“Cada una se hace feminista con su propia historia”


Por: Ulises Soriano Delgado
CDMX. El teléfono suena en punto de las 10:20 de la mañana del 8 de marzo. “F” ya está en la puerta del edificio habitacional. Al abrir la puerta, aparece una mujer de 21 años, cabello negro con mechas azules deslavadas y cejas decoloradas, de estatura no más allá de un metro con sesenta centímetros y complexión robusta. Pasa y camina hasta la casa. Su andar es contundente y aprisa. Al llegar pregunta por una tlapalería para ir por una lata de pintura después de platicar.

“F” toma asiento en el comedor, luego de dejar su pesada mochila en el sillón. Accedió a brindar su testimonio, en tanto, su identidad se mantenga bajo secrecía para evitar cualquier represión por parte de las autoridades, además de darle asilo, pues su madre no desconoce su asistencia a la marcha del 8M, pero, sobre todo, que ella forma parte del bloque negro.

Luego de desayunar, “F” pone su historia sobre la mesa. “¡Imagínate lo normalizado de todo esto! Solo había vivido lo ‘normal’: que me tocaran, me voltearan a ver en la calle y me dijeran piropos; pero en 2019, dos semanas después de cumplir los 19 años, en agosto, saqué a mi perra a pasear en el parque, a dos cuadras de la casa de mi abuelita; ya era noche, llevaba falda y me percaté que un señor me seguía. Corrí a casa. De pronto, este hombre me tomó por el cuello e intentó taparme la boca; si no es porque alcancé a gritar, desconozco lo que hubiera pasado”.

Después de llegar a su casa, no dejó de llorar y la rabia la invadió. Su abuela la contuvo, sin embargo, “no paré de gritarle hasta de lo que se iba a morir” al sujeto, el cual fue detenido por los vecinos hasta la llegada de la policía. Siguió un proceso administrativo en contra de aquel hombre por agresión física, sin embargo, solo fue acreedor a una multa y a la reparación de los daños. Mientras relata su historia, sus ojos se tornan brillosos, pero su semblante no infunde tristeza, exhibe encono y se ruboriza.

En 2020 asistió a su primera marcha del 8M en un contingente pacifico a raíz del evento y sentenció: “Cada una se vuelve feminista con su propia historia”. En aquella marcha, recordó, cantó y sintió la consigna “Somos malas / podemos ser peores / y al que no le guste, / ¡se jode, se jode!”, y eso la llevó a reflexionar y con su experiencia como bloque negro en marchas estudiantiles pasadas, decidió sumarse para el siguiente año.

Rosa mexicano

Durante el camino a la tlapalería, mientras el sol de las 11:30 de la mañana pegaba con fuerza, “F” contó cómo se prepara para la marcha al ser parte del bloque negro. No muestra incomodidad, pero sus respuestas son concretas, aunque nadie transite por las calles. “Físicamente es lo menos pesado, es algo que llevo haciendo por años. Voy al gimnasio y como estoy en un grupo de scouts, mi condición no merma, además, hacía taekwondo y judo. Dónde sí afecta es en lo mental”.

Cada 8 de marzo, las mujeres salen a manifestarse, argumentó, pues las desapariciones y feminicidios siguen ocurriendo, “una vez que estás ahí, existe un hermoso sentimiento de sororidad, pero al mismo tiempo, escuchas historias como la mía que te cimbran. Emocionalmente creo que nunca estaré preparada al 100 por ciento, además, cada que se acercan estas fechas salgo con más miedo a las calles porque la violencia aumenta”.

“F” vive con un coraje enclaustrado en su corazón y mente, sobre todo en esta fecha, pues son “días de vivencias fuertes, además de recuerdo y reflexión”. Llegando a la avenida Cuitláhuac, esquina con la México-Tacuba, entró a una Comex y el encargado, al verla con su pañuelo morado en la cabeza y ataviada con una playera morada, saltó del mostrador y le ofreció pintura en aerosol. “Mire, en este mostrador tengo el rosa mexicano, es el más vendido hoy”. “F” tomó la lata de pintura y pagó los noventa y cuatro pesos.

De regreso, en casa, mostró el contenido de su mochila rosa: un martillo y dos playeras negras: una para encapucharse y la otra, para cubrir la mochila. Además de sus botas tácticas, las de los scouts, lleva un pantalón Levis negro, ”el estilo no debes de perderlo”, asevera. Volteó la playera que ya usaba, la cual, tenía unas letras japonesas y al terminar, su semblante perdió algo de calma, como si todos sus sentidos hubieran terminado de despertar.

“En los movimientos estudiantiles estoy más que identificada, pero por lo menos hasta hoy, como parte del movimiento feminista y del bloque negro en estas marchas del 8M, no he recibido amenazas de ningún tipo y me queda en claro que tampoco he sido identificada”, expresó la entrevistada mientras esperaba con ansias la hora y el punto de reunión, el cual le sería enviado por WhatsApp, la única forma de comunicarse de las chicas del contingente.

“No hay bodegas ni mucho menos. Accionamos y hacemos la iconoclasia con lo que tenemos en casa, el martillo es de mi abuelita. Los ‘puerkos’ ―haciendo referencia a la policía― creen que tenemos bodegas y demás, pero no es así, o por lo menos, nunca nos han invitado a mis otras compas y a mí”. Negó por completo que ellas llevaran bombas molotov, pues no solo ponen en riesgo su vida, sino de las chicas manifestantes pacificas. Muchas de sus compañeras, dijo, tanto han aprendido ciertas cosas para resguardar su vida y a curar ciertas situaciones, sin embargo, se valen de los servicios médicos o de Brigada Marabunta.

Su teléfono sonó en punto de la una de la tarde: el lugar de reunión era la Glorieta de los Insurgentes, aproximadamente en cuarenta minutos. Su rostro mostró emoción, pero su lenguaje corporal denostaba tensión. Las manos las secó con su pantalón, desamarró y amarró sus botas; respiró una y otra vez y una ligera capa de sudor invadió su frente. 

Revisó todo por última vez, untó sobre su cara bloqueador solar y mostró su rostro encapuchado. Negó las fotografías, sin embargo, sus ojos rodeados por diamantina expresaban el miedo de la realidad vivida en México día con día; además, su mirada era firme y decidida. Retiró la capucha de su rostro y tomó su mochila y la cubrió con una tela negra. Mientras la puerta del departamento era abierta, “F” respiró profundamente y avanzó con el pie derecho. Sabía que no había vuelta atrás.

“Esas morras/ sí me representan”

En camino al metro Popotla, reflexionó una vez más sobre la visualización del movimiento feminista. “Antes, había quienes estaban en contra y se quejaban por las pintas que hacíamos en los monumentos, sé que su percepción ha cambiado, ahora tenemos más apoyo”. Contó que los únicos lugares en los que hay iconoclasia son en las vallas, las iglesias y los bancos, además de edificios, sedes de empresas transnacionales.

Cuando subió al metro, encontró a otras chicas que con dirección a la marcha. Intercambiaron miradas y con el puño se dieron ánimo; “F” no conocía a ninguna de las dos chicas, pero el simple hecho de venir ataviadas con blusas y paliacates morados invitaba a la sororidad y a un sentimiento de que ninguna estaría sola. Al pasar por metro revolución, una contingente acababa de bajar de un tren en sentido contrario. Aquellas desconocidas también descendieron y comenzaron a pintar una pared con aerosol.

“F” comenzó a cantar desde dentro del vagón “¡esas morras / sí me representan!”, y cuando la marea la escuchó, replicaron el cántico. Durante los siguientes veinte minutos, en el viaje entre el metro Hidalgo a Balderas y de ahí a Insurgentes, “F” estaba nerviosa. En la glorieta, solicitó que la esperara en las escaleras que llevan a la calle de Génova. En punto de las 2:13, encontró a sus compañeras debajo de una estructura que sostiene la estación del Metrobus para unirse al contingente que estaba arreglándose el cabello, todas ellas vestidas de negro.

A las 2:21 de la tarde, recogió su cabello con una cola de caballo, y entró a una bolita de la que salió encapuchada. Su rostro desapareció una vez más para sumarse a la colectividad de mujeres que llevan la boca llena de grito y pugnan por un México sin feminicidios y sin violencia contra la mujer. 

A las 2:28, junto con otras dos chicas más, caminó por Génova, detrás del contingente de la tianguis trans. Cuando las ven pasar, una vez más suena el cántico “esas morras / sí me representan”. En el momento en que ellas llegaron a Reforma, desaparecen de la vista, sin embargo, hay aplausos y el cantico. Frente a unas vallas, se escucha el rugir de los martillos. Son ellas: es “F”, quien empieza a hacer iconoclasia. 


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