Judea: crónica de una metamorfosis ritual

Por Dulce Roxana Ordaz |
México (Aunam). Con un estruendoso y poco rítmico sonido de flautas, aparecen en pantalla algunos indios coras: unos con el cuerpo pintado en color blanco; otros, de un tono café cuál corteza de árbol. Bailan, cantan, gritan, golpean el suelo con algunos palos de madera que utilizan para su ceremonia.


Solo hombres y niños vestidos con unos taparrabos, y otros, con pantalón y camisa de manta, participan en la ceremonia principal. Algunos otros llevan máscaras y sombreros blancos de los que cuelgan listones de colores. Las niñas y mujeres son espectadoras. El polvo, que predomina el suelo que pisan los coras al bailar se levanta al ritmo de sus pasos.

Estoy en mis cinco sentidos, recostada en la cama de mi habitación. Sin embargo, la manera en la que el documental combina los sonidos y las imágenes da la impresión de estar bajo los efectos del peyote. O al menos es lo que el director, Nicolás Echevarría, intenta mostrar al espectador, pues bajo el efecto de esta planta es como los coras realizan su ritual.

Otra escena muestra a algunas mujeres tomando entre sus manos unas pequeñas figuras de cerámica que representan ángeles, santos y una imagen de la virgen María dentro de un cuadro de madera vieja. Pero el ruido no cesa. Siempre suenan flautas violentamente, sin ritmo, sin orden, incitando al caos.

Y es que es el caos lo que se representa en la ceremonia. La lucha entre el bien y el mal se plasma en algunos de los coras que emulan una pelea de espadas, pero con palos de madera.

Los coras cargan animales muertos: zorrillos, mapaches. Algunos otros atormentan y amedrentan a un perro que merodeaba dentro de un círculo ceremonial. Pero no paran su ritual.

Descalzos y en orden comienzan su procesión unas horas antes de que el sol se oculte. Cargan cruces y cuadros hechos de palma con imágenes de santos. Poco a poco se incorporan las mujeres con los niños y los hombres; unos caminando, otros comienzan a correr, pero ya no hay ruido, ya no hay flautas. Predomina la paz.

A lo lejos se mira una gran cruz de madera. Sola. El ritual ha terminado. Los coras regresan a su aldea. Todo vuelve a la normalidad.

Así se festeja semana santa en lo más aislado de Nayarit, en la Sierra madre Occidental. La representación de la pasión de Cristo discrepa de la de Iztapalapa. La santísima Trinidad no es padre, hijo y Espíritu Santo. La triada la conforman el peyote, el maíz y la cabeza de venado.





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