CUICUILCO, “CULTURA MADRE” DE LA CUENCA DE MÉXICO

Por Alba Olea Cohen
Ciudad de México (Aunam). Una “pirámide” circular. Un enorme basamento de piedra —como un cono cortado a la mitad— rodeado de rocas, pastos, florecitas silvestres y, más allá, avenidas, automóviles, anuncios publicitarios y contaminación. Eso es parte de lo que queda de Cuicuilco.


Lugar donde se hacen cantos y danzas, dicen que significa. Claro que, en realidad, no conocemos ni unos ni otros. Hasta hace 100 años, Cuicuilco no era más que un extraño montículo cubierto de vegetación y roca volcánica, ubicado en uno de los lugares más inhóspitos de la Cuenca de México: el pedregal del volcán Xitle, en la delegación Tlalpan.

Al menos dos mil 500 años de antigüedad tienen los vestigios de Cuicuilco, más de lo que cualquier otro hallazgo arqueológico en la región. Se trata de los restos de una ciudad —una proto urbe, en realidad— contemporánea a la cultura olmeca. La cultura madre de la Ciudad de México, podría decirse.

Hace dos milenios y medio, la actual delegación Tlalpan era un lugar completamente diferente; repleto de aldeas agrícolas que comenzaban a crecer su población y su organización política. Las aldeas de Cuicuilco alcanzaron su apogeo entre los años 800 y 600 antes de Cristo, e iniciaron la construcción de un centro ceremonial, el hoy afamado basamento circular.

Cuicuilco vivió un auge durante el Preclásico Tardío, del año 400 antes de Cristo al año 200 después de Cristo. Durante este periodo —previo al ascenso de la famosa ciudad de Teotihuacán— se caracterizó como la urbe más importante en la región, con dominio sobre al menos cinco centros cercanos.

En el siguiente siglo, Cuicuilco compartió con Teotihuacán la importancia regional y el tamaño. Llegó a abarcar un área de 400 hectáreas y a tener 20 mil habitantes divididos en una sociedad de clases. Sin embargo, la actividad volcánica del Xitle provocó olas de migración que debilitaron el poder económico y político del centro.

La urbe siguió existiendo durante algunos siglos más, reducida en esplendor y poder, hasta que, finalmente, la erupción del volcán Xitle (alrededor del año 300 después de Cristo) terminó por cubrir de lava una extensa región, convirtiendo la zona en un amasijo de roca volcánica. El centro urbano quedó parcialmente cubierto y la población que permanecía en la región se vio forzada a migrar.

A pesar del paulatino abandono humano, los pedregales generados a partir de la erupción del volcán configuraron un nuevo paisaje y un ecosistema único con flora y fauna locales.

Cuicuilco fue estudiado como sitio arqueológico, por primera vez, durante la década de 1920. La primera temporada de excavación se realizó durante 22 meses entre 1922 y 1925, gracias a la intervención del arqueólogo mexicano Manuel Gamio y el trabajo de los arqueólogos norteamericanos Byron Cummings y Emil Haury, quienes quedaron a cargo de la remoción de las capas de lava que cubrían el basamento.

Gamio no trabajó en Cuicuilco como sí lo hizo más tarde en el sitio de Copilco, en Coyoacán, pero la observación de ambos lugares le permitió intuir la existencia de una cultura “arcaica” habitante de la Cuenca, previa incluso a Teotihuacán. El posterior trabajo del arqueólogo George Vaillant en los sitios de El Arbolillo, Zacatenco y Ticomán, no solo confirmó el conocimiento sobre los asentamientos preclásicos en la región, sino que permitió la sistematización de las etapas de la cuenca central.

Durante los años veinte, y en las décadas posteriores, la “pirámide” de Cuicuilco fue estudiada por diversos arqueólogos. Las investigaciones revelaron que ésta era resultado de varias épocas de construcción y diversas ampliaciones. El debate profesional en torno a las explicaciones del sitio fue álgido y quedó registrado en las obras de los arqueólogos.

Después de algunas décadas, a finales de los sesentas, los siguientes grandes descubrimientos en Cuicuilco llegaron con la construcción de la Villa Olímpica para los juegos de 1968. La construcción requirió la remoción de 5 metros de lava volcánica que dejó al descubierto basamentos y restos habitacionales contemporáneos al asentamiento de Cuicuilco.

Sin embargo, la construcción del área deportiva de la Villa implicó la destrucción parcial de los basamentos y su reconstrucción con técnicas modernas (sin apego a los trabajos arqueológicos) que simulaban antigüedad. Sin olvidar que uno de los basamentos fue empleado como zócalo de una gigantesca escultura de la llamada “Ruta de la amistad”.

En Cuicuilco no solo fueron encontrados entierros humanos, sino también diversidad de materiales cerámicos. Por ejemplo, dos figurillas que representan un anciano encorvado, sentado y cargando un gran bracero sobre la espalda. Se trata de Huehuetéotl, dios del fuego, relacionado con Cuicuilco —como explica Eduardo Matos Moctezuma— por la actividad volcánica del Xitle, las exhalaciones de humo y ceniza, los temblores, las expulsiones de piedra y lava.

Huehuetéotl es un ejemplo del desarrollo religioso de Cuicuilco, una de las herencias más significativas de esta cultura, que permaneció durante los siguientes veinte siglos y pasó a formar parte esencial del panteón religioso mesoamericano, como delata su presencia en Teotihuacán, Tula y Tenochtitlán.

Como Huehuetéotl, los habitantes de Cuicuilco migraron y nutrieron los asentamientos de sus contemporáneos. La herencia de esta antigua urbe quedó dispersa entre múltiples culturas y siglos, para ser descubierta y revalidada más de dos milenios después.




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