“El básquetbol me ha dado todo”: Abraham González

Abraham González. Foto: Ángel Chávez

Por Ángel Chávez, Ricardo Sánchez y Ximena Urbina 
CDMX. En medio de tierra, polvo, hormigas y balones, el equipo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPYS), Las Panteras, llevó a cabo uno de sus entrenamientos rutinarios en Gallineros, las canchas al aire libre del Complejo Deportivo del Campus Central en Ciudad Universitaria. “¡Pónganse a correr! Son 12 minutos”. Es la orden directa del entrenador Abraham González a los deportistas. 

La docena de minutos casi se duplicó, pero no para los jugadores ―sería tiránico dar vueltas por más tiempo con el fulminante rayo de sol de media tarde atacándote sin protección―, sino para González, quien en poco más de un tercio de hora recordó sus 17 años de carrera en el basketball, primero como jugador y luego como entrenador.  

“Sin rodilla” a los 13 

Nativo de la Ciudad de México, desde los seis años sus padres, ambos entrenadores de básquetbol, lo orillaron y prepararon para jugar. Sin embargo, esta afición no le perteneció siempre. “Yo quería jugar fútbol, pero mi papá no me dejó”. A pesar de que el balompié era el deporte que veía en la televisión constantemente, como cualquier mexicano promedio, sus padres lo fueron acercando al básquetbol que, como otros, se ve opacado en el reflector por el considerado “deporte nacional”.

A partir de ahí, esa nueva afición por encestar se desarrolló a raíz de la constante práctica e iniciativa por mejorar. Abraham entrenó en los equipos que dirigían sus padres durante toda su infancia, hasta que a los 13 años un obstáculo nubló su camino: sufrió una lesión de ligamento cruzado durante un campamento. “Caí, como que mi rodilla se atoró y me jalaron, y ahí quedó. De hecho fue en un partido, en la final del campamento, ahí se quedó la rodilla”.   

Aunque en la actualidad una lesión de ligamentos cruzados, según explica el  columnista de medicina deportiva Ian McMahan para The Guardian, no significa el final de una carrera, sí deja cierta incertidumbre en relación al desempeño futuro del jugador. Lo normal es juzgar y evaluar el potencial dañino de ligamentos cruzados en adultos, pero Abraham era todavía un niño cuando tuvo el accidente.

“Me dijo la doctora que si quería jugar me tenía que operar, pero no quisimos porque estaba muy chiquito”. Abraham enfrentó entonces un largo año de recuperación y terapia, aunque eso solo respecto a la parte física. Klay Thompson, superestrella de la National Basketball Association (NBA), declaró en su momento que lo más complicado de una lesión de ligamentos cruzados es superar el tema mental.

Sumado al año obligado de ausencia para sanar su joven cuerpo, Abraham pasó otros 365 días vagando en un mundo de incertidumbres. ¿Volver o no al básquetbol? La respuesta la encontró en la pasión y competitividad, además de que en ese entonces no veía vida alguna fuera del deporte. Las ganas vencieron al duro golpe que suponía estar ese tiempo inactivo; lo mejor apenas estaba por venir.      

Las grandes ligas

Abraham, el jugador situado hasta la izquierda, como parte del equipo del CNAR. Foto: Recuperada del sitio web del CNAR.

A los quince, después de dos años de recuperación física y psicológica, Abraham jugó para el Club San Andrés. Gracias a sus compañeros de equipo se le presentó la oportunidad de hacer pruebas para ingresar al Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Deportivos y Alto Rendimiento (CNAR), perteneciente a la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (CONADE). 

Las pruebas físicas y de habilidad sucedieron en competencia directa contra otros jóvenes de su edad provenientes de toda la República; cada vez que daban inicio, los participantes recibían un número que los distinguía del resto, así era más fácil identificar quién ya no tendría la oportunidad de asistir al día siguiente.

La incertidumbre de las pruebas se prolongó por tres días, durante los cuales era común dejar de ver algunos rostros. Pasar a la siguiente etapa constituía un logro por sí mismo. Codearse e imponerse sobre los que seguramente eran los mejores basquetbolistas de su edad en México ―cifras de la CONADE indican que cerca de 500 atletas, divididos en 22 disciplinas, formaron parte del CNAR― no es cualquier cosa. 

Acabados los días de prueba, Abraham fue uno de los seleccionados. Inició un proceso en el que estaba obligado a comer, dormir, estudiar, entrenar y respirar rodeado de básquetbol, ya que al ser menor de edad debía integrarse al CNAR como atleta interno; en otras palabras, solo podría abandonar el recinto los fines de semana. 

Esta oportunidad, única en el mundo del deporte, permitió que sus tenis pisaran tierras lejanas. Disputó enfrentamientos, representando a México, que tuvieron lugar en distintas naciones como Países Bajos, Italia y España. “Jugábamos contra selecciones de otros países, fueron de los partidos que más me gustaron”. Era el sitio donde podía medirse con aquellas juventudes destacadas mundialmente en su deporte. 

España es un caso paradigmático. Con más de 370 mil jugadores pertenecientes a la Federación Española de Baloncesto y una estimación hecha por la misma institución de más de dos millones de practicantes, el básquetbol es el segundo deporte más practicado en ese país, detrás, cómo no, del fútbol. Si a esto le sumamos las dos Copas Mundiales de Baloncesto que han ganado, es razonable afirmar que se trata de un país altamente competente en este deporte; después de EE.UU. es la nación donde más popularidad ha ganado.

México, por otra parte, sin mundiales ni datos oficiales, mucho menos en las ligas de adolescentes, no está en la mejor de las posturas contra ese gigante ibérico. No obstante, lo anterior sólo es cierto a nivel institucional, ya que el equipo de Abraham tuvo la posibilidad de plantarle cara a escuadras de este y muchos otros lugares. En un torneo realizado en España, que tuvo un mes de duración, lograron quedar semifinalistas siendo vencidos por el Real Betis Baloncesto.

Esta carrera en el CNAR tuvo un final burocrático. Con la entrada de Ana Gabriela Guevara a la dirección de la CONADE, el programa del CNAR donde Abraham participaba fue reemplazado por otro llamado NBA Latinoamérica. “Prácticamente no había ningún jugador mexicano. Decía Latinoamérica pero todos eran de Brasil, Uruguay o España”.   

Tras haberle invertido más de un año de su vida, la puerta de la CONADE se cerró. Con el objetivo de retomar sus estudios en la Escuela Nacional Preparatoria No. 5 “José Vasconcelos”, que había dejado en pausa por el ingreso al CNAR, se unió a Los Vaqueros, el equipo representativo de dicha institución. Comenzó una nueva etapa en su carrera: el baloncesto en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

De aprendiz a maestro

La participación de Abraham en los torneos interprepas, partidos entre las nueve preparatorias de la UNAM, estuvo llena de éxito. Ganó los dos torneos en los que pudo participar. Ricardo Sáenz, hoy uno de los jugadores que entrena, pero en su momento rival de Prepa 1, cuenta que “cuando comenzó el partido y Abraham metió sus primeros puntos comprendí que (...) iban a verlo a él, a su juego. Toda una comunidad reunida por el talento de una sola persona fue impresionante”.

Durante el final de su etapa de preparatoria, cuando la mayoría de edad le impidió por reglamento jugar una última temporada con Los Vaqueros, comenzó a entrenar para el equipo de Pumas Juvenil, donde se reúne lo mejor de todos los planteles de bachillerato. A pesar de que se atravesó la pandemia por COVID-19, Abraham continuó entrenando y junto con su entrada a la FCPYS se hizo de un lugar en Pumas, el equipo representativo mayor de toda la UNAM.       

Su paso por Pumas fue accidentado. Cuenta que durante la participación del equipo en la Liga ABE, la principal competición universitaria de baloncesto en México, solo pudieron hacerse de siete victorias. Una de las razones de este mal resultado, explica, tiene que ver con el hecho de que las escuelas privadas suelen atraer mayor talento que las públicas gracias a las becas. Los deportistas con mejor rendimiento prefieren estar en las filas privadas, lo que crea una brecha considerable.

Después de esta época, de tantos años, decidió dejar de practicar básquetbol. “Pensé que ya había jugado todo lo que tenía que jugar. Como que me aburría hasta cierto punto”. Su decisión se vio respaldada por el deseo de enfocarse en su carrera universitaria, puesto que las jornadas de entrenamiento con Pumas llegaban a veces hasta durar cinco horas y le impedían llevar su vida académica en orden.

La relación de Abraham con el básquetbol, que hasta entonces había sido de casi toda la vida, terminó. Tal vez así se hubiera quedado, en no más que retas ocasionales con amigos, pero la vida siempre sorprende. En el momento en que buscaba realizar su servicio social acudió a la Coordinación de Deportes en la FCPYS, sus labores serían las de difusión o creación de contenido; no obstante, el coordinador, Randú Téllez, tenía otra cosa en mente.

Randú, quien conocía el historial deportivo de Abraham aún sin que él le hubiera contado,  le ofreció saldar su deuda con la sociedad entrenando al equipo de la Facultad. El deporte que había decidido hacer a un lado regresó una vez más para recordarle aquel momento de su infancia en que determinó que no se podía imaginar la vida sin básquetbol. Así, a sus 22 años y con una larga carrera por detrás, se convirtió en entrenador. 

En esta nueva etapa, que prácticamente acaba de empezar, se enfrenta a situaciones hasta entonces desconocidas. La cuestión burocrática y administrativa, por ejemplo, es un obstáculo que ha ido sorteando poco a poco. Sin mencionar la falta de apoyo que los deportes sufren en toda la UNAM, ya que, desde su opinión, no se les considera como prioridad. “Obviamente es más divertido llegar, ponerte los tenis y convivir con tus compañeros”, refiere en relación a la comparativa entre la responsabilidad de ser entrenador y la de ser jugador. 

Abraham tiene en mente continuar por este camino que aún sigue descifrando. Gracias a los consejos de sus padres, a quienes ahora recurre no para ser entrenado, sino para saber cómo entrenar,  comprende y se apega aún más a su labor. 

Al final solo se trata de pasión, de entrega, de disciplina. “El básquetbol [significa] pues todo. Me ha dado amistades, oportunidades, estudio (...). Estar implicado desde chiquito me ha llevado a conocer todos estos lados, todas estas personas, las oportunidades en la escuela. Y yo creo que más que eso no le puedo pedir al deporte”.

Abraham da indicaciones a Las Panteras en medio de un partido. Foto: Ángel Chávez



Bookmark and Share

No hay comentarios.

Con tecnología de Blogger.