15 de julio de 2023

¡Aquí no hay timbres! Un viaje por el Palacio Postal


Por: Alim Zahir Osorio de la Cruz, Ma. Fernanda Oviedo Juárez y Diego Pacheco Gutiérrez 
México. No tenemos estampillas, ¿te puedo dar una etiqueta de porte pagado?” son las 11 palabras que ningún postcrosser quiere escuchar. Pero ¿qué alternativas hay?, ¿no enviar tú postal?, ¿ir a otra oficina de correos esperando que ahí sí tengan?, ¿resignarte ante la mala suerte de que tampoco tengan timbres? Yo no estaba dispuesta a ninguna de las anteriores. Por eso, después de algunos minutos y tras unas cuantas búsquedas en internet, encontré la solución a mi problema: La tienda Filatélica del Palacio Postal.
 
Aquel día que me decidí a visitar este lugar que prometía solucionar mi problema de las estampillas, era un miércoles y aproveché que no tenía clases. Mi mamá decidió acompañarme y salimos a las 9 de la mañana, con el sol ya asomándose pero el frío de invierno aún presente.  Caminamos unos 10 minutos hasta que llegamos a Calzada de Tlalpan. Allí, tomamos un camión de esos morados que parecen jacarandas en marzo y que nos llevaría al metro General Anaya.

El trayecto estuvo tranquilo, el camión venía sorpresivamente vacío para ser un miércoles a esa hora. Y, para llenar el silencio que había en aquel solitario camión, mi mamá y yo veníamos hablando de la vida.   Llegando a la estación General Anaya, le hicimos la parada al camión e ingresamos al metro. Sus pisos y paredes grises no se veían tan melancólicas gracias a la luz que entraba a través del puente de cristal que tuvimos que atravesar para llegar hasta los andenes. De nuevo, corrimos la misma suerte que en el camión y lo encontramos vacío.

Esto fue hasta que llegamos a la estación Chabacano, pues aquí, tras abrirse las puertas de ambos lados del metro, las personas que entraron llenaron todos los asientos vacíos.  Entre el ruido de aquellos que iban en el metro, se podía escuchar “A diez, a diez el gel antibacterial”, una mujer de poca altura y que no tenía más de 30 años, llevaba en la mano pequeños botes de colores.  Tras asegurarse de que ningún pasajero deseaba adquirir su producto, y al ver que un policía se iba a subir al vagón, guardó aquellos botes en una bolsa roja de esas reutilizables que te venden en el supermercado.  

Unos minutos más tarde, otra voz llenó aquel vagón en el que íbamos: “Le vengo ofreciendo un paquete de 50 cubrebocas por sólo $20, llévele, llévele…”, repetía una mujer que se veía más grande que la anterior (tanto de altura como de edad), aunque ella llevaba su mercancía en una bolsa negra de plástico. Continúo recorriendo los vagones ofreciendo sus cubrebocas hasta que su voz se perdió entre la de la multitud.

Llegando a Bellas Artes, ya era hora de bajarnos. Tras salir de los andenes y pasar los torniquetes, recorrimos un pasillo poco iluminado y subimos las escaleras que nos permitirían casi llegar a nuestro destino.

Al otro lado de la calle, se veía la Alameda Central, y a pesar de que estaba soleado, no había más que unas cuantas personas sentadas en aquellas bancas que se encontraban rodeadas de altos y verdes árboles. 

Dimos vuelta a la izquierda y seguimos derecho para llegar a nuestro destino. Pasamos a un costado de un edificio, que, en letras plateadas y gigantes te decía su nombre: Teatro Hidalgo. Abajo, en letras más pequeñas, también decía Ignacio Retes. Si esto no era suficiente para descifrar que era un teatro, tenía tres grandes espectaculares con las caras de varios autores y los títulos de algunas de sus obras. No me detuve mucho tiempo a observarlos debido a que me sentía ansiosa por llegar a mi destino.

Tras caminar un poco más y cruzar el gigantesco y concurrido Eje Central, pudimos observar la imponente construcción que es el Palacio Postal. El reloj que se encuentra arriba de la entrada principal y los grandes ventanales con los que cuenta, además de los arcos que tiene hasta arriba, decoran este edificio y llaman tu atención incluso desde antes de ingresar. 

Nuestra entrada no fue la principal, que te lleva a un largo pasillo en donde se encuentran las ventanillas en la que entregas los paquetes o la correspondencia que desees enviar.

Sino que entramos por Calle de Tacuba. Para ingresar, nos recibió una policía muy amable pero confundida por nuestra petición de ir a la tienda filatélica: “¿Pero tienen cita?”. Tras explicarle que había estado en contacto con el encargado de esta tienda y tras una llamada que hizo para confirmar mi historia, nos tomó nuestros datos, nos pidió nuestra identificación y nos llevó hasta el elevador.


El palacio tiene cuatro niveles. Sus fachadas están constituidas con cantera de Chiluca. Su estructura metálica de acero tipo Chicago fue traída desde Nueva York. Por dentro, el Palacio Postal es aún más majestuoso que por fuera. Tiene pisos blancos y relucientes, detalles dorados en cada pared y techo, lámparas antiguas y unas escaleras que atraen tu vista. El dorado es un color que predomina dentro de este recinto, y el elevador no era la excepción. 

Allí, mientras observaba los detalles de este lugar, bajó Alejandro, el encargado de la tienda filatélica, y nos pidió que entráramos al elevador. La tienda se encontraba en el primer piso. Cuando salimos, nos encontramos con buzones viejos. Alejandro notó mi impresión y me contó que esos buzones fueron donados por varios países. Había de todas las formas y tamaños. Uno rectangular rojo; otro pequeño, verde y redondo; y, mi favorito, era un buzón negro cuadrado que tenía tallado el escudo del sistema postal italiano en el centro, junto con letras que decían REGIE POSTE, BUCA DELLE LETTERE. 

Después de apreciar estos buzones unos minutos, fuimos hasta una habitación a la que nos guío Alejandro. Tenía puertas de cristal y pisos de madera. Alrededor, había vitrinas de pared a pared que contenían diversos productos que podías comprar, desde plumas hasta mochilas. También había imágenes de ediciones anteriores de estampillas postales, tenían de los años 2018 a 2021. Alejandro, quien era joven y muy entusiasta, me preguntó si buscaba algo en específico. Le dije que no y sacó 5 folders color amarillo claro, de esos que usas para llevar tus papeles a la escuela.
 
 Adentro, había todo tipo de timbres postales que iban desde el año 2018 hasta el 2021. Miles de colores, personajes históricos, edificios emblemáticos o tradiciones era lo que se podía observar en aquellas estampillas que no pasaban el tamaño de una corcholata. 

Tras observar detenidamente todas las hojillas, decidí comprar timbres del Palacio Postal, el Día de Muertos, la navidad, Leona Vicario, el Día Mundial del Correo, el Día del Cartero, el Día de la Bandera, la Lucha social maya, 100 años de la UNAM y las mariposas. Todo estuvo bien hasta que llegó la hora de pagar. Debido a que cada timbre cuesta entre $7 y $15, mi cuenta llegó hasta los $1500. Aunque, esta inversión hizo que no tuviera que gastar nada en envíos por un poco más de un año, en ese momento me arrepentí de cada uno de los timbres que había elegido. 

Después de pagar, bajamos por las escaleras hasta llegar a un costado de lo que se conoce como el Patio de los Carteros. Allí, caminamos hasta la entrada para recoger nuestras identificaciones y le agradecimos a la policía, quien con una sonrisa se despidió de nosotras. 



Caminamos hasta llegar a la puerta que nos permitiría llegar a las ventanillas y entramos.

Tras esperar unos 5 minutos detrás de una fila con algunas personas que llevaban sobres y paquetes de todos los tamaños, fue mi turno de pagar. Pregunté qué estampillas tenía que usar, debido a que el porte depende del país al que va, y tras unas cuantas indicaciones supe lo que tenía que hacer. Fui a una mesa que había en las paredes de aquel pasillo para poder pegar los timbres postales necesarios y los eché al pequeño buzón que tienen dentro del Palacio Postal.

Finalmente, hice el mismo recorrido de regreso a casa, solo que esta vez ya estaba más lleno, pues era la 1:30 y el sol ya estaba en su máxima expresión. Esto fue algo que a mí no me importó, pues estaba eufórica de haber resuelto mi problema, o más bien el de Correos de México, con respecto a las estampillas. Nunca más iba a tener que escuchar “No tenemos estampillas, ¿te puedo dar una etiqueta de porte pagado?”.


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14 de julio de 2023

Lucero Mijares, en El Mago: The Wiz, voz privilegiada y vocación para el arte


Por Fernanda Rodríguez Zamora
CDMX. Una tarde lluviosa en el Centro de la Ciudad de México, no impidió el preestreno de la obra El Mago: The Wiz; con la participación debut de Lucero Mijares, los medios ansiaban tener una probada de lo que parece ser el futuro prometedor de esta cantante y ahora actriz de teatro.

Con una presentación de seis actos musicales, la producción teatral se dio a la tarea de impresionar al pequeño público que se encontraba en las butacas del recinto. Reviviendo el musical arrasador de críticas y premios que William F. Brown puso en escena en 1974 en los teatros de Broadway, llegó a México gracias a Juan Torres.

Esta obra trata de Dorothy, protagonista de El Mago de Oz. Los aficionados del teatro musical que la historia posiciona a Dorothy como una joven que, después de un mágico accidente, termina en una tierra lejana y desconocida, donde encontrará nuevas amistades, criaturas un tanto curiosas, desafiantes retos en cuanto a brujas, y una búsqueda del famoso Mago del que todo el reino de Oz habla. 





El cast actuó solo seis actos musicales que están integrados en la obra; el primero de ellos mostró a Dorothy con su madre cantando una emotiva escena; después, se pudo ver en el escenario los actos más importantes dentro de la historia: Dorothy llegando a Oz, conociendo a sus nuevos amigos, encontrándose con brujas, y llegando con el Mago.

Aunque la voz de Lucero Mijares puede considerarse privilegiada por el talento familiar que la antecede, la puesta en escena con la que está debutando muestra práctica y vocación en este arte; las canciones son exquisitas, mientras que su voz en diálogos podría encontrarse incluso en la rama del doblaje.

Los vestuarios no pasaron desapercibidos, pues con diferentes gamas de colores entre los personajes, denotaban algo característico de los mismos; Lucero Mijares con un llamativo y resplandeciente vestido que mostraba algo parecido a un mapa de Oz, y las brujas, una con colores rosados y morados, o con rojos y negros; el Mago usaba colores verdes, semejantes a las tonalidades del pasto o tréboles.

Para finalizar, Juan Torres y Lucero Mijares se hicieron presentes en el escenario para agradecer a los medios por su cobertura, así como les invitaron a acudir a más funciones con sus amigos y familia, pues se encuentran optimistas en el talento que muestran sobre la tarima. Antes de irse, hicieron una mención honorífica a la orquesta que, como sucede en los teatros, se localizaba debajo del escenario.



Una última canción pasó, y los medios se movieron rápidamente a la alfombra roja del teatro; esa misma noche habría una presentación especial, y las celebridades del espectáculo mexicano entrarían por las puertas del lugar. Artistas como Daniela Luján o Michelle Rodríguez fueron fotografiadas por la prensa, pero la verdadera espera estaba en los padres de Dorothy, Lucero y Mijares.

Para evitar aglomeraciones, los artistas ingresaron por la puerta trasera del recinto, accedieron a dar unas cuantas entrevistas, así como posaron para los fotógrafos del lugar; mostrándose más que orgullosos por su hija, hablaban sonrientes y emocionados por la presentación de aquel día. 

Pero las noches serán mágicas en el Teatro Hidalgo varios días más; del 30 de junio al 15 de octubre de 2023, con la dirección de Ricardo Díaz y un elenco integrado, además de la debutante, por María del Sol, Eugenio Montessoro, Óscar Acosta, Marisol Meneses, Crisanta Gómez, Juan Fonsalido, Dulce Patiño, Federico Di Lorenzo y Felipe Álvarez, entre otros.

La alfombra roja quedaba poco a poco vacía, los medios se retiraban, el staff se tranquilizaba luego de tanto ajetreo. Y en Oz la historia comienza... 



El Mago: The Wiz
Viernes 20:30 horas, sábado y domingo 17:00 horas. 
Boletos a la venta en taquilla del Teatro Hidalgo y Ticketmaster.



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10 de julio de 2023

“Somos nosotros”, una comedia para cuestionar las relaciones de pareja


  • La obra teatral con la producción de Óscar Carnicero inició temporada del 07 al 30 de julio en el Teatro Milán – Foro Lucerna
Por Ximena Miranda Herrera 
Ciudad de México. “Somos nosotros” busca poner en perspectiva cómo se viven las relaciones de pareja y qué podría pasar cuando hay una tercera persona involucrada. Una escenografía compuesta únicamente por doce cubos blancos alumbrados con luces de colores; morado, rojo, azul y blanco, envuelve al espectador en un ambiente de vibrantes emociones que experimentarán durante los siguientes ochenta minutos con risas y reflexión. 

Con un elenco integrado por Tato Alexander, Mario Alberto Monroy, Ana González Bello, Antonio Alcántara y Jhans Rico, el público se llena de sensaciones y dudas ante la montaña rusa de sentimientos que ofrece la comedia teatral cuando “Ella” (Tato Alexander) se descubre enamorada de otro hombre, además de su esposo. Con la dirección de Ariel del Mastro, los cinco personajes acercan a los asistentes a pensar de otra forma las relaciones de pareja. 

El texto de Macarena del Mastro y Marcelo Caballero pone sobre la mesa temas como la infidelidad, los prejuicios, el amor romántico, la honestidad y la comprensión entre los vínculos sexoafectivos y cómo nos relacionamos a partir de ellos. 


“Nos parece muy importante poder elegir cómo queremos amar y esta obra invita a que repensemos esas formas y entendamos que hay más de una”, expresó la dramaturga Macarena del Mastro. 

La obra teatral con clasificación para adolescentes y adultos se presentará del 07 al 30 de julio en el Teatro Milán – Foro Lucerna, los viernes a las 20:30 horas, sábados 18:00 y 20:00 horas y domingos a las 18:00 horas. Los boletos pueden adquirirse en línea por medio de Ticketmaster o de forma presencial en la taquilla del teatro.




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Sonidos ignorados hechos música en concierto


Por Carlos Hernández Guerrero 
México. Tuve que preguntar a 3 policías cómo llegar al Teatro del Pueblo porque, aunque he visitado el centro histórico en muchas ocasiones, lo cierto es que no lo ubicaba. Caminé entre República de Venezuela y Brasil además de Tacubaya, llegué por indicaciones.

Por fin entré y me agradó poder sentarme donde se me antojara, soy de las personas que le es más cómodo que nadie esté al lado mío, así me siento a mis anchas como si estuviera en casa. 

Erwin, Ernesto y Mikaoru golpeaban y se deslizaban por el suelo en una posición fija, no entendía completamente la dinámica, pero la secuencia de golpes con un ritmo de interacciones dirigidas al suelo pensando que el polvo iba de un lugar a otro y que confirmaban la muerte de una cucaracha más de 25 veces me hizo comprender la composición musical que realizaban; sin embargo, faltaba más producción, tal vez no era prioridad porque era un performance.

Las sillas, a pesar de estar construidas con madera y parecer algo delgadas, permitían una posición cómoda, había alrededor de 70 personas en la sala y nos encontrábamos escuchando algo distinto al concepto de un concierto. 


Era raro, y el tiempo no lo mejoraba, más de una vez me pregunté que hacía allí y pensé que alguna persona se había ido, pero solo fue al baño, es muy notorio hacerlo porque la luz inunda el lugar. Tras la sección de escobas, Ernesto procedió a golpear un burro de planchar con unas llaves mientras que Erwin estaba donde parecía un espacio para un teclado cuando en realidad había unas botellas de vidrio, garrafones y sus partituras, y Mikaoru golpeaba una mesa larga, con más de 3 metros de largo que me hacía replantear qué es la música porque una vez busqué su definición y encontré 17 respuestas. 

Tras el número, se juntaron en la mesa con el mantel negro para continuar en lo que fue la mejor parte: golpes secuenciados con manos, muñecas, palmas hacían recordar una banda de guerra o una presentación de un general importante que estaba a punto de entablar un discurso para su nación. 

Antes, Mikaoru usó sus llaves y Erwin estaba en el “teclado performance” y sus baquetas eran sus manos, después de terminar la pieza, Mikaoru iba caminando a paso lento pero con pisotones firmes entre el escenario. Después de una vuelta, sus compañeros iban integrándose, dando palmadas hasta sentarse procediendo a continuar con llaves, cuerpo y movimiento. 

Más de una vez volteaba a ver a la extranjera porque observaba sus mejillas e intentaba descifrar su edad, después procuraba verle como una persona que nació aquí para que no se sintiera extraña, ella estaba de pie y mientras veían sus partituras en el suelo estaban levantando su cuerpo o agitaban, aventaban entre manos las llaves que cada uno tenía. 

Explicaban quien componía cada canción después de finalizarlas, lo interesante fue cuando Ernesto hizo un llamado a niñas, niños, mujeres y hombres para una canción que personalizaba una jungla en la que iba a morir un mono por manos de un jaguar.


Al inicio pensé que iba a ser un desastre y en parte tuve razón porque no todos los días te piden hacer ruidos de animales. Tuvieron que dar varias instrucciones y subir su voz para dar más vida a la jungla, mientras Mikaoru golpeaba los garrafones y las botellas, al final pasó lo predecible, no era un mono que gritaba de agonía, sino una comunidad que gritaba con su tono.

La segunda pieza cambió la dinámica, había que cerrar los ojos (hice trampa 2 veces), y solo me quedé con ganas de entender que decían entre las ondas de sonido que los garrafones bloqueaban, solo oí que el mundo daba vueltas y que se la pasan pensando en algo.

La utilidad de unos subtítulos de fondo hubiera ayudado bastante en la última sección, dijeron que estaban explicando el origen del mundo proveniente del libro Popol Vuh, ese que dejan en bachillerato. El equipo decidió extender la quinta sección más tiempo que las anteriores, saltos, golpes en las mejillas, en el pecho, pisadas, gritos y una coreografía planeada fue el resumen de sus acciones.

Después de su despedida comprendí que la gente aplaudía poco porque se fueron y regresaron otra vez, a Ernesto le gusta el reconocimiento a su grupo Raga porque se volvió al público entre la cortina para ir al baño para recibir halagos, ahí aproveché para preguntar por el nombre de su compañera.

Mientras escribo la crónica, vi que en sus partituras no decía “Botella, botella, palma, garrafón, salto, llave” sino algo que para mi vago conocimiento en composición musical no me permitía comprender. Cuando simulamos unos aplausos arrugando una hoja de papel, me percaté que ya era imposible ver de la misma forma “instrumentos que no lo son” tras oír unas llaves caer en La Raza.




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