Historias y sabores: María de la Luz Lezama
Por: Sofía Valentina Sáenz Pérez y Luis Enrique Karam Hernández
México. María de la Luz Lezama Parra, a sus 71 años, personifica la gracia que otorgan los años vividos. Su semblante refleja líneas de sabiduría ganadas a lo largo de las décadas, mientras que sus ojos, centros de historias incontables, destilan determinación y gratitud. Su melena canosa enmarca con dignidad un rostro que ha transitado por distintas etapas de la vida.
En su hogar, los rincones respiran la esencia de María de la Luz. Fotografías de momentos familiares adornan las paredes, narrando historias de risas y celebraciones. La cocina, su santuario culinario, es el epicentro de los aromas tentadores de sus especialidades, como el mole verde y el arroz con pollo. Cada rincón cuenta con la impronta de una vida bien vivida.
Mientras saca todos los ingredientes que necesita para la preparación de su platillo favorito, el mole, dice “Me encanta bailar, pero antes también estaba pensando en ser monja. No salía para nada. Siempre encerrada”. Socializar no era su punto fuerte, no le gustaba, le daba miedo cuando tenía que ir por cosas a la calle.
Hacía vestidos, ropa para fiestas, también vendía cojines. En algún momento quiso trabajar, pero o pudo, tenía mucho miedo. Intento trabajar en una farmacia y en una mueblería, pero en los dos salió corriendo antes de cumplir un día ahí.
Su madre la tuvo a los 15 años, muy joven y casi no la cuidaba. Pasaba los fines de semana con sus abuelos, dice que era la nieta consentida, le compraban ropa, zapatos y cuanta cosa se le antojara.
A la par que limpia los chiles, quitándole las semillas y los rabos, menciona casi no recordar su niñez: “En la primaria fui buleada, entonces casi no recuerdo esa etapa”. Entre risas y una sonrisa nostálgica con el olor de los chiles tostándose en el sartén, procede a decir que su mamá la regañaba por ser muy floja. No le gustaba su casa. A sus ocho años, antes de ir a su cuarto, rodeaba la mesa del comedor fingiendo que eran escaleras y entraba a su recamara, anhelaba tener escaleras en su casa.
Conoció a su esposo bailando, ambos bailaban regional y ensayaban juntos, poco a poco se fueron enamorando, se conocieron a los 19 años. Para cuando cumplieron 20 decidieron casarse, su esposo la convenció de irle a decir a su papá que se casaría con él, el personalmente pediría su mano esperando su autorización. El padre les dijo si al instante, pues comenta que su esposo ya se lo había ganado porque es una persona muy sociable.
María agarra recipientes, los llena con agua y en cada uno pone a cocer por separado los chiles, los jitomates y en uno solo pone la cebolla y el ajo, dice que quedó fascinada con su boda, más que nada porque menciona que no llovió y había muchísima gente. Pero no todo fue color de rosa. Poco tiempo después, ya casados, hubo lapsos donde ella se la pasaba llorando, soltó un suspiro y se abstuvo de mencionar porque, solo menciona que no se había dado cuenta de muchas cosas, estaba harta y muy triste.
Con lo que se distraía era con su trabajo, el cual lo consiguió cuando tenía 23 años, su hermana le comento de una vacante de guardería en estancias del ISSSTE, al ir se dio cuenta que esa era su verdadera vocación. La directora de la guardería le dio la oportunidad de asistir a cursos para asistente educativa lo cual implicaba pedagogía y psicología. Todo lo aprendió en dos años, dice que lo que más le gustó era leer sobre psicología, en algún momento pensó en estudiarla de lleno, pero poco a poco se fueron esfumando esas ganas de hacerlo.
Se salió de su trabajo después de treinta y seis años, justo cuando la Secretaría de Educación Pública (SEP) intervino en las guarderías y eran más estrictos con los requisitos de quienes trabajaban. “Yo tenía plaza de educadora y ganaba como tal, pero no tenía los papeles que avalaran una licenciatura, por lo mismo, cuando llegó la SEP exigió que las educadoras tuvieran una formación académica valida. Como todo fue un problema, me dieron sueldo de asistente educativa, aunque seguía trabajando como educadora, trabajaba lo mismo por menos dinero”.
Agrega que, además, sentía que ya no había libertad para trabajar con los niños, ella le gustaba buscar técnicas para hacer que los niños evolucionaran, pero le ponían muchos peros. Eso le frustraba porque quería hacer a los niños más libres e independientes. Se alegra que en la actualidad esas técnicas se estén retomando, ahora conocidas como el método Montessori. Hoy en día solo tiene contacto con muy pocas compañeras de trabajo.
Comienza a moler los ingredientes previamente cocidos en agua. Casi no fue de hacer muchas amistades, después del trabajo solo se limitaba a regresar a su casa a cuidar a sus hijos. Nunca se le dificultó ser mamá y educadora. Los ayudaba con sus tareas en lo que limpiaba la casa. “Los apuraba para que cuando llegará su papá no los regañara”.
Tiene 3 hijos, Benjamín al que de cariño le dicen “Cacho”, Luz del Carmen y Elizabeth. Tienen pocos años de diferencia, entre cada uno se llevan año y medio de diferencia. Señala que a los primeros dos le gustaba mucho atenderlos, amaba ser mamá, nunca sintió desesperación o algo por el estilo.
Con su tercera hija, confiesa que, la sufrió un poco más, no porque no la quisiera, sino porque sentía que tener tres hijos ya era demasiado. Pensaba que no los iba a poder mantener, no sabía si les iba a alcanzar. De broma le decía a Elizabeth que era “el pilón”, ahora se cuestiona si esas pequeñas bromas le habrán afectado de alguna manera.
Mientras en una cazuela de barro pone a calentar manteca y a agregar piloncillo para que se vaya disolviendo, procede a hablar de su hijo primer hijo, Benjamín, el cual dice que tiene un carácter pesado. Él tiene dislexia, lo cual hacía que su tolerancia a la frustración fuera más baja, se desespera mucho.
Después comienza a hablar de Carmen, su segunda hija, le gustaba mucho que ella hiciera manualidades, las cuales vendía en la escuela, o después de clases, entre risas menciona que incluso se las daba a su papá para que las vendiera en la oficina.
Les hacía los cumpleaños juntos a sus dos hijas y poco después también lo juntaban con el cumpleaños de su hijo. Conforme iban creciendo hubo pleitos por esta situación de compartir cumpleaños, aunque menciona que casi no recuerda eso porque lo pasó como algo no tan grave, sin problema alguno.
Al momento de pasar por un colador la salsa de jitomate con ajo y cebolla empieza a sazonar, dice “Yo no regañaba tanto a mis hijos, yo era más de ocuparlos en algo, en cambio su papá, el si los regañaba demasiado, les reprochaba porque no habían estudiado tal cosa o porque no había hecho esta otra. Pero eran buenos hijos, casi no salían”.
La relación de María con su padre no era buena, señala que el era muy distante, estaba, pero a la vez no. No platicaba con ella ni con sus hermanos, era muy callado Siempre lo notaba ensimismado, a diferencia de su mamá, la cual dice que era muy platicadora, pero los ponía a limpiar, más a ella porque era la mayor.
Mientras empieza a agregar poco a poco el caldo y la sal menciona que ella sentía que su esposo les exigía mucho a sus hijos, no le gustaba mucho el ambiente de la casa, porque cuando tuvo oportunidad de irse lo hizo, se mudó con su esposo a otra casa y dejó a sus hijos adolescentes en esa, aunque es algo que siempre le pesó, haber dejado a sus hijos solos, se preocupaba mucho por eso, pero aun así siempre estuvo al pendiente de ellos, les quiso dejar muy en claro que siempre tendrías el apoyo de su mamá y de ella.
No sabe si el haberse ido les fastidio la existencia a sus hijos o los hizo más independientes, pero cuando crecieron se casaron, tuvieron hijos e hicieron sus vidas fue una gran alegría para ella.
Le gusta reunirse con toda su familia, por eso su festividad favorita es la navidad, adora darles regalos a sus nietos. Con una mirada pensativa viendo hacía la nada procede a decir “Recuerdo un 6 de enero, día de reyes, cuando desperté no me habían traído nada a mí, solo a mis hermanos, yo me puse muy triste empecé a llorar.
Mi mamá me regaño por eso y me mando a barrer, ahí me ves lloré y lloré mientras barría. Ya había terminado, pero me mandaron a barrer debajo de la cama, fui y cuando lo hice saque una muñeca, eran mis reyes, yo me puse muy feliz, aunque salí regañada por no haber barrido bien”.
María agrega el pollo ya cocido, y tuesta ajonjolí para ponerlo encima del mole. Otra de sus alegrías más grandes fue cuando nacieron cada uno de sus nietos, confiesa que gracias a eso encontró otra razón por la cual vivir y por quien ser feliz.
Mientras termina el mole, al observarlo menciona que le gusta mucho cocinar, le gusta hacer varios platillos, pero que su especialidad es arroz y mole con pollo. Su mamá le enseñó. Ella experimentaba con la comida para encontrar sabores nuevos, algunos no eran muy agradables dice entre risas. Pero así fue como aprendió. Mientras servía los platos, comentó que uno de sus logros más grandes fue ver los avances de los niños que cuidaba en la guardería, cada que les enseñaba algo o iban avanzando en su lenguaje y motricidad, ver que aporto a eso y a su educación, son una de las cosas que más la llenaron. Además de sus hijos, claro, son su mayor orgullo, ver que son buenas personas, cariñosas, responsables y dedicadas. “Creo que no hice tan mal trabajo” ríe.
Antes de sentarse a degustar la comida que preparo, expresó un mensaje a las nuevas generaciones: “fíjense bien en su pareja, que que no sea eso de que tengan muchas parejas y que nada más sea puro sexo, siento que hay que conocer primero bien a la persona para después ver si quieres estar toda tu vida ahí. Estudien lo que quieran, lo que les apasione, disfruten su vida, hagan cosas que los mantengan felices, y quieran mucho a sus abuelos”.
Aunque hubo desafíos y momentos difíciles, su enfoque en el amor, la paciencia y la dedicación ha sido la clave para construir una vida plena. La cocina, la danza y el cuidado de mi familia han sido los pilares que le han brindado satisfacción y felicidad a lo largo de los años.
María de la Luz es más que una suma de sus experiencias; es un testamento viviente de resiliencia, amor y perseverancia. Su presencia deja una huella imborrable, recordándonos la riqueza que se encuentra en los detalles de una vida plena.
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