CUANDO LA VIDA TE PIDE QUE ESCRIBAS: ORALIA MELÉNDEZ
Por Miroslava Sarahí Fuentes Zacarías
Ciudad de México (Aunam). Con zapatos de tacón y un vestido de entallado de colores, la profesora Oralia Meléndez Rodríguez llega en dos zancadas a la puerta del estacionamiento de la Escuela Nacional Preparatoria (ENP) Número 9 Pedro de Alba. La mujer que desde chica siguió el camino de las letras avanza erguida, con una mirada fija que resalta por la firmeza de sus ojos.
“¡Qué pena, no me he maquillado!”, dice mientras nos encaminamos a la sala de maestros. Usualmente, en clases se le ve con el carmín en los labios y unas sombras, detrás los lentes, que armonizan con sus vestidos. A pesar de la ausencia del maquillaje, la viveza sigue presente en su expresión. “No soy hedonista. Sólo soy una gente convencida de la vida”, se lee en su cuento Y si muero… qué de El rugido de la Moira.
Entramos a la sala y saludamos a los docentes que esperan dar clases, reposan o sólo conversan por un rato. Son las tres y media de la tarde cuando la profesora entra a un cuarto y veinte para las cuatro cuando sale maquillada de la habitación, con el rojo que resalta su pequeña boca curveada y con el cabello color castaño, casi rojo, arreglado. “Ay, sólo me pongo labial y ya dices que luzco diferente”, le contesta a una compañera.
Dejar de escribir como señal de protesta
Luego de despedirse de los maestros, la entrevistada sale con una sonrisa. Su porte denota cierta elegancia, la cual resalta cuando escudriña el lugar con sus ojos color café. En medio del murmullo de la multitud de alumnos que salen de una clase para entrar a otra, nos dirigimos a buscar un salón desocupado aunque al parecer todas las aulas están ocupadas. De vez en cuando ella dirige la mirada a su bolso donde oculta su nuevo libro El hermano asesino.
Pocos libros ha publicado la autora debido al problema que tiene con las editoriales. Actualmente sigue tratando de terminar una novela, pero “no me corre prisa porque estoy muy enojada. Ha habido personas que han abusado de mi ignorancia de ese conocimiento, de cómo mover mis libros, venderlos y todo eso”, cuenta.
“No quiero escribir para gente que está esperando mis libros sólo para abusar, eso me ha detenido. Me encuentro un poco triste por eso”, expresa levantando su delineada ceja derecha. Hay quienes hablan de ella, calificándola como una persona desorganizada. Sin embargo la maestra se defiende y dice estar organizada en lo más importante, su persona. “Por lo demás, en cuanto a escribir, creo que la vida te pide que escribas”.
Finalmente, la profesora decide sentarse en una banca al aire libre que está entre los edificios, con el sol y la sombra que agrandan a la vista de la escritora. Las jacarandas, árboles elogiados por Meléndez durante sus clases, se encuentran a sus espaldas.
La entrevistada siente la misma predilección por las letras que por impartir cátedra. “Digo, la vida así tiene sentido, ¿no? Aquí están ellos y así yo tengo algo que hacer”, señala sonriente respecto a sus alumnos. Sentada ya, entrelaza los dedos y sus pulseras plateadas, abundantes en sus muñecas, inician un tintineo que acompaña la expresividad de su voz.
Creciendo con las letras en casa
Si repito siempre la vieja canción
es porque he bebido de sus frescas aguas y
han nacido dulces y verdes naranjas
que establecen diálogos con sus hermanas
y hablan como sabias cuando nuevas son.
Oralia Meléndez
Proveniente de tierras guanajuatenses, la maestra comenzó desde chica su trayecto por el camino de las letras. “Aprendí a escribir y empecé a escribir”, menciona. De todos es sabido que la familia determina, en parte, lo que una persona es. La estrecha relación de la escritora con su madre y su hermana, que la inspiró a estudiar Lengua y Literaturas Hispánicas, es muestra de ello.
“Mi mamá era una mujer a la que le gustaba leer mucho, en especial la poesía, y eso nos lo transmitió. Cuando empecé a crecer tuve esa convivencia con la poesía a través de las declamaciones de mi hermana y de un libro que mi mamá escribía en un diario muy hermoso, que al abrirlo sonaba una música de piano. Yo veía su diario, pero en lugar de escribir vivencias, ella anotaba poemas. Cuando nosotras los leímos supe que yo era de las letras”.
Debajo de un árbol pequeño, la agudeza presente en sus ojos se torna en tristeza. Meléndez se considera una mujer “de pocas personas”, entre ellas su padre, que alguna vez le hizo un comentario que quedó grabado en su memoria.
“Me gustaría estar a la altura de lo que los lectores pueden comprender porque mi padre solía decirme ‘hija, escribes hermoso, sí escribes poesía, pero estás completamente lejos de las personas, no entiendo lo que tú quieres decir´. Escuchar eso me dolió, así que ahora tengo algunos poemas que sé que tienen un valor literario y poético impresionante, pero son poquitos. Con los otros, mejor pretendo que la gente me comprenda”.
Cuando medra el silencio es el libro que la profesora escribió a raíz de la pérdida de su hermana. De hecho, la mayoría de sus cuentos han sido dedicados a este pasaje de vida, entre otras penas. Para la autora, la literatura le ha servido de catarsis. A partir de este proceso, ella empezó a tomar una actitud diferente hacia la vida, un “aprovecha y disfruta el momento”. La entrevistada explica más a fondo el carpe diem, término comentado en sus clases.
“A veces uno cree que puede hacer lo que quiera, pero no es así. De poder podemos, pero en la definición de una persona lo que se debe acentuar es lo que se debe hacer. Nosotros debemos ir conformando nuestra identidad y viviendo el momento, pero haciendo lo que debemos porque la vida no se vive para el placer, se vive para cumplir la obligación más grande de todas: ser feliz en el momento”.
Un abrazo a través de la lectura
Los muertos, si quieren, que coman mi carne,
yo ya no la siento.
Subo como si alas fueran mis cadenas
y miro hacia abajo con la risa a cuestas.
¡Ay!, si yo encontrara quién aprisionara
el felino hambriento que muerde mi boca,
mi vida sería imponente rugido
como es en mi pecho la vieja canción.
Al crecer en contacto con la llamada época del Cine de Oro mexicano, la escritora se convirtió en su amante. La mujer maquillada al estilo de las actrices de aquel tiempo comenta entonces la afición constante a las letras no sólo de libros, como podría pensarse de una apasionada de la pluma y el papel, sino también de películas.
“El cine es muy literario. Estarás de acuerdo que los guiones del cine de oro mexicano tienen mucho que ver con los españoles, con la manera española de decir las cosas. Las historias estaban tomadas de los libros de literatura, entonces el contacto con las letras era constante. Yo no sólo veía las películas, yo me bebía la lengua”.
Meléndez también recuerda la presencia de la música en su niñez y como ésta era a su vez una actividad en la cual la literatura jugaba un papel más preponderante, pues las letras de las canciones buscaban decir algo ortográficamente bien.
“A mi mamá gustaba mucho de canciones extraordinarias. Las canciones que me cantaba también eran muy literarias porque antes se aprendía y se ponía más énfasis en lo que se decía en las canciones, en que estuviera bien dicho y bien estructurado gramaticalmente. Ahora se ha abandonado mucho eso con las redes sociales”.
Sus pies, que se habían mantenido entrecruzados, empiezan a estirarse y sus manos tocan cada uno de los extremos del entallado vestido. Sus palmas se posan tiernamente sobre sus rodillas mientras sus ojos brillan como si sonrieran. La maestra exclama que lo más difícil al escribir poesía es, precisamente hacer poesía.
“Un vehículo te lleva de un lugar a otro, pero la lengua te lleva de una persona a otra, de un mundo a otro, es lo que verdaderamente nos ha hecho seres racionales”, comenta Oralia a propósito de lo que la literatura y la lengua representan en la relación autor-lector. Así mismo, comenta que al escribir transmite su manera de ver la realidad a quien la lee. “Como decía José Emilio Pacheco, el otro es el que te regresa tu existencia, si no existe el otro no existes”.
“Mira, el privilegio más grande del ser humano es ser libre, pero la libertad del ser humano radica en el pensamiento, es lo único que no le puedes quitar a nadie: la capacidad de pensar, de inteligir. El último resquicio de la libertad es guardar lo que realmente es nuestro, y ese es nuestro pensamiento. Entonces yo doy gustosa mi pensamiento, pero solamente en esa relación autor-lector. Yo creo que sólo puede llegar a abrazarme quien puede hacer una lectura muy profunda. Cualquier lector que sienta lo que escribo, está haciendo lo que quiero”.
“Para mí, todo sirve y no soy de modas”
“El ritmo nunca pasa de moda para mí. Artísticamente, mi prosa es fuerte y puede llegar a ser poética. En algunos cuentos utilizo la prosa poética, pero estos están suscritos a lo que yo llamo el justo momento, que es cuando el personaje está a punto de ser rebasado por sus propias emociones y está a punto de cometer actos terribles de los que se lamentará después. Entonces llevo una prosa rápida, que a través del recurso poético de la metáfora muchas veces es más eficaz”.
El estilo, la huella del escritor, ha sido un elemento clave en la definición de los cuentos de Meléndez pues ella coloca, además de su prosa rápida, un “aquí hay algo, aquí hay algo” para soltarlo después al lector y causar un impacto en él. Su influencia para ello: Musak, de Mario Benedetti.
Por otro lado, al hablar sobre la originalidad de sus obras reconoce que “según yo estaba escribiendo algo en mi novela que no había visto, y entonces empiezo otra vez a ver a Saramago y digo ‘ay caray ¿por qué me está copiando?’. Trato de encontrar la dulzura en mi propia ternura, porque hay muy pocos escritores dulce, pero creo que mi estilo ya lo irán definiendo algunos ¿no? A veces hay caídas de adjetivos y no me importa que digan que no sirven. Para mí, todo sirve y no soy de modas, y mi decir sí es muy propio”.
Algunos críticos mencionan que su sintaxis es algo complicada, esto debido a su organización, pero al escucharla cambian y ven a una escritora con ideas claras y ligeras.
“Mi persona está en lo que está y para mí es más importante mi vida interna y mi descanso”, comentó. “Y entonces qué crees, tengo un plan. Quiero alcanzar y lograr el mérito en la organización de mi hogar”, declara.
“Impongo mi fuerza y mi fe”
Para la escritora, el arte es la objetivación de un sentimiento, y un artista alcanza un nivel más alto si puede hacer sentir y despertar un sentimiento en quien disfruta la obra. Ella menciona que sus cuentos han sido parte de una evolución que surge a partir de su catarsis literaria: la Oralia que escribió El rugido de la Moira ya no es la misma.
“Sí, hay un destino que ruge, pero también hay un libre albedrío. Y dentro de todo ello, de lo que me ha sido dado, de lo que está ocurriendo alrededor impongo mi fuerza y mi fe que son dos de las características más importantes de mi espíritu”.
Como una escritora que admira la grandeza de otro autor, recuerda a Miguel de Cervantes Saavedra como alguien que logró hacer ese cambio a través del tiempo: “Cervantes lo dijo claro: yo mejor no escribo porque no puedo ser poeta y los que quieren ser poetas y no lo son, son ridículos”. Sin embargo, resalta que “en este mundo se viene a hacer y decir lo que quiere y si uno no lo hace entonces así, eso es lo terrible, eso no es carpe diem”, finaliza.
La piel firme triunfa, se pone de pie.
Va regenerando fibra a fibra el alma
cuando adentro anida un pájaro azul.
Miro las flore ahora, inhalo la brisa
y aunque vuelvo a verlos, muy de vez en vez,
mis muertos alegres respiran muy hondo
y extienden sus manos de tierra entreabierta
para dar impulso a mi decisión.
Entre todos ellos, con gran energía,
gritan que mi vida no tiene un sepulcro
todavía en el panteón.
Ciudad de México (Aunam). Con zapatos de tacón y un vestido de entallado de colores, la profesora Oralia Meléndez Rodríguez llega en dos zancadas a la puerta del estacionamiento de la Escuela Nacional Preparatoria (ENP) Número 9 Pedro de Alba. La mujer que desde chica siguió el camino de las letras avanza erguida, con una mirada fija que resalta por la firmeza de sus ojos.
“¡Qué pena, no me he maquillado!”, dice mientras nos encaminamos a la sala de maestros. Usualmente, en clases se le ve con el carmín en los labios y unas sombras, detrás los lentes, que armonizan con sus vestidos. A pesar de la ausencia del maquillaje, la viveza sigue presente en su expresión. “No soy hedonista. Sólo soy una gente convencida de la vida”, se lee en su cuento Y si muero… qué de El rugido de la Moira.
Entramos a la sala y saludamos a los docentes que esperan dar clases, reposan o sólo conversan por un rato. Son las tres y media de la tarde cuando la profesora entra a un cuarto y veinte para las cuatro cuando sale maquillada de la habitación, con el rojo que resalta su pequeña boca curveada y con el cabello color castaño, casi rojo, arreglado. “Ay, sólo me pongo labial y ya dices que luzco diferente”, le contesta a una compañera.
Dejar de escribir como señal de protesta
Luego de despedirse de los maestros, la entrevistada sale con una sonrisa. Su porte denota cierta elegancia, la cual resalta cuando escudriña el lugar con sus ojos color café. En medio del murmullo de la multitud de alumnos que salen de una clase para entrar a otra, nos dirigimos a buscar un salón desocupado aunque al parecer todas las aulas están ocupadas. De vez en cuando ella dirige la mirada a su bolso donde oculta su nuevo libro El hermano asesino.
Pocos libros ha publicado la autora debido al problema que tiene con las editoriales. Actualmente sigue tratando de terminar una novela, pero “no me corre prisa porque estoy muy enojada. Ha habido personas que han abusado de mi ignorancia de ese conocimiento, de cómo mover mis libros, venderlos y todo eso”, cuenta.
“No quiero escribir para gente que está esperando mis libros sólo para abusar, eso me ha detenido. Me encuentro un poco triste por eso”, expresa levantando su delineada ceja derecha. Hay quienes hablan de ella, calificándola como una persona desorganizada. Sin embargo la maestra se defiende y dice estar organizada en lo más importante, su persona. “Por lo demás, en cuanto a escribir, creo que la vida te pide que escribas”.
Finalmente, la profesora decide sentarse en una banca al aire libre que está entre los edificios, con el sol y la sombra que agrandan a la vista de la escritora. Las jacarandas, árboles elogiados por Meléndez durante sus clases, se encuentran a sus espaldas.
La entrevistada siente la misma predilección por las letras que por impartir cátedra. “Digo, la vida así tiene sentido, ¿no? Aquí están ellos y así yo tengo algo que hacer”, señala sonriente respecto a sus alumnos. Sentada ya, entrelaza los dedos y sus pulseras plateadas, abundantes en sus muñecas, inician un tintineo que acompaña la expresividad de su voz.
Creciendo con las letras en casa
Si repito siempre la vieja canción
es porque he bebido de sus frescas aguas y
han nacido dulces y verdes naranjas
que establecen diálogos con sus hermanas
y hablan como sabias cuando nuevas son.
Oralia Meléndez
Proveniente de tierras guanajuatenses, la maestra comenzó desde chica su trayecto por el camino de las letras. “Aprendí a escribir y empecé a escribir”, menciona. De todos es sabido que la familia determina, en parte, lo que una persona es. La estrecha relación de la escritora con su madre y su hermana, que la inspiró a estudiar Lengua y Literaturas Hispánicas, es muestra de ello.
“Mi mamá era una mujer a la que le gustaba leer mucho, en especial la poesía, y eso nos lo transmitió. Cuando empecé a crecer tuve esa convivencia con la poesía a través de las declamaciones de mi hermana y de un libro que mi mamá escribía en un diario muy hermoso, que al abrirlo sonaba una música de piano. Yo veía su diario, pero en lugar de escribir vivencias, ella anotaba poemas. Cuando nosotras los leímos supe que yo era de las letras”.
Debajo de un árbol pequeño, la agudeza presente en sus ojos se torna en tristeza. Meléndez se considera una mujer “de pocas personas”, entre ellas su padre, que alguna vez le hizo un comentario que quedó grabado en su memoria.
“Me gustaría estar a la altura de lo que los lectores pueden comprender porque mi padre solía decirme ‘hija, escribes hermoso, sí escribes poesía, pero estás completamente lejos de las personas, no entiendo lo que tú quieres decir´. Escuchar eso me dolió, así que ahora tengo algunos poemas que sé que tienen un valor literario y poético impresionante, pero son poquitos. Con los otros, mejor pretendo que la gente me comprenda”.
Cuando medra el silencio es el libro que la profesora escribió a raíz de la pérdida de su hermana. De hecho, la mayoría de sus cuentos han sido dedicados a este pasaje de vida, entre otras penas. Para la autora, la literatura le ha servido de catarsis. A partir de este proceso, ella empezó a tomar una actitud diferente hacia la vida, un “aprovecha y disfruta el momento”. La entrevistada explica más a fondo el carpe diem, término comentado en sus clases.
“A veces uno cree que puede hacer lo que quiera, pero no es así. De poder podemos, pero en la definición de una persona lo que se debe acentuar es lo que se debe hacer. Nosotros debemos ir conformando nuestra identidad y viviendo el momento, pero haciendo lo que debemos porque la vida no se vive para el placer, se vive para cumplir la obligación más grande de todas: ser feliz en el momento”.
Un abrazo a través de la lectura
Los muertos, si quieren, que coman mi carne,
yo ya no la siento.
Subo como si alas fueran mis cadenas
y miro hacia abajo con la risa a cuestas.
¡Ay!, si yo encontrara quién aprisionara
el felino hambriento que muerde mi boca,
mi vida sería imponente rugido
como es en mi pecho la vieja canción.
Al crecer en contacto con la llamada época del Cine de Oro mexicano, la escritora se convirtió en su amante. La mujer maquillada al estilo de las actrices de aquel tiempo comenta entonces la afición constante a las letras no sólo de libros, como podría pensarse de una apasionada de la pluma y el papel, sino también de películas.
“El cine es muy literario. Estarás de acuerdo que los guiones del cine de oro mexicano tienen mucho que ver con los españoles, con la manera española de decir las cosas. Las historias estaban tomadas de los libros de literatura, entonces el contacto con las letras era constante. Yo no sólo veía las películas, yo me bebía la lengua”.
Meléndez también recuerda la presencia de la música en su niñez y como ésta era a su vez una actividad en la cual la literatura jugaba un papel más preponderante, pues las letras de las canciones buscaban decir algo ortográficamente bien.
“A mi mamá gustaba mucho de canciones extraordinarias. Las canciones que me cantaba también eran muy literarias porque antes se aprendía y se ponía más énfasis en lo que se decía en las canciones, en que estuviera bien dicho y bien estructurado gramaticalmente. Ahora se ha abandonado mucho eso con las redes sociales”.
Sus pies, que se habían mantenido entrecruzados, empiezan a estirarse y sus manos tocan cada uno de los extremos del entallado vestido. Sus palmas se posan tiernamente sobre sus rodillas mientras sus ojos brillan como si sonrieran. La maestra exclama que lo más difícil al escribir poesía es, precisamente hacer poesía.
“Un vehículo te lleva de un lugar a otro, pero la lengua te lleva de una persona a otra, de un mundo a otro, es lo que verdaderamente nos ha hecho seres racionales”, comenta Oralia a propósito de lo que la literatura y la lengua representan en la relación autor-lector. Así mismo, comenta que al escribir transmite su manera de ver la realidad a quien la lee. “Como decía José Emilio Pacheco, el otro es el que te regresa tu existencia, si no existe el otro no existes”.
“Mira, el privilegio más grande del ser humano es ser libre, pero la libertad del ser humano radica en el pensamiento, es lo único que no le puedes quitar a nadie: la capacidad de pensar, de inteligir. El último resquicio de la libertad es guardar lo que realmente es nuestro, y ese es nuestro pensamiento. Entonces yo doy gustosa mi pensamiento, pero solamente en esa relación autor-lector. Yo creo que sólo puede llegar a abrazarme quien puede hacer una lectura muy profunda. Cualquier lector que sienta lo que escribo, está haciendo lo que quiero”.
“Para mí, todo sirve y no soy de modas”
“El ritmo nunca pasa de moda para mí. Artísticamente, mi prosa es fuerte y puede llegar a ser poética. En algunos cuentos utilizo la prosa poética, pero estos están suscritos a lo que yo llamo el justo momento, que es cuando el personaje está a punto de ser rebasado por sus propias emociones y está a punto de cometer actos terribles de los que se lamentará después. Entonces llevo una prosa rápida, que a través del recurso poético de la metáfora muchas veces es más eficaz”.
El estilo, la huella del escritor, ha sido un elemento clave en la definición de los cuentos de Meléndez pues ella coloca, además de su prosa rápida, un “aquí hay algo, aquí hay algo” para soltarlo después al lector y causar un impacto en él. Su influencia para ello: Musak, de Mario Benedetti.
Por otro lado, al hablar sobre la originalidad de sus obras reconoce que “según yo estaba escribiendo algo en mi novela que no había visto, y entonces empiezo otra vez a ver a Saramago y digo ‘ay caray ¿por qué me está copiando?’. Trato de encontrar la dulzura en mi propia ternura, porque hay muy pocos escritores dulce, pero creo que mi estilo ya lo irán definiendo algunos ¿no? A veces hay caídas de adjetivos y no me importa que digan que no sirven. Para mí, todo sirve y no soy de modas, y mi decir sí es muy propio”.
Algunos críticos mencionan que su sintaxis es algo complicada, esto debido a su organización, pero al escucharla cambian y ven a una escritora con ideas claras y ligeras.
“Mi persona está en lo que está y para mí es más importante mi vida interna y mi descanso”, comentó. “Y entonces qué crees, tengo un plan. Quiero alcanzar y lograr el mérito en la organización de mi hogar”, declara.
“Impongo mi fuerza y mi fe”
Para la escritora, el arte es la objetivación de un sentimiento, y un artista alcanza un nivel más alto si puede hacer sentir y despertar un sentimiento en quien disfruta la obra. Ella menciona que sus cuentos han sido parte de una evolución que surge a partir de su catarsis literaria: la Oralia que escribió El rugido de la Moira ya no es la misma.
“Sí, hay un destino que ruge, pero también hay un libre albedrío. Y dentro de todo ello, de lo que me ha sido dado, de lo que está ocurriendo alrededor impongo mi fuerza y mi fe que son dos de las características más importantes de mi espíritu”.
Como una escritora que admira la grandeza de otro autor, recuerda a Miguel de Cervantes Saavedra como alguien que logró hacer ese cambio a través del tiempo: “Cervantes lo dijo claro: yo mejor no escribo porque no puedo ser poeta y los que quieren ser poetas y no lo son, son ridículos”. Sin embargo, resalta que “en este mundo se viene a hacer y decir lo que quiere y si uno no lo hace entonces así, eso es lo terrible, eso no es carpe diem”, finaliza.
La piel firme triunfa, se pone de pie.
Va regenerando fibra a fibra el alma
cuando adentro anida un pájaro azul.
Miro las flore ahora, inhalo la brisa
y aunque vuelvo a verlos, muy de vez en vez,
mis muertos alegres respiran muy hondo
y extienden sus manos de tierra entreabierta
para dar impulso a mi decisión.
Entre todos ellos, con gran energía,
gritan que mi vida no tiene un sepulcro
todavía en el panteón.
Leave a Comment