DE RODILLAS TE PIDO
Por José Ángel Garduño García
México (Aunam). A la altura de la cintura de un devoto cualquiera se encuentra la cara de una señora con un niño en los brazos, hincada y con dirección al altar de San Judas Tadeo, el patrono de los casos “imposibles”.
Su semblante lo dice todo: angustia constante de grietas que intenta apaciguar con sus plegarias al santo, hablando en voz baja a lo largo de todo su recorrido; que va desde la entrada de la Iglesia de San Hipólito hasta el altar de la misma, fija su mirada y no la moverá hasta terminar con su plegaria.
El niño que lleva en los brazos es indiferente ante la sensaciones de sufrimiento de su protectora, “Juanita”, señora de avanzada edad, pelo teñido de rubio, pantalón de vestir y una blusa a la usanza de los años 80.
Las rodillas de Juanita avanzan centímetro a centímetro y al mismo tiempo se van acumulando decenas de plegarias al santo milagroso, que en los últimos años ha cobrado gran popularidad por sus múltiples atributos, de los cuales destaca su ayuda a desempleados y rateros.
Con cada paso toma con mayor fuerza al niño que lleva en los brazos. El niño; risueño, güerito y de ojos verdes tiene una hermosa cara redonda; apenas puede balbucear porque tan sólo tiene año y medio de edad, pero su abuela afirma que ya ha dicho sus primeras palabras.
Es domingo y la Iglesia se encuentra casi a su capacidad total. A pesar de encontrarse apretados en el interior del santuario, los fieles a San Judas le abren un espacio a Juanita para que pase por el pasillo principal junto con su nieto. Todos se le quedan viendo y se asombran al ver a la señora hincada y cargando al niño.
Por fin llega al altar principal y toma un lugar en la parte más cercana al retablo de las oraciones. Se espera cinco minutos rezando otro poco y por fin llega la hora de la bendición, pero el padre en lugar de empezar su discurso por preguntar las necesidades de los devotos o enunciando una frase alentadora o de apoyo, prefiere usar la Iglesia como medio de publicidad y anuncia la venta de una nueva revista de perfil eclesiástico.
El padre y rector del templo, Rene Pérez Díaz, incita a comprar la publicación impresa por el santuario, les recuerda su costo y periodicidad (15 pesos y bimestral), y conmina a comprar unas pulseras para realizar los rezos, cada una cuesta 10 pesos y es necesario hacer un decenario.
A Juanita parecen importarle poco los productos que ofrece la iglesia, ella está enfocada en hacer que sus rezos se conviertan en realidad y en maniobrar con su nieto en brazos para que no se le caiga al suelo. Sin más, el padre decide que tan sólo anunciará los productos de la iglesia y terminar echándoles agua a todos los creyentes.
Termina la bendición. Con un movimiento en forma de cruz, Juanita acaba con el recorrido, persignándose para finalizar con sus peticiones. Inmediatamente se levanta y se sacude las rodillas, al tiempo que baja a su nieto de sus brazos para descansar un poco.
Hay una intriga latente: ¿Cuáles son los motivos de recorrer de punta a punta la iglesia, caminando de rodillas?. Es una forma de pedir por los suyos, siempre lo ha hecho; pero en esta ocasión tiene un significado especial, su hijo se fue de bracero a los Estados Unidos, recorrería el desierto y aún no sabe nada de él.
“La verdad, mi hijo se fue a buscar mejores oportunidades, un mejor futuro para mi nieto, pero tiene una semana que se fue y no se nada de él, estoy muy preocupada.” Con lágrimas en los ojos y un pañuelo arrugado en la mano, “Juanita” se desahoga de sus penas.
Cuando habla de su primogénito, llena su mirada de luz y amor. Es su único hijo y le duele verlo lejos de su familia, de los suyos, con quienes se crió toda la vida. En esta ocasión Juanita viene sola a la iglesia porque su nuera está trabajando y no había nadie que la acompañara.
Se aferra a la esperanza de saber algo de su hijo. Al igual que tantas personas en este sitio, deposita su fe en una imagen. Para ellos es algo más que un Santo sosteniendo un libro y una cachiporra, poco les importa que sea considerado como el santo de los rateros y los desempleados. “La verdad, San Juditas es de todos, no exclusivamente de los rateros y cada quien tiene derecho a rezarle al santo de su preferencia”, afirma.
Su vida no ha sido fácil, trabaja desde que se acuerda. Cuando era pequeña y tenía unos 10 años trabajaba en una tortillería ayudando a unos vecinos para aportar al gasto familiar. “Por trabajar desde pequeña no me quedó tiempo suficiente para la escuela, quizás por eso nunca me gustó”.
Juanita encontró el amor a temprana edad, desde los 18 años; su ahora difunto marido se la llevó de casa de sus padres y con él empezó una nueva etapa, una vida difícil y trabajosa. Un año después de haberse casado con su pareja, tuvo a su primogénito, el motivo de su actual pesar.
“Mi hijo siempre me ha preocupado. En ocasiones anteriores ya le había venido a rezar a San Juditas para que mi pequeño y su esposa pudieran tener a su propio bebé y pues aquí está la respuesta de mi San Juditas”. Se le queda mirando a su nieto y le habla palabras tiernas, con la voz más dulce que puede emanar de ella.
Apurada por las prisas de una ama de casa ocupada, carga a su nieto y se despide del Santo, persignándose. Deposita un donativo a la Iglesia, toma un poco de agua bendita y corre a terminar la comida, a enfrentarse con la realidad. Buscará un poco de ropa ajena para lavar y pondrá una veladora más a la foto de su hijo.
Continuará su credo hacia uno de los santos más populares del catolicismo mexicano, ilusionada por una imagen; claro que lo único depositado en ese lugar no fue su fe, también algo más terrenal, un aporte al mercado de la religiosidad popular. Es domingo y es México…
México (Aunam). A la altura de la cintura de un devoto cualquiera se encuentra la cara de una señora con un niño en los brazos, hincada y con dirección al altar de San Judas Tadeo, el patrono de los casos “imposibles”.
Su semblante lo dice todo: angustia constante de grietas que intenta apaciguar con sus plegarias al santo, hablando en voz baja a lo largo de todo su recorrido; que va desde la entrada de la Iglesia de San Hipólito hasta el altar de la misma, fija su mirada y no la moverá hasta terminar con su plegaria.
El niño que lleva en los brazos es indiferente ante la sensaciones de sufrimiento de su protectora, “Juanita”, señora de avanzada edad, pelo teñido de rubio, pantalón de vestir y una blusa a la usanza de los años 80.
Las rodillas de Juanita avanzan centímetro a centímetro y al mismo tiempo se van acumulando decenas de plegarias al santo milagroso, que en los últimos años ha cobrado gran popularidad por sus múltiples atributos, de los cuales destaca su ayuda a desempleados y rateros.
Con cada paso toma con mayor fuerza al niño que lleva en los brazos. El niño; risueño, güerito y de ojos verdes tiene una hermosa cara redonda; apenas puede balbucear porque tan sólo tiene año y medio de edad, pero su abuela afirma que ya ha dicho sus primeras palabras.
Es domingo y la Iglesia se encuentra casi a su capacidad total. A pesar de encontrarse apretados en el interior del santuario, los fieles a San Judas le abren un espacio a Juanita para que pase por el pasillo principal junto con su nieto. Todos se le quedan viendo y se asombran al ver a la señora hincada y cargando al niño.
Por fin llega al altar principal y toma un lugar en la parte más cercana al retablo de las oraciones. Se espera cinco minutos rezando otro poco y por fin llega la hora de la bendición, pero el padre en lugar de empezar su discurso por preguntar las necesidades de los devotos o enunciando una frase alentadora o de apoyo, prefiere usar la Iglesia como medio de publicidad y anuncia la venta de una nueva revista de perfil eclesiástico.
El padre y rector del templo, Rene Pérez Díaz, incita a comprar la publicación impresa por el santuario, les recuerda su costo y periodicidad (15 pesos y bimestral), y conmina a comprar unas pulseras para realizar los rezos, cada una cuesta 10 pesos y es necesario hacer un decenario.
A Juanita parecen importarle poco los productos que ofrece la iglesia, ella está enfocada en hacer que sus rezos se conviertan en realidad y en maniobrar con su nieto en brazos para que no se le caiga al suelo. Sin más, el padre decide que tan sólo anunciará los productos de la iglesia y terminar echándoles agua a todos los creyentes.
Termina la bendición. Con un movimiento en forma de cruz, Juanita acaba con el recorrido, persignándose para finalizar con sus peticiones. Inmediatamente se levanta y se sacude las rodillas, al tiempo que baja a su nieto de sus brazos para descansar un poco.
Hay una intriga latente: ¿Cuáles son los motivos de recorrer de punta a punta la iglesia, caminando de rodillas?. Es una forma de pedir por los suyos, siempre lo ha hecho; pero en esta ocasión tiene un significado especial, su hijo se fue de bracero a los Estados Unidos, recorrería el desierto y aún no sabe nada de él.
“La verdad, mi hijo se fue a buscar mejores oportunidades, un mejor futuro para mi nieto, pero tiene una semana que se fue y no se nada de él, estoy muy preocupada.” Con lágrimas en los ojos y un pañuelo arrugado en la mano, “Juanita” se desahoga de sus penas.
Cuando habla de su primogénito, llena su mirada de luz y amor. Es su único hijo y le duele verlo lejos de su familia, de los suyos, con quienes se crió toda la vida. En esta ocasión Juanita viene sola a la iglesia porque su nuera está trabajando y no había nadie que la acompañara.
Se aferra a la esperanza de saber algo de su hijo. Al igual que tantas personas en este sitio, deposita su fe en una imagen. Para ellos es algo más que un Santo sosteniendo un libro y una cachiporra, poco les importa que sea considerado como el santo de los rateros y los desempleados. “La verdad, San Juditas es de todos, no exclusivamente de los rateros y cada quien tiene derecho a rezarle al santo de su preferencia”, afirma.
Su vida no ha sido fácil, trabaja desde que se acuerda. Cuando era pequeña y tenía unos 10 años trabajaba en una tortillería ayudando a unos vecinos para aportar al gasto familiar. “Por trabajar desde pequeña no me quedó tiempo suficiente para la escuela, quizás por eso nunca me gustó”.
Juanita encontró el amor a temprana edad, desde los 18 años; su ahora difunto marido se la llevó de casa de sus padres y con él empezó una nueva etapa, una vida difícil y trabajosa. Un año después de haberse casado con su pareja, tuvo a su primogénito, el motivo de su actual pesar.
“Mi hijo siempre me ha preocupado. En ocasiones anteriores ya le había venido a rezar a San Juditas para que mi pequeño y su esposa pudieran tener a su propio bebé y pues aquí está la respuesta de mi San Juditas”. Se le queda mirando a su nieto y le habla palabras tiernas, con la voz más dulce que puede emanar de ella.
Apurada por las prisas de una ama de casa ocupada, carga a su nieto y se despide del Santo, persignándose. Deposita un donativo a la Iglesia, toma un poco de agua bendita y corre a terminar la comida, a enfrentarse con la realidad. Buscará un poco de ropa ajena para lavar y pondrá una veladora más a la foto de su hijo.
Continuará su credo hacia uno de los santos más populares del catolicismo mexicano, ilusionada por una imagen; claro que lo único depositado en ese lugar no fue su fe, también algo más terrenal, un aporte al mercado de la religiosidad popular. Es domingo y es México…
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