Alarmante crisis de información en los niños, ante la pandemia
Betito: “El COVID es un objeto cuadrado y verde que un hombre tomó del piso” |
México (Aunam).La lucha por resistir a las condiciones que exige una pandemia con cuarentena son difíciles para todos, las batallas son personales y las realidades en México son muchas. Pero, ¿Qué hay con los niños? y más que nada ¿Qué está pasando con los niños de escasos recursos?
La
pandemia por el virus del COVID-19 es un hecho histórico que se sepultara en la
memoria de todas las personas que la estamos viviendo. Lo singular de este gran
problema es que no distingue entre colores de piel, clases sociales o
nacionalidades; su alcance y letalidad es la desgracia más equitativa que como
generación hemos vivido. Sin embargo, que todos estemos expuestos a
contagiarnos no significa que todos tenemos la misma capacidad para luchar
contra ella.
Las
clases más desprotegidas del país son las que menos oportunidades tienen para
luchar con todo lo que exige una pandemia con confinamiento. Por un lado, exige
de un lugar fijo donde habitar, con las condiciones necesarias para
resguardarse del clima (y del COVID-19), tener una alimentación adecuada,
ingresos estables, etc. Todo lo anterior crece y se dificulta cuando hay niños
de por medio. La educación en línea es un privilegio que pocos niños en México
pueden gozar. Pensemos que para ello es necesario tener luz y una televisión
con señal para ver los programas de educación en casa que ha promovido la
Secretaría de Educación Pública (SEP), y en otros casos es necesario contar con
internet de buena calidad, una computadora con cámara web y conocimientos
previos para saber utilizarlos. Es decir, algo que no muchos tienen.
Alberto
y Sara aceptaron platicar a cambio de unas papas y de un yogurt. Ambos son
hermanos de una familia disfuncional con graves problemas económicos. Su padre
es alcohólico de tiempo completo y a veces también mecánico con poco trabajo.
Su madre dejó a ambos niños con su papá hace dos años, cuando apenas tenían 6 y
4 respectivamente.
Su
padre -“El Cabo”- platica que antes de que se hiciera cargo de ellos solo los
había visto una vez. Ahora viven en un taller mecánico: un patio de 40 metros
cuadrados en el que apenas cabe un auto desvalijado y una tienda hecha de lonas
con publicidad de partidos políticos. La carpa que ellos llaman casa se compone
de un colchón matrimonial lleno de grasa, cobijas y almohadas delgadas. También
tiene un gran ropero café lleno de estampas, sobre él descansa una televisión
que no funciona muy bien desde que Betito (Alberto) le dió tres balonazos. En
su patio el panorama no es diferente, hay muchos fierros oxidados, un fogón de
leña, llantas y excremento de dos conejos: mascotas de los hermanos.
Su
papá es agradable y tranquilo. Me cuenta que su rutina diaria empieza bañando a
sus dos hijos, después les da de desayunar “lo que haya sobrado de un día
antes”. La comida fuerte de la Familia Flores, son compradas en un comedor
comunitario que se encuentra en la Colonia Isidro Fabela en Tlalpan, donde por
30 pesos pueden comprar dos “comidas corridas” para los tres. Después de comer,
su día se basa en sentarse afuera de una tienda de abarrotes a platicar y a
tomar con sus amigos; mientras ambos hermanos juegan en la tierra y corren
entre las calles lejos de su papá.
El
primer acercamiento que tuve con los niños fue extrañamente familiar, ambos se
sienten cómodos hablando con las personas. Abrimos las papas y comenzamos a
platicar.
Rápidamente
puede llegar a la primera conclusión: la información no es la misma para todos.
Ambos hermanos me explicaron que el COVID-19 es un “objeto cuadrado y verde que
se puede tocar”. Sus fuentes fueron un video de Youtube que vieron con su
prima, en el que un hombre “lo recoge del suelo” y se contagia. Además, aunque
recientemente usan cubrebocas no saben exactamente para qué es, ni por que lo
usan, su respuesta fue: “Por que mi papá nos los puso”.
Su figura de autoridad y guía, no ha sabido, o no se ha tomado el tiempo de explicarles que trae consigo un virus de estas dimensiones, ni tampoco les ha explicado lo que es. La forma en la que se percataron de que algo estaba cambiando, fue hace unos meses, cuando tuvieron que llevar bolsas y recipientes para comprar la comida en el comedor comunitario: “Mi papá la echó en una bolsa y después nos fuimos a la tienda”.
Platicamos
sobre las medidas sanitarias, les pregunté si sabían que es la sana distancia,
cumplir con una cuarentena o lavar las manos con frecuencia. Deje a un lado los
tecnicismos y empecé a describir las acciones lo más sencillo que pude. Pero
aun así, parecían prácticas ajenas a su realidad. No entienden que es guardar
distancia entre las diferentes personas con las que conviven todos los días,
tampoco limpian sus manos después de escarbar en la jardinera donde usualmente
juegan, ni tampoco conocen el valor de cumplir con una cuarentena.
El
recluirse durante un tiempo prolongado es una acción en busca de un bien común,
pero también es un acto que pocas personas en México pueden hacer. “El quedarse
en casa” como nuestras autoridades lo dicen, significa no laborar y por lo
tanto no generar ingresos. En el caso de la familia Flores, si “El Cabo” no
trabaja no pueden comer. Así que para ellos, el significado de la palabra
cuarentena no existe. Además de que, los niños tienen que acompañar a su papá a
trabajar, ya que es el único responsable de ellos. “No nos gusta quedarnos
encerrados, mi papá está aquí fuera. Si nos quedamos solos-encerrados, no nos
gusta. Además, nos da mucha hambre”.
Entonces,
¿Qué cosas cambiaron en la vida de Betito y Sara desde que empezó la Pandemia?
Ni ellos, ni su papá supieron responder con claridad; su papá solo me mencionó
que “Ahora tenemos que usar cubrebocas para protegernos”, mientras no lo usaba.
Beto, solo levantó los hombros mientras se bajaba el cubrebocas para meterse
una papa a la boca. Por otro lado, Sara
me relató cómo era un día en su vida pre pandemia: “Un día normal es ir a la
escuela, sin usar cubrebocas, jugar con mis amigos y estar feliz”. Sara nunca
ha ido a la escuela.
Caroline
Miller, investigadora del Child Mind Institute, dice que la
depresión en niños es tan común como la de los adultos en tiempos de pandemia,
ya que el estilo de vida se modifica radicalmente, además de que son sometidos
a una constante incertidumbre acabando por afectar la salud emocional de los
infantes. Es por ello que también hablamos de los sentimientos y emociones de
los últimos días. “Lo que más me pone triste es cuando Beto no está y yo
chillo.
Lo que más me pone feliz es ver tele” por otro lado, Alberto dijo “Yo me pongo triste porque extraño a mi hermano. Mi mamá nos abandonó y se lo robó”, antes de que continuara “El Cabo”, que se mantuvo cerca toda la conversación, lo interrumpió con la mirada y Beto no pudo continuar con la oración.
La
recomendación de la doctora Miller en caso de que el infante presente
sentimientos adversos, fue practicar algunos de los pasos que postula Mark Reinecke, psicólogo clínico y
director clínico del Child Mind Institute) dice: crear un
ambiente cómodo en casa, en el que los niños se sientan libres de hablar de sus
sentimientos, además de diseñar planes y actividades a futuro, también recomienda
promover en los niños una visión de gratitud: “reflexionar cada día sobre las cosas por las que se
sienten agradecidos y las personas a las que deben agradecer”. Sin duda
no es algo tan fácil para todas las familias.
La
información transmitida en televisión o internet, es algo que ha tomado
protagonismo en tiempos de pandemia, no solo porque para muchos es la única
forma de saber que pasa con el exterior sino también porque son el único medio
de información por la que los ciudadanos pueden informarse. En una contingencia
el uso de la información puede ser una herramienta contra el COVID-19.
Es
por ello que los medios de comunicación también fueron un tema en la
conversación. Los niños advierten que solo ven la tele y cuando su prima les
presta su tablet también ven Youtube; en donde vieron el sketch de lo que piensan que es la enfermedad: “un objeto cuadrado
y verde que un hombre tomó del piso”. Por otro lado, su padre, quien debería
ser el conductor de información fidedigna entre ellos y el mundo, comentó que
no acostumbra a informarse, ni a leer periódicos, tampoco ve las noticias o
escucha la radio. Su fuente de información está a cargo de lo que sus amigos le
cuentan y lo que le platican sus clientes.
Lo
anterior no es una crítica para el papá, pues la cultura de la información no
es algo que haya adquirido y por lo tanto, tampoco es algo que pueda heredar.
Sin embargo, es prudente cuestionarnos la crisis de información y apatía en
algunos sectores sociales. En donde la cultura de la información es tan escasa
que dos infantes de 6 y 8 años no supieron distinguir entre un programa de
comedia donde se les ilustraba qué es el Coronavirus y la realidad. Además
tampoco cuentan con una figura de autoridad que los guíe.
El
periodista Alejandro
Almazán escribe en Milenio: “Entonces te preguntas si todas
esas personas lo hacen porque son irresponsables, o si lo hacen por ignorancia,
por falta de información, o si lo hacen porque el neoliberalismo ha creado
seres individualistas, o si lo hacen porque no confían en los medios, o si lo
hacen porque miran en la televisión a un Presidente que saluda a la gente y
dice que no se enferma, o si lo hacen porque “la indiferencia del mexicano ante
la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida”, como escribió Octavio Paz,
o si lo hacen porque el machismo, entre otras conductas, dicta que nadie se
raja, o si ese valemadrismo incomprensible es más bien un acto de resistencia”.
Todo lo anterior responde a una crisis
cultural de la información, un problema relacionado con una mala educación, y
en el caso de la familia Flores a un problema de pobreza. La falta de
oportunidades se traduce en un círculo vicioso que pone en desventaja al
individuo en diferentes niveles. Betito tuvo que dejar la escuela cuando empezó
la pandemia, pues su padre no le dio continuidad, mientras tanto, él sigue
esperando ansioso por un día regresar a su primaria para “jugar con sus amigos
sin cubrebocas”. Por otro lado, Sara debió empezar su educación hace unos años
pero no pudo hacerlo.
Estos costes son de oportunidad, pero en
una pandemia se convierten en costes de seguridad. Si
no se invierte en la infancia, en reducir la pobreza infantil; el futuro estará
compuesto de sociedades más fracturadas, menos cohesionadas y con problemas de
seguridad derivados de la marginalidad, sentencia Ianina Tuñón, investigadora del
Barómetro de la Deuda Social de la Infancia en el Observatorio de la Deuda
Social Argentina de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
Incluso
desde una perspectiva economicista es más rentable a largo plazo invertir en la
pobreza infantil, pues son talentos que se pueden capitalizar para el país en
un futuro.
Sin embargo, el porvenir en una crisis
sanitaria que se traduce también en crisis económica es poco favorable para
estos grupos sociales. Un estudio realizado por el
banco BBVA estimó que la tasa de pobreza aumentará 13.1 puntos porcentuales,
con lo que se proyecta que la pobreza alcanzará al 61.9% de la población
mexicana. “Estos aumentos implicaría que el número de personas en situación de
pobreza se incrementaría en más de 16 millones, mientras que el número de
personas que padecen pobreza extrema se incrementaría en 18 millones”, concreta
Jorge
Garza, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Monterrey
Sin
duda el futuro nos exigirá más de lo que contamos, pero el trabajo comunitario
debe seguir, así como el trabajo de nuestras autoridades por promover mejores
servicios y técnicas de difusión de la información, en las que se contemple la
apatía ciudadana pero también que se consideren estrategias para que estos
usuarios tengan acceso a ellas. Así como
promover campañas más agresivas de información dirigidas a los menores. Porque
como Betito y Sara, debe haber mucho más infantes con ideas erróneas acerca de
la pandemia y el virus.
Después
de hora y media de plática y de haber comido tres bolsas de papas,
reflexionamos sobre el futuro y nos cuestionamos cómo sería el mañana. Ninguno
supo responder. Pero también fue una respuesta sensata. Si algo hemos aprendido
de la pandemia producto del COVID-19 es que el futuro es incierto.
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