Ciudad de México (Aunam). La Casa del Peregrino está ubicada al norte de la Ciudad de México, es un lugar amplio, con comedores y el espacio perfecto para que las personas que suelen visitar a la Virgen de Guadalupe tengan una estancia más agradable con cajones para estacionar sus camiones y descansar de un largo viaje.
Entre adornos extravagantes para la Virgen, risas, música norteña, charlas y el ir y venir del devoto pueblo mexicano, ahí, en la periferia, un pequeño espacio de letargo, caracterizado por la incertidumbre de los que se encuentran. Hay unos cuantos dormitorios y en la puerta, unas sillas con cinco personas que hablan bajo.
Comiendo de un plato de unicel destaca, quizá por la profunda pigmentación de su piel, Rodolfo Morrris o “Teacher Mauricio”, como suele presentarse. Alto para ser hondureño, calza unos zapatos negros, un pantalón oscuro que posiblemente sea una talla más grande para él, un descuidado saco negro y un rosario blanco que le cuelga del cuello.
Rodolfo es catedrático, hace veinte años también se encontraba en México, dio clases en Querétaro; León, Guanajuato; Veracruz. Impartió diplomados; licenciaturas en comercio internacional, administración de empresas y hotelería y turismo, todo en su segunda legua: el inglés.
Egresado de Harvard con doctorado en lenguas y después de 32 años de impartir clases en todo Centroamérica, México y Estados Unidos, hoy, está a la deriva, naufragando. Como si la vida se tratase de un viaje a bordo de un barco, Rodolfo sufrió el golpe de una marea brava seguido de una tempestad que aún no termina, que penetra su piel, sus huesos y hasta sus pensamientos desde aquel día en el que un grupo perteneciente a la Mara Salvatrucha (MS) irrumpió en su hogar, se llevó todo, violó a su esposa, la golpeó y lo amenazó de muerte. “Siempre había ganado bien, ahorita fracasé en todo, perdí a mi esposa, mi casa y tres restaurantes”.
Amenazado de muerte, Morris se repite para sí mismo: “nobody wants to die, everybody wants to survive, sólo dios tiene la facultad de quitarte la vida, nadie más”.
A sus 55 años emprendió un viaje a la Ciudad de México junto con su amigo José Aurelio, no como turistas, sino como inmigrantes que huyen de la violencia de su país: “salimos por necesidad y superación, para huir de los maras… Esto se va a volver tremendo, ya estamos en el fin del mundo”.
Sobre la situación que le dio un giro de 180 grados a su vida, Morris compartió: “el problema más grande fue con el presidente de Honduras, que utilizó a los mareros (MS) y la 18, para agarrar a los narcos más grandes de honduras. El país estaba bien, había dinero y trabajo, porque los narcos eran dueños de compañías y fábricas, regalaban casas y terrenos. Pero como el presidente los entregó a Estados Unidos con ayuda de la MS y la 18, entonces ahora el presidente está en la espada y la pared, utilizó ayuda de ellos y ahora no los puede detener, ahora ellos se están empoderando”.
“Estas caravanas no se van a detener ahorita, el caso de Centroamérica es extraordinario, la MS y la 18 se están apoderando del país. La policía y ellos son los mismos, entonces tú no tienes con quien acudir. Llega la MS y te dice ‘te damos 24 horas para que desocupes tu casa’, y tú no puedes sacar nada”.
“Mara MS y la 18 ya son ejército, ya caminan por las calles sin pena, ya te matan a sangre fría, ¿a quién vas a acudir? si te quejas más rápido te matan, te quitan propiedades, casas y bienes”
El camino fue largo; 15 días aproximadamente fueron los que recorrieron desde Honduras a la Ciudad de México sin descanso, huyendo de migración, escondiéndose en el monte, durmiendo dos horas durante el día y caminando durante la noche para que con la poca luz fuera más complicado ubicarlos. Ambos fueron asaltados en el camino, escaparon de la muerte y observaron en la carretera cuerpos sin vida que no pudieron escapar de su realidad.
“Nuestra primera intención era alcanzar la caravana en la Pachula, pero nos sentamos a dialogar y analizar, entonces decidimos ir solos porque es más fácil que ayuden a dos personas que a 600 personas”, dice Rodolfo, “ y aunque José quería agarrar viaje a Estados Unidos, lo he convencido de no meterse a la boca del lobo, allá te liquidan y la familia ni cuenta se da”
En una realidad donde “si nada tienes, nada vales”, frase que al unísono pronunciaron Morris y José, lo único que les queda ahora es permanecer en el albergue provisional el tiempo que puedan, solicitar asilo político y comenzar a “trabajar en lo que salga” para que nadie los siga para secuestrarlos o mutilarlos, para que José tenga posibilidad de enviar dinero a su esposa e hijo que en unos cuantos días cumple tres años, y para que el catedrático pueda volver a tener una vida solvente. Pero una cosa tienen muy en claro: ya no pueden regresar a Honduras.
Morris está seguro que “como México no hay dos; hay vida, la alimentación no es problema, acá entro a cualquier restaurante y digo: ‘fíjese que tengo hambre y no he comido, ¿me podría regalar un taco?’ y nombre, eso aquí es lo de menos, amo mucho a esté país”.
El frío de la noche lo envolvió así que recurrió a una chamarra que colocaría debajo de su saco. Ya a las ocho de la noche y después de tres largas horas de charla, Morris comenzó a hablar del futuro y con una especie de hasta luego, continuó: "quizá más adelante podrías llevarte la sorpresa de poder reencontrarnos en alguna institución o en alguna capacitación, todo es posible y el mundo es pequeño"
Conforme pasaba el tiempo, dos hondureños y un guatemalteco se sumaron a la charla, retomaron sus experiencias que resumieron con la frase: “si dios con nosotros, ¿quién contra nosotros? ” y aseguraron que al huir de la violencia, lo que menos buscan es generar más violencia en otras naciones.
La música de la tarde cesó, los peregrinos comenzaron a irse y la oscuridad de la noche perpetuo a nuestro alrededor. Preocupados por mi trayecto de regreso a casa, José inició una oración que continuaron los demás formando un pequeño círculo de pie.
De esta manera, frente a un cuadro de la Virgen de Guadalupe y con la cabeza inclinada, Morris, Julián, Antonio, Jesús y José le oraron a Dios, oraron por los migrantes, por los mexicanos y por mí, por mi salud, mi bienestar y mi trayectoria académica, y concluyeron dando gracias por todo lo que han recibido a pesar de caminar con las bolsas vacías.

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