13 de marzo de 2024

Voces unidas en la lucha


Por: Angelina Noemí Sein González y Daniel Terán Escamilla
CDMX. En la proclamada Glorieta de las Mujeres que Luchan, sobre Paseo de la Reforma, comenzó la travesía, marcada por la fuerza y la solidaridad característica de las calles. El sol de la tarde bañaba la urbe, mientras miles de mujeres se congregaban, preparándose para tomar las calles del centro de la ciudad.

Acompañados por los gritos de consignas las cuales clamaban por justicia, igualdad y un país libre de violencia, fue como nos sumergimos en la marcha de la marea bicolor, la cual, llena cada 8 de marzo la Ciudad de México.

Un mundo de pancartas, voces y esperanza inundó las calles antes grises y rutinarias. Y en el transcurso de la marcha, las pancartas eran alzadas como estandartes de un cambio urgente y necesario. "¿Por qué se espantan por las que luchan y no por las que matan?", cuestionaba una de ellas. Entre el mar de voces, resonaban clamores como "Todas las madres merecen ver a sus hijas volver", expresiones crudas de una realidad desafiante. 

Las pancartas son un reflejo de una gran diversidad, desde reclamos por justicia para las víctimas de violencia hasta exigencias por derechos sexuales y reproductivos. Cada letra, cada trazo, era un grito contenido liberado al viento. Las palabras envueltas con el aroma dulce del humo de colores y el eco de tambores, creaban un universo de resistencia y sonoridad y las mujeres, con sus rostros pintados de coraje y esperanza, eran defensoras una de la otra.

Entre el mar de consignas, en un costado del Zócalo capitalino destacaba un grupo de mujeres luchando: víctimas de violencia vicaria, las cuales exigían justicia y el pago de pensiones alimenticias. "Amiga, pide la pensión", clamaban con las fotos de los deudores en sus manos, recordándonos la lucha por la igualdad no termina en las calles, sino en cada hogar y tribunal de justicia. Sus rostros reflejaban dolor, pero también esperanza. “Hicimos esto porque queremos justicia”, dijo María, madre soltera y además, aseveró: “no es solo dinero, es el derecho de nuestros hijos a una vida digna”.


En medio del bullicio, una de las colectivas extravió a Daniela y la angustia imperó. El tiempo se detuvo mientras buscaban a su hermana desaparecida. Cientos de mujeres gritaban “¡Daniela! ¡Daniela!”, unidas en la búsqueda de una compañera perdida y finalmente, la encontraron, abrazada por desconocidas, ahora eran cómplices de su seguridad. La solidaridad fue palpable, una red de apoyo que envuelve a todas.

Así, entre consignas, pancartas y abrazos solidarios, finalmente apareció el corazón de la Ciudad de México. En el Zócalo, la energía de la marcha era el palpitar de una ciudad viva. Hay esperanza, pero también está la certeza de un camino largo por delante. La lucha feminista es un río caudaloso, el cual seguirá fluyendo hasta que todas las mujeres vivan libres de violencia.
 
Y mientras el sol se ponía en el horizonte, llevábamos en nuestros corazones el recuerdo imborrable de una jornada de lucha, de sororidad y de esperanza para un futuro más igualitario, justo para todas; testigos de la fuerza de las mujeres, de su resiliencia, de su lucha. En cada paso, en cada pancarta, en cada abrazo, el centro de la ciudad se transformó. ¡Que tiemblen los machistas, porque la revolución es feminista!





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12 de marzo de 2024

“Cada una se hace feminista con su propia historia”


Por: Ulises Soriano Delgado
CDMX. El teléfono suena en punto de las 10:20 de la mañana del 8 de marzo. “F” ya está en la puerta del edificio habitacional. Al abrir la puerta, aparece una mujer de 21 años, cabello negro con mechas azules deslavadas y cejas decoloradas, de estatura no más allá de un metro con sesenta centímetros y complexión robusta. Pasa y camina hasta la casa. Su andar es contundente y aprisa. Al llegar pregunta por una tlapalería para ir por una lata de pintura después de platicar.

“F” toma asiento en el comedor, luego de dejar su pesada mochila en el sillón. Accedió a brindar su testimonio, en tanto, su identidad se mantenga bajo secrecía para evitar cualquier represión por parte de las autoridades, además de darle asilo, pues su madre no desconoce su asistencia a la marcha del 8M, pero, sobre todo, que ella forma parte del bloque negro.

Luego de desayunar, “F” pone su historia sobre la mesa. “¡Imagínate lo normalizado de todo esto! Solo había vivido lo ‘normal’: que me tocaran, me voltearan a ver en la calle y me dijeran piropos; pero en 2019, dos semanas después de cumplir los 19 años, en agosto, saqué a mi perra a pasear en el parque, a dos cuadras de la casa de mi abuelita; ya era noche, llevaba falda y me percaté que un señor me seguía. Corrí a casa. De pronto, este hombre me tomó por el cuello e intentó taparme la boca; si no es porque alcancé a gritar, desconozco lo que hubiera pasado”.

Después de llegar a su casa, no dejó de llorar y la rabia la invadió. Su abuela la contuvo, sin embargo, “no paré de gritarle hasta de lo que se iba a morir” al sujeto, el cual fue detenido por los vecinos hasta la llegada de la policía. Siguió un proceso administrativo en contra de aquel hombre por agresión física, sin embargo, solo fue acreedor a una multa y a la reparación de los daños. Mientras relata su historia, sus ojos se tornan brillosos, pero su semblante no infunde tristeza, exhibe encono y se ruboriza.

En 2020 asistió a su primera marcha del 8M en un contingente pacifico a raíz del evento y sentenció: “Cada una se vuelve feminista con su propia historia”. En aquella marcha, recordó, cantó y sintió la consigna “Somos malas / podemos ser peores / y al que no le guste, / ¡se jode, se jode!”, y eso la llevó a reflexionar y con su experiencia como bloque negro en marchas estudiantiles pasadas, decidió sumarse para el siguiente año.

Rosa mexicano

Durante el camino a la tlapalería, mientras el sol de las 11:30 de la mañana pegaba con fuerza, “F” contó cómo se prepara para la marcha al ser parte del bloque negro. No muestra incomodidad, pero sus respuestas son concretas, aunque nadie transite por las calles. “Físicamente es lo menos pesado, es algo que llevo haciendo por años. Voy al gimnasio y como estoy en un grupo de scouts, mi condición no merma, además, hacía taekwondo y judo. Dónde sí afecta es en lo mental”.

Cada 8 de marzo, las mujeres salen a manifestarse, argumentó, pues las desapariciones y feminicidios siguen ocurriendo, “una vez que estás ahí, existe un hermoso sentimiento de sororidad, pero al mismo tiempo, escuchas historias como la mía que te cimbran. Emocionalmente creo que nunca estaré preparada al 100 por ciento, además, cada que se acercan estas fechas salgo con más miedo a las calles porque la violencia aumenta”.

“F” vive con un coraje enclaustrado en su corazón y mente, sobre todo en esta fecha, pues son “días de vivencias fuertes, además de recuerdo y reflexión”. Llegando a la avenida Cuitláhuac, esquina con la México-Tacuba, entró a una Comex y el encargado, al verla con su pañuelo morado en la cabeza y ataviada con una playera morada, saltó del mostrador y le ofreció pintura en aerosol. “Mire, en este mostrador tengo el rosa mexicano, es el más vendido hoy”. “F” tomó la lata de pintura y pagó los noventa y cuatro pesos.

De regreso, en casa, mostró el contenido de su mochila rosa: un martillo y dos playeras negras: una para encapucharse y la otra, para cubrir la mochila. Además de sus botas tácticas, las de los scouts, lleva un pantalón Levis negro, ”el estilo no debes de perderlo”, asevera. Volteó la playera que ya usaba, la cual, tenía unas letras japonesas y al terminar, su semblante perdió algo de calma, como si todos sus sentidos hubieran terminado de despertar.

“En los movimientos estudiantiles estoy más que identificada, pero por lo menos hasta hoy, como parte del movimiento feminista y del bloque negro en estas marchas del 8M, no he recibido amenazas de ningún tipo y me queda en claro que tampoco he sido identificada”, expresó la entrevistada mientras esperaba con ansias la hora y el punto de reunión, el cual le sería enviado por WhatsApp, la única forma de comunicarse de las chicas del contingente.

“No hay bodegas ni mucho menos. Accionamos y hacemos la iconoclasia con lo que tenemos en casa, el martillo es de mi abuelita. Los ‘puerkos’ ―haciendo referencia a la policía― creen que tenemos bodegas y demás, pero no es así, o por lo menos, nunca nos han invitado a mis otras compas y a mí”. Negó por completo que ellas llevaran bombas molotov, pues no solo ponen en riesgo su vida, sino de las chicas manifestantes pacificas. Muchas de sus compañeras, dijo, tanto han aprendido ciertas cosas para resguardar su vida y a curar ciertas situaciones, sin embargo, se valen de los servicios médicos o de Brigada Marabunta.

Su teléfono sonó en punto de la una de la tarde: el lugar de reunión era la Glorieta de los Insurgentes, aproximadamente en cuarenta minutos. Su rostro mostró emoción, pero su lenguaje corporal denostaba tensión. Las manos las secó con su pantalón, desamarró y amarró sus botas; respiró una y otra vez y una ligera capa de sudor invadió su frente. 

Revisó todo por última vez, untó sobre su cara bloqueador solar y mostró su rostro encapuchado. Negó las fotografías, sin embargo, sus ojos rodeados por diamantina expresaban el miedo de la realidad vivida en México día con día; además, su mirada era firme y decidida. Retiró la capucha de su rostro y tomó su mochila y la cubrió con una tela negra. Mientras la puerta del departamento era abierta, “F” respiró profundamente y avanzó con el pie derecho. Sabía que no había vuelta atrás.

“Esas morras/ sí me representan”

En camino al metro Popotla, reflexionó una vez más sobre la visualización del movimiento feminista. “Antes, había quienes estaban en contra y se quejaban por las pintas que hacíamos en los monumentos, sé que su percepción ha cambiado, ahora tenemos más apoyo”. Contó que los únicos lugares en los que hay iconoclasia son en las vallas, las iglesias y los bancos, además de edificios, sedes de empresas transnacionales.

Cuando subió al metro, encontró a otras chicas que con dirección a la marcha. Intercambiaron miradas y con el puño se dieron ánimo; “F” no conocía a ninguna de las dos chicas, pero el simple hecho de venir ataviadas con blusas y paliacates morados invitaba a la sororidad y a un sentimiento de que ninguna estaría sola. Al pasar por metro revolución, una contingente acababa de bajar de un tren en sentido contrario. Aquellas desconocidas también descendieron y comenzaron a pintar una pared con aerosol.

“F” comenzó a cantar desde dentro del vagón “¡esas morras / sí me representan!”, y cuando la marea la escuchó, replicaron el cántico. Durante los siguientes veinte minutos, en el viaje entre el metro Hidalgo a Balderas y de ahí a Insurgentes, “F” estaba nerviosa. En la glorieta, solicitó que la esperara en las escaleras que llevan a la calle de Génova. En punto de las 2:13, encontró a sus compañeras debajo de una estructura que sostiene la estación del Metrobus para unirse al contingente que estaba arreglándose el cabello, todas ellas vestidas de negro.

A las 2:21 de la tarde, recogió su cabello con una cola de caballo, y entró a una bolita de la que salió encapuchada. Su rostro desapareció una vez más para sumarse a la colectividad de mujeres que llevan la boca llena de grito y pugnan por un México sin feminicidios y sin violencia contra la mujer. 

A las 2:28, junto con otras dos chicas más, caminó por Génova, detrás del contingente de la tianguis trans. Cuando las ven pasar, una vez más suena el cántico “esas morras / sí me representan”. En el momento en que ellas llegaron a Reforma, desaparecen de la vista, sin embargo, hay aplausos y el cantico. Frente a unas vallas, se escucha el rugir de los martillos. Son ellas: es “F”, quien empieza a hacer iconoclasia. 


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¡Por todas las compas marchando en Reforma!


Por Deneb Caroli Ayala Rivera, Raúl Hernández Martínez, José Ángel García Carrera y Angel Jesús Vázquez Pérez 
CDMX. El calor de los primeros días de marzo azotó a la Ciudad de México, el aire era pesado por el bochorno y el único alivio era el ligero andar del viento, presente por ratos. Por las calles del centro de la ciudad; las principales avenidas hervían en gritos de las más de 180 mil mujeres que salieron de sus casas, equipadas con mochilas, pancartas y pañuelos. La cita para la tarde del viernes 8 de marzo fue en el Monumento de las Mujeres que Luchan (antes conocida como la Glorieta de Colón) y pese a que la hora acordada fue a las tres y media de la tarde, comenzaron a llegar previo al miedo día.

El morado y el verde inundaron las calles, multitud de sentimientos materializados en las expresiones de estas mujeres, un sin fin de historias, todas diferentes, atravesadas por un denominador común: la violencia de género. Rabia, tristeza, odio, pero también una furia alegre y una enrabiada esperanza emanaba de los gritos, cantos y bailes de una multitud incansable aún con el sol quemando la piel, pues la temperatura superó los 33 grados. 

¡Somos malas, podemos ser peores… !

Un par de calles antes del inicio oficial de la marcha, en una esquina sobre Paseo de Reforma, una niña de aproximadamente 10 años de edad, de ojos brillantes presume su capucha morada, su voz aniñada, emocionada corea al son de: “¡Somos malas, podemos ser peores y al que no le guste se jode, se jode! Así voy a cantar cuando sea del bloque negro, ¿qué?, así me hiciste tú”.

Le dice la niña a Araceli, su madre, quien comparte con su hija su distintivo cabello negro, una mujer de rostro redondo que desde que tiene memoria es vendedora ambulante, pues su mamá la llevaba a trabajar con ella desde muy pequeña. Araceli es madre de tres pequeñas y hoy está con ellas vendiendo paliacates verdes y morados en un pequeño carrito con ruedas gastadas, sus hijas le ayudan deambulando alrededor ofreciendo los pedazos de tela; pese a estar trabajando desde las ocho de la mañana, las cuatro lucen entusiasmadas y contagiadas por la emoción de quienes participan en el movimiento.

“Tengo como unos ocho años vendiendo en la marcha de conmemoración el 8M, los paliacates nosotras los tenemos como un símbolo, el morado es para representar a las mujeres y el verde para lo del aborto. Yo me siento identificada en este movimiento porque abusaron de mí desde pequeña, muchas veces una se queda callada, no lo dice por miedo, en mi caso no hubo quien me dijera “yo te ayudo”. Cada año la marcha se hace más fuerte y yo le inculco a mis hijas a que me tengan confianza, que no se dejen, que se sepan defender y que si lo necesitan pidan ayuda”.

Araceli es de la segunda de tres generaciones de vendedoras ambulantes, al igual que su madre hizo con ella, lleva a sus hijas consigo a trabajar desde que tienen memoria; con ojos entristecidos recuerda las veces que ha sido objeto de violencia, sin embargo, la esperanza asoma en su rostro ante la idea de que la generación más joven no será un blanco fácil para la violencia machista, las pequeñas cuando crezcan formarán parte del bloque negro.


Este es un día para buscar justicia

“En esta marcha hay muchas mujeres que te hacen llorar, hay hermanas, madres, tías… gente que tiene familiares desaparecidas y a nadie le importa, este es un día para buscar justicia”, sentencia María Luisa, una mujer pequeña y delgada quien vestida de blanco, carga un ramo de flores y una pesada lona enrollada en espera de su contingente. Con voz fina y diplomática explica que viene con una asociación en pro de los derechos de las mujeres, empoderándolas y dándoles cursos de capacitación, en su voz hay rabia y enojo al afirmar: “estamos en la marcha por apoyo a las madres buscadoras, porque no se acepta pero hay muchos casos de feminicidios, en México hay mucha impunidad, los datos oficiales dicen que son diez casos al día, bueno, nosotras contabilizamos que son cerca de doscientos cincuenta”.

“Nosotras llevamos tres años asistiendo a la marcha, pero creo que el tema es mucho más complejo que solo fijarnos en la cantidad de personas que asisten. Cada vez hay mucha mayor corrupción, puesto que el gobierno que acordó ayudar le ha cerrado las puertas a muchas madres buscadoras y esto ha generado que crezca el malestar social. Las fiscalías no siguen los protocolos de género establecidos para las desapariciones y los feminicidios, muchas dependencias se han aliado al crimen organizado y existe muy poca empatía, interés y voluntad política para resolver los problemas”.

El patriarcado no solo está en los hombres


A unos cuantos metros de María Luisa un contingente de Yaaj, una asociación civil sin fines de lucro, dedicada a proteger los derechos de las personas LGBTI+, comienza a juntarse. Alrededor de 30 personas congregadas entre el ruido de los demás contingentes, grandes banderas blancas con el logo de la organización ondean al son del viento, sin embargo, no son las únicas insignias que adornan en el cielo, banderas decoradas con los colores del arcoiris resaltan al alzarse sobre la cabeza de los participantes.

Ahí conocimos a Adolfo, alta, de cabello negro y corto, luce una playera lila y pantalones holgados; con mirada dulce y voz amanerada, explica que a pesar de su cuerpo, biológicamente masculino, sus pronombres son elle o ella, es una persona no binaria. Ella ejerce el trabajo sexual desde los 14 años; la frustración guía el cambio de su voz, al mismo tiempo que sus facciones tornan en una mueca de desagrado. “No tenemos derechos laborales y el trato es indignante por el simple hecho de serlo”, elle trabaja principalmente en aplicaciones o en trabajo sexual de calle; es el más difícil y peligroso, nunca estás seguro, no trabaja por gusto lo hace por necesidad.

“Esta es la primera vez que asisto a la marcha, muchos estigmas me habían impedido asistir anteriormente, tuve que deconstruirme en cuanto al sistema y a cómo se ha visibilizado la marcha, siempre la han pintado como una marcha violenta, pero yo creo que es necesaria, no sólo para las mujeres si no para todas las disidencias que sufren la opresión patriarcal, representó a la comunidad disidente, que son todas estas comunidades que no tienen visibilidad; trabajadoras y trabajadores sexuales, la comunidad trans y no binaria, todos los que al igual que las mujeres también sufren por la violencia patriarcal”. 

Explica que la deconstrucción es un proceso, “te das cuenta cuando ves un panorama de las personas, o ves a la sociedad desde una perspectiva disidente y desde la precariedad, ahí es cuando te das cuenta que estás en un sistema y que algo está mal con él, ahí involuntariamente te estás deconstruyendo. Por eso creo que es necesario luchar contra el patriarcado, que no está solamente en hombres, también en mujeres, incluso en las que están en la política”.

Las palabras de Adolfo conmovieron los sentimientos del niño que fue violado a los cuatro años, el niño heterosexual cis-genero que vivió la violencia del patriarcado, ahora es mayor de edad y tras compartirnos su experiencia nos pide no escribir detalles de su caso ni mencionar su nombre, de cualquier forma no es necesario, la lección estaba clara; el feminismo es cosa de mujeres, pero el patriarcado nos implica a todos.

Monumentos y estatuas a salvo…¿las mujeres cuándo?

Dentro de los contingentes, la marcha transcurrió de forma lenta y pausada hasta la Torre del Caballito, pero nunca fue aburrida; el ruido de los tambores resonaba a través de todo Reforma, las consignas estallaban a cada momento, y la emoción de las y los asistentes era notoria y contagiosa. Justo a un lado de aquel monumento amarillo, en medio de cantos y banderas, una chica rubia y tez blanca muestra dificultades para encender por primera vez una bengala de color verde; una descarga de energía recorre su cuerpo en forma de saltos y gritos cuando logra su cometido. A su alrededor, unas cuantas mujeres absorben su alegría, su inexperiencia no la hace menos combativa, pues para todo hay una primera vez.


Cerca de ahí, figuras encapuchadas con paliacates o pasamontañas color negro, realizan iconoclasia con la experiencia que caracteriza al bloque negro, con latas de pintura y mazos en mano arremeten contra los monumentos; mientras las demás mujeres gritan con rabia “¡Vivas nos queremos!” por los miles de feminicidios que ocurren en México diariamente, una de las expresiones más comunes a lo largo de todo el recorrido.

A pesar de lo que dicen los medios y el pensamiento popular, los monumentos y vallas de contención, más que ser vandalizadas, se convierten en la voz de aquellas mujeres que tienen algo que decir; varios kilómetros de vallas y muros serían necesarios para que cada asistente de la marcha escribiera un pensamiento relacionado con sus experiencias con la violencia. Sin embargo, solo aquellas protestantes, criminalizadas por cubrir sus rostros, pueden escribir en nombre de todas las que ahí marchan incansables, cada vez con más energía para saltar y gritar con orgullo ante tales muestras de lo que algunos llaman vandalismo, pero para ellas es libertad y arte en su estado más puro.

La marcha continua. La multitud bordea poco a poco el Zócalo y, a diferencia de lo que aquellas mentes cerradas piensan, todo va de la manera más pacífica posible. Utilizar cómo lienzos en blanco los muros y estatuas no es violencia hacia nadie. Cuando llegan a Avenida Juárez, las vallas de contención son aún más frecuentes, protegen el hemiciclo a Juárez y a los bancos; aun así, numerosos negocios mantienen sus puertas abiertas, las mujeres que laboran en dichos establecimientos muestran su apoyo y cantan: “¡Esas morras sí me representan!”.

Por un breve instante, la marcha pasa por Eje Central, las vallas y los elementos de seguridad enmarcan la escena, a la izquierda está el Palacio de Bellas Artes y a la derecha la Torre Latinoamericana junto a la Torre Guardiola con las bóvedas del Banco de México. En este punto, el ruido intenso de las explosiones comienza a escucharse. El ambiente se torna un tanto oscuro y el viento, antes disfrutable, ahora llena de fatiga a quienes caminan cada vez más despacio.

La marcha continúa por la Avenida 5 de Mayo, donde la arquitectura de los edificios, lo estrecho de las calles, los indigentes y la variedad de expresiones crean un ambiente gótico. La luz de sol que antecede el atardecer baña a una chica que llora de impotencia al exponer a su agresor en un muro por primera vez. “Sí, tu monumento tenía cien años, pero yo solo tenía diez”, reza el cartel recién pegado, sus amigas la abrazan y la protegen, porque tienen claro que la policía no lo hará.

La tempestad persiste, el sol se oculta



La marcha desemboca en la plancha del Zócalo, lugar donde los contingentes se dispersan. Con el humo, la música, el sol que quema y baja tras los hoteles opuestos al Palacio Nacional, las chicas incendian sus carteles y aprovechan para descansar en las orillas de la gran explanada, mientras observan a las recién llegadas.

Un grupo con faldas, vestidos, paliacates, pintura corporal y, por supuesto, las distintivas capuchas color rosa decoradas de las formas más variadas, emite gritos de batalla y fluidos movimientos corporales acompañados de música; llena de energía y asombro a quienes llegan al Zócalo Capitalino, es sin lugar a dudas el bloque feminista de arte combativo conocido como Capuchas Rosas, quienes realizan performance de baile como protesta.

La Catedral Metropolitana de la Ciudad de México yace resguardada al igual que el Palacio Nacional, lo que da una sensación de abovedamiento que el bloque negro intenta derribar. Golpean y empujan las frías barreras de la intersección entre ambos edificios, el ruido de más bombas que explotan retumba  en el panorama.

“¡Creo que esta vez sí la van a derribar!”, fueron las palabras de una chica, quizás desilusionada al enterarse de que aquello no ocurrió. Los medios oficiales más tarde reportaron que la marcha transcurrió sin complicaciones y de manera pacífica, sin embargo, quienes asistieron vieron de primera mano que hubo gas pimienta contra las manifestantes que intentaron tumbar los cercos de contención, no fue gas de extintores viejos, sino gas pimienta, por la irritación que generó al respirarlo.

Una melodía inunda gran parte de la plancha, la piel se eriza al escucharla; a la luz dorada del atardecer, sobre un escenario hecho de tubos y algunas lonas, una madre buscadora canta la canción de Vivir Quintana:

“Por todas las compas marchando en Reforma
Por todas las morras peleando en Sonora
Por las comandantas luchando por Chiapas
Por todas las madres buscando en Tijuana
Cantamos sin miedo, pedimos justicia Gritamos por cada desaparecida
Que resuene fuerte ¡nos queremos vivas! Que caiga con fuerza el feminicida
Soy Claudia, soy Esther y soy Teresa
Soy Ingrid, soy Fabiola y….”

La voz, cansada de gritar, se quiebra al llegar a esta estrofa, con fuerzas ahoga el impulso del llanto contrayendo los músculos del rostro, logra cerrar los ojos para evitar explotar ante la tristeza y con dolor al fondo de la garganta continua “... y soy Ximena”.

“Ximena escucha tu mami está en la lucha… y a los cobardes que se ocultan tras esas vallas les recuerdo… ¡a quien debieron proteger era a mi hija!”. Fueron los gritos desgarradores de aquella mujer cansada, de ojos cristalinos y ligeros temblores resultado de la impotencia, la frustración y la incertidumbre de quien lucha todos los días por encontrar a su hija.




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