13 de enero de 2024

Los Guardianes de la Ilusión


Por Yinssy Claudeth Sierra Ortiz 
Es víspera de Reyes.  
Voy de camino a casa de mi novio luego de reunirnos con nuestros amigos más cercanos para despedir a uno que pronto sale de viaje y no quería hacerlo sin antes haber partido una piñata y una rosca en compañía de la familia que eligió tener en nosotros.  

Hoy, a mis 23 años, y mientras me doy cuenta de que ya pasa de la medianoche y de que todavía hay varios padres que están con sus hijos, paseando en la calle y viendo los juguetes, la nostalgia y el recuerdo se entrelazan como las luces centelleantes que desfilan en los árboles de Navidad que decoran las casas. 

Y es que hace casi una década, descubrir el secreto de los Reyes, cambió mi vida para siempre.  

No recuerdo la fecha exacta, pero sí que era la de un día importante, porque mi mamá me había pedido ir a buscar algo que estaba en la bodega ubicada en la planta baja de mi casa, y que sólo se usaba en ocasiones especiales durante la temporada decembrina. 

Esta bodega, que hace tiempo era un departamento, fue invadida por el abandono, lo que la ha convertido en una especie de vertedero de decoraciones, cajas, despensa y muchísimas hojas de papel amontonadas en cuadernos y libros, que no hacen más que seguir acumulándose con el paso de los años.  

“¡Está ahí, en el baño de la bordadora!”, se apresuró a gritar mi mamá desde la cocina de la casa que alguna vez fue habitada por mi abuela, pero a la que recientemente nos habíamos mudado. 

Y fue en ese momento cuando hice el gran hallazgo; en el baño de “la bordadora”, estaban los juguetes que supuestamente aparecían como por arte de magia durante la madrugada del 5 de enero. 

El impacto fue tal, que olvidé qué es lo que me habían mandado a traer.  

Y es que nunca podría terminar de describir la ola de sensaciones que me revolvió el estómago en ese momento, mientras me mantenía de pie frente a la gran pila de cajas, todas decoradas con un listón en forma de moño, de diferente color cada uno. 

La tristeza y la decepción, pero sobre todo, la curiosidad, fueron lo que motivaron mis acciones siguientes: comencé a mover cada una de las cajas con cuidado, viendo qué es lo que había llegado para que al día siguiente jugáramos mientras los adultos se entretenían con una aburrida rosca que tiene varios potenciales objetos de asfixia esparcidos, y que, por alguna razón (que en ese entonces desconocía), hacía que nos volviéramos a reunir el mes siguiente. 
 
Primero vi lo de siempre; Tutsi botas llenas a reventar de dulces y pijamas para cada uno. Después, los regalos más específicos: una trilogía de libros que hace tiempo yo había querido comenzar a leer, un arma con “balas” de hidrogel, una muñeca que tenía una caja de voz, y un set de arena kinésica y de masa moldeable.  

Al volver a tratar de acomodar las cajas, sin reparar demasiado en el orden en el que estaban cuando las encontré, no pude seguir conteniendo las intensas ganas de llorar que tenía, habían estado creando un pesado nudo en mi garganta que fue destensándose a medida que sollozaba en silencio, temiendo ser descubierta.  

Fue difícil para mí lidiar con la sensación de traición que implicaba saber la verdad de lo que mis papás se habían esforzado por mantener oculto cada año. “Así que los malditos niños odiosos que se la pasaban diciendo que los reyes eran los papás, al final tuvieron razón”, pensé mientras lloraba, ahora sintiendo también ira y coraje. 
 
Traté de secarme las lágrimas lo mejor que pude, y una vez estando más tranquila, me di cuenta de que ese pequeño incidente también me dio la oportunidad de entender la razón por la que lo hacían; el afán de mantener viva la llama de la ilusión y de la inocencia infantil de sus cuatro hijos. 

En esa revelación que tuve, pude sentir el inmenso amor en las acciones de mis padres, y en una fracción de segundo, pasé de juzgarlos por ellas, a admirarlos profundamente por la intención con la que decidían hacerlas.  

Les conté lo que había pasado, e incluso me ofrecí a ayudarles a colocar los regalos debajo del árbol para que mis hermanos los encontraran en cuanto decidieran levantarse a buscar, tan colmados de emoción y de expectativas que ese sería el único día de todo el año en el que se despertarían temprano sin quejas ni objeciones. 

Es víspera de Reyes.   

Hoy, a mis 23 años, soy capaz de ver y admirar el amor con el que los padres salen a buscar regalos para sus hijos.  

Hay quienes todavía hacen lo posible para lograr preservar sus sueños y en un futuro puedan decir que tuvieron infancias felices, mientras que para otros es más complicado mantener en secreto la identidad detrás de las personas que dejan los presentes en el árbol.  


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12 de enero de 2024

El día de Reyes es una rosca…



Por Mariana Paz Alvarez  
Estado de México. En la tranquila calle Don Quijote, ubicada en la colonia Mancha I de Naucalpan de Juárez, la familia Paz anticipa la llegada del Día de Reyes con una serie de tradiciones entrañables y costumbres arraigadas. Desde días previos, la atmósfera en la calle se impregna de expectación y la familia se prepara para una celebración que va más allá de la mera festividad. 

La odisea comienza con la elección de la panadería local, cuyo nombre parece ser un secreto celosamente guardado. De hecho, quien no sea vecino de la colonia o no frecuente el lugar no podría saber que es una panadería, al menos que note el olor a pan recién horneado o si pasa lo suficientemente cerca para notar el pan en las bandejas. 

A pesar de su modesto tamaño y tenue iluminación, la familia Paz aprecia el equilibrio entre calidad y precio que esta panadería les ofrece.  

La señora Ivonne y su hija Mariana asumen el papel de embajadoras familiares al dirigirse a la panadería en busca de la tradicional rosca de Reyes. Dos roscas de un kilo, doscientos pesos cada una, cabe decir. Son encargadas, una para ese mismo día, cinco de enero, y otra para el Día de Reyes. La dueña, una hábil panadera cuyo nombre se mantiene en las sombras, promete tener las roscas listas para su recolección a partir de las cuatro de la tarde. 

Y así se hizo, la señora Ivonne y Mariana, subieron nuevamente a las cinco de la tarde la empinada subida para ir a recoger su pedido y dejaron ya pagada la del día siguiente. 

Ya en la noche, la familia se congrega en la casa de la abuela Guillermina, una residencia de dos pisos con un portón negro y un amplio garaje. La sala, decorada con fotos familiares que albergan un chiste interno sobre el favoritismo de la abuela, se convierte en el escenario para partir la tan esperada rosca. 
 
  

Se les llama a todos para que bajen a partir la rosca, se sirve en vasos desechables el chocolate en agua, típica bebida caliente para esta familia, para después pasar a cortar uno por uno su pedazo, Mariana es la primera el cortarla, le cuesta un poco ya que al final está algo dura, ese es el comentario recurrente respecto a la rosca, “La rosca esta algo dorada/quemada” “No sabe mal, pero si esta algo dorada” “Algo dura” son algunos de los comentarios. A pesar de estas observaciones, el foco principal se centra en descubrir quién obtendrá "el muñequito". 

Este honor recae en Juan, Ivonne y el preadolescente Santiago, quienes elaboraran los tamales el próximo 2 de febrero, porque en esta familia los tamales se hacen no se compran.  

La crónica revela un día de reyes atípico, con una sensación de quietud en la calle, donde la ausencia de niños jugando y el cambio en las preferencias de regalos reflejan una transformación en la sociedad. 

-¡No mamá! Los niños ya no piden juguetes, ya solo quieren teléfonos- comenta Juan a la señora Guillermina.  
-Pues sí, eso cierto- respondió ella- antes los veías salir con su bicicleta a la calle, ahora no hay nadie.     

Los regalos ya no fueron puestos bajo el árbol en casa de la abuela, los regalos ahora son dinero para el preadolescente de doce años, Santiago, y las dos jóvenes adultas, Samantha de diecinueve años y Mariana de veinticuatro. En cambio, para Regina, la pequeña de siete años, los regalos si la esperaban bajo el árbol tanto de su casa como en casa de sus tíos Ivonne y Juan, un kit de papelería de Harry Potter, una muñeca de Hermione Granger y una bolsa de dulces. En casa de la abuela le esperaban dulces e igualmente dinero.  

La jornada culmina con la degustación de una segunda rosca, esta vez más suave y deleitable, realzada con adiciones como nutella, mermelada y nata. Esta vez “el muñequito” le toco a Regina y a su mamá, Yuridia.   

Con la llegada de la noche, la familia se dispersa hacia sus hogares, pero la resonancia de la celebración perdura, marcando el final de un día que, a pesar de sentirse diferente, logra reunir a la familia en una experiencia compartida. En la calle Don Quijote, la tranquilidad retorna, pero los recuerdos de este Día de Reyes perdurarán en la familia Paz como un capítulo más de su historia. 


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El trayecto de los Reyes Magos


Por Monserrat Hernández Bernal 
CDMX. Es cinco de enero y desde temprano a Ethan le preguntan que le va a pedir a los Reyes este contesta con balbuceos, por otro lado, Héctor quien es más grande dice que es un secreto y se ríe ante las miradas de aquellas mujeres que solo pasan y preguntan.

Son niños que esperan con ansias llegar a casa y ver que les trajeron los reyes. Son niños que han pasado 10 días en un autobús, viajando por el sureste del país y a pesar de las maravillas que han visitado lo que más ansían es llegar a casa y ver que les trajeron los reyes.

En Campeche, aquella ciudad amurallada se disfruta de un sol que no quema y de casas coloridas y ordenadas, pero hay un calor tan intenso que aun así uno siempre busca la sombra para refugiarse. Como en otros lados, aquí se pone un tianguis donde la gente pone sus puestos de juguetes, aunque ahora ya son más los puestos de celulares y aparatos electrónicos lo que llama la atención de los niños antes que los juguetes clásicos.

Si caminas sobre ese tianguis el olor de aquella humedad calurosa que se siente y percibe en toda la zona desaparece y se convierte en olor a algodón de azúcar, donde los niños disfrutan de jugar con aquellas tiras que vuelan del mismo algodón o vas chocando con aquellas personas que por la prisa llevan su rosca de reyes recién horneada, desde aquella que necesitan dos personas para cargarla.

-“¡Córrele y aguas con la gente, que si la tiras te mato!”
-“Ni me andes amenazando, nomás la cargo porque es de doña Ofe”

A lo lejos se prepara un escenario donde anuncian que a las seis de la tarde vendrán los Reyes Magos a tomarse fotos y a recibir las cartas de todos los niños. 

Ya es tarde y hay un camino que seguir, no tocará ver y escuchar a los Reyes Magos de la Ciudad de Campeche, es momento de que Héctor y Ethan regresen a la ciudad de México.

En el autobús, Héctor siempre fue cambiando de asiento con su papá, con su mamá, quienes discutían a veces en frente de todos, pero eso a Héctor no le importaba siempre y cuando tuviera a su Baby Yoda con el cuál jugar. “Papá, ¿crees que los reyes me traigan aquella nave que les pedí? Es que quiero saber si el Baby Yoda podrá subirse.” Su papá, Ricardo, voltea a ver a su hijo y el semblante de enojo que se veía en su rostro por a penas discutir con su esposa cambió. “Si te portaste bien, los Reyes sabrán que regalarte”. Héctor solo vio a su peluche y convencido de que se portó bien, le sonrió a su peluche y siguió agarrado de la mano de su papá.

La noche cayó, un viaje de Campeche a la Ciudad de México es de aproximadamente de 20 horas. Saliendo de ahí a las seis de la tarde todos esperan llegar en la tarde del medio día a casa. Lo increíble de estar en el sureste y viajar en carretera es ver las estrellas, no solo como algunos puntos blancos en el cielo, no, es ver todo el cielo lleno de estrellas, algunas si se fija bien son aquellas constelaciones que a veces uno solo ve en revistas. 

“Ethan, mira” El niño de no más de dos años casi dormido volteó a ver el cielo, el cielo estrellado. Su mamá, Jessica que no tenía más de 25 años quito al niño de los brazos de su abuelo y le señalo el cielo. “Mira, mi amor, las estrellas” El niño que solo veía el cielo se emocionó y balbuceando empezó a emocionarse y a llamar la atención de su abuelo. “Son los reyes Magos que nos acompañan en el viaje” comento su abuelo. De ahí solo voltearon a ver el cielo y al rato otra vez existía un silencio pues Ethan el niño que todo el viaje gritó y balbuceo se quedó dormido.

A la salida de Tabasco, entrando a Veracruz era el punto que se iba a avanzar de madrugada, desgraciadamente una camioneta se cruzó con dos tráileres. A suposición de lo que paso en el accidente lo más probable es que se hayan cerrado, dicen que hasta se incendió uno de los tráileres, solo lo saben quiénes lo vieron de cerca o aquellos choferes que escucharon todo a la maña siguiente. Lo que si es real es que el camión que los reyes magos acompañaban se detuvo por cinco horas.

A penas a las siete de la mañana el camión continuo, y a la hora se detuvo en un restaurante, “El Capi”, para que los pasajeros desayunaran. Otro problema que empezó a suscitarse fue la enfermedad, a las personas del autobús les estaba afectando los cambios de temperatura, el calor de la zona al aire acondicionado del autobús. Ethan despertó con calentura.

“Ethan, ¿Qué te trajeron los reyes?” pregunta una de las chicas que estaba sentada hasta atrás en el camión. “Nomás una calentura” respondió Jessica que se le notaba molesta. La chica solo puso una cara de lastima y siguió. 

La estadía en ‘El Capi’ fue un poco tardada, como si todos los autobuses que estuvieran en la carretera fueran a parar ahí. Estaba lleno y aunque había 6 meseros, Lula, se empezaba a estresar. Derek ya estaba acabando turno, así que sus mesas se las estaba dando a Lula, chicos de no más de 20 o 21 años. En un momento Lula solo mencionó “vaya Reyes que me tocó”.

El ambiente era estresante y triste, a pesar de eso familias que se veía que eran de la zona llegaban a ‘El Capi’ a desayunar con sus hijos, niños que llevaban carritos nuevos o muñecos de acción nuevos. La alegría de ver a sus hijos felices se iba de las caras de los padres cuando se daban cuenta de lo lleno que estaba el restaurante y como decepcionados, solo pedían sus ordenes para llevar o mejor cancelaban la orden.

A seguir el paso, en Orizaba, se podía observar como en las canchas de fut había niños jugando, los balones se veían nuevos, y a fuera, padres acompañando a sus hijos, o aquel padre que jugaba con su hija, con un vestido rosa de cuadros y jalando su nuevo carrito, acompañado de risas.

El camino a partir de ahí fue verde, se escuchaban algunos murmullos y conversaciones en el autobús pues era de día. Aún así algunas quejas se oían cuando preguntaban a los coordinadores la hora de llegada y decían “Al norte de la ciudad, como a las siete u ocho”.

En la última parada para ir al baño, Ethan otra vez se escuchaba balbucear. “Ya se siente mejor, ¿verdad?” Jessica, solo sonreía. El camino a partir de ahí se fue como agua, algunas veces verde, otras veces con casas al fondo. De todo se vio un poco en ese último recorrido.

Jessica y Ethan se bajaron en Tecámac, la primera parada que se hizo para ir dejando a la gente. Muchas personas despedían a Ethan con cariño y algunos hasta diciendo que “ya se baja la alegría del camión”, otros solo agradecían que los gritos por fin cedieran. “Me cuentas que te trajeron los reyes…” Menciono alguien mientras Ethan desfilaba a través del pasillo del camión.

La siguiente parada fue en el Monumento a la Revolución donde todos bajaron. Héctor y su familia entre ellos. Mientras las últimas personas buscaban sus maletas, solo se escuchaba a Héctor decirle a su abuela, “Abu yo si me porte bien todo el año, ¿verdad que llegando a casa los Reyes me habrán traído lo que les pedí?” Su abuela solo se río y contesto “Lo veremos, lo veremos mi amor, ahorita espera a tu papá que trae las maletas”. Una camioneta ya los esperaba para guardar todo el equipaje que llevaban.

Al final del día Ethan y Héctor son aquellos niños que ni por ver los parajes verdes o aquellos cenotes azules de agua fresca o el chocolate recién hecho se emocionan, solo buscan sus regalos de día reyes para jugar, esa es la emoción que llevo el trayecto de los Reyes Magos



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La noche de los globos


Por Daniel Alejandro Manzano González 
La noche del 5 de enero del 2024, la familia González (conformada por 4 familias nucleares) se reunió en la acogedora casa de la abuela Lidia, a solo una cuadra y media de la imponente Basílica de Guadalupe. La atmósfera estaba cargada de alegría y emoción por verse nuevamente en las posfechas navideñas, mientras los primos preparaban los detalles para lanzar su globo a los Reyes Magos desde la azotea, las tías terminaban de preparar la cena.

La casa resonaba con risas y pláticas animadas. Oscar, el primo mayor de 33 años, inicio la organización para lanzar el globo, asegurándose de que todo estuviera en orden. Erick, Toño, y Alan, los primos que pasaban de los 25, se encargaron de poner la música y de animar el ambiente con anécdotas de hace más de 15 años.

La mesa estaba adornada con una colorida rosca de Reyes y un aromático pozole que despertaba el apetito de todos. La familia compartió risas y anécdotas mientras disfrutaban de la deliciosa comida tradicional, recreando recuerdos de casi dos décadas  detrás.

Después de saborear el último bocado de rosca y pozole, llegó el momento de dirigirse a la azotea. La familia se reunió alrededor de los globos, cada primo contribuyendo con su entusiasmo y buenos deseos. Diego, el más joven de los primos adultos a sus 21 años, era el encargado de sostener los globos antes del lanzamiento que llevarían principalmente los sueños de las primas Alejandra de 13 y Andrea de 11 años a los cielos con la ilusión de ser atrapados por los Reyes Magos.

Con el cielo estrellado como testigo y la Basílica de Guadalupe como paisaje iluminando la noche, la familia lanzó sus globos llenos de esperanzas y sueños. Todos observaron con admiración mientras se elevaban lentamente los globos, aunque hubo quienes como Alan y Erick se preocuparon de que estos no se reventaran al pasar cerca de los balcones pertenecientes al edificio de costado.

La experiencia creó un lazo especial entre los primos, fortaleciendo su conexión familiar. Después de disfrutar de ese mágico momento, se despidieron con abrazos y sonrisas, aunque no se podían comparar las de todos los primos puesto que Andrea y Alejandra tenían una emoción e ilusión indescriptible en las suyas. Después del lanzamiento todos los integrantes de la familia se encontraban listos para regresar a sus hogares con corazones llenos de gratitud y la promesa de repetir esta entrañable tradición el próximo año.
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11 de enero de 2024

La magia de la ilusión



Por Daniela Aguilar Mata 
Cdmx. El tianguis de Zapotitlán, Tláhuac; un tianguis lleno de magia, luces, juguetes, comida, juegos mecánicos y por supuesto lleno de miles de personas, adultos, jóvenes y niños, todos llenos de felicidad y convivencia.

En la bulliciosa sinfonía del Día de Reyes en el tianguis, los primeros rayos de sol acarician los toldos multicolores que albergan un despliegue de juguetes que compiten en esplendor. Peluches suaves al tacto, autitos que destilan brillantes pinturas y muñecas con vestidos bordados capturan la atención de niños y adultos por igual. La escena se vuelve un mar de posibilidades, donde cada rincón promete la emoción de un nuevo hallazgo.

Los vendedores, artífices de historias, dan vida a los objetos exhibidos. Cuentan historias cautivadoras sobre la procedencia y las características únicas de cada juguete. Los padres, envueltos en esta atmósfera encantada, se sumergen en el arte de elegir el regalo perfecto, sabiendo que detrás de cada compra hay una experiencia que trasciende el mero acto comercial.

Los escenarios temáticos se erigen como pequeños reinos de fantasía. Árboles adornados, luces centelleantes y figuras de los Reyes Magos dan vida a la historia del Nacimiento. Niños ataviados con vestimenta alusiva exploran este mundo encantado, asumiendo roles de pastores, reyes y personajes bíblicos, añadiendo un toque teatral a la jornada.

La espera para fotografiarse con los Reyes Magos se convierte en un espectáculo en sí mismo. La paciencia se mezcla con la anticipación mientras los niños, con miradas ilusionadas, esperan su turno para inmortalizar el momento. El resultado son instantáneas impregnadas de magia, donde la realidad y la fantasía se entrelazan en sonrisas radiantes.

El aire se satura con aromas irresistibles de la gastronomía callejera. Puestos con techos de humo ofrecen tamales envueltos en hojas de maíz, elotes asados con queso, mayonesa y el picante característico de nuestro país, churros recién freídos y crepas recién hechas. Las familias se congregan alrededor de mesas improvisadas, compartiendo no solo alimentos, sino también risas y anécdotas que crean vínculos más allá de los sabores.

Los juegos mecánicos, con sus luces intermitentes y música estridente, añaden un elemento de excitación al evento. Carruseles giratorios, montañas rusas en miniatura y ruedas de la fortuna despiertan la adrenalina de los más pequeños, quienes desbordan entusiasmo en cada vuelta y giro.

Con el atardecer, el tianguis se ilumina de manera mágica. Los fuegos artificiales estallan en el cielo, reflejándose en los ojos admirados de los presentes. Es el clímax de la celebración, un momento donde el espectáculo pirotécnico se fusiona con los vítores y aplausos de la multitud, creando un cierre grandioso para un día lleno de maravillas.

Así, en la trama rica y detallada del Día de Reyes en el tianguis, cada componente se entrelazan para tejer una crónica llena de colores, sabores, risas y emociones, dejando en la memoria de quienes participan la estampa imborrable de una celebración vibrante y llena de vida.


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