Un acto religioso para mi madre

Por: Brenda Citlali Casimiro Miranda |
México (Aunam). Era un día un poco nublado y parecía llovería por la tarde. Luego del desayuno, y mientras preparaba algunas cosas para más tarde, puse salsa, un gusto musical compartido con mi madre. Sinceramente, no sabía qué día de la semana era, pero era consciente de la fecha: 28 de mayo. Día de nostalgia.


Días antes, en una plática con mis hermanas, comentamos lo que haríamos ese día: un pequeño rosario en el que solo estaríamos mis hermanas, sus respectivas parejas y sus hijas, ya que el aislamiento no permitiría la presencia de otros familiares.

Se había decidido que el rosario estaba bien, pues el padre que durante seis años realizó la misa para conmemorar la fecha de fallecimiento de mi mamá, no confirmó su asistencia. Lo elegimos a él porque a pesar de nuestro poco apego a la religión, él transmite un discurso diferente: relaciona nuestra actividad cotidiana a la creencia y fe hacia con Dios.

Incluso mi madre no era tan apegada a ir a misa cada domingo; creía en Dios, pero cuestionaba las actitudes de la iglesia. Cuando enfermó puso toda su fe en Él y nosotras también, pedíamos con mucha esperanza que mejorará… lamentablemente no fue así.

Exactamente un día antes, el padre llamó a mi hermana para confirmar que realizaría la misa. Durante el acto religioso, primero nos persignamos, la oración fue acerca de cómo dejamos este plano y nos marchamos a lado del señor para vivir plenamente con él. Realizamos una reverencia, pues por la situación no fue posible el tradicional saludo de la paz.

En este tipo de misa, también se acostumbra a aplaudir y cantar las mañanitas ya que en la religión es un festejo encontrarse con el señor luego de vivir algunos años durante su guía. Finalmente fuimos rociados con agua bendita mientras nos encontramos de pie con las manos frente a nosotros para recibirla.

Para el rosario, se decidió que sería algo más significativo si cinco de nosotros participaban para rezar los misterios de la vida, muerte y resurrección de Jesús, y la Asunción y Coronación de la virgen María. Esto consta de la recitación de series de diez avemarías, un padrenuestro y un gloria, entre cada misterio.

Mi turno había llegado, me levanté del sillón y me coloqué en frente de un pequeño altar donde podía ver su foto, un par de veladoras encendidas y flores. Aunque nunca asistí al catecismo, sabía las oraciones que necesitaba, tomé el el collar con piedras y una cruz, conocido como “rosario” como guía para contar diez avemarías y cuando concluí mi hermana siguió hasta terminar.

Luego de que ambas ceremonias habían terminado, platicamos un poco para recordar a mi mamá, contando nuestros momentos favoritos. El día ya estaba por terminar y me despedí de mis hermanas, fui a mi cuarto, me preparé para ir a la cama, lancé un “te amo” al viento y me fui a dormir.



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