“Desde que era pequeño, no ví ninguna oportunidad en mi pueblo”


Por: Caanly Zoé Castañeda Zarate y Samuel Haro Sánchez 
México. Raúl Pérez Huesca no ha tenido una vida que pueda considerarse ordinaria después de 62 años marcados por el cambio y el movimiento constante. Actualmente vive en Denver, Colorado, trabajando en la jardinería, pero su camino no ha sido sencillo. Las precarias condiciones en las que creció lo llevaron desde su natal estado de Veracruz a Baja California Sur, a la Ciudad de México, y hasta a cruzar la frontera en tres ocasiones distintas a pesar de los peligros a los que se exponía en cada uno de esos viajes. 

Raúl Pérez es originario de Nautla, un pequeño pueblo ubicado en el estado de Veracruz. Creció dentro de una numerosa familia, eran ocho hijos, cuatro hombres y cuatro mujeres. Pero Roberto, el mayor de los varones, no vivía en la misma casa, vivía con su abuela, “como él era güero y de ojo azul” la abuelita lo adoptó y se lo llevó. Pasó lo mismo con Rocío, la mayor de las mujeres, “era rubia y blanquita”, así que su tía decidió hacerse cargo de ella. Por ende, los que vivían en casa de su mamá eran 6 de los ocho hijos. 

Aún así, vivían en condiciones limitadas, su madre era quien trabajaba y se encargaba de sus hijos, su papá se deslindó de las obligaciones y responsabilidades que tenía como padre, por lo que en casa habían muchas carencias, no contaban con servicios básicos “no había agua, drenaje, ni luz” y apenas alcanzaba para comer. 

Su madre, Artemisa, realizaba trabajos muy desgastantes y poco remunerados, lavaba ropa ajena y en tiempos de cosecha capaba chiles. Por ello, ante la ausencia de su padre, Rubén, el segundo hijo, asumió el papel del proveedor de la casa, trabajaba en lo que podía, “iba a pescar jaibas al río o al mar y tenía un estilo de pescar muy peculiar, las agarraba con el pie y por eso le apodaron ‘Pata de águila"'. Vendía las jaibas o las llevaba a la casa para que su mamá o sus hermanas las cocinaran. 

“Cuando compraban pollo, no había dinero para que cada quién comiera una pierna o un muslo, entonces nos dividíamos cada pieza de pollo entre dos o tres” ”Éramos muchos y mi mamá ganaba poco, pero aún así nunca nos faltó de comer”  menciona Raúl. 

Algunas veces cuando la comida era muy escasa, Raúl relata que, con un cordel para pescar y una carnada, se robaba gallinas de otros patios y -por ser el lugar menos concurrido- se las llevaba a un cementerio. Junto con otros amigos cocinaban a la gallina y se la comían ahí mismo. 

El señor Pérez expresa que para él los estudios nunca fueron una prioridad, porque era consciente de su situación y sabía que sus padres no podían brindarle ese privilegio. Las condiciones en la que vivió durante su infancia lo hicieron percatarse de que debía salir lo antes posible de su pueblo: “Desde que era pequeño, no ví ninguna oportunidad en mi pueblo”.

Según sus palabras él tenía el alma de un “marinero”, siempre fue muy “andariego”, cada que podía se alejaba de su casa y visitaba a parientes con los que convivía y trabajaba. Pero la clase de trabajos que realizaba no le satisfacían, de manera que, antes de terminar la secundaria decidió aventurarse, y se fue a La Paz en Baja California Sur, donde acabó trabajando con pescadores, y aprendió todo lo relacionado a la pesca y el comercio de pescado.

Estuvo mucho tiempo ahí, incluso su familia, con la que estuvo incomunicado, creyó que estaba muerto, hasta que repentinamente regresó a Veracruz. Tras esto, terminó la secundaria y comenzó la preparatoria, pero antes de graduarse decidió nuevamente salir de su pueblo e irse a la Ciudad de México. 

En su estancia en la capital del país, debido a que era alto y fuerte, resultó ser un buen candidato para trabajar como guardia de seguridad en un Sanborns y, según menciona, constantemente era halagado por las mujeres que concurrían la zona. En ese tiempo conoció a su primera pareja y aunque no se casaron tuvieron dos hijas, comenzó a trabajar de taxista y simultáneamente se relacionó con su segunda pareja, con la que fue obligado a casarse, y de igual forma tuvieron dos hijas. 

Sin embargo, sus parejas no sabían nada acerca de esta infidelidad, fue algo que Raúl mantuvo oculto durante mucho tiempo, argumentando que él no tenía la culpa de que lo buscaran las mujeres. De modo que debía proveer recursos a ambas familias, pero aún si tenía dos o más trabajos el dinero que ganaba no era suficiente. Es por eso que con el propósito de cubrir sus obligaciones como padre, pensó en dirigirse a Estados Unidos, a la edad de 37 años.

Así realiza un viaje de tres días en autobús para llegar a Tijuana, y por medio de un conocido, le pagó aproximadamente diez mil dólares a un coyote para que lo ayudara a cruzar la frontera. Una vez ahí, debían esperar el mejor momento para atravesar el desierto. El señor Pérez explica que fue una de las experiencias más traumáticas de su vida, caminó durante tres días bajo los fuertes rayos del sol y las noches heladas, con solo una botella de agua y poca comida. 

Declaró que a mitad de camino el coyote los abandonó: “ya en el desierto nadie te ayuda, cada quien va a su suerte” y por esto mismo “En el camino se quedaron varias personas”. De acuerdo con sus palabras “El peligro lo corres desde que llegas a la frontera, la frontera ya es tierra de nadie” “hay ocasiones en que los guardias fronterizos se sienten amenazados’ y han disparado contra migrantes”. 

Cuando finalmente logró cruzar, enfrentó las dificultades de vivir en un lugar completamente distinto. En primer lugar, la barrera del idioma lo orilló a realizar trabajos en los que no fuese indispensable la comunicación, inició por ser lavatrastes en un restaurante, jardinero, albañil. 
Asimismo, relata que el racismo en Estados Unidos es muy común, él mismo experimentó tratos discriminatorios por parte de las personas blancas, que lo despreciaban por ser mexicano, “Aquí lo que vale es el güero de ojo azul, esa es la supremacía de la raza Aria”, explica que a pesar de ello, esto no fue tan grave para él “yo tuve la fortuna de ser un poco alto y blanco, eso me ayudó mucho”.

De igual forma, debido al gran número de inmigrantes indocumentados que existen, es común que existan rivalidades entre los mismos mexicanos o latinos. Raúl compartía cuarto con 3 desconocidos, y menciona que “entre los mismos paisanos hay mucha envidia y discriminación”, declara que “a veces, tienes que luchar más contra tu raza que con los güeros”.
Alrededor de doce millones veintisiete mil personas de origen mexicano residen fuera del país, el 97% en el vecino del norte, según el Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME). 

Después de haber juntado el dinero suficiente para construir una casa, comprar una camioneta y emprender un negocio, regresó a México. Junto con su segunda pareja e hijas se mudó a Tamaulipas, para dedicarse al comercio y distribución del pescado, pero “no funcionó”, no resultó ser tan remunerado como esperaba. 

Aunque intentó hacer una vida cerca de su familia, en su país natal, se dio cuenta de que era complicado ganar lo suficiente, para mantener a dos familias. Con un tono molesto explica: “trabajaba igual de duro que en Estados Unidos, pero me pagaban menos de la mitad de lo que ganaba allá”. Es decir, las condiciones laborales en México equivalen a largas jornadas de trabajo y bajos salarios, poco favorables para una persona que tenía la responsabilidad de cuatro hijas. 

De esta forma, se comunicó con las personas que lo ayudaban a pasar y en cuanto vio la oportunidad de regresar al país vecino nuevamente cruzó la frontera. Por desgracia, se relacionó con amistades que no eran muy buenas personas. Relata que un día la policía, en busca de drogas, irrumpió en el departamento en el que vivían. Los agentes policiales pretendían acusarlos por la ilegal posesión de drogas, pero no encontraron indicios de esta,  solo se percataron de que eran inmigrantes sin papeles, por lo que los deportaron a México.

Como él, alrededor de 775,000 personas mexicanas fueron deportadas desde Estados Unidos en 2022, el 31% del total de expulsiones, según el periódico El País. 

Al quedar registro de esto en el sistema de migración estadounidense, cuando el señor Raúl intentó cruzar por tercera vez, fue detenido por los guardias fronterizos y lo sancionaron por querer pasar nuevamente sin documentos, así que pasó seis meses en la cárcel. 

Tras ser liberado, se cuestionó si debía hacer su vida en México o volvería a tratar de pasar al país vecino. Pero consciente de los intentos fallidos que había tenido en sus negocios, se vio obligado a volver. ”Ya intenté el taxi, ya intenté el pescado, no tengo dinero para invertir en otro negocio, me tuve que regresar a Estado Unidos”. Debía darle una mejor vida a sus hijas, para que pudieran ir a la universidad y terminaran sus estudios. 

Sin embargo, dependiendo de por donde crucen la frontera o como la cruces, los riesgos serán distintos. En esta ocasión, trató de cruzar por Texas “camine 2 días, me regresaron, lo intente de nuevo y camine por 5 días, pero me volvieron a agarrar hasta que al final estuve caminando en total como 14 días“, el señor Raúl expresa que aunque le costó mucho más trabajo que las veces anteriores, tenía muy claro cuál era su objetivo y no planeaba rendirse “no hay nada que te detenga, es como la migración de los animales”.

“La última vez que lo intenté, tuve que pagarle al cartel doscientos dólares”. Los grupos de traficantes de droga que se dedican a extorsionar a los coyotes. Otro de los riesgos que enfrentó, cuando cruzó por Texas fueron “los rancheros que sienten que su deber patriótico es defender a su país de los invasores migrantes, y como andan armados, por que en Estado Unidos es legal portar armas, llegan a dispararle a los migrantes y salen libres, alegando que han invadido su propiedad”.

Cuando logró cruzar la frontera, decidió no regresar a San Diego en California, por las dificultades que afrontó en el pasado. Es allí cuando unos conocidos lo invitan a ir a Denver, Colorado, lugar en el que ha estado aproximadamente 14 años y reside actualmente. En ese tiempo, aprendió el idioma y se dedicó a cuidar casas, propiedades, realizar trabajos de jardinería, ganadería, entre otros.

Hoy en día, a pesar de las complicaciones que enfrentó, logró brindarle educación a sus 4 hijas, cada una concluyó sus estudios y actualmente se encuentran ejerciendo su respectiva profesión. Raúl le recomendaría a aquellas personas que desean salir de su país, que lo hagan, pero piensen en los inconvenientes “ganas al mejorar las calidad de vida de tu familia, pero pierdes una vida trabajando lejos de tus seres queridos”

Tras tanto tiempo lejos de su hogar, Raúl confiesa extrañar su pueblo natal, las costumbres, la comida y por supuesto a su familia: “si me dieran documentos aquí no los agarro, yo quiero regresarme a morir a mi pueblo”. Y aunque se mostraba afligido, dice no arrepentirse de nada, se encuentra conforme con su vida “yo ya he cumplido mi meta, sacar adelante a mis hijas”.





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