12 de marzo de 2024

¡Por todas las compas marchando en Reforma!


Por Deneb Caroli Ayala Rivera, Raúl Hernández Martínez, José Ángel García Carrera y Angel Jesús Vázquez Pérez 
CDMX. El calor de los primeros días de marzo azotó a la Ciudad de México, el aire era pesado por el bochorno y el único alivio era el ligero andar del viento, presente por ratos. Por las calles del centro de la ciudad; las principales avenidas hervían en gritos de las más de 180 mil mujeres que salieron de sus casas, equipadas con mochilas, pancartas y pañuelos. La cita para la tarde del viernes 8 de marzo fue en el Monumento de las Mujeres que Luchan (antes conocida como la Glorieta de Colón) y pese a que la hora acordada fue a las tres y media de la tarde, comenzaron a llegar previo al miedo día.

El morado y el verde inundaron las calles, multitud de sentimientos materializados en las expresiones de estas mujeres, un sin fin de historias, todas diferentes, atravesadas por un denominador común: la violencia de género. Rabia, tristeza, odio, pero también una furia alegre y una enrabiada esperanza emanaba de los gritos, cantos y bailes de una multitud incansable aún con el sol quemando la piel, pues la temperatura superó los 33 grados. 

¡Somos malas, podemos ser peores… !

Un par de calles antes del inicio oficial de la marcha, en una esquina sobre Paseo de Reforma, una niña de aproximadamente 10 años de edad, de ojos brillantes presume su capucha morada, su voz aniñada, emocionada corea al son de: “¡Somos malas, podemos ser peores y al que no le guste se jode, se jode! Así voy a cantar cuando sea del bloque negro, ¿qué?, así me hiciste tú”.

Le dice la niña a Araceli, su madre, quien comparte con su hija su distintivo cabello negro, una mujer de rostro redondo que desde que tiene memoria es vendedora ambulante, pues su mamá la llevaba a trabajar con ella desde muy pequeña. Araceli es madre de tres pequeñas y hoy está con ellas vendiendo paliacates verdes y morados en un pequeño carrito con ruedas gastadas, sus hijas le ayudan deambulando alrededor ofreciendo los pedazos de tela; pese a estar trabajando desde las ocho de la mañana, las cuatro lucen entusiasmadas y contagiadas por la emoción de quienes participan en el movimiento.

“Tengo como unos ocho años vendiendo en la marcha de conmemoración el 8M, los paliacates nosotras los tenemos como un símbolo, el morado es para representar a las mujeres y el verde para lo del aborto. Yo me siento identificada en este movimiento porque abusaron de mí desde pequeña, muchas veces una se queda callada, no lo dice por miedo, en mi caso no hubo quien me dijera “yo te ayudo”. Cada año la marcha se hace más fuerte y yo le inculco a mis hijas a que me tengan confianza, que no se dejen, que se sepan defender y que si lo necesitan pidan ayuda”.

Araceli es de la segunda de tres generaciones de vendedoras ambulantes, al igual que su madre hizo con ella, lleva a sus hijas consigo a trabajar desde que tienen memoria; con ojos entristecidos recuerda las veces que ha sido objeto de violencia, sin embargo, la esperanza asoma en su rostro ante la idea de que la generación más joven no será un blanco fácil para la violencia machista, las pequeñas cuando crezcan formarán parte del bloque negro.


Este es un día para buscar justicia

“En esta marcha hay muchas mujeres que te hacen llorar, hay hermanas, madres, tías… gente que tiene familiares desaparecidas y a nadie le importa, este es un día para buscar justicia”, sentencia María Luisa, una mujer pequeña y delgada quien vestida de blanco, carga un ramo de flores y una pesada lona enrollada en espera de su contingente. Con voz fina y diplomática explica que viene con una asociación en pro de los derechos de las mujeres, empoderándolas y dándoles cursos de capacitación, en su voz hay rabia y enojo al afirmar: “estamos en la marcha por apoyo a las madres buscadoras, porque no se acepta pero hay muchos casos de feminicidios, en México hay mucha impunidad, los datos oficiales dicen que son diez casos al día, bueno, nosotras contabilizamos que son cerca de doscientos cincuenta”.

“Nosotras llevamos tres años asistiendo a la marcha, pero creo que el tema es mucho más complejo que solo fijarnos en la cantidad de personas que asisten. Cada vez hay mucha mayor corrupción, puesto que el gobierno que acordó ayudar le ha cerrado las puertas a muchas madres buscadoras y esto ha generado que crezca el malestar social. Las fiscalías no siguen los protocolos de género establecidos para las desapariciones y los feminicidios, muchas dependencias se han aliado al crimen organizado y existe muy poca empatía, interés y voluntad política para resolver los problemas”.

El patriarcado no solo está en los hombres


A unos cuantos metros de María Luisa un contingente de Yaaj, una asociación civil sin fines de lucro, dedicada a proteger los derechos de las personas LGBTI+, comienza a juntarse. Alrededor de 30 personas congregadas entre el ruido de los demás contingentes, grandes banderas blancas con el logo de la organización ondean al son del viento, sin embargo, no son las únicas insignias que adornan en el cielo, banderas decoradas con los colores del arcoiris resaltan al alzarse sobre la cabeza de los participantes.

Ahí conocimos a Adolfo, alta, de cabello negro y corto, luce una playera lila y pantalones holgados; con mirada dulce y voz amanerada, explica que a pesar de su cuerpo, biológicamente masculino, sus pronombres son elle o ella, es una persona no binaria. Ella ejerce el trabajo sexual desde los 14 años; la frustración guía el cambio de su voz, al mismo tiempo que sus facciones tornan en una mueca de desagrado. “No tenemos derechos laborales y el trato es indignante por el simple hecho de serlo”, elle trabaja principalmente en aplicaciones o en trabajo sexual de calle; es el más difícil y peligroso, nunca estás seguro, no trabaja por gusto lo hace por necesidad.

“Esta es la primera vez que asisto a la marcha, muchos estigmas me habían impedido asistir anteriormente, tuve que deconstruirme en cuanto al sistema y a cómo se ha visibilizado la marcha, siempre la han pintado como una marcha violenta, pero yo creo que es necesaria, no sólo para las mujeres si no para todas las disidencias que sufren la opresión patriarcal, representó a la comunidad disidente, que son todas estas comunidades que no tienen visibilidad; trabajadoras y trabajadores sexuales, la comunidad trans y no binaria, todos los que al igual que las mujeres también sufren por la violencia patriarcal”. 

Explica que la deconstrucción es un proceso, “te das cuenta cuando ves un panorama de las personas, o ves a la sociedad desde una perspectiva disidente y desde la precariedad, ahí es cuando te das cuenta que estás en un sistema y que algo está mal con él, ahí involuntariamente te estás deconstruyendo. Por eso creo que es necesario luchar contra el patriarcado, que no está solamente en hombres, también en mujeres, incluso en las que están en la política”.

Las palabras de Adolfo conmovieron los sentimientos del niño que fue violado a los cuatro años, el niño heterosexual cis-genero que vivió la violencia del patriarcado, ahora es mayor de edad y tras compartirnos su experiencia nos pide no escribir detalles de su caso ni mencionar su nombre, de cualquier forma no es necesario, la lección estaba clara; el feminismo es cosa de mujeres, pero el patriarcado nos implica a todos.

Monumentos y estatuas a salvo…¿las mujeres cuándo?

Dentro de los contingentes, la marcha transcurrió de forma lenta y pausada hasta la Torre del Caballito, pero nunca fue aburrida; el ruido de los tambores resonaba a través de todo Reforma, las consignas estallaban a cada momento, y la emoción de las y los asistentes era notoria y contagiosa. Justo a un lado de aquel monumento amarillo, en medio de cantos y banderas, una chica rubia y tez blanca muestra dificultades para encender por primera vez una bengala de color verde; una descarga de energía recorre su cuerpo en forma de saltos y gritos cuando logra su cometido. A su alrededor, unas cuantas mujeres absorben su alegría, su inexperiencia no la hace menos combativa, pues para todo hay una primera vez.


Cerca de ahí, figuras encapuchadas con paliacates o pasamontañas color negro, realizan iconoclasia con la experiencia que caracteriza al bloque negro, con latas de pintura y mazos en mano arremeten contra los monumentos; mientras las demás mujeres gritan con rabia “¡Vivas nos queremos!” por los miles de feminicidios que ocurren en México diariamente, una de las expresiones más comunes a lo largo de todo el recorrido.

A pesar de lo que dicen los medios y el pensamiento popular, los monumentos y vallas de contención, más que ser vandalizadas, se convierten en la voz de aquellas mujeres que tienen algo que decir; varios kilómetros de vallas y muros serían necesarios para que cada asistente de la marcha escribiera un pensamiento relacionado con sus experiencias con la violencia. Sin embargo, solo aquellas protestantes, criminalizadas por cubrir sus rostros, pueden escribir en nombre de todas las que ahí marchan incansables, cada vez con más energía para saltar y gritar con orgullo ante tales muestras de lo que algunos llaman vandalismo, pero para ellas es libertad y arte en su estado más puro.

La marcha continua. La multitud bordea poco a poco el Zócalo y, a diferencia de lo que aquellas mentes cerradas piensan, todo va de la manera más pacífica posible. Utilizar cómo lienzos en blanco los muros y estatuas no es violencia hacia nadie. Cuando llegan a Avenida Juárez, las vallas de contención son aún más frecuentes, protegen el hemiciclo a Juárez y a los bancos; aun así, numerosos negocios mantienen sus puertas abiertas, las mujeres que laboran en dichos establecimientos muestran su apoyo y cantan: “¡Esas morras sí me representan!”.

Por un breve instante, la marcha pasa por Eje Central, las vallas y los elementos de seguridad enmarcan la escena, a la izquierda está el Palacio de Bellas Artes y a la derecha la Torre Latinoamericana junto a la Torre Guardiola con las bóvedas del Banco de México. En este punto, el ruido intenso de las explosiones comienza a escucharse. El ambiente se torna un tanto oscuro y el viento, antes disfrutable, ahora llena de fatiga a quienes caminan cada vez más despacio.

La marcha continúa por la Avenida 5 de Mayo, donde la arquitectura de los edificios, lo estrecho de las calles, los indigentes y la variedad de expresiones crean un ambiente gótico. La luz de sol que antecede el atardecer baña a una chica que llora de impotencia al exponer a su agresor en un muro por primera vez. “Sí, tu monumento tenía cien años, pero yo solo tenía diez”, reza el cartel recién pegado, sus amigas la abrazan y la protegen, porque tienen claro que la policía no lo hará.

La tempestad persiste, el sol se oculta



La marcha desemboca en la plancha del Zócalo, lugar donde los contingentes se dispersan. Con el humo, la música, el sol que quema y baja tras los hoteles opuestos al Palacio Nacional, las chicas incendian sus carteles y aprovechan para descansar en las orillas de la gran explanada, mientras observan a las recién llegadas.

Un grupo con faldas, vestidos, paliacates, pintura corporal y, por supuesto, las distintivas capuchas color rosa decoradas de las formas más variadas, emite gritos de batalla y fluidos movimientos corporales acompañados de música; llena de energía y asombro a quienes llegan al Zócalo Capitalino, es sin lugar a dudas el bloque feminista de arte combativo conocido como Capuchas Rosas, quienes realizan performance de baile como protesta.

La Catedral Metropolitana de la Ciudad de México yace resguardada al igual que el Palacio Nacional, lo que da una sensación de abovedamiento que el bloque negro intenta derribar. Golpean y empujan las frías barreras de la intersección entre ambos edificios, el ruido de más bombas que explotan retumba  en el panorama.

“¡Creo que esta vez sí la van a derribar!”, fueron las palabras de una chica, quizás desilusionada al enterarse de que aquello no ocurrió. Los medios oficiales más tarde reportaron que la marcha transcurrió sin complicaciones y de manera pacífica, sin embargo, quienes asistieron vieron de primera mano que hubo gas pimienta contra las manifestantes que intentaron tumbar los cercos de contención, no fue gas de extintores viejos, sino gas pimienta, por la irritación que generó al respirarlo.

Una melodía inunda gran parte de la plancha, la piel se eriza al escucharla; a la luz dorada del atardecer, sobre un escenario hecho de tubos y algunas lonas, una madre buscadora canta la canción de Vivir Quintana:

“Por todas las compas marchando en Reforma
Por todas las morras peleando en Sonora
Por las comandantas luchando por Chiapas
Por todas las madres buscando en Tijuana
Cantamos sin miedo, pedimos justicia Gritamos por cada desaparecida
Que resuene fuerte ¡nos queremos vivas! Que caiga con fuerza el feminicida
Soy Claudia, soy Esther y soy Teresa
Soy Ingrid, soy Fabiola y….”

La voz, cansada de gritar, se quiebra al llegar a esta estrofa, con fuerzas ahoga el impulso del llanto contrayendo los músculos del rostro, logra cerrar los ojos para evitar explotar ante la tristeza y con dolor al fondo de la garganta continua “... y soy Ximena”.

“Ximena escucha tu mami está en la lucha… y a los cobardes que se ocultan tras esas vallas les recuerdo… ¡a quien debieron proteger era a mi hija!”. Fueron los gritos desgarradores de aquella mujer cansada, de ojos cristalinos y ligeros temblores resultado de la impotencia, la frustración y la incertidumbre de quien lucha todos los días por encontrar a su hija.




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