LA VISIÓN MOTIVADA POR EL LENGUAJE

Por Marco Antonio Lomelí
Ciudad de México (Aunam). A través de la delgada línea de luz que entraba por la parte baja del antifaz, se alcanzaba a ver la pierna del joven que vestía de traje moverse cada vez más rápido, a causa de la desesperación provocada por las más de dos horas con los ojos vendados. La respiración de las personas sentadas a lo largo de la banca de madera comenzaba a escucharse cada vez más fuerte.


El ambiente frío de la sala terminó por estremecer la piel de aquellos que estaban descubiertos de los brazos. La voz del guía se escuchó por última vez a través de las bocinas que sonaban en una experiencia auditiva de 360º para avisarnos que, después de todo, era momento de retirarnos el antifaz.

Tres horas antes de estar inmersos en una experiencia de sinestesia, me encontraba corriendo a través de los largos caminos que unen las diferentes rotondas de la Alameda Central. La mente centrada en que tenía que llegar a tiempo a la entrada del museo en el que se llevaría la actividad programada.

Mientras corría junto a las diferentes fuentes y monumentos ubicados en las distintas glorietas de la alameda, me percataba de la diversidad de personas que habitaban alegremente los espacios que la componen: alrededor de la fuente había niños pequeños viendo el agua estancada, chicos andando en patineta, parejas distribuidas en las distintas bancas que están en los costados del camino, hasta un show de un payaso que reunía a más de 50 personas alegres, entre otras cosas. El canto de las aves, el ruido de los coches encendidos -alguna que otra pitada de claxon- y las risas de las personas eran el paisaje sonoro apreciable en esa tarde calurosa.

Cuando di los últimos pasos dentro del área de la alameda, me percaté que sólo faltaban escasos metros para llegar a la entrada principal del Museo Mural Diego Rivera. Al llegar a ella, era inevitable no encontrarse con la fila de no más de 20 personas que esperaban ansiosas la hora en que salieran los encargados para dar comienzo con la actividad que prometía ser singular. En la fila había una cantidad considerable de mujeres de todas las edades.

No pasaron ni dos minutos cuando un joven de 28 años aproximadamente, de una estatura superior a la promedio y un tono de piel moreno, salió por la puerta principal para darnos la bienvenida al recinto y alguno que otro detalle referente a la actividad.

Una chica de blusa amarilla salió con un recipiente entre las manos, lleno de antifaces, para hacernos entrega de una pieza a cada una de las personas que esperábamos impacientemente en la fila. Cuando todos en la fila tenían un antifaz en la mano, se dio la advertencia de que era momento de colocárnoslo en los ojos a las afueras del museo, a fin de que la experiencia se disfrutara enteramente en su interior.

Alineados en una fila con los ojos tapados, uno detrás de otro, estiré mi brazo derecho para colocarlo sobre el hombro derecho de la chica que estaba frente a mí y que minutos antes había alcanzado a ver fugazmente su rostro. A partir de ese momento nos empezaron a hacer caminar con la vista obstruida hacia la sala principal donde se realizaría por completo la actividad. Recuerdo que en mi cabeza se cruzaban diversas ideas a la vez de dar los primeros pasos con los ojos vendados: sentía el vértigo generado por la incertidumbre de querer saber a dónde nos dirigían a todos.

Mientras en mi cabeza sonaba esa idea, también era capaz de escuchar algunas de las voces de las personas de la fila que comentaban entre sí lo divertido que les parecía aquel inicio de la actividad. Detrás de mí, algunas otras personas reían de los nervios que se les generaban por la incertidumbre de no saber que les esperaría en el camino.

Cuando la fila llegó a la sala principal del museo, fue posible identificarla no gracias a la vista, sino por medio de la frialdad con la que se esparcía el aire fresco y gracias a los sonidos de ambientación de los cantos de pájaros, que daba la impresión de estar en medio de un bosque porque los sonidos provenían desde arriba y alrededor del espacio.

Llegamos a la banca de madera en la que nos quedamos sentados sobre unos cojines; se lograba escuchar como las personas encargadas pasaban constantemente por los pasillos de ambas filas. Aunado a eso, se escuchaba como intercambiaban de lugares a ciertas personas participantes. Realmente no entiendo por qué el motivo de cambiar de lugares a dichas personas.

La actividad era sencilla: se nos iban a vendar los ojos mientras una voz guía nos llevaría por cada uno de los fragmentos pintados y representados en el ambicioso mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” del pintor Diego Rivera. De esta manera se buscaría estimular la imagen que las personas tendríamos del propio mural, incluso antes de verlo frente a nosotros.

El guía comenzó por redimensionarnos las medidas que ronda el mural que se estaba visitando: “imaginen en sus cabezas un cuadro que mide 4metros de alto con 15 metros, casi las misma medida que un vagón del tren”, rió el joven mientras esperaba que los participantes asintiéramos la cabeza como afirmación para continuar con la imaginación.

Después de habernos dado esa breve explicación, llegó el momento de entrar con la descripción de las imágenes que están representadas en la ambiciosa obra de Diego Rivera. El hombre que estaba encargado de dirigir nuestra imaginación comenzó con la primera parte de las tres que dividen la totalidad del mural, a manera de tríptico. Aquella primera parte narra los 200 años que procedieron al establecimiento de la Nueva España hasta el fin del Primer Imperio Mexicano de Agustín de Iturbide.

Dentro de esta primera sección nos hicieron imaginar los rostros emblemáticos plasmados y coloreados con los 18 pigmentos naturales que el artista creó para darle mayor brillo y viveza a los personajes. También se nos explicó la manera en que Diego Rivera pintó los diferentes planos del mural sobre 3 capas distintas con diferentes materiales.

Comenzando con Hernán Cortes y su traje de guerrero por el lado izquierdo del mural, pasamos por nuestra mente la recreación de rostros como de Fray de Zumárraga, Benito Juárez y Sor Juana Inés de la Cruz. Para imaginárnoslos a mayor detalle, el equipo detrás de esta actividad recurrió a brindar el material para que se brindara la estimulación a través del sentido del tacto. De esta manera se podían recrear en nuestra mente ciertas texturas que se intentaron plasmar con los pequeños detalles que hay alrededor de la vestimenta del mural.

En su intento de incluir a todos los asistentes, el guía recurrió a aplicar la dinámica de hacernos preguntas a todos los que estábamos frente a él, con la vista obstruida por el antifaz del inicio. Conforme describía de izquierda a derecha el enorme mural, iba haciendo énfasis en las acciones que los personajes están realizando dentro de la narrativa de la pintura. Detallaba rasgos de la persona sobre la que se estaba fijando y posteriormente nos preguntaba sí nosotros sospechábamos de qué personaje se trataba.

Una de las mujeres que se encontraba muy cerca de mi -lo supe por la cercanía de voz- parecía estar muy emocionada de estar presente en este recorrido, pues con aquella dinámica de las preguntas que el guía lanzaba, ella respondía apresuradamente con la respuesta correcta. Muchos de los asistentes reían discretamente al escucharla porque ya estaban predispuestos a que su voz se escucharía para responder las preguntas.

Cuando fue turno de la segunda parte del mural, imaginé que tiene un sentido más social y cultural porque las imágenes descritas tenían cierta inclinación con características de clase social, discriminación, relaciones amorosas, y hasta un homenaje a la inocencia que caracteriza la niñez del autor. Aquí se nos pidió intentar pensar en más tonalidades de colores para que pudiéramos idear una de las partes más vividas y/o coloridas que Diego Rivera retrató en el mural.

De igual manera, se mencionó la existencia de una catrina al centro de todo mural ubicada en primer plano. La importancia de este personaje radica en que forma parte de la identidad cultural de México y es un rasgo distintivo a nivel internacional. En su momento fue descrita atentamente porque existe especial interés en la manera en que está pintada y coloreada detalladamente.

La última sección del mural parece tener una temática más compleja de describir, ya que representa una de las épocas más importantes por las que ha atravesado México: la Revolución Mexicana. Este fue un conflicto armado suscitado por diversos antecedentes políticos y económicos por los que atravesaba en la primera década del siglo XX.

Gracias al joven que sirvió como guía,, los participantes pudimos imaginar la manera en que están distribuidos los diferentes campesinos que representan el levantamiento armado a causa de la incomodidad social y laboral en la que se encontraban. Gente acumulada en masa, armas, caballos de guerra, sentimiento de enojo, violencia son sólo una breve cantidad de símbolos estaban plasmados en la obra de Diego Rivera.

Al momento de finalizar con la descripción, se nos preguntó qué si anteriormente habíamos estado familiarizados con este mural. La mayoría de los asistentes respondimos que nunca habíamos visitado el museo con anterioridad, salvo algunos, como la chica que respondía acertadamente todas las preguntas del guía.

Cuando los organizadores de la actividad escucharon nuestros murmullos pronunciar un “no” colectivo, se escuchó que su reacción fue la que casi siempre reciben. Esto les sirvió para darnos uno de los datos más memorables de todo el arte de Diego Rivera, descrito a lo largo de 2 horas: toda la ambientación del mural se desarrolla en la Alameda Central. ¿Por qué? Rivera creía que era un espacio significativo y simbólico para la Ciudad de México.






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