10 de mayo de 2023

Mexicanas al grito de supervivencia


Por Fernanda Rodríguez Zamora 
México. Es tan solo el medio día, la glorieta del Ángel de la Independencia está rodeado de vallas azules con el propósito de defender aquel monumento, pero colores resplandecientes que brincan de ellas es el principal atractivo de las mismas; más allá, la calzada sin autos bajo el morado arco de jacarandas a las orillas de la banqueta, y el cielo azul celeste denotan una vibra de tranquilidad en la zona, es impresionante la rapidez con la que eso cambió. 

Tan solo una hora después, de las calles aledañas a Paseo de la Reforma se comenzaron a avistar grupos de mujeres con distintivos morados o verdes; lo portaban en sus maquillajes, en su vestimenta, en pintura en su cuerpo, y en las pancartas que llevaban listas para manifestar. Periodistas, camarógrafos y locutores se hicieron presentes en aquel lugar de encuentro, capturando a los primeros colectivos, sus entrevistas dieron pie a la transmisión del 8M de Ciudad de México en el 2023. 

Miles de mujeres que comenzarían la ruta de la marcha en conmemoración al Día Internacional de la Mujer daría inicio en el Ángel de la Independencia, mientras que solo un par de cientos terminaría el recorrido frente a Palacio Nacional. Sus consignas y gritos comenzaban a resonar entre las paredes de los diferentes edificios del lugar; como un tambor que poco a poco se acerca, en las plantas de los pies la sensación del piso moviéndose al ritmo de las manifestantes crea un ambiente bastante emotivo. 



Bajo un abrasador sol, una corriente de mujeres se mueve a paso lento hacia la Glorieta de las Mujeres que Luchan, un antimonumento instalado en honor a las madres y familiares que exigen justicia por sus víctimas de feminicidios. Carteles con frases como: “Hasta que nuestras vidas importen más que sus paredes”, “Harta de avisar que llegué viva” o “Nos prefieren musas, nos temen artistas”, había quienes desafortunadamente han vivido alguna vez un tipo de abuso, hasta aquellas que alzan la voz para intentar prevenir una situación de este tipo. 

Poco a poco se acerca la hora en la que fue dada la cita a los diferentes colectivos de CDMX, mujeres, mujeres trans, adultas mayores, familiares de víctimas, infancias y perros se concentra alrededor de la Glorieta de las Mujeres que Luchan. Un río morado, verde, rosa y blanco se desliza sonoramente del lado derecho de Reforma; bastaba caminar un par de metros para escuchar el cambio de consigna o música: primero Canción sin miedo, luego “No estás sola”, y de vez en cuando “La que no brinque es macho”, se repiten estos cantos en un aleatorio patrón entre todos los grupos. 

Al principio la conmemoración pareció feliz, todas sentían libertad y seguridad al estar rodeadas de compañeras; poder usar la ropa que se quisiera, decir lo que se pensaba y cantar lo que a su corazón llegara hizo que mujeres de todas las edades, con ayuda de tambores, panderos, guitarras y bocinas, bailaran al son de las mismas. Algunas en jeans, otras en largas faldas de baile regional, y unas pocas más en top less se movían de un lado a otro, brincando y gritando por el orgullo que sienten al ser mujeres. 

Todo parecía perfecto en aquel momento, la alegría se sentía en el aire, pero no todas las asistentes se sentían de la misma forma. Las personas contando sus testimonios comenzaron a surgir con una voz baja, casi inaudible, pero para cuando terminaban de contar lo sucedido, el coraje, enojo e impotencia se abría paso entre sus cuerdas vocales, alzando sus gritos a manera de desahogo.   

 

Nancy fue la primera, quien, al haber salido de una relación emocionalmente abusiva, argumentó que su razón para unirse a la marcha del 8M fue sentir acompañamiento, sabiendo que probablemente no es la primera chica en pasar por estas situaciones. Unos metros más atrás se encontraba Darién, con lágrimas en sus ojos expresó su enojo ante aquellos familiares que deciden encubrir a agresores y violadores solo por un lazo de sangre. Un sororo grito de “No estás sola” y “Te creemos” retumbó en el emotivo discurso de Darién, logrando que las que eran solo un par de gotas derramándose sobre su mejilla, se convirtiera en un llanto poderoso, pero necesario para la chica. 

Camila tomada de la mano de sus amigas, habla sobre la falta de perspectiva de género que hay en su familia, así que sintiéndose la mayor parte del tiempo excluida en el circulo donde más tiempo pasa, la marcha del 8M la hace sentir segura de sus ideales. Julia, a pesar de ser su primera marcha, ha seguido este movimiento desde hace ya unos años, el asistir este 2023 le permitió estar más presente en el movimiento.

De igual forma, desde lo lejos se podía divisar a pequeños contingentes donde llevaban a infantes, niños y niñas cargaban pancartas uniéndose al movimiento, algunos pedían pensiones alimenticias y otros declaraban que serán el cambio en el sistema; aunque sus madres fueron quienes tomaron la iniciativa de llevarlos al 8M, los pequeños y pequeñas se veían entusiasmados de lo que estaban viviendo. 

Poco a poco el sol recorría su trayecto tras el horizonte para esconderse, y las miles de personas se iban reduciendo cada vez más; algunas en metro, otras en Metrobús, y algunos camiones se hicieron cargo de ser el medio de transporte de las asistentes a la marcha. Volviendo a la realidad de ser mujer, de cuidarse en las calles, no estar fuera de noche, y dudar de la confianza de todos, nos volvemos a esconder hasta que podamos resurgir de nuevo el próximo 8M.




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Madres, en marcha por el futuro de sus hijas

Foto: Andrea Escobar. 

Por Darren García 
México. La llama de la violencia en contra de las mujeres sigue encendida y, ante la poca efectividad de las políticas públicas en materia de seguridad en México, las calles se llenan de océanos que azotan ferozmente con el objetivo de apagar tales agresiones. 

El 8 de marzo, en conmemoración del Día Internacional de la Mujer, la marea pinta al país entero con su color de lucha: morado y verde. Pero en la Ciudad de México (CDMX), capital y a la vez cumbre del progresismo mexicano, se aglutina la protesta más numerosa. 

Los contingentes tienen como destino la Plaza de la Constitución. El punto de reunión es distinto para cada uno, aunque la mayoría parte desde el Monumento a la Revolución. No todas las que asisten se conocen entre sí, pero cada paso las une aún más. 

Se saben sororas. Luchan por un mismo fin. Mientras más se unan, más se hacen oír. Y así caminan, palmo a palmo, con la esperanza de llegar a un día en que el respeto hacia ellas no tenga que ser una exigencia, sino una manera de vivir, lo cual hacen notar con sus voces y carteles. 

La Avenida Juárez vibra con el estruendo de cada consigna que se escucha, al unísono, en la marcha. Basta con que una valiente grite una estrofa para que ésta sea completada por quienes la rodean: “¡Y tiemblen los machistas, América Latina será toda feminista!”. 

No solo son acompañadas por sus amigas o familiares, -además de las pocas que acuden con sus novios o esposos- también los carteles juegan ese papel. Hay tantos como manifestantes. “México feminicida”, “No estás sola”, son algunas de las protestas más repetidas. Cada una tiene algo que decir y por lo que alzar la voz. 

A simple vista se puede apreciar que la marcha está conformada, en su mayoría, por jóvenes. Movidas por el distintivo espíritu rebelde de la temprana edad, son el motor del movimiento que tanta fuerza ha cobrado en los últimos años. En su cabeza no cabe la idea de tener una vida como la que vivieron sus abuelas o madres. 

No obstante, encontrar adultas no resulta una tarea difícil. ¿Qué tienen en común casi todas? Ser madres de alguna integrante de ese río combativo; conscientes del peligroso día con día que acecha a sus hijas, -y a ellas mismas- tratan de hacer cualquier cosa para que nunca tengan que experimentar una tragedia en casa. 

Un ejemplo de lucha 

Tres mujeres caminan por la banqueta y se detienen para observar el flujo de la marcha. Una de ellas carga en hombros a una bebé vestida de morado que presta atención a su madre, quien le enseña -a la vez que se escuchan tambores y música- a extender y doblar el brazo con la misma fuerza que utilizan para gritar por justicia. La menor replica los movimientos, se involucra en la situación que atañe a todas. 

A escasos metros Sandra sube a su niña pequeña a un pedestal alto para que sus compañeras puedan verlas. Llega el momento de bajar, pero su hija no quiere por temor a la altura. “¿A qué venimos?”, le pregunta su madre, quien enseguida responde la pregunta: “a no tener miedo”. 

Son sus mismas hijas quienes les dan un motivo para salir de casa y unir fuerzas al conglomerado. Sandra quiere “que (su hija) sea libre, que pueda expresarse… y que sepa que no va a correr peligro”. Sabe que es necesario que ella acerque a la pequeña, pues el sistema machista en México hace todo lo contrario. 

Sin embargo, hay a quienes le ocurre a la inversa. Son llevadas por las que ellas mismas han criado. Verónica Buendía y Lilia López son ejemplo de ello. Es la primera vez que se unen a la lucha del 8M y les ha gustado. La primera cree que 
“es el momento en el que nos pueden escuchar”; y a la segunda se le hace interesante que “cada vez seamos más mujeres que nos vengamos a manifestar”.  

Es la tercera vez que Norma Garduño asiste. Le parecen bonitas. Acude, en primer lugar, por ser mujer; pero también “me motiva acompañar a mi hija, me gusta compartir con Andrea estos momentos. Ella es muy feliz con eso, entonces yo también me pongo feliz.” 

Lo intangible  

Se puede ver el color verde y morado de las más de 90 mil personas que, según el Gobierno de la CDMX, participan en la marcha; escuchar las protestas acompañadas de música formada por tambores y cacerolas; tocar los carteles que se sostienen en alto; oler el humo de las bengalas que llenan el aire con partículas de batalla; percibir un sabor que combina sudor y bloqueador solar, producto de caminar por horas bajo potentes rayos de luz, mismos que obligan a portar gorras o sombreros a las manifestantes. 

Pero aquello imperceptible para los sentidos es lo que cada madre lleva dentro de sí. En ese lugar lleno de mujeres, Lilia se siente segura y empoderada. “Te mueven emociones de, ¿por qué no lo hice en otro momento?”. Sandra percibe “una vibra hermosa. Es algo maravilloso” que produce “mucha valentía y coraje”. 

Concuerdan en que marchar ese día es “buena idea”, como menciona Verónica, aunque también hay un tono de disgusto. Norma considera que a pesar de protestar 
“hay mucho feminicidio, más acoso a la mujer. En lugar de que el hombre entendiera que hay que respetar, parece que los estamos llamando que (menos) lo hagan”. No le gusta que manifestarse sea lo único que puedan hacer. 

Una mirada al pasado 

Las marchas masivas en México no tienen ni una década de vida. El movimiento social que año con año toma aún más fuerza, en el pasado habría sido imposible de pensarse. “Yo creo que antes no teníamos libertad de expresión”, opina Verónica. Y Lilia reflexiona la importancia de que “nos hubiéramos manifestado desde antes porque eso nos hubiera dado cierta seguridad e igualdad para no vivir oprimidas ni reprimidas”. 

Incluso, de haberse dado un fenómeno como en el de estos tiempos, a las manifestantes, considera Sandra, “se les hubiera tachado de rebeldes y problemáticas”. “Yo creo que las excomulgan”, dice Norma mientras ríe; y añade: “simplemente la mujer misma no se hubiera atrevido por tanto prejuicio”.  

Otro obstáculo habría sido la familia. Verónica señala que, “empezando con los papás, no nos hubieran dejado salir. Los maridos tampoco”, y Lilia concuerda, pues para ella “la familia te hacía menos, te reprimía y decía que eso no estaba bien visto”.  

Lamentablemente esa mentalidad sigue en muchas personas. Aún se aplica el lema de ‘calladita te ves más bonita’ y lo único que queda es esperar que con el paso del tiempo la gente cambie y abra su mente. “Va a mejorar”, dice optimista Lilia López. 

Nunca es tarde para conocer el feminismo 

La inquietud de las jóvenes por conocer el movimiento que las abraza a todas por igual y las une para luchar por un mismo fin las ha hecho mirar dentro de su hogar. Voltean al lugar que las vio crecer y encuentran ahí más como ellas, pero que no tuvieron la posibilidad de leer todo aquello se encuentra en internet con un solo clic; o en la universidad, tan ideológicamente cambiada desde los tiempos de sus progenitoras.  

Sabedoras de que es algo que también les compete, pues la violencia contra las mujeres no es exclusiva de esta época, comparten el conocimiento con sus madres o abuelas para dispersar la niebla que el patriarcado mantiene en sus ojos. 

Verónica Buendía sabe del feminismo gracias a su hija, quien desde hace cinco años la ha acercado por su “forma de pensar” y no ha dejado de invitarla a unirse a ella en la marcha. A Lilia le explican por qué está mal lo que antes estaba normalizado; que “hay que alzar la voz, no hay que quedarnos calladas”. Ella vivió su juventud con miedo por la avalancha de prohibiciones sobre lo que podía decir o hacer. 

Esto genera un cambio de pensamiento en quienes fueron educadas bajo otro tipo de condiciones. No quedarse calladas, no guardar nada y externar todo son tan solo algunas ideas que ahora se plantean. En palabras de Verónica, lo más importante es dar ejemplo a sus hijas: “que no hagan lo mismo que yo hice antes”. 

Abrir los ojos 

El tiempo avanza, y con éste el reclamo social en voz de las mujeres. “Somos malas, podemos ser peores”, se escucha en cada boca que grita con fuerza para tumbar la venda patriarcal que cubre aún muchos ojos. El feminismo ha concientizado, otorga “libertad y conocimiento. A mí me hace sentir más valiente”, opina Sandra.  

Esa misma conciencia llega sin importar el día, pero una vez que aparece, toca fibras que enseguida actúan para dejar atrás los males del pasado. A Norma 
Garduño el movimiento la ha ayudado “a despertar y pensar”; sin embargo, el cómo fue educada evita que, en ocasiones, haga uso de las “herramientas” que el feminismo le brinda. “En el mismo hogar me quedo callada con mi esposo”. A pesar de esto, no impide que hable, junto con Andrea, con él para que logre comprender que lo que hace no está bien. 

“No quiero que mis hijas vivan así, que estén con un hombre violento. No quiero que les peguen, que salgan inseguras, que no puedan vestirse como quieran por ser señaladas por alguien más, que las repriman”, enumera Lilia, a quien tampoco le gustaría que esa forma de vida, como la de su juventud, continúe. 

La brecha generacional 

En la guerra contra la violencia, las mujeres han ganado muchas batallas con el paso de los años, que han servido desde ser reconocidas en la sociedad; poder estudiar, votar u obtener cargos políticos; hasta hacer ver que la violencia que un día ni siquiera se tomaba en cuenta, hoy es el principal cambio que se busca en la manera de pensar de la gente. 

“Antes vivíamos reprimidas, había bastantes cosas que no se podían hacer”, menciona Lilia. Norma añade la forma de ser educadas: “mi mamá me callaba con una sola mirada. Antes estábamos ahí quietas. Ya no existe lo de ‘calladita te ves más bonita’”.  

Hoy en día “las muchachas no se dejan”, diferencia Verónica. La información ayuda a las jóvenes en la actualidad. Sandra observa que hay más libertad, y también que pueden expresarse “sin temer tanto”.  

Lo anterior hace evidente por qué llegan más mujeres jóvenes que adultas a las marchas. “Están estudiando y se informan más; se enteran de más cosas que las motivan y hacen despertar”, sintetiza Norma. Sin embargo, no son las únicas razones. Verónica y Lilia consideran que la cantidad responde a que, a esa edad, corren más riesgo de ser agredidas. Además, “es difícil que las señoras cambien su manera de pensar”, puntualiza Sandra. 

Foto: Darren García. 

¿Y las paredes? 

Así como apoyan las marchas, pues consideran que es la única manera de que las autoridades y sociedad escuchen sus reclamos, muchas madres se oponen a prácticas como pintar paredes, monumentos, o romper objetos. Verónica explica que asisten “por algo, y creo que también debemos respetar la ciudad”. 

Norma, inmersa en la marcha, bromea con su hija cuando se producen estos eventos. “Luego empiezan a romper y dicen ‘fuimos todas’, y yo le digo a Andrea ‘yo no fui’, lo que provoca que se enoje, pero “no estoy de acuerdo”. 

Por otra parte, Sandra apoya las pintas o “destrozos” bajo el argumento de que es más importante el mensaje. “Al final de cuentas eso es material, terrenal; pero las personas que buscan a sus hijos, a sus niños, ya no pueden tenerlos de regreso”. Además, “sería lo mismo que consideraran incorrecto que maten a una mujer o que se trate con niños”. 

Un granito de arena 

Cada año asisten más y más adultas a la marcha del 8M. Es difícil que todas cambien de la noche a la mañana su manera de pensar. El miedo aún invade a muchas, otras consideran que no son formas. Hay quienes acudieron por primera vez y aquellas que ya lo vivieron anteriormente. Cual sea la situación, también hay actos de lucha desde la casa o trabajo. 

Lilia se reúne con sus conocidas, amigas y familiares, y trata de aconsejarlas con el conocimiento que ha obtenido -principalmente de sus hijas-. Con el tiempo ha aprendido a observar prácticas que no están bien, y se los dice a sus cercanas. Esa es su manera de apoyar. 

El movimiento de todas 

Sandra, quien también actúa en casa al educar a su hijo varón para que aprenda a “respetar, valorar y proteger a una mujer”, lanza un mensaje hacia aquellas que no se han acercado al feminismo: “que se den cuenta que son valiosas, que nunca es tarde para cambiar”. 

Marchar “es una experiencia única que solamente estando ahí puedes experimentar. Es bonito que te manifiestes”, explica Norma. En su forma de pensar, lo que hacen las personas hoy en día aportará al futuro de las demás; por tanto, a las “señoras grandes” que nunca han asistido a un 8M, las invita “a participar. También es nuestro momento de hacer algo por el género”. 


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