UN TATUAJE Y OTRO

Por Nayeli Jazmín Calzada García
Ciudad de México (Aunam). Tras media hora de espera el escenario estaba listo, la máquina comenzó a sonar y la aguja entró, era como agua hirviendo en la piel, comenta Luis Miguel Alejandro Hernández Pérez; pasaron cinco minutos, un poco de plasma combinado con sangre y sudor comenzó a resbalarle por el pie.

La primera vez que a Luis Miguel le dieron una tarjeta de un local de tatuajes pensó en descartarlo por completo. Los “rayones” -como él los denomina- nunca le habían llamado la atención, pero igual guardó aquella postal con una mujer maquillada de la catrina por un lado y la información de contacto de la sucursal por otro, sólo por si acaso.


La idea de tatuarse llegó a Luis Miguel a los 16 años junto con la marihuana. Todo empezó con la influencia de un primo, (el cual tenía diversos tatuajes) que poco a poco fue creciendo.

Con 18 años cumplidos la rebeldía se hizo parte de él, la inquietud aumentó y la curiosidad lo tentó. No era sólo el tatuaje, era saber que traería algo que sería observable, un dibujo que llamaría la atención, como una pulsera que no se puede quitar. Lo único que faltaba era un buen tatuador.

Una amiga se ofreció a pagarle la mitad del tatuaje. La búsqueda de un buen tatuador se canceló; un joven dijo que le cobraría 400 pesos, lo cual le pareció barato y accesible por lo que cedió. “Luismi” –como se hace llamar- dio los 200 y el dibujo estaba hecho.

En la edición especial de la Revista del Consumidor titulada “Tatuajes y piercings” Karen Martínez señala que más importante que el precio, es la seguridad; pues no significa que a mayor precio más seguridad; sin embargo, un lugar que ofrece tatuajes demasiado económicos difícilmente puede adquirir equipos de esterilización, instrumentos desechables, agujas, contendedores, guantes y, por supuesto, los permisos pertinentes para operar con normalidad.

Luis Miguel Hernández Pérez entró a Tatuajes México, un local actualmente clausurado en Cuajimalpa. Comenta que el sitio era pequeño, oscuro y sucio; no habían pasado cinco minutos de su estancia en lugar cuando percibió un olor a marihuana. “Pero ya estaba ahí, que más daba” menciona.

Dos horas después de haber entrado al establecimiento tenía una calavera roja en la pantorilla derecha. La idea del “rayón” surgió a través de los años con un dibujo que el creó en un clase de la Preparatoria y que poco a poco fue modificando. Dijo sentirse como “niño con juguete nuevo”, lo que él no sabía era que su muñeco saldría defectuoso y es que dos semanas posteriores a la realización este se infectaría.

No conocía lo que implicaba realizarse un tatuaje, ni los requerimientos que le piden a un tatuador, sólo buscó alguien que lo hiciera. Nadie le explicó los cuidados que debía tener, ni que existen medidas para la correcta creación de un tatuaje, mucho menos los riegos de encontrarse con un local ilegal

Cierto día, Alejandro Hernández Pérez llegó a casa y pudo notar que su tatuaje tenía una especie de pus, empezó a inflamarse y a su alrededor un círculo entre rosa oscuro y rojo comenzó a extenderse. Pensó que sería normal, pues la zona había sido alterada, pero llegó la comezón y con ella un pequeño dolor en el contorno del dibujo, pero con la ayuda de un dermatólogo y un crema especial la situación no pasó a mayores.

Con estadísticas de IntraMed (primer portal exclusivo para la comunidad médica, desarrollado para ofrecer la más variada información del ámbito medicinal y de la salud en Latinoamérica) aproximadamente el 10% de los adolescentes en México (12-18 años) tienen tatuajes y la mayoría de ellos desconocen las complicaciones que pueden tener.

Los establecidos

La Ciudad de México (CDMX), con 117 establecimientos de tatuajes, se coloca en el segundo lugar en el país con mayor índice de espacios que realizan tatuajes, con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) de 2016.

Tan sólo en 2015 la Secretaria de Salud (SSA) a través del Comunicado de Prensa del 28 de junio informó que realizó en la ciudad una revisión a 108 establecimientos donde se realizaban tatuajes dentro de los cuales 33 fueron cerrados por violar la regulación sanitaria.

Christina Martínez, tatuadora y dueña de Tattoo & Piercings menciona que al hacer el aviso de funcionamiento del establecimiento de tatuajes “puede caer” una visita por parte de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) o salubridad en los siguientes seis meses o no, si corren con suerte pero por lo general se da ese lapso de tiempo para que se realice una visita reglamentaria y revisan todo, desde tintas hasta guantes.

Tattoo & Piercings ha operado por un más de un año. Colocado en los despachos 604 y 605 del Edificio Don Alberto. La dueña del local dice contar con todos los requisitos impuestos por la Cofepris y es definido por los trabajadores como “un estudio profesional de tatuajes, con una trayectoria sólida; comprometidos con la satisfacción del cliente”.

Karem Martínez, directora de la revista Tatuarte en la Piel en la publicación especial de la Revista del Consumidor titulada “Tatuajes y Piercings” menciona que un estudio de tatuaje debe contar con un mostrador y sala de espera las cuales deben de estar separadas del área de operación, es decir, donde se tatúa.

En aproximadamente 32 metros cuadrados, el local contiene los espacios requeridos para operar. A la entrada del lugar un mueble café de piel y revistas apiladas fungen como la sala de espera. A un lado, una vitrina blanca de vidrio se destina para el área de recepción, comedor y el espacio de creación.

El 28 de abril a las 13 horas, la tatuadora graduada de la Escuela Nacional de Artes termina un diseño. A las 14 horas, tras cerrar el establecimiento (por media hora) el aparador tiene sobre sí tacos de canasta, limones y refrescos.

La zona de trabajo está separada por dos biombos azules e iluminada por una lámpara negra (posicionada sobre un mueble que contenía agujas, guantes y algunas tintas); amueblado con un camastro café y una silla negra para mayor comodidad del tatuador. Al dar un vistazo por el lugar, se ve que éste no cuenta con ventilación, lavamanos o un dispensador de jabón desinfectante y bactericida.

Según el Análisis de Impactos y Evaluación efectuado por la SSA, en 2009 existían tres mil 500 establecimientos dedicados al negocio del tatuaje, de los cuales dos mil 975 no cumplían las disposiciones higiénicas, pues sólo 525 eran fijos. Por ello en 2012 la Secretaría de Salud a través del comunicado de Prensa del 25 septiembre informó que reforzó el control de los servicios de tatuajes o perforaciones.

Aquellos locales y/o tatuadores que incumplan con el Reglamento de Control Sanitario de Productos y Servicios serán sancionados con multa de seis mil a diez mil días de salario mínimo general, vigente en la zona económica de que se trate.

No obstante, la tatuadora Christina Martínez considera a la Cofepris un obstáculo. Por un lado los clasifican en la categoría de clínicas, belleza y salones, pero no entran en una clínica de belleza ni un salón, y al momento en que las autoridades hacen revisiones, tienden a ser más estrictos pero explican qué se debe de tener.

Comenta que: “si existe un tatuador dentro del local y no tiene licencia, la Cofepris puede cerrar el local o multar a todos. Ese permiso para tatuar tiene vigencia de dos años y lo dan haciendo un pago de derechos más o menos de cinco mil pesos, más dos cursos obligatorios y son comprobantes de experiencia y manuales”.

Ambulantes vs. Establecidos

Estadísticas de la SSA mencionan que en México existían en 2001, 150 mil personas dedicadas a realizar tatuajes y perforaciones, de ellos el 85 por ciento operaba clandestinamente, es decir, sin contar con medidas sanitarias mínimas. El organismo informó que cada semana en México se hacen siete mil perforaciones y tatuajes sin que se conozcan las medidas de higiene, lo que pone en riesgo la salud de quienes acuden a dichos sitios.

Aún es normal observar que en la CDMX la mayoría de los tatuadores operan en tianguis, bazares y centros comerciales o parques. En la Alameda, el parque público más antiguo de la ciudad de México y del continente americano, transmite tintes renacentistas: la idea de pasearse, caminar o encontrarse con los otros es síntoma de que la capital novohispana nació con ciertos rasgos modernos, sin embargo, por más antiguo que sea no se salva de los tatuajes ilegales.

Cada sábado frente a la Plaza Juárez se coloca un tianguis con diversos artículos, que van desde dulces hasta ropa y bolsas. A las cuatro de la tarde con veintisiete minutos en la Alameda Central se alza un cartel verde fosforescente, el cual señala un puesto de tatuajes.

El lugar es atendido por una mujer no mayor a los 30 años. Porta una playera gris, un pantalón azul y un par de tenis azules. Diversas fotografías muestran una serie de diseños que fungen como promoción. La gente se acerca una y otra vez, pero la venta parece ir lenta aquel día. Aquellos puestos semifijos no son los únicos que violan la ley. Existen locales que igualmente lo hacen.

En la calle República de Guatemala, Col. Centro, un pasillo poco iluminado, unas escaleras polvorientas con una especie de cochambre negro que crujen guían al estudio de tatuajes y piercings llamado Tattoo instalado en el tercer piso del Centro Joyero Brasil.

Un chico delgado de no más de 15 años espera su turno, está nervioso, mueve sus manos repetidamente y las choca un sinfín de veces, en el momento que decide hablar con los que de igual forma aguardan fuera del establecimiento la puerta se abre y se puede mirar el interior del “estudio”.

El cuarto es morado y está alumbrado por dos lámparas. La máquina para tatuar se encuentra sobre una mesa y no cuenta con el plástico de seguridad característico que la envuelve. El polvo descansa sobre los pigmentos los cuales no llevan una marca en español, lo cual hace honorifico de sanción para la Cofepris.

“¿Quién sigue?” Pregunta una mujer morena con el cabello corto y de colores. “Yo” responde el joven, “pero, es que fíjate que tengo un problema”. El chico se acerca temeroso y dice ser menor de edad. Una sonrisa se esboza en la cara de la joven “Si, no hay bronca, te va salir más caro, pero pásale, mira dime qué quieres y cuando menos te des cuenta ya está el dibujito”.

Sin una correcta ejecución del Reglamento de Control Sanitario de Productos y Servicios por parte de las autoridades seguirán operando comercios ambulantes sin los requerimientos necesarios, sin licencia sanitaria y personal capacitado. Lo que pone en riesgo la salud de la población, en especial del sector juvenil.

En la calle Madero a diario hay entre tres o cuatro personas contratadas por los locales de tatuajes que anuncian los servicios de esa clase de sitios. Ellos se turnan, dado que normalmente cada establecimiento cuenta con cinco o seis voceros.

“Amiga, ¿quieres hacerte un tatuaje? Es rápido y no te cuesta”, dice un hombre de baja estatura, moreno, con cadenas, lentes, una gorra y múltiples tatuajes enrojecidos en manos y brazos mientras estira una tarjeta negra donde se lee “Tatuajes y piercings Tattoo. Garantizamos limpieza y seguridad. Nos encuentras en Calle República de Guatemala, Col. Centro”.

Christina Martínez ha trabajado y dirigido por más de un año el local Tatto & Piercing; a su juicio, los locales semifijos no le afectan, ella menciona que la existencia de los seudotatuadores no establecidos o establecidos ambulantes la beneficia dado que cuando en un tianguis o en un mercado se realiza un mal trabajo la gente va hacerse coberturas o reparaciones de los mismos tatuajes, ella hace una cada dos días.

Aquí y allá, todo es igual

Los locales de tatuajes ilegales no son un fenómeno que sólo existe en la Ciudad de México. En Huixquilucan, municipio del Estado de México el establecimiento “se prestó a malas cosas, pues los tatuadores tenían relaciones sexuales dentro del local” comenta Martín Ulises Mira Nava, trabajador del Departamento de Gestión, Regulación y Licencias de funcionamiento

El funcionario admite que existen fallas en cuanto al control de los locales de tatuaje, no obstante, aquello se cubre con el apoyo de las personas. Dado que la gente se da cuenta de lo que hacen en los locales y ellos mismos realizan las quejas.

Todo en uno sólo

En 2002, Francisco Javier Silva un joven de 13 años, decidió hacerse un tatuaje por “mera” curiosidad: “Pasaba por Santiago Tianguistenco, en el andador vi un negocio de tatuajes. Mi idea era hacerme uno que se quitara luego, luego”. A la entrada del local conoció a Miguel, tatuador del lugar. Al verlo le dijo:

—Oye, quiero hacerme un tatuaje
— Estás muy chico, ¿cuánto traes?
—300 pesos
—Sí pásale, te hago el paro

La primera experiencia no le dolió tanto como los golpes que le dio su padre. Se hizo un tigre que representa fortaleza. Una marca que está consciente llevará el resto de su vida. No fue ilegal, pues hasta 2004 en México se aprobaron normas que prohíben realizar tatuajes a menores de edad que no cuentan con la autorización de sus padres.

Christina Martínez, tatuadora de 32 años comenta que aquella persona que se quiera tatuar debe tener un buen juicio y ese no se tiene en la niñez o adolescencia. Para ella la persona debe tener una idea real sobre lo quiere y eso no se da hasta después de los 18 años.

“De hecho a nosotros no se nos permite tatuar a menores de edad a reserva de que vengan acompañados de su tutor y que llenen tres formatos que son de consentimiento de menor de edad y un cuestionario de enfermedades y alergias”, comenta.

El psicólogo Fernando Padilla Villegas menciona que una persona que quiera tatuarse lo debe hacer después de haber conformado su identidad y ésta no se termina de conformar hasta los 25 años de edad.

Tatuaje infectado

Con el tiempo Francisco Javier Silva tomó más gusto por los tatuajes pero Miguel ya no era una opción. “Sinceramente cambie porque cuando me fui a hacer un dragón me percaté que el tatuaba marihuano. (Ríe un poco). Se echa su churro y ya bien tocado pues empieza a tatuar, me entró desconfianza, se me hace anti ético por parte de los tatuadores que te plasmen un simbolismo muy importante en tu piel y que no estén sus cinco sentidos”.

En la Revista del Consumidor Daniel Alcántara Pérez, jefe de enseñanza del Centro Dermatológico Dr. Ladislao de la Pascua informó que se ha duplicado el número de citas por asuntos relacionados a una infección por los tatuajes.

En el artículo “Tatuaje, ¿arte o estigma?” de Siminforma se informa que hay estudios que entre 80 y 90 por ciento de las personas con tatuajes quieren eliminarlos en algún momento de su vida. Borrar un tatuaje puede costar de 10 mil a 15 mil pesos, dependiendo del tamaño y el lugar donde se encuentre, sin resultados óptimos y con la posibilidad de sufrir afectaciones en la piel.

En una ocasión, mientras Miguel tatuaba a Francisco Javier Silva una aguja se quebró. La máquina alzó la piel y el psicólogo de 27 años empezó a sentir temor, el tatuaje estaba por acabar, la puntilla despostillada pero aun así siguió. Por suerte ese no se infectó, pero no siempre la tuvo de su lado.

Mientras caminaba por el mercado de Santiago Tianguistenco, y aun costado de la calle vio el puesto de “El gato”. Era un espacio establecido de manera provisional, pero aun así se arriesgó. Comenta: “Nunca me percaté si las agujas estaban nuevas o abiertas; me hice el tatuaje. Cinco meses después se desarrolló una alergia en la piel. Empezaron a salir ronchas, granos y llegó la comezón, mientras más se rascaba y más se hinchaba el tatuaje.


Soy Drago, soy Paco

Tras cuatro meses del primer tatuaje, Francisco Javier siguió con un dragón. Para ese momento las drogas, el alcohol y el pandillerismo eran sus fieles acompañantes. En el pandillerismo hay ciertas etiquetas, prototipos que se tienen que seguir para “ser aceptado”.

Cuando las drogas y el alcohol se hicieron insignificantes lo rebasaron cuestiones más fuertes (asaltos y robos) fue el momento en que llegó la Santa Muerte “para su protección”. En contradicción con la muerte por devoción y fe decidió tatuarse a Jesús: “Es que me salvé cuatro veces de la muerte, tres me iban a matar y una vez me iba a matar por estar en estado de ebriedad, pero me salvé, entonces me hice ese tatuaje”.

En la transición de dejar las drogas se plasmó un diablo en la columna. La mitad diablo y la otra un ángel. “Quería dejar todo el aspecto negativo, dejar el pandillerismo, mis actitudes ingobernables, etcétera, pero volví a caer otra vez, entonces me hice el nombre de Paco en doble sentido, porque en un lado dice Paco y si lo ves al revés dice Drago, es como me conocían en las pandillas, ese es el apodo que me pusieron, el famoso placaso”.

El bote

Tras las recaídas llegó a la cárcel. “Me hice los tres puntos de la vida loca eso y sólo eso”. Retrae su manga y se observan tres puntos en forma de triángulos mal realizados, deformes y de diferente tamaño. Para poder tatuarse en la cárcel se construye una maquina con un lapicero de plástico o con un periódico y ligas bien reforzadas. A veces con un tipo hueso o con un clip, con lo que encuentres que tenga punta y tinta china, dura tres o cuatro meses y se borra.

Es riesgoso porque no sólo se tatúa uno, se tatúan varios con el mismo material, no se sabe si se agarrará una infección o no. Paco menciona que a él nunca se le llegó a infectar, eso porque fue el primero, los demás quien sabe si se infectaron, probablemente sí.

La falta de aplicación de leyes hacia los locales de tatuajes permite que los dueños de dichos establecimientos no cumplan con los requisitos necesarios para evitar poner en riesgo a sus clientes. Un tatuaje y otro, la máquina suena y la piel se infecta.

Fotos: Archivo Aunam


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