LEDA SPEZIALE, INGENIERA QUE ROMPE BRECHAS CON HECHOS Y SIN SERMONES

Por Esmeralda Rodríguez Martínez
Ciudad de México (Aunam). El otoño comienza a teñir de colores brillantes las hojas de los árboles que rodean 20 inmuebles poco coloridos ubicados en la División de Ciencias básicas, pero justo en el edificio J, donde hay una hilera de bancas ordenadas, está el cubículo de la undécima mujer en titularse como ingeniera. Leda Speziale San Vicente, quien tras 54 años como docente, se ha convertido ya en una leyenda de la Facultad de Ingeniería.


Con una sonrisa en su rostro templado, sentada al frente de su escritorio; luce un pantalón café oscuro perfectamente planchado, una blusa abotonada blanca en conjunto con una más que le cubre el cuello, un suéter más claro que su pantalón pero que contrasta perfectamente con los aretes largos que lleva puestos y que se aprecian enseguida gracias a su cabello corto, castaño y quebradizo, la profesora de 88 años de edad, dirige un saludo cálido que muestra entusiasmo.

Vocación innata

Después de un breve inicio, reflexiva inicia el viaje hacia el pasado. Desde que estaba yo en primaria, me encantaba la aritmética. Lo que más me gustaba era explicarles a mis compañeros. Cuando yo estudié, que fue en la época de Lázaro Cárdenas, había escuelas mixtas y lógicamente, yo tenía amigos y amigas, así que para mí, la mayor satisfacción era entender los problemas de aritmética y si alguno comentaba: “no entendí”, yo decía “yo te explico”, recuerda con frenesí.

Con las manos una encima de la otra, señala firmemente, como si tuviera que tomar la decisión de nuevo: cuando estaba en la primaria, me decían: “¿Tú qué quieres ser cuando seas grande?” y yo decía: “Yo quiero explicar problemas”, así que la vocación de la docencia, yo creo que es innata. Ya cuando entré a la secundaria, me di cuenta que había maestros de matemáticas, de esto y del otro y dije: “Yo quiero ser maestra de matemáticas”, esa era mi intención.

Entré a la preparatoria. Cuando yo estudié el bachillerato, se decidía al salir de la secundaria; no era como es ahora, que tienen dos años y hasta el tercer año deciden el área. En mi época no, saliendo de la secundaria, entraba uno al bachillerato correspondiente al área: eran dos años de bachillerato.

Amistades que hoy ya no se ven

Yo terminé la secundaria en 1942. En marzo del 43, entré a la preparatoria, quería estudiar matemáticas para ser maestra, eso es lo que quería ser y eso es lo que soy ahorita.

Entré y siempre fui muy muy amiguera, dice divertida, desde niña tenía muchos amigos y en mi casa los recibían, en fin, fue un mundo muy bonito en el que yo viví de niña, diferente al de otras familias. Mi padre era italiano y tenía otra forma de ver la vida.

Acomodándose en el asiento que parece ser confortable y a la vez hace juego con los cuatro o cinco muebles que hay en el cubículo, se cuestiona, ahora, ¿qué paso? Entré a la preparatoria, me hice de amigos. Hoy voy a comer a casa de uno de ellos, mismo que conocí en 1943, llevamos 73 años de amigos y hoy voy a comer a su casa, menciona alzando la voz, con un tono de orgullo.

Centra su mirada al suelo y con un gesto que refleja tristeza, pero a la vez satisfacción, comenta, “los otros del grupito, pues ya se han muerto, pero fuimos amigos muchos años. Dos de ese grupito del 43, se murieron hace tres años, en 2013, pero seguíamos siendo amigos, o sea, amistades que hoy ya no se ven”.

Iban a mi casa, los conocían mis papás y estudiábamos ahí. Además hay varias situaciones, yo vivía en Tacubaya para tener la viva imagen, cierra con fuerza sus párpados, que se alcanzan a ver nítidamente detrás de unos lentes redondos, mismos que se ajustan perfectamente a su pequeña cara.

Llevamos una materia que se llamaba cosmografía, el que nos la impartía era el maestro Joaquín Gallo, en ese momento era el director del Observatorio Astronómico que estaba en Tacubaya, entonces nos invitaba los jueves a que fuéramos y nos atendía especialmente, pero como mi casa quedaba cerca, la reunión era ahí mismo.

Bueno, todos mis amigos decían: “¿cómo te vas a ir a estudiar Ciencias? No, que vas a hacer ahí, vente con nosotros a Ingeniería” y no lo debía decir, pero es cierto, era yo muy estudiosita, aparte de ser muy amiguera, y entonces decidí entrar a las dos carreras.

En ese momento, la Facultad de Ciencias estaba en la calle de Ezequiel Montes, en la colonia Tabacalera, ahí eran las oficinas y se daba Biología. Las carreras de Física y de Matemáticas se daban en el Palacio de Minería, porque como eran los mismos maestros, pues Ingeniería le prestaba unos salones a Ciencias, porque todo era parte de la Universidad.

Entonces para mí era fácil llevar dos carreras en el mismo edificio y mis amigos, como en Ciencias no había más que un grupo, ellos se adaptaban a mis horarios, de no haber sido así, no hubiera durado la amistad setenta años.

La relación con mi familia permitió que la amistad fuera más fuerte. Mis padres los aceptaban y no en todas las casas sucedía eso, porque no a todas las mujeres les permitían tener amigos.

El dilema entre Matemáticas e Ingeniería Civil

Cuando mencioné que entraría a las dos carreras, mi papá dijo que estaba bien. Él fue poeta y le gustaba la literatura, y a mí también me gustó mucho el lenguaje; me gusta mucho, a la fecha… que sepa yo mucho, pues ojalá supiera… suelta una modesta risa, como si no le hubieran pedido ya, su participación en el Boletín matemáticas y cultura, con la escritura de varios artículos sobre tópicos de nuestro idioma.

Entonces, como me gustaba mucho, cuando yo salí de secundaria, mi papá creía que yo me iba a dedicar a estudiar Literatura, nadie en mi familia tenía relación con las matemáticas, entonces los sorprendí, pero mi padre respetaba lo que queríamos cada uno, él me dijo: “Entonces, ¿quieres estudiar matemáticas?, perfecto”.

Entré dos años a las dos carreras. Yo estudié álgebra en Ingeniería y álgebra en Ciencias, con maestros nada menos que Javier Barros Sierra (rector de 1966-1970) y Nabor Carrillo (rector de 1953-1961), respectivamente. ¡Maestrazos, los dos llegaron a rectores!, pero eran dos puntos de vista diferentes de la misma asignatura, entonces para mí era una educación maravillosa, pero aparte eran señorones.

También llevé Cálculo en Ciencias y en Ingeniería. En ingeniería con el maestro Enrique Rivero Borrell, magnífico, la biblioteca tiene su nombre y ni siquiera era ingeniero, sino sólo maestro. Y en ciencias con Francisco Zubieta, que también fue una persona muy brillante. Eran las mismas materias, pero el programa era diferente, así que yo llevaba una formación maravillosa.

Para situarse en el contexto, inicia con la historia familiar que detonó el rumbo de su vida. Mi padre fue diplomático durante 19 años, trabajó en la Legación de Italia (lo que es la embajada) y era canciller, un cargo muy alto. Él vivía en México, pero era empleado italiano.

En la época de Mussolini dice abriendo los ojos, como repudiando al dictador italiano, éste pidió que todos los empleados del gobierno se hicieran fascistas, como mi papá tenía ideas muy liberales, totalmente diferentes, dijo que no vendía por un sueldo, su ideología.

Eso fue cuando yo estaba en primaria. Mi padre después de ser diplomático durante 19 años, al adaptarse a su nueva vida, inició a trabajar como agente de ventas: vendía camisas, libros, esencias para perfumes, etc., y ganaba comisiones de eso. Era una vida muy difícil para mi padre, ya que no había dinero en mi casa, porque no es lo mismo recibir un sueldo de diplomático a recibir comisiones de ventas, ahora sí que “chivo brincado, chivo pagado”, o sea, según lo que trabajaba, era lo que ganaba.

Adentrándose más en la historia, la profesora menciona que cuando ella estaba en segundo de Facultad, se murió uno de sus hermanos en un accidente, entonces su papá emocionalmente se vino abajo, y lógicamente, la economía familiar también.

Éramos cinco hermanos: primero dos mujeres, luego dos hombres y luego yo (el que se murió fue el primer hombre), así que de los cuatro que quedamos, la segunda de mis hermanas, mi hermano y yo, tuvimos que apoyar económicamente.

Yo entré a dar una materia en un colegio particular, la Academia Oxford (ahora Colegio), donde se enseñaba high school, se aprendía inglés y comercio. Así que llevaba las dos carreras y daba una asignatura.

En esa época, era: “te casas, te vas a tu casa”, entonces al terminar segundo, se casaba a fin de año una maestra de Comercio que impartía las asignaturas de Matemáticas, Contabilidad, Cálculo mercantil, y esas cosas, entonces la maestra renunció.

Como ya tenía yo un año de estar dando clases en esa Academia, la directora me llamó y me dijo: “yo le ofrezco todos los grupos de la maestra, porque me gusta mucho como da usted clases”, entonces lo primero que dije fue: “¿contabilidad? Yo nunca he estudiado contabilidad” esa maestra daba primero, segundo y tercer año de contabilidad “usted puede, aquí tiene el libro”.

Eso fue en noviembre, tenía pocos meses de muerto mi hermano, y eso implicaba un sueldo muy alto pero también un reto muy fuerte y yo acepté siempre retos, afirma con valentía, entrecerrando los ojos y soltando una sonrisa que denota sagacidad.

Para 1947 tuve que dejar una carrera. Dejé Ciencias porque me gustaba más Ingeniería, pero lógicamente estaba más preparada en matemáticas que mis compañeros. Porque las matemáticas en Ciencias son más formales, no sólo se aplican como en Ingeniería.

¿Mujer? No, gracias

En 1954 hubo una plaza, es que la historia es..., ríe como si recordar esta parte de su vida sea la que definió su carácter férreo, conjetura que confirmaré más adelante.

Bueno, en el 54 se iniciaron las clases en Ciudad Universitaria en la Facultad de Ingeniería y yo me enteré de que había un grupo que no tenía profesor de Matemáticas, así que vine y lo solicité. La carrera se estaba dando en Minería, pero como los de primer ingreso iban a tomar clases en CU, había dos secretarios.

Uno de ellos, el auxiliar de la Facultad, era amigo mío, que después fue gobernador de Sonora; Rodolfo Félix Valdés, me dijo: “No te la van a dar, tienes todo, pero tienes una dificultad por la que no te lo van a dar, esta me dijo, jalándome la falda, ser mujer”, entonces las mujeres no usábamos pantalón.

Disgustada, pero con ganas de ponerme al corriente, completa la historia: en efecto, el director que era José Luis Parres, había sido mi maestro y me trataba muy bien como alumna. Pero dijo: “¿quiere dar clases? NO. Una mujer no da clases en ingeniería, rotundamente no”.

Para comprender lo que Parres mencionó después, la profesora Leda cuenta que cuando ella fue alumna en 1946, hubo una maestra, que se llamaba Laura Cuevas.

Detalladamente y con un toque de humor, continúa: ella fue maestra porque era pariente de algún ingeniero importante, yo no tenía relaciones más que mis maestros. Pero Laurita Cuevas, así le decíamos, Laurita, estaba tuberculosa. En esa época, era mortal la tuberculosis y nada más un año dio clases, pero tenía una vocecita y los alumnos malos como éramos, le decíamos “la tísica”, era un apodo despectivo, dice apenada.

Era así… flaaaca, flaca… apenas y podía caminar. O sea estaba a punto de morirse y entonces decía Parres: “No, ya tuvimos una experiencia. Y mujeres no aceptamos en ingeniería, porque las mujeres no pueden ser maestras”.

Pero entonces, como yo tenía muchas amistades y demás, una amiguita mía que era sobrina del ingeniero Paulin (que entonces estaba en Consejo Técnico y después fue director) le platicaba a su sobrina todo lo que se decía de mí, porque éramos muy amigas, entonces yo sabía todo lo que se decía en el Consejo.

Fue muy nombrado golpea suavemente el escritorioque me negaban dar clase de matemáticas. Era un grupo de Álgebra, que era y es mi materia preferida. Entonces, un maestro que estaba en el Consejo y se enteró de todo eso, y además era jefe de clases de una materia a la que llamábamos “la materia apestada” (porque era la que todo el mundo reprobaba), se llama geometría descriptiva. En fin, me llama el jefe de clases y me dice:

-¿Le interesa dar clases en ingeniería?

-Sí, -le dije-, me interesa mucho

-Le ofrezco mi apoyo, pero dé descriptiva, y además tengo dos grupos, uno es de primer ingreso y el otro es de repetidores en minería y en la noche, 100 alumnos. Si acepta los dos, la ayudo, si acepta uno, no se lo doy.

Claro, el que era de CU, fresquecitos y el de Minería era a las 19:00 y ¡100 alumnos! Todo un reto que acepté. En Minería era clase en las ventanas y en todos lados, se trepaban, chiflaban y hacían de todo. Fue difícil ese grupo, de puros hombres, repetidores, 100 alumnos y en la noche, pero salí adelante.

Confiesa que tuvo y tiene fama de ser muy exigente, argumento del que no dudo, ya que los alumnos mencionan que es la clase de maestra que, si no conoces lo más básico, te manda a la biblioteca por un libro de Álgebra en asesorías. Yo creo que es mi modo de ser, por eso abrí brecha.

No sólo fue difícil legitimar su papel como mujer docente, sino también como ingeniera, cuenta la maestra Speziale: “terminé la carrera y ¡vaya!, yo quería trabajar enseguida como ingeniera. Fue entonces cuando otro tío ingeniero de mi amiguita, sobrina de Paulin, que era como su papá adoptivo, me dijo: ‘si quieres, yo te puedo conseguir una chamba’ y dije ‘ay pues sí, cómo no’”.

Fue a una compañía de españoles que se llamaba El Águila y ahí habló de una persona que era pasante (es decir, un estudiante sin título, pero con todos los créditos) de Ingeniería, con muy buen promedio, muy brillante, etc. Entonces, concertó la cita y le dijo a la persona con la que había acordado:

-Bueno, ¿cuándo puede venir la señorita?

-¿Señorita?

-Sí, la pasante de ingeniería

-¿Mujer? NO, gracias.

Y no me dieron el trabajo, ni siquiera me entrevistaron. Ya habían visto mi currículum pero por ser mujer, no. ¡Vaya, era época difícil!

Pese a los fuertes retos que se presentaron durante su inicio en la académica, la profesora Leda fue la primera mujer en ocupar cargos relevantes en la Facultad de Ingeniería; fue Consejera Técnica, Coordinadora de materia, jefa del Departamento de Matemáticas Aplicadas y de la División de Ciencias Básicas.

La discriminación no se combate con más discriminación

La equidad de género ha avanzado, pero yo creo que falta mucho. Ahora, yo nunca luché contra los hombres, ¡NUNCA!

En una época me invitaban a una Asociación de mujeres universitarias, pero no acepté, porque me dijeron: “es de mujeres y no aceptamos hombres”. Y les dije: “la discriminación no se combate con más discriminación, a mí me molestaría mucho que no me dejaran entrar al Colegio de Ingenieros por ser mujer. ¿Por qué no debería dejar entrar hombres?”.

Aunque me decían: “pero es que te han tratado mal los hombres, y son esto y son el otro”, pero dije: “no, no son malos todos los hombres y por lo que tenemos que luchar es porque se reconozca la igualdad, no por aplastarlos a ellos y decir: las mujeres somos lo mero mero. No, somos un mundo mixto y hay hombres buenos y malos y mujeres buenas y malas.” Y no acepté. Porque no estoy contra los hombres, si estuviera contra ellos no tendría una amistad de tantos años.

Un alma maravillosa

Ya que el tiempo es poco antes de las asesorías que generalmente da los martes a las 11:00 horas, viendo el pequeño reloj blanco que se encuentra en un mueble grande de madera, continúa: “Yo tuve apoyo incondicional de mis padres y después me encontré a un marido ma-ra-vi-llo-so. Ignacio Guzmán. ¡Vaya, nos quisimos muchísimo! Él era muy diferente de cómo eran los demás.”

Ya casada, por azares del destino, en 1966 entré a una maestría con especialidad en Estructuras y había mucha gente que le decía: “No la dejes, no permitas que ella estudie, va a ser más que tú” con un tono alto, frunciendo el ceño e imitando a la gente que comentaba esto, él decía: “Yo la quiero mucho, y si ella se quiere superar, que se supere”.

Me casé hace 62 años, mi marido ya murió. Era una persona muy culta, buen ingeniero y además tenía un alma maravillosa, que creo que eso vale más que la cultura. Me apoyaba en todo, lo quise mucho, muchísimo. No llegamos a cumplir 25 años de casados, él murió cuando llevábamos 24. Llevo más años de viuda que los que tuve de casada, pero siempre me apoyó.

Cuando me quedé viuda, me decía uno de mis compañeros de la Facultad:

-Cásate, estás joven.

-¿Casarme? No, si estoy muy vieja, y además, ¿quién aparte de Nacho? -como le sigue diciendo de cariño-. Jamás, jamás, después de casada no quise a nadie más que a él. Y ahí sigo.

Con los ojos humedecidos, pero brillantes y llenos de amor, da a conocer un poco más al ingeniero Ignacio, y orgullosa menciona: según yo, era muy buen ingeniero. Lo querían muchísimo sus empleados. Bueno, él trabajó en la construcción de la Villa Olímpica, que le encargaron a la compañía donde él estaba. Tenía ingenieros bajo sus órdenes y uno de ellos me dijo un día: “ay señora, cuando el ingeniero nos llamó, nos dijo: ‘tenemos que cumplir, pero nunca les voy a pedir que hagan más de lo que yo haga’. Entonces cuando nos lo comentó, dijimos que podríamos llegar tarde, pero nunca llegó tarde”.

Ya en este punto de la conversación, cada palabra que menciona, la remite directamente hacia el ingeniero Guzmán, así que radiante de felicidad, con la sonrisa más grande que ha tenido durante este tiempo sentadas, me cuenta: también cantábamos mucho, mi marido y yo. Cuando él murió, yo oía música y lloraba, porque la música me lo recordaba. Bailábamos y cantábamos mucho.

Una vez en una fiesta, una señora me dijo que si yo era maestra de baile porque bailaba muy bonito suelta una carcajada después de ruborizarse un poco. Yo era espontánea, y bailábamos mucho.

Ya cuando mis hijos estaban grandes, yo siempre venía con tacones a dar clases, entonces cuando llegaba a mi casa, lo primero que hacía era botar los zapatos, ponerme el delantal y llegar a la cocina, eso era lo que siempre hacía. En una ocasión llegó mi marido y dijo: “Ay viejita, están tocando una música muy bonita en el radio, vente a bailar” vuelve a reír como si esa imagen fuera tangible, entran los hijos, yo con delantal y sin zapatos, pero bailando los dos. ¡Ese era mi marido!

La enseñanza mediante el ejemplo

Del matrimonio, se concibieron cuatro hijos, primero dos varones, Ignacio y Marco, después dos mujeres, Leda y Claudia, a quienes les enseñaron que “no valen la pena los sermones, creo que lo más importante es el ejemplo”, afirma tajante la maestra Leda.

Mis hijos veían cómo nos relacionábamos su papá y yo y también que en la casa, parejos, los cuatro igualitos. Vaya, cuando empezaron a gastar más, decidimos mi marido y yo darles una mensualidad y que cada quien se hiciera cargo de sus gastos. Porque había uno que a cada rato quería ropa, porque no la cuidaba, y en fin… Hagan cuentas, cuánto es lo que necesitan y dijimos: más les damos. El primer mes, ese que gastaba mucho, se lo acabó: “mamá, ya se me acabó, necesito para los pasajes.”, te presto, le dije ¿cuánto quieres? Aquí tienes.

Llegó la siguiente mensualidad y le dije: “tú pediste tanto, te toca tanto”, y me dijo: “¿qué no me vas a dar completo?”, a lo que respondí: “no, me lo pediste prestado”.

Vaya, mucho es el ejemplo y actualmente, así soy. A ese mismo hijo, le ofrecí que le regalaba una cantidad si se recibía, pero antes me pidió dinero prestado, cosa que se me había olvidado. Entonces, cuando se recibió, le dije que ahí estaba el cheque:

-No mamá, está mal tu cheque

-¿Por qué?

-Porque yo te debo tanto, descuéntamelo.

Esos son mis hijos y yo estoy orgullosa de ellos.

Los castigaba, cuando eran chicos, el castigo primero era: sin refrescos, aunque no había seguido, pero sin refrescos y sin dulces, después según el castigo, ahora sin fruta y cosas de esas dice risueña pero con un toque de maldad. Bueno, un día va mi hijo a comer a casa de mi hermana que era su madrina:

-¿Qué refresco quieres?

-No tía, yo no puedo tomar refresco

-¿Qué estás enfermo?

-No, tía

-Pero entonces ¿por qué no puedes?

-Estoy castigado

-Ay, ese es castigo que te dio tu mamá, no te ve. No te voy a acusar

-No, no tía… aunque no me vea, estoy castigado y no puedo tomar refresco

Ahora, lógicamente en un matrimonio hay algunas discusiones y demás, sobre todo por la educación de los hijos. Un día le pregunté a mi hija mayor: ¿cuántas veces nos viste enojados a tu papá y a mí? Y ella me respondió: Nunca, mamá. Los vi serios, había un poco de frialdad, pero pleito enfrente de nosotros, nunca. Si discutíamos, era en la intimidad, pero nunca enfrente de la gente.

La medalla a la mejor madre

Bueno, en primer lugar yo era docente por asignatura, dice la profesora Speziale, que ahora es Maestra Emérita de la UNAM tenía apoyo también de mi mamá, cuando vivía, yo le dejaba a mi hijo chiquito, porque el otro iba a la escuela.

Pero yo atendía mi casa, se iban a la escuela y me venía a dar clases. Así que yo venía a la escuela y daba dos grupos seguidos, dos horas 40 minutos. Mi marido se llevaba a los niños de la primaria, yo hacía las camas, etc., las llevaba al kínder (a las niñas) y me venía.

Les pedía a dos educadoras que por favor me cuidaran a las niñas hasta las 12:30, porque salían a las 12:00. Íbamos a la primaria, recogíamos a los niños, dejaba a las educadoras en su casa y regresaba a guisar, porque siempre comimos juntos con mi marido, en la tarde lavaba trastes, veía tareas y los acostaba muy temprano, a las 8:00pm ¡a dormir! Y a esa hora me ponía a trabajar: dormí muy poco, pero no lo necesitaba porque yo me sentí feliz.

En una ocasión llegó mi marido, que no era muy fiestero, pero si bailaba y cantaba. Llega y dice: “tenemos una cena ¿vamos?”, fuimos, dejamos a los niños con alguien. Nos divertimos y de regreso me dijo: “vámonos a descansar”, y le respondí: “No, yo tengo tarea”. Primero era yo esposa y mamá y después el trabajo. Pero sabía cumplir las dos cosas.

La Asociación Autónoma del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (AAPAUNAM), otorga una medalla al mérito académico a tres o cuatro dependencias, no sé si lo hagan actualmente, pero daban esa medalla al mejor académico de cada institución y en 2000 me la dieron a mí.

Lo entregaban en la Casa Club del Académico y a cada institución que le daban el reconocimiento, le daban una mesa grande en donde, por supuesto, estaba el director de la institución y el premiado podía invitar a alguien, entonces invité a mi hijo Marco, que vive en Querétaro, porque todos viven fuera y él es el que vive más cerca.

Entonces, fue el rector, etc., me nombraron y pasé. En ese momento, el director de mi escuela se volteó y le dijo a mi hijo: “de esa medalla que recibe tu mamá, un pedacito es tuyo y otro pedacito es para cada uno de tus hermanos, porque cada mujer que se supera, descuida un poco a los hijos”, volteó mi hijo y le contestó: “esa medalla, ingeniero, es toda entera de mi mamá, porque no me acuerdo ni un minuto en que me haya descuidado, ni a mí ni a ninguno de mis hermanos, toda la medalla entera es de ella.”

Cuando me lo platicó el director, me dijo: “Ay pero cómo te quieren tus hijos. ¡Cómo les has dedicado tiempo!” Y cómo no, yo acepté tiempo completo cuando la más chica ya estaba en prepa.

Leda Speziale San Vicente, quien continúa dedicando su vida a la docencia, impartiendo asignaturas como álgebra, álgebra lineal, geometría analítica, entre otras, declara impetuosa:

“Tuve penas muy fuertes, pasé temporadas difíciles, pero en este momento, haciendo el recuento de mi vida, creo que he tenido muchas más cosas buenas que malas. He sido muy dichosa en la vida, tuve una niñez muy feliz; unos padres extraordinarios; un matrimonio estupendo, hubo penas fuertes, sí. Pero creo que también esas sirven para darnos cuenta de lo bueno, no es posible una vida totalmente maravillosa, pero yo he tenido una muy afortunada”.



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3 comentarios:

  1. Hermosa entrevista, estudié ingeniería y aunque no fue mi maestra Se le reconocía su calidad.

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  2. Que recuerdos, solo tome taller de ejercicios con ella y solo bastan unos minutos para darse cuenta del amor que imprime a su trabajo. Gracias Ingeniera

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  3. Excelente maestra y tutora. Si tienen oportunidad tomen clases con ella. Es muy exigente eso sí. Pocos hemos librado sus cursos y aún mas sin finales. La pasion por la docencia es increible en ella.

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