ALICIA PÉREZ DUARTE, ESPÍRITU DE CONTRADICCIÓN, DEFENSORA DE MUJERES
- Como fiscal de la PGR comprobó que en Atenco hubo policías violadores en 2006
México (Aunam). En el segundo piso del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se enfilan 13 cubículos. A la mitad del pasillo gris se distingue una oficina de cuya pared pende un cuadro colorido con bordados tradicionales. A un lado, en la puerta, se lee la advertencia: ¡Cuidado, el machismo mata! Abajo, el nombre de la doctora Alicia Elena Pérez Duarte y Noroña brilla en letras blancas.
Son pocas los investigadores de la UNAM que, luego de dedicarse a la función pública, regresan a los campos de Ciudad Universitaria para seguir investigando.
No obstante, Pérez Duarte, que impulsó y fue la primera titular de la ahora Fiscalía Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas (Fevimtra), de la Procuraduría General de la República (PGR), decidió regresar luego de más de 20 años fuera a su alma mater para continuar con sus proyectos académicos, la mayoría sobre el reconocimiento y defensa de las garantías de la población femenina.
Como fiscal, la académica buscó comprobar que al menos 26 mujeres en San Salvador Atenco, en el estado de México, habían sido torturadas sexualmente por policías municipales y estatales en 2006.
Un año antes intervino en las investigaciones por el secuestro y detención ilegal en Cancún, Quintana Roo, de la periodista Lydia Cacho, e insistió en que este hecho fuera investigado por delitos contra la libertad de expresión y al mismo tiempo por violencia de género.
Años antes trabajó como magistrada en el Distrito Federal, integró la Comisión del Senado de la República para investigar el Feminicidio en Ciudad Juárez, Chihuahua, y contribuyó a la creación de la Ley General de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.
La rebelde disciplinada
Alicia recuerda con exactitud una anécdota de la infancia que la define hasta ahora. Sus padres se negaban a que jugara como sus hermanos varones, en su natal Ocotlán, Jalisco, porque "se le iban a ver los calzones". Decidida, pidió que se los quitaran para poder jugar a lo que quisiera.
Este hecho la llevó a cambiar las crinolinas por los pantalones de su hermano, aunque tuviera que llevarlos debajo de la falda. A hacer ballet y al mismo tiempo ser scout. A ser una niña muy inquieta, "mal portada", pero siempre con promedio de 10.
Alicia, hija de una familia con buen nivel económico, es rubia y de ojos azules. Su piel clara y sus apellidos rimbombantes no la dejan esconder sus raíces europeas. A pesar de eso, ella se empeñó desde la infancia en rascar las raíces de su familia materna, que siempre negó su ascendencia indígena en la sierra de Puebla.
Aunque de niña tuvo la oportunidad de vivir breves temporadas en otros países, Alicia siempre prefirió y regresó a México para estudiar la secundaria y la preparatoria en un colegio de monjas. Se formó con mucha disciplina en la escuela y en su casa.
Durante la adolescencia, su primer empleo tuvo lo ejerció a escondidas: pedía permiso a su mamá para ir a su clase de ballet pero la verdad era que ella las daba. Así pudo pagar lo que se convertiría después en una de sus mayores aficiones: coleccionar plumas. Para celebrar sus 15 años decidió irse en bicicleta al parque de Chapultepec con sus amigos.
El divorcio de sus padres –cuando ella tenía 13 años-- le "abrió el camino a la independencia". Mientras su padre era muy tradicional, el segundo esposo de su madre (el mejor amigo de su papá biológico) le inculcó un gran amor por México y le dio una conciencia crítica y liberal.
El día que eligió universidad, Alicia tuvo que explicar a su papá que quería estudiar derecho en la UNAM en plena huelga de 1972. Su padre la retó: "seguro quieres entrar a esa escuela porque crees que no vas a pasar los exámenes de las otras (las de paga)".
En respuesta, Alicia acudió a dos universidades privadas, solicitó los requisitos en ambas y luego mostró sus calificaciones con 9.9 de promedio y presentó los exámenes. Cuando tuvo los resultados presentó las dos pruebas de admisión a su papá y enfatizó su deseo de estudiar en la UNAM.
Logró este objetivo el mismo año que la UNAM reabriera sus puertas. A la par encontró un trabajo en un despacho de abogados y otro como secretaria en el que era su colegio de monjas.
Al concluir sus estudios recibió, y dos veces (una en la maestría), la medalla Gabino Barreda por mérito académico.
Al preguntarle qué la hizo diferente al resto de sus compañeras, la académica asegura que fue "un sano espíritu de contradicción". Su testarudez, su perseverancia y su rebeldía.
"Era rebelde desde que nací; ¿por qué mis hermanos sí y yo no?, era mi pregunta de toda la vida". Siempre estuvo tan segura de que podía hacer todo, que el primer día de su primer año de primaria escuchó a una inspectora decir que de todas las niñas que ese día entraban a la escuela sólo una va a terminar su carrera. "Esa soy yo", dijo Alicia.
La feminista
Alicia Pérez Duarte y Noroña ahora es una reconocida defensora de los derechos de las mujeres, incluso escribió cartas públicas al entonces presidente Felipe Calderón (2006-2012) para denunciar la corrupción que impide la investigación del feminicidio, pero no siempre fue así.
Como estudiante ganó una beca para ir a París, la cual rechazó porque estaba embarazada. Cuando supo que estaba encinta deseó que su primer hijo fuera varón pero nació niña. Ese día, Alicia abrazó a su hija y, recuerda, se volvió feminista.
"Ser mamá es la friega más grande del universo, pero me di cuenta que al principio no quería una niña porque es más difícil para ellas, pero luego entendí que hay cambiar el mundo para que las niñas puedan vivir igual que los niños".
Con esta visión de la vida, Alicia se integró a la función pública como magistrada del Distrito Federal a los 38 años de edad y asegura que fue la primera persona con toga que aplicó la Convención para Eliminar Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer y juzgó con perspectiva de género.
Como titular de la Fevimtra, en 2006, Alicia tuvo que investigar el asesinato y desaparición de mujeres en el ámbito federal con un equipo constituido sólo por un chofer, una secretaria y dos asistentes, además de un escritorio, una computadora y una papelera.
Según relata, el entonces procurador general de la República, Daniel Francisco Cabeza de Vaca Hernández, la obstaculizaba en casi todo, al igual que el sucesor del funcionario Eduardo Molina Mora.
Para lograr que la PGR abriera una investigación por tortura contra las mujeres de Atenco, Alicia mostró una foto periodística de ese hecho en la que aparecía la bota de un policía al lado de una indígena tira en el piso. Luego acudió a la cárcel en la que estaban las mujeres recluidas y buscó, sin el apoyo total de la PGR, aplicar protocolos internacionales para verificar rasgos de tortura.
Fue así en todos los casos, hasta que en 2010 decidió renunciar por la "vergüenza que significaba para ella participar en un sistema de justicia tan corrupto". Hoy, desde la academia, está decidida a documentar esa experiencia para que las mujeres jóvenes puedan cambiar la historia.
Ahora, Alicia viste invariablemente de huipil y bebe su café de las mañanas en tazas de talavera. Debajo de su vestido tradicional largo, la investigadora no deja de ponerse unos pantalones estar más cómoda.
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