EL PLEONASMO SE ESCRIBE DOS VECES Y CON ACHE INTERMEDIA
Por Mariela Yareli García Piña
México (Aunam). El nombre del lugar alude a una Virgen, a la fe, voluntad o gracia con la que a ésta se le relaciona; también remite a la estación rosa de las manzanas sobre el guacal, con aquel olor a cebolla tan característico; al mismo tiempo recuerda la trata de blancas, el día a día de los transeúntes de la calle de San Pablo. A eso suena la Merced.
Al entrar no se vislumbra bien, la luz de medio día hace estragos en el enfoque de los ojos. Se reconoce primero el piso, el azulejo parece haber sido espolvoreado con trozos de sal, están adheridos, hay un contraste entre el color blanco y el rosa salmón. Los pasillos se alinean en forma de cruz a cada paso.
Doña Bertha, una señora de 69 años, de tez morena y arrugas que marcan experiencia, atiende un puesto de legumbres. Lo más vistoso son los champiñones, tienen el tamaño de la oveja miniatura de Gulliver y su color blanco titanio hace notar la calidad del producto, “la tierra pesa, por eso yo no le pongo”, dice en tono de broma la señora.
Es extraño, pero se puede caminar sin problema, “ahorita no hay nada de gente güerita, esto está solo”, me confirma la también abuela de cinco nietos, además asegura que es por la temporada, pues en Semana Santa “sólo estamos abiertos como 1/4 de los locatarios, ya no es como antes”.
Tres puestos adelante las quesadillas, gorditas, huaraches, sopes y tacos hacen su aparición. Una combinación de olores, que van desde la penetrante sangre de cerdo coagulada, mejor conocida como moronga, hasta “la queca” pasada y retepasada en el aceite más quemado que nada, es el incienso natural del lugar.
La grasa y la carne suenan cual aguacero sobre el comal, el sonido disminuye y la atención se centra en un changarro de chiles y semillas que anuncia jengibre, más bien “jengible”, eso dice el letrero hecho con cartulina amarillo fluorescente de seis por ocho. “Seguramente es chino”, comenta de manera sarcástica una muchacha que viene detrás.
Se recorren pasillos y puestos del lugar, los precios son bajos en comparación al calor, $3.50 el kilo de cebolla y se está a 28 grados a la sombra. Hasta los pobres romeritos no se aguantan el bochorno, Julia les pone su ventilador a la tercera velocidad, los menea constantemente “para evitar que se empiecen a humedecer, es que el calor los marchita, les quita lo verde”.
El vendedor más próximo tiene a Patricio, Ben 10, Woody y demás amigos colgados del techo, las reproducciones de tamaño natural se notan amorfas. Patricio es una bola con rosa mexicano por todo el cuerpo, como ojos tiene dos puntos negros y su pantaloncillo corto parece tanga de lo diminuto que es, no es necesario describir al elenco faltante.
En la mesa con mosaico de un local vecino al de las piñatas señalan, “descanzamos por vacasiones, no tires basura”, no hay duda de que querían hacer énfasis, no en el paro de labores sino en el cuidar al planeta, con eso que está de moda.
A lado en el local de dulces se alcanza a leer un cartel improvisado con letras de grafito mal borradas debajo del plumón negro, “no me vallan a pagar con billetes falsos, por que se los quito y no se los regreso”, por algo dicen que sobre aviso no hay engaño.
Una luz ultravioleta sale de una caja negra, señal de timadas frecuentes, “hay mucho malandrín que se quiere aprovechar, ya no me la hacen m’ija” apunta el vendedor de fruta, su bigote es a la usanza del Norte, su acento lo confirma. “Todos andan de fiesta, antes siempre se llenaba aunque estuviéramos en estas fechas”, dice dándole palmaditas al bote de leche Nido donde guarda los billetes.
De lo último que se alcanza a ver antes de perder la vista unos segundos por la luz exterior es el letrero de “narnjas”, de tan cansados que estaban los marchantes garabatearon mal, una y otra y otra vez. Con razón muchos necesitaban descansar con”zeta”, por aquello del sueño reparador, zzzzz…
Una combinación de olores, que van desde la penetrante sangre de cerdo coagulada, mejor conocida como moronga, hasta “la queca” pasada y retepasada en el aceite más quemado que nada, (¡son, son, son!)es el incienso natural del lugar.
ResponderBorrarUn saludo, Mariela.
Elias