13 de marzo de 2024

Voces unidas en la lucha


Por: Angelina Noemí Sein González y Daniel Terán Escamilla
CDMX. En la proclamada Glorieta de las Mujeres que Luchan, sobre Paseo de la Reforma, comenzó la travesía, marcada por la fuerza y la solidaridad característica de las calles. El sol de la tarde bañaba la urbe, mientras miles de mujeres se congregaban, preparándose para tomar las calles del centro de la ciudad.

Acompañados por los gritos de consignas las cuales clamaban por justicia, igualdad y un país libre de violencia, fue como nos sumergimos en la marcha de la marea bicolor, la cual, llena cada 8 de marzo la Ciudad de México.

Un mundo de pancartas, voces y esperanza inundó las calles antes grises y rutinarias. Y en el transcurso de la marcha, las pancartas eran alzadas como estandartes de un cambio urgente y necesario. "¿Por qué se espantan por las que luchan y no por las que matan?", cuestionaba una de ellas. Entre el mar de voces, resonaban clamores como "Todas las madres merecen ver a sus hijas volver", expresiones crudas de una realidad desafiante. 

Las pancartas son un reflejo de una gran diversidad, desde reclamos por justicia para las víctimas de violencia hasta exigencias por derechos sexuales y reproductivos. Cada letra, cada trazo, era un grito contenido liberado al viento. Las palabras envueltas con el aroma dulce del humo de colores y el eco de tambores, creaban un universo de resistencia y sonoridad y las mujeres, con sus rostros pintados de coraje y esperanza, eran defensoras una de la otra.

Entre el mar de consignas, en un costado del Zócalo capitalino destacaba un grupo de mujeres luchando: víctimas de violencia vicaria, las cuales exigían justicia y el pago de pensiones alimenticias. "Amiga, pide la pensión", clamaban con las fotos de los deudores en sus manos, recordándonos la lucha por la igualdad no termina en las calles, sino en cada hogar y tribunal de justicia. Sus rostros reflejaban dolor, pero también esperanza. “Hicimos esto porque queremos justicia”, dijo María, madre soltera y además, aseveró: “no es solo dinero, es el derecho de nuestros hijos a una vida digna”.


En medio del bullicio, una de las colectivas extravió a Daniela y la angustia imperó. El tiempo se detuvo mientras buscaban a su hermana desaparecida. Cientos de mujeres gritaban “¡Daniela! ¡Daniela!”, unidas en la búsqueda de una compañera perdida y finalmente, la encontraron, abrazada por desconocidas, ahora eran cómplices de su seguridad. La solidaridad fue palpable, una red de apoyo que envuelve a todas.

Así, entre consignas, pancartas y abrazos solidarios, finalmente apareció el corazón de la Ciudad de México. En el Zócalo, la energía de la marcha era el palpitar de una ciudad viva. Hay esperanza, pero también está la certeza de un camino largo por delante. La lucha feminista es un río caudaloso, el cual seguirá fluyendo hasta que todas las mujeres vivan libres de violencia.
 
Y mientras el sol se ponía en el horizonte, llevábamos en nuestros corazones el recuerdo imborrable de una jornada de lucha, de sororidad y de esperanza para un futuro más igualitario, justo para todas; testigos de la fuerza de las mujeres, de su resiliencia, de su lucha. En cada paso, en cada pancarta, en cada abrazo, el centro de la ciudad se transformó. ¡Que tiemblen los machistas, porque la revolución es feminista!





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