientras dormía y, apenas me levantaba, ya estaba frente al refrigerador buscando algo".
Así, Jonathan empezó a recuperar el peso que había perdido de forma poco saludable e igual de dañina, pero en esta ocasión no estuvo solo durante el proceso. Esto marcó la diferencia notoriamente, pues aunque sigue batallando con el trastorno por atracón, el trabajo en conjunto de dos profesionales de la salud le ha permitido disminuir el periodo en el que se presentan sus deseos desmedidos de comida.
"La última vez que tuve uno de mis episodios sólo duró tres horas, empecé a comer descontroladamente a las seis de la tarde y me detuve a las nueve, y sé que no parece mucho, pero para mí significa eso, porque al menos ya no estoy donde estaba hace tres años debido a la anorexia y, tampoco, donde estaba hace unos meses cuando desarrollé esta otra enfermedad".
Finalmente, Jonathan enfatizó que, aunque el movimiento contra la gordofobia es muy reciente, le parece muy valiente que las personas empiecen a alzar la voz y a tratar la discriminacion hacia las personas gordas como lo que es, una injusticia. Incluso, confiesa que esto le ha ayudado a sentirse menos solo en su lucha y, en cierta forma, le da la esperanza de que nadie vuelva a pasar por lo mismo que él.
"Por suerte, ahora se habla de ello, los padres empiezan a recibir alertas e instrucciones para reaccionar a tiempo y evitar tragedias, y las nuevas generaciones tienen a otra que las respalda en ese sentido. Los niños que hoy sufren bullying por su peso ahora tienen a alguien que luche por ellos a diferencia de mí, y es ahí donde se ve el cambio, lo que hará la diferencia en el futuro", concluyó.
Es importante crear un entorno familiar y social que valore a las personas por quienes son, no por cómo lucen. Además, se debe educar a las personas sobre los peligros del bullying y la gordofobia, fomentando movimientos que aboguen por la aceptación y el respeto hacia todos los cuerpos.
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