ENMETRADOS UN DÍA MÁS
Por Adela Sánchez Olvera
Ciudad de México (Aunam). “No nos vamos a bajar. Hazle como quieras, pero no nos vas a bajar”, son las palabras con las que una señora de unos 40 años desafía al policía que, ya un poco desesperado y sin su gorra azul puesta, habla por su radio. “No se bajan, ya que avance”, comunica el uniformado y el metro, que llevaba parado casi 40 minutos en la estación Hidalgo, se pone en marcha.
Son las 19:10. Al entrar a la estación Hidalgo se escucha un anuncio a través de un altavoz: “No compren boletos ni recarguen tarjetas si van a Indios Verdes. ¡NO HAY SERVICIO! Se están trayendo camiones que los acercarán a sus destinos. El servicio será gratuito”. Este mensaje tan alarmante hace enojar a los usuarios.
En los torniquetes, las personas agarran sus bolsas y mochilas como si en cualquier momento se las fueran a arrebatar; preguntan a los elementos de seguridad qué es lo que pasó. “Unas fallas eléctricas en Balderas, jefesita, mejor ni pase”, contestan los policías a una señora. Un grupo de jóvenes, que se tambalean de un lado a otro en estado de ebriedad, comienzan a insultar a los uniformados; éstos simplemente los ignoran y continúan viendo el celular.
El piso del metro Hidalgo se ha convertido en una gran sala de espera. Algunas personas aprovechan para cargar sus celulares en unos enchufes que se encuentran por arriba de los torniquetes. Lo que pasó no les sorprende, para estos usuarios ya es normal. “En lo que esta cochinada vuelve a funcionar hay que ver un capítulo de Club de cuervos” le dice un joven a una chica, quien se acomoda a su lado.
Las personas comienzan a buscar en sus teléfonos la razón de tanto alboroto. La cuenta de Twitter del metro (@MetroCDMX) anuncia que, en breve, se reanudarán los viajes, además de que hay servicio gratuito de camiones de Hidalgo a Indios Verdes. Sin embargo esta medida es insuficiente para transportar a cientos de personas que lo único que desean es que acabe esa ajetreada y calurosa noche.
La estación empieza a tomar el aspecto de un sauna, y es que la lluvia que hubo unos minutos antes hace que la situación se complique. En las calles, el tráfico se intensifica y ahora, además, hay una gran cantidad de gente que busca una opción de transporte.
Un bochorno insoportable provoca que algunas personas tomen un aspecto rosado en sus rostros. La mayoría ha optado por quitarse suéteres y chamarras; otras se alistan para salir y abordar, resignadas, el transporte que se ha implementado pues las nubes negras que aún se observan en el cielo amenazan con romperse en cualquier momento.
Dan las 19:55. Al parecer el tren que se encuentra varado en dirección a Indios Verdes dará la vuelta para dirigirse hacia Universidad, situación que enfada a las personas en los vagones porque se les pide desalojar la unidad. Algunos ponen resistencia y gritan unas cuantas groserías a los jefes de estación, se niegan a vaciar los vagones y no hay poder humano que los haga bajarse.
El tren da la vuelta y se escuchan chiflidos burlones para las personas que no se bajaron, quienes buscarán descender del metro en las siguientes estaciones no sin antes luchar contra los pasajeros que intenten abordar la unidad. La mayoría logrará salir, algunas más serán arrastradas por una ola de personas que empuja y aprieta sólo para alcanzar un asiento o por lo menos un espacio para recargarse.
Hay menos gente en los andenes de enfrente. Los usuarios se hartaron del mal servicio y la poca iniciativa para reanudar el trayecto, así que decidieron salir a las calles para buscar una alternativa que los acerque a sus hogares y los aleje de la frustrante deficiencia del transporte más utilizado por los capitalinos.
Los camiones, como se esperaba, son insuficientes para transportar a tal número de personas. Desesperada, mucha gente opta por subir a las camionetas y autobuses de los granaderos. No sólo adentro de la estación se vivía el apocalipsis; afuera era algo parecido o incluso peor.
Ciudad de México (Aunam). “No nos vamos a bajar. Hazle como quieras, pero no nos vas a bajar”, son las palabras con las que una señora de unos 40 años desafía al policía que, ya un poco desesperado y sin su gorra azul puesta, habla por su radio. “No se bajan, ya que avance”, comunica el uniformado y el metro, que llevaba parado casi 40 minutos en la estación Hidalgo, se pone en marcha.
Son las 19:10. Al entrar a la estación Hidalgo se escucha un anuncio a través de un altavoz: “No compren boletos ni recarguen tarjetas si van a Indios Verdes. ¡NO HAY SERVICIO! Se están trayendo camiones que los acercarán a sus destinos. El servicio será gratuito”. Este mensaje tan alarmante hace enojar a los usuarios.
En los torniquetes, las personas agarran sus bolsas y mochilas como si en cualquier momento se las fueran a arrebatar; preguntan a los elementos de seguridad qué es lo que pasó. “Unas fallas eléctricas en Balderas, jefesita, mejor ni pase”, contestan los policías a una señora. Un grupo de jóvenes, que se tambalean de un lado a otro en estado de ebriedad, comienzan a insultar a los uniformados; éstos simplemente los ignoran y continúan viendo el celular.
El piso del metro Hidalgo se ha convertido en una gran sala de espera. Algunas personas aprovechan para cargar sus celulares en unos enchufes que se encuentran por arriba de los torniquetes. Lo que pasó no les sorprende, para estos usuarios ya es normal. “En lo que esta cochinada vuelve a funcionar hay que ver un capítulo de Club de cuervos” le dice un joven a una chica, quien se acomoda a su lado.
Las personas comienzan a buscar en sus teléfonos la razón de tanto alboroto. La cuenta de Twitter del metro (@MetroCDMX) anuncia que, en breve, se reanudarán los viajes, además de que hay servicio gratuito de camiones de Hidalgo a Indios Verdes. Sin embargo esta medida es insuficiente para transportar a cientos de personas que lo único que desean es que acabe esa ajetreada y calurosa noche.
La estación empieza a tomar el aspecto de un sauna, y es que la lluvia que hubo unos minutos antes hace que la situación se complique. En las calles, el tráfico se intensifica y ahora, además, hay una gran cantidad de gente que busca una opción de transporte.
Un bochorno insoportable provoca que algunas personas tomen un aspecto rosado en sus rostros. La mayoría ha optado por quitarse suéteres y chamarras; otras se alistan para salir y abordar, resignadas, el transporte que se ha implementado pues las nubes negras que aún se observan en el cielo amenazan con romperse en cualquier momento.
Dan las 19:55. Al parecer el tren que se encuentra varado en dirección a Indios Verdes dará la vuelta para dirigirse hacia Universidad, situación que enfada a las personas en los vagones porque se les pide desalojar la unidad. Algunos ponen resistencia y gritan unas cuantas groserías a los jefes de estación, se niegan a vaciar los vagones y no hay poder humano que los haga bajarse.
El tren da la vuelta y se escuchan chiflidos burlones para las personas que no se bajaron, quienes buscarán descender del metro en las siguientes estaciones no sin antes luchar contra los pasajeros que intenten abordar la unidad. La mayoría logrará salir, algunas más serán arrastradas por una ola de personas que empuja y aprieta sólo para alcanzar un asiento o por lo menos un espacio para recargarse.
Hay menos gente en los andenes de enfrente. Los usuarios se hartaron del mal servicio y la poca iniciativa para reanudar el trayecto, así que decidieron salir a las calles para buscar una alternativa que los acerque a sus hogares y los aleje de la frustrante deficiencia del transporte más utilizado por los capitalinos.
Los camiones, como se esperaba, son insuficientes para transportar a tal número de personas. Desesperada, mucha gente opta por subir a las camionetas y autobuses de los granaderos. No sólo adentro de la estación se vivía el apocalipsis; afuera era algo parecido o incluso peor.
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