Una conmemoración entre lo sagrado y lo mundano


Por Aldo Banda Lugo 
Estado de México. Era una tarde nublada que asomaba una brisa fría acompañada de pequeñas gotas de agua en la colonia de Lomas Lindas, en Atizapán de Zaragoza. Un terreno baldío cercano a la iglesia fue el punto de reunión; cercado, pero con la reja abierta, esperaba a los fieles guadalupanos para la conmemoración esperada. La fecha resonaba para los habitantes de esta comunidad: el día de la Virgen de Guadalupe. 

El lugar, con hierba alta e irregularidades en el suelo se vestía con sillas azules y mesas para eventos especiales, La atmósfera impregnada con la expectación de los fieles que poco a poco llegaban con flores, adornando las figuras y cuadros que traían la imagen de la patrona de México.

Los anfitriones de la misa, Tintorería “Los Jimmy’s”, advierten en la contrapared que daba con el terreno prestado para la misa la frase: “su ropa lista en un día”; agradeciendo por un año lleno de trabajo y prósperas ganancias, invitaron a toda la comunidad a formar parte de la celebración.

En el rincón izquierdo del terreno cuadrangular, una banda norteña deleitaba a los asistentes con las tradicionales “Mañanitas” y otras canciones emblemáticas, desde los acordes alegres de “Desde el Cielo una Hermosa Mañana” hasta las nostálgicas notas de Chalino Sánchez que recorrían la cuadra entera en busca de más hermanos creyentes y fieles amigos.

Aunque el lugar no era el convencional templo religioso, la devoción de los pocos fieles, convertía al espacio en sagrado. La lona amarilla que cubría el terreno actuaba como el manto mismo de la virgen y protegía del bullicio del mundo exterior. Con el inicio de la misa, un padre y su monaguillo oficiaron con un poco de hastío para los que iban solo al relajo y buen beber que ofrece la virgen, unas palabras para aquellos que no van a misa y otras pocas para aquellos que ofrecen su tarde a la veneración de la santísima.

Acabada la misa, los fieles creyentes repartieron vasos de ponche con “piquete”, recibido con entusiasmo por los asistentes. El dulce sabor del ponche se mezclaba con el toque amargo del licor, creando una experiencia gustativa única que complementaba la dualidad de la ocasión.

En las mesas dispuestas de manera estratégica, ante el desnivel del piso, se ofrecían platillos tradicionales de la gastronomía mexicana. El mole con pollo y arroz, servido en platos de colores vibrantes, destacaba por su tonalidad verde intensa. El sabor picoso pero sabroso del mole transportaba a los comensales a una experiencia culinaria que abordaba la “cruda” de los que bebían su ponche condimentado, antes de siquiera tenerla.

La comunidad, unida por la fe y el deseo de celebrar, compartía risas, bailes y conversaciones. Los niños jugaban entre las mesas mientras los adultos les repartían bolsas de dulce por el silencio otorgado durante la misa. La Virgen de Guadalupe observaba la celebración desde todos los rincones, un recordatorio constante de la espiritualidad, un faro espiritual que guiaba la festividad, mientras que la música, la comida y la bebida brindaban un reflejo terrenal de la alegría compartida por la comunidad.

Así concluyó la conmemoración del 12 de diciembre en Atizapán de Zaragoza, una celebración que fusionando lo sagrado y lo profano trascendió los límites convencionales de la religión. 

La Virgen de Guadalupe, testigo silencioso de esta jornada, parecía desconcertada desde su lugar en el altar, bendiciendo a la comunidad que, por un día, se sumergió en una celebración que fue mucho más que una festividad religiosa.




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