Sonidos ignorados hechos música en concierto


Por Carlos Hernández Guerrero 
México. Tuve que preguntar a 3 policías cómo llegar al Teatro del Pueblo porque, aunque he visitado el centro histórico en muchas ocasiones, lo cierto es que no lo ubicaba. Caminé entre República de Venezuela y Brasil además de Tacubaya, llegué por indicaciones.

Por fin entré y me agradó poder sentarme donde se me antojara, soy de las personas que le es más cómodo que nadie esté al lado mío, así me siento a mis anchas como si estuviera en casa. 

Erwin, Ernesto y Mikaoru golpeaban y se deslizaban por el suelo en una posición fija, no entendía completamente la dinámica, pero la secuencia de golpes con un ritmo de interacciones dirigidas al suelo pensando que el polvo iba de un lugar a otro y que confirmaban la muerte de una cucaracha más de 25 veces me hizo comprender la composición musical que realizaban; sin embargo, faltaba más producción, tal vez no era prioridad porque era un performance.

Las sillas, a pesar de estar construidas con madera y parecer algo delgadas, permitían una posición cómoda, había alrededor de 70 personas en la sala y nos encontrábamos escuchando algo distinto al concepto de un concierto. 


Era raro, y el tiempo no lo mejoraba, más de una vez me pregunté que hacía allí y pensé que alguna persona se había ido, pero solo fue al baño, es muy notorio hacerlo porque la luz inunda el lugar. Tras la sección de escobas, Ernesto procedió a golpear un burro de planchar con unas llaves mientras que Erwin estaba donde parecía un espacio para un teclado cuando en realidad había unas botellas de vidrio, garrafones y sus partituras, y Mikaoru golpeaba una mesa larga, con más de 3 metros de largo que me hacía replantear qué es la música porque una vez busqué su definición y encontré 17 respuestas. 

Tras el número, se juntaron en la mesa con el mantel negro para continuar en lo que fue la mejor parte: golpes secuenciados con manos, muñecas, palmas hacían recordar una banda de guerra o una presentación de un general importante que estaba a punto de entablar un discurso para su nación. 

Antes, Mikaoru usó sus llaves y Erwin estaba en el “teclado performance” y sus baquetas eran sus manos, después de terminar la pieza, Mikaoru iba caminando a paso lento pero con pisotones firmes entre el escenario. Después de una vuelta, sus compañeros iban integrándose, dando palmadas hasta sentarse procediendo a continuar con llaves, cuerpo y movimiento. 

Más de una vez volteaba a ver a la extranjera porque observaba sus mejillas e intentaba descifrar su edad, después procuraba verle como una persona que nació aquí para que no se sintiera extraña, ella estaba de pie y mientras veían sus partituras en el suelo estaban levantando su cuerpo o agitaban, aventaban entre manos las llaves que cada uno tenía. 

Explicaban quien componía cada canción después de finalizarlas, lo interesante fue cuando Ernesto hizo un llamado a niñas, niños, mujeres y hombres para una canción que personalizaba una jungla en la que iba a morir un mono por manos de un jaguar.


Al inicio pensé que iba a ser un desastre y en parte tuve razón porque no todos los días te piden hacer ruidos de animales. Tuvieron que dar varias instrucciones y subir su voz para dar más vida a la jungla, mientras Mikaoru golpeaba los garrafones y las botellas, al final pasó lo predecible, no era un mono que gritaba de agonía, sino una comunidad que gritaba con su tono.

La segunda pieza cambió la dinámica, había que cerrar los ojos (hice trampa 2 veces), y solo me quedé con ganas de entender que decían entre las ondas de sonido que los garrafones bloqueaban, solo oí que el mundo daba vueltas y que se la pasan pensando en algo.

La utilidad de unos subtítulos de fondo hubiera ayudado bastante en la última sección, dijeron que estaban explicando el origen del mundo proveniente del libro Popol Vuh, ese que dejan en bachillerato. El equipo decidió extender la quinta sección más tiempo que las anteriores, saltos, golpes en las mejillas, en el pecho, pisadas, gritos y una coreografía planeada fue el resumen de sus acciones.

Después de su despedida comprendí que la gente aplaudía poco porque se fueron y regresaron otra vez, a Ernesto le gusta el reconocimiento a su grupo Raga porque se volvió al público entre la cortina para ir al baño para recibir halagos, ahí aproveché para preguntar por el nombre de su compañera.

Mientras escribo la crónica, vi que en sus partituras no decía “Botella, botella, palma, garrafón, salto, llave” sino algo que para mi vago conocimiento en composición musical no me permitía comprender. Cuando simulamos unos aplausos arrugando una hoja de papel, me percaté que ya era imposible ver de la misma forma “instrumentos que no lo son” tras oír unas llaves caer en La Raza.




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1 comentario:

  1. Creo que si vas a hacer una reseña crítica al menos averigua bien los nombres de los integrantes.

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