LUIS RODRÍGUEZ, 92 AÑOS DE HISTORIAS

Foto y texto: Ana Laura Sarabia Rodríguez
Ciudad de México (Aunam). Nadie conoce mejor el significado de la frase “en la vejez no hay lugar para cobardes” de Henry Louis Mencken que el señor Luis Rodríguez Santillán, quien a sus 92 años afirmó poseer una vida tranquila, satisfactoria y llena de buenos recuerdos, entre sus mayores logros sitúa a su familia y dejar su oficio de plomero como un legado para sus hijos.


De manera amable y afectuosa, el señor Luis Rodríguez contó anécdotas de su vida, de su infancia, adolescencia, adultez, describió los aspectos más importantes a lo largo de sus 92 años sin ninguna dificultad al expresarse, característica que lo define, ya que a pesar de contar con una edad avanzada tiene un aspecto saludable, es una persona alta, delgada, pelo canoso que cubre de manera regular con una gorra o sombrero.

Luis Rodríguez es el tercer hijo de cinco hombres, nació en 1926 en la colonia Santa Julia en la alcaldía Miguel Hidalgo en la Ciudad de México (CDMX), a muy temprana edad perdió a sus padres. “Tenía cuatro hermanos; Alberto, Rafael, Rodolfo, Miguel y un medio hermano que se llamaba Odilón”.

“A mi papá le gustaba mucho el chupe y de eso murió, yo tenía como siete u ocho años, después de eso nos fuimos a vivir con mi tía Chavela, ella nos cuidaba mientras mi mamá se iba a trabajar de criada a unas casas particulares”.

La infancia de Luis Rodríguez fue sencilla pero muy feliz, recuerda disfrutar de horas de juegos con sus hermanos, “como nos cuidaba mi tía porque mi mamá se iba a trabajar jugábamos con el trompo, con las canicas, coches de madera, era muy bueno cuando jugaba al trompo siempre les ganaba a mis hermanos”.

Cuatro años después de la muerte de su padre murió su mamá situación que obligó a Luis Rodríguez y a sus hermanos a trabajar para poder comer, “mi mamá era re´ buena persona cuando se murió, mi tía nos puso a trabajar con mis primos haciendo petacas, maletas pues”.

El señor Rodríguez mencionó entre risas “cuando fuimos creciendo más nos hizo conseguir trabajo para que le diéramos dinero para la comida, no había que rajarnos, nada de ser cobardes, me acuerdo que a sus hijos les daba de comer bien, pero a mis hermanos y a mí nos daba agua con canela”.

El primer trabajo que consiguió fue en una panadería, a los 13 años “estuve de ayudante de panadero un año nada más, me gustó; limpiaba las charolas, sacaba el pan del horno, los acomodaba, pero no hacía pan sólo veía a los panaderos de la noche cuando lo hacían y se pasaban la masa por las axilas para limpiarse el sudor, le echaban mocos a la masa y eso lo hacían porque estaban borrachos”, afirmó Luis Rodríguez mientras simulaba tener una masa en las manos.

Al dejar el empleo como ayudante de panadero consiguió, por medio de un primo, entrar a trabajar a una fábrica de chicles, oportunidad que le cambió la vida para siempre: “me encargaba de revisar las maquinas que recortaban el plástico de las envolturas de los chicles. En una de esas le calculé mal, o alguien movió la máquina, quien sabe, pero me corté mis dos dedos”, mencionó mientras señalaba la ausencia de sus dedos anular y cordial.

Al quedar huérfanos no todo fue malo para Luis Rodríguez y sus hermanos ya que aprovechaban que su tía cuidaba de sus primos para salir durante su juventud. “Cuando era joven me iba con mis hermanos, amigos o solo a bailar, me vestía como pachuco, era muy bueno, me gustaba el danzón, cuando no bailaba me iba a jugar beisbol, me gustaba más que el futbol. Jugábamos en un equipo, era pícher, muy bueno, mis amigos me decían el tribilin, jugué como un año nada más”.

A los 15 años y gracias a la oportunidad del señor Pedro García obtuvo su primer trabajo como plomero, en este empleo como ayudante de plomería aprendió las bases del oficio que sería el que escogería para trabajar por el resto de su vida, “la plomería me gustó más que otra cosa, era bueno y le aprendí rápido al señor Pedro” afirmó.

A los 18 años el amor tocó a su puerta, conoció a Josefina Vázquez quien sería su esposa y, según menciona, el amor de su vida: “la conocí en Santa Julia, porque vivíamos en la misma calle, más que ella vivía en el 88 y yo en el 10. La empecé a conocer por un tío que vivía en una vecindad donde ella vivía, empecé a ir a ver al tío y de paso la veía a ella, duramos de novios tres meses, se murió su papá y luego nos juntamos, lo que más me gustaba era su forma de ser”.


Cuando Luis Rodríguez se juntó con Josefina las responsabilidades aumentaron, decidió usar su experiencia en plomería y pedir trabajo en una construcción, cuando lo consiguió comenzó a rentar un cuarto en la avenida Tláloc por Lago Zirahuén. Al cumplir 21 años fue padre por primera vez al tener una niña, a la cual decidieron nombrar Juana, dos años después Josefina y él volvieron a ser padres de un niño al cual nombraron Gustavo.

La experiencia que tenía como plomero creció y lo orilló a tomar la decisión de abandonar el empleo en la construcción y empezar a trabajar por su cuenta vendiendo material de plomería y haciendo encargos.

“Me iba con mi material en el diablo hasta la San Felipe, ahí vendía porque se ponía un tianguis muy grande todos los domingos, hasta que un amigo me ofreció comprar un local en el mercado que iban a construir ahí, pagué como 500 pesos por el local, cuando me lo entregaron empecé a vender dentro del mercado hasta que me jubilé y le di el negocio a mi hijo”, afirmó.

Después de comprar su local la suerte le sonrió a Luis Rodríguez y compró un terreno que le ofrecieron, de manera inmediata a la compra pudo empezar a construir su casa propia.

“Fueron tiempos de mucha felicidad para mí, después de comprar el local un compadre me ayudó a comprar unos terrenos que vendían por la Villa, en la colonia Del Obrero, hablamos con los licenciados, me acuerdo que eran dos, veníamos cada semana hasta que nos dieron nuestros papeles y nos entregaron el terreno, luego luego empecé a construir unos cuartos”, mencionó mientras hacía un circulo con las manos en referencia a los cuartos de abajo.

Cuando Luis terminó de construir su casa Josefina, él y sus hijos se mudaron a la colonia Del Obrero, meses después contrajeron matrimonio por la iglesia y comenzaron a tener más hijos: “nos casamos por la iglesia, después de misa cada quien para su casa, no hubo fiesta, después de Gustavo vino Sara; un bebé que se nos murió, después volvimos a tener un niño que si creció bien, José Luis, después a Felipe, Lourdes y una última niñita que llamamos Sofía, pero ella se murió a los cuatro años”, mencionó.

Con una sonrisa en el rostro Luis Rodríguez mencionó que ser padre era y es uno de sus trabajos favoritos, “cuando mis hijos estaban creciendo yo trabajaba en el mercado de la San Felipe, o iba a hacer chambas a casas particulares cuando regresaba de trabajar los llamaba a todos y los formaba, los hacia marchar como soldados, correr, como militares nada más porque me divertía viéndolos”, contó mientras reía.

El señor Rodríguez considera haber sido un buen padre, afirma haber puesto todas las ganas en criar sus hijos, “no quería ser como mi papá, quería ser mejor padre para mis hijos. Mi papá tomaba mucho, yo si llegué a tomar, pero digamos que solo en fiestas, mmm en ocasiones especiales, pues mi papá murió de eso, por eso no lo conocí bien, y yo a mis hijos los acompañaba a la escuela cuando iban creciendo, los veía todo el tiempo”, explicó.

En 1992, a sus 66 años Luis Rodríguez perdió a su esposa Josefina después de meses de acompañarla en el hospital: “ella se murió de la enfermedad que tenía, retención de líquidos, se le hinchaban mucho los brazos, las piernas, primero se la llevamos al hospital y ahí murió, yo la quería mucho. Lo que más nos gustaba hacer era ir al cine, la iba a recoger cuando llegaba de trabajar y nos íbamos a ver películas, a veces nos llevábamos a los niños, siempre me acuerdo de ella, aún hasta hoy”, mencionó de manera pausada y lenta.

Después de la muerte de Josefina el señor Luis empezó a ser atendido por sus hijos, siguió con el negocio en la San Felipe y enseñó a sus descendientes varones el oficio de la plomería, cuando decidió dejar de trabajar le dio el negoció a su hijo menor Felipe.

“Los muchachos crecieron, Juana se casó con Juan y se fueron a vivir lejos, desde antes de que muriera Josefina; Gustavo se juntó con Alicia y se fueron a Villa de las Flores; a Sara se la llevaron a Puebla cuando se casó con Agustín; los únicos que se quedaron a construir en nuestra casa fue José Luis y Felipe; a Lourdes le dejé los cuartos donde yo viví con Josefina, yo me quedé a vivir con ellos, dejé de trabajar y el negocio se lo dejé a Felipe”, explicó sobre sus hijos.

Afirma que el peor momento de su vida fue cuando su hija Juana se murió: “uno como padre nunca cree que va a enterrar a uno de sus hijos, al contrario, uno quiere que lo entierren, cuando mi hija Juana murió, hace ocho años, yo no sabía qué hacer, me sentí muy triste, pero son cosas que uno no puede evitar”, mencionó con voz afligida mientras se sujetaba las manos.

El señor Luis Rodríguez mencionó que la mejor herencia que le puede dejar a sus hijos es la gran familia que formó: “a mí me da gusto ver la gran familia que Josefina y yo formamos, ora hasta tataranieta tengo, me gusta ver que sigan igual de unidos porque en realidad es todo lo que les puedo dejar a mis hijos además del oficio de plomero”.

La vida de Luis Rodríguez ha sido todo lo que él esperaba, agradece a la virgen de Guadalupe por mantenerlo con vida a sus 92 años y espera seguir viviendo por algunos años más: “estoy a gusto con todo lo que he vivido hasta ´ora, estoy muy agradecido con Dios y la virgen de Guadalupe por haber tenido una familia como la que tengo, por haber amado a mi esposa como lo hice.




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